Retorno a Brideshead (40 page)

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Authors: Evelyn Waugh

Tags: #Clásico, Religión, Otros

BOOK: Retorno a Brideshead
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—Pero ¿vamos a bajar?

—Claro, no podemos dejar solo al pobre Bridey la noche de su compromiso.

Cuando regresé a buscarla a su habitación, me dijo:

—Siento esa escena tan espantosa, Charles. No sabría explicarlo.

Brideshead estaba en la biblioteca, fumando una pipa y leyendo plácidamente una novela policíaca.

—¿Hace buen tiempo afuera? Si hubiera sabido que ibais a salir, os habría acompañado.

—Un poco fresco.

—Espero que para Rex no suponga un contratiempo marcharse de aquí. Verás: la casa de Barbon Stret es ciertamente demasiado pequeña para nosotros dos y los tres niños. Además, a Beryl le gusta el campo. En su carta, papá propone transferir en seguida a mi nombre la titularidad de toda esta finca.

Yo me acordaba de cómo Rex me había saludado la primera noche que llegué a Brideshead en calidad de invitado de Julia: «Un arreglo muy satisfactorio», había dicho. «Me viene de perlas. El viejo corre con todos los gastos. Bridey desempeña su papel feudal con los colonos, puedo disfrutar de todas las comodidades de la casa sin pagar alquiler. Sólo tengo que hacerme responsable de la comida y del salario de los criados de la casa. No se puede pedir más ¿verdad?».

—Me parece que sentirá tener que irse —dije.

—Bueno, ya encontrará otra ganga en alguna parte —dijo Julia—. No te preocupes por él.

—Beryl posee algunos muebles a los que tiene mucho cariño. No sé si encajarían aquí. Ya sabes, aparadores de roble, arcones y cosas así. He pensado que podríamos ponerlos en la antigua habitación de mamá.

—Sí, sería el lugar más indicado.

Y hasta la hora de irse a dormir hermano y hermana siguieron hablando de los cambios que habría que introducir en la casa. «Hace una hora», pensé, «en el negro refugio del seto de boj, lloraba desconsolada por la muerte de su Dios; ahora está discutiendo si los niños de Beryl estarían mejor en el antiguo fumador o en el cuarto de juegos». Estaba desconcertado.

—Julia —dije más tarde, cuando Brideshead ya había subido a su dormitorio—, ¿has visto alguna vez alguna reproducción de un cuadro de caza de Holman llamado
El despertar de la conciencia
?

—No.

Yo había visto unos días antes un ejemplar del libro
Prerrafaelismo
en la biblioteca; fui a buscarlo y le leí a Julia la descripción de Ruskin. Rió alegremente.

—Tienes toda la razón. Es exactamente así como me he sentido.

—Pero, querida, no puedo creer que esa gran cascada de lágrimas sólo fuera provocada por unas cuantas palabras de Bridey. Debes de haber pensado todo eso con anterioridad.

—Casi nunca; de vez en cuando; algo más últimamente, con el Ultimo Triunfo tan cerca.

—Claro que podrían explicarlo los psicólogos: un precondicionamiento desde la infancia; sentimientos de culpabilidad por todas aquellas tonterías que os enseñaron en la cuna. Pero en el fondo sabes que todo son patrañas ¿verdad?

—¡Ojalá lo fueran!

—Una vez Sebastian me dijo casi lo mismo.

—Ha vuelto a la Iglesia, ¿sabías? Aunque nunca la dejó de manera tan definitiva como yo. Yo me he alejado demasiado; ahora ya no puedo volver atrás; soy consciente de ello, si es lo que quieres saber al decir que todo son patrañas. Lo único que puedo esperar es poner un poco de orden en mi vida de una manera humana, antes de que se acabe todo orden humano. Por eso quiero casarme contigo. Me gustaría tener un hijo. Por lo menos sí puedo hacer eso… Vamos afuera otra vez. La luna debe de haber salido ya.

