Rito de Cortejo (49 page)

Read Rito de Cortejo Online

Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
10.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mucho después, cuando todos en el campamento estaban dormidos y los guardias se hallaban apostados, Consuelo regresó a la granja para endulzarle la noche. Cuando Joesai se tendió a su lado, ella masajeó sus músculos, tensos de tanto encorvarse sobre los papeles a la luz de la antorcha.

—¿Cómo es estar casado? —preguntó, volviendo a su tema favorito.

—Turbulento.

—Eso no me dice nada. La vida es turbulenta.

—Algún día busca unos cuantos esposos y averígualo.

—No —dijo ella—. He tomado mis votos. ¿Cuál es tu esposa preferida?

—La que se encuentra a mi lado.

—¿Yo te serviría como sustituta?

—No me quejo. Tú me cuidas mejor de lo que Teenae o Noé me han cuidado jamás.

—Gracias.

—Hay algo mágico en ti.

—¿Por qué sigues casado? ¿Por qué simplemente no vas de una mujer a otra? La vida sería más interesante de ese modo.

—¿Por qué los comienzos habrían de ser más interesantes que los intermedios o los finales? Yo
conozco
a mis esposas y esposos. Somos la clase de equipo que se tarda mucho tiempo en construir. Sin ellos
no habría
otras mujeres; yo estaría muerto. Los comienzos te dicen muy poco. Noé ni siquiera me agradó cuando la conocí. Pensé que era demasiado frívola para nosotros. Quería una muchacha seria de la guardería, no una de las Kaiel consentidas que provienen de una familia. Por lo tanto, la diversión no siempre está en los comienzos. Noé no comenzó a agradarme hasta que compartimos ese vuelo en planeador.

—¿Y Teenae?

—¿Cómo resistirse a una niña que adora hasta el suelo que pisas? Fui brusco y grosero con ella. La poseí sin preocuparme mucho por su placer. Pasó bastante tiempo antes de que su ímpetu y su inteligencia me domesticaran. Hallé fuerzas en ella. Teenae me enseñó la tolerancia y se ensañó implacablemente con mis contradicciones. Todas esas cosas llevan tiempo. No son para los comienzos.

Consuelo suspiró con la mirada perdida.

—Me siento tan sola contigo. Supongo que es porque no te he conocido el tiempo suficiente. Todavía no estoy en los medios.

Joesai la estrechó contra sí, contento con el calor de su pequeño cuerpo, sintiéndose menos solo que nunca antes en su viaje. La acarició. No encontraba nada apropiado que decir.

—Un hombre no debería hablar con una Liethe sobre sus esposas.

—Tonterías —respondió ella con tristeza—. Necesito saberlo todo.

Joesai se preguntó por qué, en las vísperas de cada gran suceso, se hablaba de cosas tan triviales: rumores, cosas del pasado, la forma de los senos, cuánto whisky podía beber un hombre antes de caer, el amor, la soledad. Ella se había quedado en silencio, sin más palabras.

—¿Estás ahí? —le preguntó.

—No quiero que me olvides nunca. —Entonces lo hizo suyo.

Todavía estaba oscuro cuando la fiebre lo despertó. Joesai trató de moverse, pero no pudo. Apenas si lograba abrir los ojos. El rostro pálido de Consuelo lo miraba. Ella estaba completamente vestida, con su túnica oscura de viaje.

—Estás enfermo —le dijo.

Él trató de mover la lengua, pero su boca parecía llena de pasta.

—La parálisis no es parte de la enfermedad. Te he intoxicado con el zumo del ei-cactus, para que no pudieses matarme por haber enfermado a todos tus jueces.

Joesai trató de abalanzarse sobre ella, pero sólo logró caer sobre un brazo. Unos gruñidos ahogados salían de su garganta.

Consuelo lo colocó en una posición más cómoda.

—Lo siento. No quería hacerlo. Has sido poco prudente al confiar en mí. Arreglé la fuga de tus amigos con Nie t'Fosal para ganarme tu confianza. —Entonces se marchó.

