Rito de Cortejo (25 page)

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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
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—La canción dice que Liethe fue la más bella de todas las Liethe.

—Las canciones vinieron después. Ella no dejó nada escrito, ningún trabajo de investigación, y era profundamente ignorante en lo que se refería a genética. No tenía ningún esposo. Dedicó su tiempo a reproducirse a sí misma, y no fue ella sino tres hijas de su clones las que codificaron nuestro comportamiento. Nos dejó sólo una página con comentarios obsesivos respecto a la belleza y el poder. ¡Piensa! ¿Quién tendría como objetivo la belleza y el poder otorgado por la belleza para dominar a los hombres más poderosos?

—¡Una Liethe!

—Esa no es la respuesta adecuada, niña. Es un acertijo sencillo.

—No conozco la respuesta. —Humildad parecía algo hostil.

—Piensa en una mujer fea y sin ningún encanto, a quien los hombres no prestan atención. ¿No sería natural que albergase el profundo deseo de crear la clase de belleza y de imagen que subyugan a los hombres deseados por todas las mujeres?

—¡
Yo
no soy fea, y sí subyugo a los hombres! —Humildad se mostró desafiante.

La anciana sonrió, recordando su propia juventud.

—Por eso no tienes el
objetivo
de ser hermosa y dominante.
Eres
hermosa y dominante. Tal vez sueñes con vivir más de lo que ha vivido cualquier otra se-Tufi. Quizá sueñes con encontrar a un hombre que te dé una hija, y que esta hija funde un linaje cuyo corazón sea mejor que el tuyo. Es posible que busques el veneno primario. En ocasiones tratarás de ser
fea,
para que cuando viajes nadie te moleste. Los objetivos sólo reflejan lo que no poseemos.

—Yo he venido aquí para matar a los Kaiel.

La anciana madre asintió con la cabeza.

—Yo también. Y encontré al clan sacerdotal más poderoso de todo Geta. Es posible que ellos quiebren el punto muerto. Poseen un oído mágico capaz de llegar a cualquier lugar del planeta en un instante. Poseen instrumentos increíblemente delicados. ¿Sabías que los Kaiel pueden trasplantar un solo cromosoma de un óvulo con un altísimo porcentaje de éxito? Con virus que crían en los escarabajos, incluso practican cirugía genética en el cromosoma mientras éste está fuera de la célula. ¿Sabes lo que eso significa para nosotras? ¡Podríamos forjar linajes de hermanas que únicamente diferirían en un solo cromosoma!

—¿Cree que
los Kaiel
serán el instrumento de Dios para unificar Geta? —La sola idea horrorizaba a Humildad.

—No, mi niña. Ellos aparecieron en escena demasiado tarde. La orden de Dios ya ha sido cumplida. —Volvió a sonreír y su rostro se cubrió de arrugas—. ¿Qué clan está representado en todas las ciudades importantes de Geta? ¿Cuál tiene acceso a todas las decisiones políticas y se encuentra presente cuando se toman?

—¡Madre!

La anciana rió.

—¿No es sencillo gobernar cuando te introduces en el poder como posesión de un hombre? No somos un clan sacerdotal. ¿Quién hubiese sospechado de nosotras? ¿Quién se nos habría opuesto? ¿Qué tiene un aspecto más inofensivo que una mujer que se vende y hace todo lo que le indican?

—Pero querida anciana, ¡sólo nos acostamos con ellos! Los adulamos, los enfrentamos unos con otros y, aparentando obedecer, hacemos que nos den lo que queremos... —Sus ojos se abrieron de par en par.

—Continúa.

—¡Pero eso no es gobernar un planeta! Tiene que haber una política. ¡Tendríamos que tomar decisiones vitales!

—¿Como cuál de los clanes sacerdotales será el que triunfe en Geta?

Humildad hizo una mueca.

—¡Nosotras no haremos eso! Estaremos al lado de los triunfadores. ¡Cabalgaremos hacia el poder en sus camas!