La luna estaba llena y muy alta en el cielo. Dimos la vuelta a la casa; debajo de los limeros Julia se detuvo y arrancó distraída uno de los largos brotes que ya contaban un año y bordeaban el tronco, y lo fue pelando mientras caminaba hasta transformarlo en una fusta, como hacen los niños. Sus movimientos irritables no eran, con todo, infantiles; agarraba nerviosamente las hojas y las estrujaba entre los dedos; empezó a quitar la corteza, rasgándola con las uñas.

Una vez más, hicimos un alto junto a la fuente.

—Es como el escenario de una comedia —dije—. Lugar: una fuente barroca en la finca de un noble. Primer acto: puesta de sol; segundo acto: crepúsculo; tercer acto: medianoche. Los personajes se reúnen continuamente junto a la fuente por una razón bastante incierta.

—¿Comedia?

—Drama. Tragedia. Farsa. Lo que quieras. Esta es la escena de la reconciliación.

—¿Ha habido una pelea?

—Alejamiento y malentendido en el segundo acto.

—Oh, no hables de esa manera tan insensible, ¡maldita sea! ¿Por qué tienes que verlo todo como si ya hubiera pasado? ¿Por qué tienes que ser una obra de teatro? ¿Por qué tienes que convertir mi conciencia en un cuadro prerrafaelista?

—Es mi manera de ser.

—Pues la detesto.

Su ira era tan inesperada como cada uno de sus cambios aquella noche de humores tan variables. De repente, me asestó un golpe cortante en la cara con el brote, un golpecito perverso y doloroso, con todas sus fuerzas.

—¿Te das cuentas de hasta qué punto la detesto?

Me pegó de nuevo.

—Está bien —dije—, sigue.

Entonces, con la mano todavía levantada, se detuvo y tiró la varilla medio pelada al agua donde flotó, blanca y negra, a la luz de la luna.

—¿Te ha hecho daño?

—Sí.

—¿Te ha hecho daño? ¿Te he hecho daño yo?

Su ira había desaparecido como por ensalmo; sus lágrimas renacieron y mojaron mis mejillas. La mantuve a distancia con el brazo y ella bajó la cabeza, acariciándome la mano en su hombro como un gato, pero, a diferencia de un felino, depositó en ella una lágrima.

—Gata sobre el tejado —dije.

—Bruto.

Me mordió la mano, pero como no la moví y apretó los dientes, transformó el mordisco en beso, y el beso en una lengüetada.

—Gata a la luz de la luna.

Este nuevo humor me era familiar. Nos dirigimos hacia la casa. Al llegar a la entrada iluminada me preguntó: —¿Tendrás una marca mañana?

—Me imagino que sí.

—Charles, ¿me estoy volviendo loca? ¿Qué ha sucedido esta noche? Estoy tan cansada…

Bostezó; le sobrevino un acceso de bostezos. Se sentó ante el tocador, con la cabeza inclinada y el pelo cubriéndole la cara, sin poder dejar de bostezar y, al levantar ella la cabeza, vi en el espejo, por encima de su hombro, una cara aturdida por el agotamiento, como la de un soldado que emprende la retirada; y al lado de la suya la mía, señalada por dos líneas carmesí.

—Tan cansada —repitió, quitándose la túnica dorada y dejándola caer al suelo—, tan cansada y loca e inútil.

Me quedé con ella hasta que estuvo acostada; sus párpados azules se cerraban sobre los ojos; sus labios pálidos se movían sobre la almohada, pero no supe si para desearme buenas noches o murmurar una oración: un estribillo de la infancia que ahora retornaba en el mundo crepuscular, a caballo entre la tristeza y el sueño; alguna rima antigua y piadosa transmitida a Nanny Hawkins a través de siglos de susurros a la hora de dormir, a través de todos los cambios de lenguaje, desde los días en que los caballos de carga recorrían el camino de los peregrinos.

