Rito de Cortejo (33 page)

Read Rito de Cortejo Online

Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
13.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—También tendrá que satisfacerlo a usted. —Oelita se resistía a la fuerza de su ataque.

—¡Por supuesto!

—Creo que lo comprendo. Se superará a usted mismo para quedarse con la mitad de mi oro.

—¡Por los Ojos de Dios! ¿He estado hablando en vano? No me has comprendido. Quiero el privilegio de estar con una mujer encantadora aunque acabe con una hernia por haber acarreado su oro hasta el mercado. Me causa un gran placer que planifiquemos juntos cómo habremos de gastarlo. ¿Ahora me comprendes?

—Sí. Es un libertino.

Capítulo 34

En las estribaciones de las Montañas de los Lamentos, antes d'go-Vanieta, Mi'Holoie habló ante los sacerdotes del Concilio del Dolor. «¿Es suficiente ser agudo? Un hombre piadoso puede ser agudo. La punta de la aguja que penetra la carne, ¿puede también atravesar el acero? La carne es dominada por el Metal, y el Metal es dominado por la Crueldad. Nuestro Amor por la Carne de Dios nos ha refinado; la travesía hasta aquí ha purificado al Metal, y el Torneo de la prueba Extrema ha endurecido nuestros corazones hasta tornarlos crueles. Al amanecer perforaremos el metal de esta herejía con la carne de los Arant. La crueldad no se desvía. Al atardecer, los Arant nos ofrecerán un Banquete voluntario.»

El escriba Clei, Saneef, en
Memorias de un Concilio

Bendaein Hosa-Kaiel era lo bastante viejo para ser sabio, y al mismo tiempo lo bastante joven para estar dispuesto a tomar parte en una penosa cruzada. Se le tenía por un hombre de acción cuya cautelosa estrategia había expandido la influencia Kaiel hacia el este, por toda Itraiel casi hasta el Mar de Lágrimas. Era un erudito y uno de los portavoces de los Expansionistas. Los diez hombres-dedos de su Concejo de las Manos discutían con él en el estudio de su mansión. Sólo Joesai permanecía estoicamente en silencio.

El dibujo en el rostro de Bendaien era asimétrico, diseñado en torno a las heridas de cuchillo que recibió en una juventud precoz, durante la horrenda subyugación de los Itraiel inferiores. Su rostro, marcado por la experiencia, le proporcionaba autoridad a los ojos de sus camaradas, pero a Joesai le parecía que era el rostro cortado de un fracasado. Él había oído decir que Bendaein había sido desollado durante el inicio de la campaña Itraiel, y que había sido forzado a pedir prestada una piel para poder sobrevivir.

Joesai quebró un mondadientes con cierta fuerza. Bendaein tenía la reputación de ser un alumno rápido. No obstante, a juzgar por sus ampulosas palabras, Joesai sospechaba que más bien era un lector rápido. Incluso había acuñado un nombre para su temeraria aventura: el Concilio de la Indignación... el cual les sería muy útil si sobrevivían el tiempo suficiente para quedar registrados en la historia.

Bendaein planeaba realizar su Concilio con un meticuloso respeto por las formalidades establecidas en Concilios anteriores. A Joesai no le agradaba nada tanta sensatez. Por su naturaleza, un Concilio era una aberración, una respuesta a algo que los Salmos no podían anticipar. ¿Quién habría vaticinado que hallarían genes humanos en insectos profanos? ¿Qué podía decir cualquier Concilio pasado sobre
ese
crimen?

Joesai murmuró algunas objeciones, mayormente para sí mismo, mientras los otros hablaban. La tradición era para lo de todos los días: matrimonio, alimentos, amor y muerte. Podía percibir en sus entrañas que guiarse por los rituales de Concilios pasados era peligroso. ¿Qué tenían en común? Al estudiarlos a fondo, se descubría que mostraban cierta predisposición a dispersarse en el desierto, por hambre y por sed. Los clanes inferiores tenían un nombre para aquel fenómeno: el Concilio de los Huesos.