Él todavía podía pensar, y sus pensamientos surgían con una desesperación inusitada.

He cometido el único error que no me permitieron cometer,
se dijo. Estaba muerto, al igual que la Comitiva de Avanzada. Joesai maran-Kaiel era un idiota. Aesoe había triunfado, como de costumbre. Él había sido un señuelo para provocar el contragolpe más mortífero de los Mnankrei, y ahora Bendaein sabría a qué se enfrentaba. Bendaein el Prudente.
He deshonrado a mi familia,
pensó. Todavía podía llorar, aunque no era capaz de enjugarse las lágrimas de los ojos.

Hoemei le había pedido que esperase, pero su impaciencia lo había llevado a la ciudad, trayendo la pestilencia bajo la forma de una amante. Noé se lo había advertido. Teenae hubiese disparado a Consuelo de inmediato. Gaet lo lloraría como había llorado a Sanan... y luego iría a buscar otro esposo. La fiebre comenzó a llevarse la coherencia de su mente. El hijo de Kathein, que portaba sus genes, ofrecería una posibilidad más a su kalothi, pero el rostro de Kathein se confundió en una última imagen de Oelita... enloquecida por su repentina fe en Dios. Él la había conducido a la muerte, y ahora las Liethe le devolvían el favor.

Para Joesai, lo peor de todo era que no habría ningún Banquete Funerario. Nadie compartiría su carne. Sería quemado, por impuro.

Capítulo 52

¿Por qué un gobierno que hace lo que considera correcto habría de permitir las críticas? No permitiría que se opusieran a él con armas mortales.

Vladímir Ilich Lenin, de
La Fragua de la Guerra

El viento tormentoso soplaba desde el mar, arrancando la espuma de las olas. Los espías de Teenae entraron en la choza y le informaron de que habían llegado las embarcaciones Mnankrei. No lo habían sabido con la suficiente anticipación debido a la niebla. Maldiciendo, Teenae corrió al puesto de observación justo a tiempo para ver tres naves que entraban en la calma relativa de la bahía. En su primer momento de confusión gritó varias órdenes, pero luego se tranquilizó. Con aquella tormenta, Tonpa tendría que esperar para iniciar la descarga. Ella disponía de bastante tiempo. La sorpresa estaría de su lado. Esperó.

Los dos barcos más pequeños, con doble mástil, necesitaron todo un día para atracar y comenzar a vomitar su trigo y sus toneles del famoso whisky Mnankrei. Una barcaza trajo la carga con grano de la nave más grande, la de tres mástiles, a cuyo mando estaba Tonpa. Unas embarcaciones curiosas rodeaban el buque insignia. Una de ellas era la de Teenae. Usando unas lentes, observó cómo los Stgal recibían a sus salvadores, quienes no dudarían en usarlos de refrigerio en cuanto dejasen de serles útiles.

Teenae dio la orden de que apuntasen los rifles. Por cada hombre de Tonpa había dos de los de ella: un hereje discreto y un Kaiel con su arma. El pobre Gaet debía de estar oculto en alguna parte. Él no estaba dispuesto a tocar un rifle y no aprobaba la violencia.

Ella controlaba tres equipos portátiles de rayófono y todo un sistema de señales en los tejados, los cuales en lugar de banderas empleaban personas con atuendos clave.

El primer mensaje importante que recibió fue el de que la bomba ya había sido fijada al fondo del buque insignia. Contaba con dos fusibles: un reloj que ya se encontraba activado y un interruptor que se activaba sónicamente. Los Mnankrei no sabían nada de la guerra.

El segundo mensaje importante que recibió confirmaba la colocación de otras bombas en las pequeñas naves. Los Mnankrei no sabían nada de la suerte que corrió la Armada española. El tercer mensaje provino de un mensajero horrorizado, que le dijo que Gaet había decidido negociar con los Mnankrei y que había sido llevado al Templo por la fuerza. En esos momentos permanecía prisionero de los sacerdotes marinos y de los Stgal.