—¿Y qué hay de los Timalie? El clan de sacerdotes que repudian a las amantes. ¿Permitiríamos que ganasen ellos?

Humildad se echó a reír con ganas.

—¡No tienen la menor posibilidad! —Se miró a sí misma tal como sería cuando fuese cinco veces mayor—. ¡Madre, creo que habla en serio!

—¡Por supuesto que hablo en serio! Pero no pienses que estoy impresionada con nuestro poder. Hemos hecho todo esto sin saber que lo hacíamos. Comparada con la de cualquier clan sacerdotal, nuestra fuerza es relativamente grande en el planeta, pero es como si gobernáramos un cerebro de abeja en un cuerpo humano. ¿Qué sería más lamentable que una persona cuyo cerebro necesita todo el día para enviar un mensaje a su mano? La autoridad y las manos actúan juntas. Podemos ser más fuertes que todos los demás, incluso más que los Mnankrei, pero somos débiles. Debemos hacer uso de nuestra posición, trabajar en ella, de otro modo podríamos perderlo todo en una sola generación.

Humildad pensó en su ambición y su orgullo. De pronto le parecieron triviales y exagerados.

—¿Alguna vez llegaré a ser humilde? —exclamó.

La anciana llevó a la joven hasta la cama. Allí le sostuvo la cabeza contra sus pechos marchitos y le acarició los cabellos.

—No lo creo... si te pareces a mí, no lo serás. —Se detuvo—. Tienes un cabello hermoso, pero está seco por el viaje. Tenemos excelentes tónicos capilares aquí en Kaiel-hontokae. Te compraré uno.

Humildad estaba adormecida. Trató de levantarse, de despertar, de regresar a su celda donde podría dormir.

—No, no. Permanece aquí. Ya has hecho bastante ascetismo en tu viaje. Una noche conmigo, en esta pequeña habitación, no te hará daño.

—¿Por qué me trajo a Kaiel-hontokae?

—Necesito una asesina. Yo soy demasiado vieja para esa clase de trabajo.

Pero Humildad ya estaba dormida.

Capítulo 27

Según un proverbio, en las regiones occidentales del Desierto Kalami sólo las piedras poseen kalothi.

Dobu de los kembri, Arimasie ban-Itraiel en
Triunfos

Al repasar sus antiguas predicciones, inscritas imborrablemente en los Archivos, Hoemei se sintió consternado por su ingenuidad. Aesoe le había enseñado lo mismo que aprendiera de Tae, y él había imitado a su maestro sin comprender del todo la clarividencia de Aesoe. De pronto, ahora veía con una nueva claridad.

El proyecto del rayófono había causado una gran conmoción. Aesoe creía que algún día la autoridad de Geta estaría centralizada en Kaiel-hontokae. Para que una estructura semejante fuese viable, la rapidez de las comunicaciones constituía una necesidad. No obstante, Hoemei sólo había creado cuarenta y cinco estaciones de rayófonos, catorce junto a la costa del Njarae, y el flujo de información ya era inmanejable. Ahora estaba seguro de que Aesoe había calculado mal el nivel de complejidad necesario para establecer un gobierno centralizado.

Las visiones de Hoemei llegaban de forma caprichosa, cuando dormía o en medio de una conversación, en ocasiones a todo color. Algunas veces, mientras trabajaba con sus papeles a la luz de las velas, escuchaba a los getaneses del futuro discutiendo problemas triviales y cotidianos. Veía máquinas extrañas cuyo funcionamiento no comprendía.

En cierta ocasión, después de leer un informe aerodinámico de los o'Tghalie que relacionaba las aptitudes de un aviador con su tamaño, tuvo la imagen de un clan formado por personas diminutas que podían permanecer en el aire casi indefinidamente, sustentadas por unas alas hechas por el hombre. Otra vez vio un rayófono vocal acompañado por una imagen titilante. Vio a un hombre de pie junto a un gran vehículo rodante, preocupado por un problema que se desarrollaba a diez semanas de viaje de allí.