Joesai sentía desprecio por la indignación santurrona que estaba escuchando. ¡Los Kaiel debían saber en qué podía convertirse un Concilio! ¡Ellos eran los guardianes de un Concilio que había permanecido para sufrir sus consecuencias! Cuando corría el whisky, en sus bromas aparecía la sugerencia de que los cruzados de Mi'Holoie habían saqueado la floreciente d'go-Vanieta, de cuyas cenizas habría de surgir Kaiel-hontokae, más por hambre que por fervor religioso.

Joesai recordó a Kathein mientras sus ojos abandonaban a Bendaein para posarse en los tapices de los muros. El tejido era un trabajo manual de los Orthei, una escena de un Suicidio Ritual en masa, pero aunque el tema era muy conocido no lograba ubicar su origen. El rito no se parecía al de aquella parte del mundo. El hombre y la mujer que efectuaban su Contribución se habían cortado el cuello, no las muñecas, y la sangre corría por sus cuerpos tiñéndolos de rojo. Una cortesana particularmente voluptuosa, de tamaño natural, atrajo la atención de Joesai con su aspecto seductor.

Ella había olvidado al que acababa de llevar al Ultimo Placer, y parecía mirar a Joesai intensamente, pidiendo más. Los diseños tramados de su cuerpo eran dibujos geométricos que se amoldaban a sus curvas. Le recordó a Kathein, y pudo percibir su perfume mientras respondía a la mirada de la cortesana. Joesai se hubiese fundido con el tapiz para soñar con Kathein de no haber sido porque de pronto sus oídos escucharon que se hablaba de una gran cruzada por tierra.

Los getaneses vivían en un mundo de once mares inconexos. No obstante, pensaban en términos de montañas y planicies, ya que en caso de ser necesario todos los océanos podían ser sorteados. Nunca un Concilio había tenido que desafiar a un gobierno isleño, y por ese motivo no existía tradición al respecto.

—Si atacamos Soebo por tierra en lugar de sentarnos para celebrar un Banquete del Juicio, lo más probable es que nos ahoguemos —intervino Joesai con cinismo, hablando por primera vez.

Bendaein no pareció preocuparse por su sarcasmo.

—También hay un sector de tierra entre Kaiel-hontokae y Soebo. ¿Quieres cruzarlo a remo o prefieres hacerlo a vela?

Joesai emitió un gruñido y no respondió. No le agradaba en lo más mínimo el papel que le habían encomendado. Su misión era ir a la Plaza de Soebo y, sin ninguna defensa, realizar una pesquisa de avanzada. Una insolencia semejante en territorio Mnankrei sería como cometer un Suicidio Ritual sin los decorados del templo. A través de Bendaein, el Primer Profeta Aesoe le pedía abiertamente que realizase su Contribución a la Raza, un pequeño sacrificio en favor de una estrategia mayor.

Por supuesto que encabezar el grupo suicida tenía algunas ventajas. Bendaein no tendría forma de comunicarse con él, y podría crear su propia campaña. Pero le enfurecía saber a ciencia cierta que Aesoe sabía que desobedecería las órdenes. Por lo tanto, el plan maestro debía requerir a un hombre que se suicidase mientras se mofaba de la disciplina del clan.

Aesoe puede ver mi muerte y el provecho que de ella, se deriva.... ¡que aquellos que lo aman vomiten en su funeral!,
exclamó para sí mismo.

Joesai quebró otro mondadientes y se limpió las uñas. No estaba escuchando la Gran Estrategia.

Necesito a Noé,
pensó. Esposa-uno estaba relacionada con los pueblos marinos del norte del Njarae, los cuales no se sentían satisfechos bajo el gobierno de los Mnankrei.
Ella tendrá acceso a los barcos,
se dijo. Le dio las gracias a Dios por su familia. Ellos eran leales, en los buenos y en los malos momentos.