La noche siguiente estaban con nosotros Rex y sus amigos políticos.

—No pelearán.

—No pueden pelear. No tienen dinero; no tienen combustible.

—No tienen wolframio; no tienen hombres. —No tienen valor.

—Tienen miedo.

—Miedo a los franceses; miedo a los checos; miedo a los eslovacos; miedo a nosotros.

—Es una fanfarronada.

—Claro que lo es. ¿Dónde está su tungsteno? ¿Dónde está su manganeso?

—¿Y dónde su cromo?

—Os voy a contar una cosa…

—Escuchad esto: será algo bueno; Rex va a contarnos una cosa.

—…Un amigo mío que paseaba en coche por la Selva Negra, hace sólo una semana, acaba de llegar y me lo contó mientras jugábamos al golf. El tal amigo iba conduciendo, salió de un camino lateral a la carretera principal y ¿con qué se encuentra? Con un convoy militar. No pudo frenar y chocó de lleno contra el costado de un tanque. Estaba convencido de que le había llegado la hora… Esperad, ahora viene lo mejor.

—Ahora viene lo mejor.

—Lo atravesó limpiamente, sin siquiera rasgar la pintura.

¿Qué os parece? El tanque era de lona; un marco de bambú y lona pintada.

—No tienen acero.

—No tienen herramientas. No tienen mano de obra. Están medio muertos de hambre. No tienen grasas. Los niños están raquíticos.

—Las mujeres son estériles.

—Los hombres son impotentes.

—Carecen de médicos.

—Los médicos eran judíos.

—Ahora tienen tuberculosis.

—Ahora tienen sífilis.

—Goering le contó a un amigo mío…

—Goebbels le contó a un amigo mío…

—Ribbentrop me contó que sólo mantendrían a Hitler en el poder mientras fuera capaz de conseguir algo a cambio de nada.

Cuando alguien se decida a plantarle cara, estará acabado. El ejército le fusilará.

—Los liberales le colgarán.

—Los comunistas le despedazarán.

—Se hundirá a sí mismo.

—Lo haría ahora mismo si no fuera por Chamberlain. —Si no fuera por Halifax.

—Si no fuera por sir Samuel Hoare.

—Y el Comité de 1922.

—El Tratado de Paz.

—Los bancos de Nueva York.

—Lo único que hace falta es una buena lección de firmeza. —Una lección de Rex.

—Y otra mía.

—Nosotros daremos a Europa un buen ejemplo de firmeza. Europa está esperando un discurso de Rex.

—Y un discurso mío.

—Y otro más mío. Hay que unir a los pueblos del mundo que aman la libertad. Alemania se alzará; Austria se alzará. Los checos y los eslovacos se verán obligados a alzarse.

—Ante un discurso de Rex y un discurso mío.

—¿Qué os parece una partida? ¿Qué os parece un whisky? Eh, muchachos, ¿quién de vosotros quiere un buen habano? Vaya, ¿salís vosotros dos?

—Sí, Rex —dijo Julia—. Charles y yo salimos a la luz de la luna.

Cerramos las ventanas tras nosotros y cesaron las voces; la luz de la luna inundaba como agujas de escarcha la terraza y la música de la fuente llegaba tímidamente hasta nuestros oídos. La balaustrada de piedra de la terraza bien podía haber sido la muralla de Troya, y en el parque silencioso bien podían alzarse las tiendas griegas donde Creso descansó aquella noche.

—Dentro de unos días, dentro de unos meses.

—No hay tiempo que perder.

—Toda una vida entre la salida de la luna y su declive. Luego la oscuridad.

4

—Y, naturalmente, Celia obtendrá la custodia de los niños.

—Naturalmente.