Cuando ordenó sus extrañas visiones para atisbar el futuro específico que emplearía el mapa de Aesoe con una Geta unificada, pudo ver una inmensa criatura social poblada por vastos clanes que manejaban ríos de información con pocos resultados efectivos. Las imágenes lo perturbaron porque la causa de Aesoe también había sido la suya, su objetivo declarado.

Un amigo o'Tghalie le había calculado que un gobierno central razonablemente hábil, con responsabilidades modestas, podía requerir muchísima más gente para tomar decisiones que el número total de ciudadanos. Hoemei estaba perplejo. Al parecer, las predicciones eran traicioneras cuando uno atisbaba las imágenes que se ocultaban más allá de la propia miopía.

Cada vez con más precisión, Hoemei enfocó visiones de distintos futuros con gobiernos centralizados. En un solo día llegó a ver doce Geta distintas, cada una fundada sobre diferentes principios organizativos. Al fin, la maraña de culturas lo impulsó a buscar perspectivas más amplias para el mundo. Con frecuencia observaba el espacio, inconsciente de la habitación donde se hallaba o de la gente con quien estaba, como si fuera un demente. Y de estos viajes visionarios por las sorprendentes bifurcaciones de un futuro distante, Hoemei obtuvo una conclusión muy simple.

Demasiada autoridad
local
hace que los sacerdotes de una región se empeñen al máximo en obtener beneficios locales a expensas de los pueblos más distantes. En estos casos, ciertas fuentes de información esenciales se mantienen alejadas de los centros de deliberación y ejecución, y por lo tanto tienden a quedar inutilizadas.

La autoridad
central,
que teóricamente logra el máximo beneficio para el conjunto reuniendo y utilizando
toda
la información, se ahoga rápidamente en la práctica y sufre un retroceso que proporciona de nuevo pobres resultados. Trasladar información de una zona extensa a un emplazamiento central, y luego cotejarla, lleva más tiempo que la vida útil de la información. Los datos se degradan al viajar, no llegan a tiempo o se pierden en la marejada de informes que llegan y nunca son utilizados.

Entre los extremos local/central, Hoemei imaginó muchos mundos equilibrados. Lentamente comenzó a formular su teoría gubernamental del «camino corto», la cual cambiaría para siempre la historia getanesa. Los nodos de decisión de una red debían ser construidos de tal modo que los caminos óptimos de determinación tendiesen a causar la atrofia de aquellos que eran menos económicos. Los nodos debían conectarse de forma que no existiesen caminos únicos a la cima de la jerarquía. Dentro del sistema, un hombre mantenía su poder sólo porque se encontraba en la ruta más efectiva de decisión entre las múltiples vías que podían conducir a la solución. Al formular su idea de un gobierno ideal, Hoemei recibió mucha ayuda de su personal o'Tghalie. Su modelo básico se derivaba de la teoría del flujo de información, que describía una ecología de evolución biológica.

Sin embargo, no todos los esfuerzos de Hoemei fueron serios. Una noche conversaba con Noé e imaginaban un mundo conducido por diversos tipos de gobierno. El destino de cada carnada estaba sujeto a las estimaciones de kalothi y los preceptos del Suicidio Ritual. Noé abrió una botella de whisky. Antes de que éste cubriese apenas el fondo, en su ebria imaginación ambos compraban cortes escogidos de los gobernantes menos populares en la carnicería local, e inventaban recetas para disimular su mal sabor.

Hoemei estaba aprendiendo a abarcar una cantidad extraordinaria de trabajo en un solo día. Investigaba las consecuencias de los diferentes estilos de gobierno, manejaba el proyecto de rayófono, planificaba un programa de ayuda para la hambruna de la costa, controlaba la producción de skrei rodantes y diseñaba una estrategia para contrarrestar a los Mnankrei, junto con las responsabilidades de la construcción del nuevo acueducto y una pequeña hipótesis genética que estaba investigando. No obstante, tenía sus límites. Podía fallar, y lo hizo.