Debía convocar una reunión con sus hermanos-esposo Gaet y Hoemei. Sentía aquella presión tan familiar que crecía en su interior, la necesidad de golpear sin pensar, lo cual era una ventaja en casos de emergencia pero resultaba mortífero si tenía tiempo para reflexionar.

La guardería volvía a encerrarlo. Gaet y Hoemei lograrían calmarlo. Existía una salida. Siempre había existido una salida, y Hoemei era capaz de escapar a cualquier trampa.

Me pregunto si alguna vez Aesoe se volverá en contra del más bajo de mis hermanos. Debo estar aquí si eso ocurre. Ellos me necesitan,
se dijo mientras pensaba que en esta ocasión él los necesitaba a ellos.

Joesai se sintió invadido por una imperiosa necesidad de actuar. Soñando con Kathein, se marchó de aquella tediosa reunión. Por ella había sido señalado para morir. El dulce misterio de aquella mujer lo había impulsado a oponerse a Aesoe. Al final, su persistente violación de las estrategias oficiales lo había desprestigiado en un Concejo dominado por las ambiciones del Primer Profeta. Al oponerse a que el anciano sedujera a Kathein, también se había opuesto a su deseo de conquistar la distante Congoja. Ahora él era sacrificable. Sería utilizado para retar a los Mnankrei, quienes también tenían sus planes respecto a la costa.

Joesai recordó a una Kathein feliz, chapoteando en la alberca del patio, y vestida únicamente con una corona de enredadera del amor que mostraba sus primeros pimpollos rosados. Gaet no había logrado convencerla para que fuese con el resto de la familia a la cena del Día de la Fundación, cuyo plato principal era un remedo del budín Arant hecho con habas. Kathein no deseaba ir, y él había escapado a la insistencia de Gaet ya que no quería dejarla. La enredadera del amor no florecía en esa época, pero de todos modos Joesai compró unas ramas con la esperanza de despertar sus recuerdos. ¿Cómo olvidar un amor de Seis tan intenso?

Cuando estuvo ante la puerta, Joesai se debatió entre golpear la aldaba o pulsar la tonta campanilla electrónica que ella había instalado para elevarse por encima del resto de la humanidad. De cualquier modo, se arriesgaba a que le cerrasen la puerta en el rostro. Lo más sencillo era usar una ganzúa y entrar.

—¡Joesai! —Kathein lo encontró en el primer piso, mirando al bebé.

—¡Vaya! ¡Es bien grande! —Como restándole importancia, le entregó la enredadera del amor—. ¿Recuerdas cuando lo concebimos?

Ella se deshizo de la enredadera.

—¡No, no me acuerdo! ¡Tienes el trasero entre los ojos! ¡Aesoe te matará cuando averigüe que has estado aquí!

Joesai le sonrió y ella se debatió entre abrazarlo y apartarse.

—He preparado algo para ti —le dijo Kathein como si acabara de cocinar para él un veneno especial—. No porque te quiera, sino porque eres tan tonto que lo necesitas. ¡Tengo cosas mejores que hacer con mi tiempo!

Kathein lo llevó a una habitación donde trabajaban cuatro personas. Él sufrió una decepción; había querido estar a solas con ella.

—¿Qué es? —preguntó mirando la caja que había en un morral, con varias perillas negras y una bobina de alambre.

—Es un equipo portátil de rayófono. No habla, pero envía poderosas señales que pueden detectarse en Kaiel-hontokae, aunque estés en un lugar tan distante como Soebo. Teenae me ayudó con la codificación. Es lento pero redundante. Eso significa que tu mensaje se repetirá tantas veces que logrará atravesar cualquier interferencia y así podrá ser descifrado. Hoemei tendrá la clave. Tú deberás aprenderla.

—¿Para qué me servirá un artefacto tan incómodo?

En realidad se sentía muy complacido. Había quedado muy impresionado cuando Hoemei logró localizar a sus hombres en Soebo. Y lo mejor de todo era que Bendaein no sabría para qué servía, y los Mnankrei pensarían que se trataba de una marmita con sopa.