Teenae abandonó su puesto de mando enceguecida de ira, mientras cuatro Kaiel armados no tenían más remedio que escuchar su andanada de maldiciones.

—¡Ese esposo mío! ¡Una sonrisa! ¡Una caricia! ¡Algunas lisonjas! ¡Un poco de regateo! ¡Se cree capaz de negociar con cualquiera! ¡Qué he hecho para merecer un marido semejante! ¡Usaré su pellejo para hacerme un talego! ¡Come con el ano y orina con la boca! ¡Dios! ¡Dios del Cielo!

Teenae sujetaba con fuerza el rifle que tenía en la mano. Su cabellera negra se agitaba en torno a la franja rasurada del centro de su cabeza. Bajo la blusa ligera, sus senos temblaban con cada paso furioso que la acercaba al Templo.

Fue recibida por un Stgal de sonrisa furtiva, quien le exigió que los Kaiel se marchasen por donde habían venido. En la mente de Teenae se abatía una tempestad invernal. Si no pensaba rápido, Gaet moriría. Todavía no estaba preparada. Lo habían atrapado demasiado pronto. La carga de los barcos no había sido completada, y la gente de Congoja necesitaba ese trigo. Fingió caminar un poco, considerando la petición de los Stgal. En lugar de ello subió a una loma y dio la señal.

En los tejados de Congoja hubo un movimiento de atuendos de brillantes colores.

Unos estampidos distantes rompieron el silencio. Hubo una pausa mientras cambiaba la expresión en el rostro del Stgal. Entonces dos grandes llamaradas se alzaron hacia el cielo.

—Te entregaré la respuesta por escrito —dijo Teenae volviéndose hacia el Stgal. A lo lejos se oían las detonaciones de los rifles. Esa noche habría festines, pero ella sólo podía pensar en su amado Gaet, que la había comprado en el mercado de niños. Luchó para contener las lágrimas mientras buscaba las palabras. De algún modo, las que registró en el papel resultaron leninescas en su crueldad.

«Mensaje recibido. Es necesario que Gaet maran-Kaiel sea liberado
de inmediato.»
«De inmediato» era la frase favorita de Lenin. «Cualquier Stgal que no obedezca será ejecutado sin piedad al atardecer. La flota Mnankrei ya no existe. Los sacerdotes marinos que ocupaban la aldea han sido eliminados. Actuad en consecuencia.»

Disparó su rifle al aire bajo la nariz del joven sacerdote, destrozándole los nervios, y lo envió a transmitir
sus
exigencias. Los centinelas Stgal del Templo vieron la destrucción de la flota Mnankrei antes de que los sacerdotes marinos tomaran conciencia del desastre. Se escucharon murmullos. Entonces llegó el mensaje de Teenae, expresado en un lenguaje directo, prometiendo consecuencias tan excéntricas que los Stgal se cambiaron de bando inmediatamente. Poco después, los Mnankrei habían sido apresados y Gaet estaba libre.

—Te guías por tus emociones y no por la lógica —bramó Teenae cuando estuvo en presencia de Gaet. Al verlo entero, con el pellejo sobre el cuerpo, sus temblores se calmaron—. ¡Oh, Gaet!

—He conseguido algunas firmas entre mis captores para incrementar mi distrito electoral —dijo Gaet con una sonrisa.

—¡Eres como una máquina! ¡Ni siquiera te preocupaste mientras yo estaba allí fuera, temblando por tu vida!

—¡Nos has causado problemas!

—¡He capturado todo el pueblo!

—Justamente estaba negociando con el Amo de las Tormentas por un par de botas cuando nos interrumpieron bruscamente.

—¿Lo tienes? —preguntó Teenae con un destello de odio en la mirada.

—Está en la torre.

—¡Lo tengo! ¡Tonpa es mío! ¡Quiero dirigir los Ritos Finales! Soy una sacerdotisa. Me convertí en una Kaiel al casarme con vosotros.