—¿Y qué pasará con la vieja rectoría? Me imagino que no querrás vivir con Julia tan cerca de nosotros. Sabes que los niños la consideran su hogar ¿verdad? Robin no tendrá casa propia hasta que muera su tío. Después de todo, nunca has usado el taller, ¿no es cierto? Precisamente el otro día Robin decía que iría de maravilla para cuarto de juegos; hasta es lo bastante grande para jugar al badminton.

—Robin puede quedarse con la vieja rectoría.

—Ahora bien, con respecto al dinero, naturalmente Celia y Robin no quieren aceptar nada para ellos mismos, pero está el asunto de la educación de los niños.

—Que no se preocupen. Hablaré con los abogados.

—Bueno, creo que eso es todo —dijo Mulcaster—. Mira, he visto bastantes divorcios en mis tiempos, pero jamás uno tan satisfactorio para todas las partes. Casi siempre, por muy bien dispuesta que la gente se manifieste al principio, surge la mala sangre cuando se llega a los detalles. Aun así, no tengo inconveniente en confesar que hubo algunas ocasiones en los dos últimos años en que pensé que estabas tratando bastante mal a Celia. Es difícil opinar cuando se trata de la propia hermana, pero siempre he pensado que es una muchacha muy atractiva, una de esas muchachas con la que cualquier hombre estaría encantado; y para colmo con aficiones artísticas, justo lo que necesitabas. En fin, tal como han salido las cosas, todo el mundo parece satisfecho con su suerte. Robin está loco por Celia desde hace un año o más. ¿Le conoces?

—Vagamente. Le recuerdo como un joven absurdo, lleno de granos.

—Oh, yo no diría tanto. Es bastante joven, claro, pero lo importante es que Johnjohn y Caroline lo adoran. Tienes dos hijos estupendos, Charles. Dale recuerdos a Julia de mi parte; exprésale mis mejores deseos.

—De modo que te vas a divorciar —dijo mi padre—. ¿Es realmente necesario, después de haber sido felices todos estos años?

—Verás, no hemos sido particularmente felices.

—¿Ah, no? ¿No lo habéis sido? Cuando os vi juntos las últimas navidades, recuerdo perfectamente haber pensado que erais muy felices… y haberme preguntado por qué. Verás, te resultará difícil volver a empezar. ¿Cuántos años tienes…? ¿Treinta y cuatro? No es edad para empezar de nuevo. Deberías sentar la cabeza, echar raíces. ¿Has hecho planes para el futuro?

—Sí. Me vuelvo a casar tan pronto obtenga el divorcio.

—Vaya, eso es lo que yo llamaría una tontería. Puedo comprender que un hombre se arrepienta de haberse casado y quiera buscar una salida —aunque yo personalmente nunca sentí la necesidad—; pero deshacerse de una esposa para unirse inmediatamente a otra es cosa que sobrepasa mi entendimiento. Celia fue siempre muy amable conmigo; hasta le tenía cierto cariño. Si no has sido capaz de ser feliz con ella, ¿cómo demonios esperas serlo con otra? Hazme caso, mi querido muchacho, y déjalo todo como está.

—¿Por qué complicarnos a Julia y a mí en esto? —preguntó Rex—. Si Celia quiere volverse a casar, perfecto; que lo haga. Es asunto vuestro. Pero me parece que Julia y yo somos perfectamente felices tal como estamos. No podéis decir que yo haya puesto obstáculos. Muchos habrían cortado las cosas de raíz de mala manera. Creo ser un hombre de mundo. Además yo también he echado alguna cana al aire, pero un divorcio es algo muy distinto. No sé de ningún divorcio que haya beneficiado a nadie.

—Eso es asunto de Julia y tuyo.

—Oh, Julia está decidida. Yo esperaba que tú pudieses disuadirla. He intentado mantenerme al margen, en la medida de lo posible; si mi presencia os molesta, no tenéis más que decírmelo; no me ofenderé. Pero en estos momentos en que Bridey quiere que me vaya de la casa tengo demasiados problemas encima; eso complica las cosas, y tengo otras muchas preocupaciones.

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