—Eres un zopenco. Ni siquiera me agradas. ¿No piensas darme las gracias?

Él la abrazó por los hombros.

—Cuando quieras. Todo lo que quieras.

Ella se quedó inmóvil.

—¡Así no!

Joesai la retuvo contra su cuerpo, negándose a ser rechazado.

—Kathein, te amamos.

Ella hizo una mueca.

—Eso acabó. ¡Ahora tengo mi propia vida, mi familia y mis amantes!

Su hostilidad desconcertó a Joesai. Pocas mujeres lo habían amado, pero ninguna de ellas lo había abandonado. Cerró su mente hasta que hubo desaparecido el dolor, y entonces buscó algún tema de interés mutuo.

—Teenae me contó maravillas de la nueva Voz de Dios.

—... ¡que casi consigues perder!

Él esbozó una sonrisa de disculpa.

—Hoy han aparecido más palabras de Dios. —Kathein suspiró—. Discúlpame por mostrarme irascible, Joesai. Estoy aterrada. Dios nos está hablando; ha roto Su Silencio, y no es lo que yo esperaba. Necesito tu opinión. La tuya. De todas las personas que conozco, eres la única que demuestra suficiente interés por los cielos para comprender lo que puede significar. Te mostraré los últimos argentógrafos.

Sólo cuatro páginas eran legibles... en un alfabeto casi familiar, y en un dialecto que casi tenía sentido. Él revisó la transcripción.

—No comprendo las palabras clave. «Destructor» suena como una moledora de grano. ¿«Pulverizador, crucero, dios guerrero»?

—Me parecieron los juegos de un dios.

—¿«Armas de trescientos milímetros»?

—En otro fragmento había un dios armado.

—Es muy confuso.

—En estas cuatro páginas se emplea alguna forma de la palabra «matar» dieciocho veces.

—Ya lo había notado. Éste es un lenguaje antiguo. Habla del mundo de los Salmos Heroicos en Solo. —Una especie de fervor religioso invadía a Joesai—. Narra Su historia en el Mundo del Cielo.

—¿Qué significa «arma»? Aquí —le señaló—. Pensé que se refería a un cuchillo, porque se emplea para matar, pero la otra referencia habla de una carreta. —Señaló otro pasaje—. ¿Un cuchillo con ruedas?

—Realicemos el ritual para desvelar más páginas.

—No. Tienes que irte. ¡Ahora! Conserva estas hojas. Yo tengo copias.

—Kathein, yo he venido a verte.

—¡Fuera! —exclamó ella—. ¡De otro modo tendré que ordenar que te echen! ¿No ves que estoy ocupada? Y llévate tu aparato de rayófono. Hoemei te asignará un hombre para que lo cuide por ti.

Joesai la miró con expresión adusta, reacio a partir. Los artesanos de Kathein lo miraban.

—Ya lo

—agregó ella burlándose de su amor—, tú
matarías
por mí. ¡Ahora vete!

Capítulo 35

No se puede llevar a un cobarde en misiones peligrosas ni confiar a un tonto la fortuna que se posee. ¿Entonces cómo podrán obtener empleo los cobardes y los tontos? Engórdalos mientras te entretienen. Son el forraje para los tiempos difíciles.

Del
Compendio Original

Con sumo cuidado, oculto detrás de los sacos de arena, Joesai tiró del alambre y disparó el percutor. ¡El aire crujió! Y luego, completo silencio. Durante unos segundos, Joesai y Gaet dejaron de respirar. Seguidamente corrieron a examinar el tubo de olor acre. No estaba partido. En el blanco de madera había aparecido un agujero.

Other books

A Geek Girl's Guide to Arsenic by Julie Anne Lindsey
Frankie by Kevin Lewis
Among Others by Jo Walton
The Cowboy and his Elephant by Malcolm MacPherson
Ars Magica by Judith Tarr
Steel Dominance by Cari Silverwood
The Haunted Mask II by R. L. Stine