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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (12 page)

BOOK: Robots e imperio
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–¿Baleymundo? –repitió Gladia vivamente, frunciendo el entrecejo.

–Se llama así en memoria del jefe de la primera expedición al planeta y a cualquiera de los planetas colonizados: Ben Baley.

–¿El hijo de Elijah Baley?

–Sí –contestó el colono, y cambió de tema. Se miró y dijo con cierta petulancia: –¿Cómo pueden ustedes soportar estas ropas suyas, lustrosas e infladas? Me encantará volver a ponerme las mías.

–Tendrá la oportunidad de hacerlo muy pronto. Pero, ahora, por favor, venga a almorzar conmigo. Me dijeron que su nombre era Baley.

Como su planeta.

–No es sorprendente. Es el nombre más respetado del planeta, naturalmente. Soy Degé Baley.

Habían llegado al comedor precedidos por Giskard, seguidos de Daneel, que se instalaron después en su correspondiente hornacina. Los demás robots ya se habían retirado y sólo quedaban dos, dedicados al servicio.

La estancia estaba llena de sol, las paredes profusamente decoradas, la mesa servida y el aroma de la comida tentador.

El colono olfateó y respiró con satisfacción:

–No creo que tenga el menor problema con la comida de Aurora.

¿Dónde quiere que me siente?

Un robot dijo al instante:

–¿Quiere sentarse aquí, señor?

El colono se sentó y Gladia, después de acomodar satisfactoriamente al invitado, ocupó su puesto.

–¿Degé? –preguntó–. Ignoro las peculiaridades de los nombres de su mundo, así que le ruego me perdone si mi pregunta le parece ofensiva. ¿No suena Degé a nombre femenino?

–En absoluto –respondió el colono algo envarado–. En mi caso no se trata de un nombre, es solamente un par de iniciales. La cuarta letra del alfabeto y la séptima.

–¡Oh! –dijo Gladia, ilustrada–. D.G. Baley. ¿Y qué significan las iniciales, si perdona mi curiosidad?

–Naturalmente. Allí está D, por supuesto –explicó señalando con el dedo una de las hornacinas de la pared – y sospecho que éste puede ser G – y señaló a otra.

–No lo dirá en serio –musitó Gladia.

–Claro que sí. Mi nombre es Daneel Giskard Baley. En cada generación mi familia tiene por lo menos un Daneel y un Giskard en las diversas ramas. Yo fui el último de seis hermanos, pero el primer varón. Mi madre creyó que eso bastaba pero compensó el no tener más que un chico poniéndome ambos nombres. Así fui Daneel Giskard Baley y el doble nombre fue un peso excesivo para mí. Yo prefiero Degé como nombre y me sentiré honrado si lo utiliza usted. –Sonrió cordialmente. –Soy el primero que lleva los dos nombres y el primero en ver los imponentes originales.

–Pero, ¿por qué esos nombres?

–Fue idea de mi antepasado Elijah, según se cuenta en la familia. Tuvo el honor de poner nombre a sus nietos y al mayor le llamó Daniel y al segundo, Giskard. Insistió en ambos nombres, y esto estableció la tradición.

–¿Y las hijas?

– El nombre tradicional de generación en generación es Jezabel...

Jessie. La esposa de Elijah, ¿sabe?

–Lo sé.

–No hay...– Calló de pronto y dedicó su atención al plato que acababan de ponerle delante. –Si estuviéramos en Baleymundo, diría que es un trozo de cerdo asado cubierto de salsa de cacahuete.

–En realidad se trata de un plato vegetal, D.G. Lo que iba usted a decir es que no había Gladias en su familia.

–No las hay –dijo D.G. tranquilo–. Una explicación es que Jessie, la primera Jessie, hubiera protestado, pero yo no la acepto. La esposa de Elijah, la antepasada, jamás vino a Baleymundo, ¿sabe?, nunca abandonó la Tierra. ¿Cómo podía haberlo hecho? No, para mí, es casi seguro que mi antepasado no quiso a otra Gladia. Ni imitaciones, ni copias, ni fingimientos. Una Gladia. Única... También pidió que no hubiera otro Elijah.

A Gladia le costaba trabajo comer.

–Creo que su antepasado se esforzó en la última etapa de su vida por ser tan poco emocional como Daneel. No obstante, bajo su piel latía un romántico. Pudo haber permitido otros Elijahs y otras Gladias. No me habría ofendido y me imagino que tampoco hubiera ofendido a su esposa.

–Rió, trémula.

–Pero todo esto parece, en cierto modo, irreal –dijo D.G.. –Mi antepasado es en realidad historia antigua; murió hace ciento cincuenta y cuatro años. Yo soy su descendiente en la séptima generación y, sin embargo, estoy aquí sentado con una mujer que le conoció cuando era joven.