—No hay ningún placer en la venganza —dijo Gaet tristemente.

—¡Lo hay! ¡Quiero mis botas! ¡Nadie más tiene botas con un diseño de olas tan bonito!

Esa noche, la sacerdotisa Kaiel Teenae, Ama de los Símbolos, ocupó una silla tallada en un opulento salón del Templo que hasta el día anterior había pertenecido a la Casa de los Stgal. Su larga cabellera negra estaba lavada y rizada, la franja de su cabeza recién rasurada y su rostro ruborizado con las marcas que resaltaban los pómulos y la boca sensual, habituada a sonreír. Llevaba puesta la túnica negra y formal de los Kaiel, y su postura era muy rígida ya que no estaba habituada a sus pliegues.

Tonpa fue llevado a su presencia. Estaba desnudo, con las muñecas sujetas por una cadena de bronce. Mostraba la cabeza erguida, la larga cabellera trenzada en la barba y ocultaba sus emociones detrás de las cicatrices con forma de ola. Lo custodiaban dos niños de la guardería, con las espaldas muy derechas.

Teenae sintió un odio helado. Lo haría pasar por el terror que ella nunca había olvidado. En lugar de ello se echó a reír. Recordó las palabras de Oelita sobre la piedad, pero no experimentó ninguna misericordia.

—Después de construir un camino —dijo imitando su discurso que recordaba tan bien—, llegamos aquí con provisiones para una hambruna inducida por los Mnankrei. Esta aldea está enclavada entre escarpadas montañas, pero consideramos que era nuestra obligación mitigar el hambre de estos valiosos miembros de la Raza. ¿Y con qué nos encontramos? Con un plan de conquista basado en el reinado de la miseria. Os aliáis a aquellos que crean formas de vida aberrantes, destinadas a destruir los alimentos sagrados. Quemáis los silos.

Teenae aguardó su respuesta. Él permaneció muy rígido.

—¿No respondes? Tonpa, has sobrestimado nuestra credulidad, y ahora tu clan deberá enfrentarse a nuestro Concilio. ¡Habla! ¡Defiéndete!

—Tú ya has tomado una decisión. No ofreceré ninguna defensa.

—¡Porque no
puedes
defenderte! —El odio volvió a aparecer—. ¡No estoy de humor para la compasión!

—Yo fui compasivo contigo.

—¡Eso no fue compasión! Fue parte de tu plan para esparcir mentiras sobre los Kaiel entre la gente de Congoja. Sin embargo, no fuiste lo bastante listo para crear una mentira que nos convenciera a nosotros también. De haber necesitado tu piedad, ahora estaría muerta o me faltaría la nariz.

—Trabajaré para ti.

Ella se echó a reír.

—¡Ya lo creo que lo harás! ¡Como mis botas! Te ofrezco una muerte honorable. Has violado el Código de Supervivencia. La Raza debe funcionar unida, no en contra de ella misma. Para expiar tu culpa, realizarás tu Contribución a la Raza y la librarás de los elementos genéticos que se combinaron formando un individuo tan malvado.

Él pareció estudiarla, escudriñar su actitud implacable buscando algún resquicio, pero al no encontrar nada aceptó su destino estoicamente. Podía resistirse o intentar escapar. Entonces moriría apuñalado por la espalda, lo cual sería una muerte deshonrosa.

Teenae se puso de pie.

—He estado leyendo a la Dulce Hereje. Ella es una mujer piadosa y muy convincente. —Adoptó una expresión más suave y posó una mano sobre su brazo... para torturarlo con la esperanza. Ella quería torturarlo. Pero cuando lo acompañó a la gran habitación de la torre, Tonpa supo que no tenía esperanzas.

Other books

A Scandalous Proposal by Kasey Michaels
Betrayed by Rebecca York
The Hundred Years War by Desmond Seward
The Girl Next Door by Brad Parks
Disintegration by Richard Thomas