Un secretario de los Clei, el clan inferior que les era tan indispensable, entró en la oficina de Hoemei a pesar de que él había dado instrucciones para que nadie lo molestase. El hombre hizo una reverencia más profunda que lo acostumbrado, debido a la gravedad de la interrupción.

—¿Sí? —Hoemei fue conciso, aunque sabía que nadie entraría en su oficina sin haber considerado la urgencia de su causa.

—Hemos recibido un mensaje de rayófono con referencia a Joesai.

—¿Se encuentra bien? ¿Alguna noticia de Teenae?

—La información fue retransmitida por nuestra estación de Soebo, maran. —Pronunció las palabras con formalidad e hizo otra reverencia, reacio a continuar—. El mensaje no está completo —dijo tratando de suavizar el golpe—, pero es una mala noticia. Aquí está la transcripción.

Hoemei examinó el papel rápidamente. Los Mnankrei habían capturado una nave Kaiel y la llevaban al puerto de Soebo. Se desconocía la identidad de los tripulantes del barco pero su número coincidía con el del grupo que Joesai había llevado a Congoja.

—¡Por el fuego de Getasol! ¿Qué hace él allí? —El miedo de Hoemei estalló con ira—. ¡Se supone que tendría que estar en Congoja jugando al Cortejo!

—Joesai es un sacerdote poco común, maran. Quizá no le agradó el papel de galán y decidió investigar por su cuenta los aromas que vienen del norte.

Hoemei se encogió de hombros.

—Mi hermano es así. —
Oh, Dios mío, y también deben de tener a Teenae,
se dijo. El informe no decía que estuviesen muertos, pero un clan que era capaz de matar de hambre a miles de personas por una conveniencia política no debía de ser un raptor muy considerado. Con un gran esfuerzo de voluntad, Hoemei se controló... de hierro al rojo a acero. Muerte. La vida siempre había sido así. Los getaneses se protegían con grandes familias para que la pérdida no fuese tan grande. ¡Pero dos de una vez!

Recordó a Joesai en la guardería, un niño desnudo que lo había salvado en su primera Prueba de Fortaleza, cuando él aún era demasiado joven para comprender el peligro. Él siempre había sido de baja estatura y por lo tanto incapaz de compensar a Joesai del mismo modo, pero en muchas ocasiones había anticipado los problemas de su hermano y le había ayudado a prevenirlos. Joesai tenía destellos de energía demasiado precipitados que no le permitían emplear el criterio y la sensatez. La gente solía decir que ese hermano suyo cortejaba a la muerte, que su temeridad carecía de kalothi. Hoemei se había preparado hacía mucho para afrontar el momento de su muerte, pero al parecer no lo había hecho bien.

¡Mi hermano!,
gritó en silencio su pena. Hoemei recordó a Gaet en la guardería, cuando se puso a reír después de la particularmente desgarradora Prueba del Cuchillo y el Acertijo.

Cuando Joesai cae en la sopa hace un barco con los fideos,
fue la frase que dijo. ¡Cómo se habían reído juntos mientras la Muerte les rasuraba las cejas!

Mientras el hombre de los Clei vigilaba las reacciones del respetable sacerdote y no se decidía a dejarlo hasta que pareciese más tranquilo, Hoemei recordó a Teenae la mañana siguiente de su boda. Él estaba paralizado junto a la puerta, preocupado por esa niña que había sido vigorosamente poseída por los tres jóvenes, quienes, por más afecto que pudiesen sentir, no habían demostrado un gran control sobre su lascivia. La había mirado un buen rato temiendo que estuviese muerta, buscando desesperadamente alguna señal de vida a la luz tenue de la luna.

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