–En realidad no le conocí... – musitó Gladia contemplando su plato –. Le vi por poco tiempo en tres ocasiones distintas en un período de siete años.

–Lo sé. El hijo de mi antepasado, Ben, escribió su biografía que es uno de los clásicos literarios de Baleymundo. Incluso yo la he leído.

–¿De veras? Yo no la he leído. Ni siquiera sabía que existiera. ¿Qué... qué dice de mí?

D.G. pareció divertido.

–Nada que no le gustara; la pone muy bien. Pero no importa eso. Lo que me asombra es que estemos juntos después de siete generaciones.

¿Cuántos años tiene, señora? ¿Es justo hacer esta pregunta?

–No sé si es justo o no, pero no tengo inconveniente en contestarla. En años galácticos estándar, tengo doscientos treinta y tres años. Más de veintitrés décadas.

–Su aspecto es el de una persona de cuarenta años y pico. Mi antepasado murió a los setenta y nueve, un anciano. Yo tengo treinta y nueve, y cuando muera, usted seguirá todavía viva...

–Si evito la muerte por accidente.

–Y seguirá viviendo quizá cinco décadas más.

–¿Me envidia, D.G.? –preguntó Gladia con un dejo de amargura en la voz. – ¿Me envidia por haber sobrevivido a Elijah en más de dieciséis décadas y por estar condenada a sobrevivirle diez décadas más?

–Por supuesto que la envidio. ¿Por qué no? No me importaría vivir por varios siglos, si no fuera porque sería un mal ejemplo para la gente de Baleymundo. En general, me disgustaría que vivieran tanto tiempo. Él ritmo de los avances históricos e intelectuales se haría entonces demasiado lento. Los de arriba se quedarían en el poder demasiado tiempo. Baleymundo se hundiría en el conservadurismo y la decadencia... como ha hecho su mundo.

Gladia levantó la barbilla, agresiva:

–Descubrirá usted que Aurora funciona muy bien.

–Estoy hablando de su mundo, Solaria.

Gladia titubeó, luego dijo enérgicamente:

–Solaria no es mi mundo.

–Espero que lo sea –dijo D.G.. –He venido a verla porque creo que Solaria es su mundo.

–Si es ésta la razón por la que ha venido a verme, está perdiendo el tiempo, joven.

–Nació usted en Solaria, ¿verdad? Y allí vivió durante unos años.

–Viví allí las tres primeras décadas de mi vida..., un octavo de mi existencia.

–Entonces esto la hace lo bastante solariana para que pueda ayudarme en un asunto que es muy importante.

–No soy una solariana, pese a este tan importante asunto.

–Es una cuestión de guerra y paz..., si lo considera importante. Los mundos espaciales se enfrentarán con el mundo de los colonizadores y las cosas irán mal para todos si llegamos a la guerra. Y solamente usted puede evitar la guerra y asegurar la paz.

13

La comida había terminado (fue una corta comida) y Gladia se encontró mirando a D.G. fríamente rabiosa.

Había vivido en paz las últimas veinte décadas, deshaciéndose de las complejidades de la vida. Poco a poco había olvidado la miseria de Solaria y las dificultades de su adaptación a Aurora. Había conseguido enterrar profundamente la agonía de dos asesinatos y el éxtasis de dos peculiares amores, un robot y un terrícola, y seguir adelante. Había terminado por vivir un largo y tranquilo matrimonio, tener dos hijos, y dedicarse al arte aplicado al vestido. Los hijos se habían ido, luego su marido, y finalmente se había incluso retirado del trabajo.

Ahora estaba sola, con sus robots, contenta con... o mejor, resignada a dejar que la vida se deslizara plácida y sin sobresaltos hacia el final, cuando llegara el momento un final tan suave que no se diera cuenta de que lo era cuando ocurriese.

Era lo que quería.

Entonces, ¿qué estaba pasando?

Había empezado la noche anterior cuando miró en vano el cielo estrellado en busca de la estrella de Solaria, que no estaba en el cielo y de hallarse en él no habría sido visible para ella. Era como si ese loco intento de alcanzar el pasado, un pasado que hubiera debido permanecer muerto, pinchara de pronto la fría burbuja que había levantado alrededor.

Primero el nombre de Elijah Baley, el más feliz y doloroso recuerdo de todos los que había apartado cuidadosamente, había surgido una y otra vez en angustiosa repetición.

Luego se vio obligada a tratar con un hombre que creía erróneamente ser descendiente de Elijah en quinto grado y ahora con otro que era realmente descendiente en séptimo grado. Por fin, se la cargaba ahora con problemas y responsabilidades parecidos a los que habían atormentado al propio Elijah en varias ocasiones.

¿Se estaba transformando en Elijah, sin nada de su talento, ni de su total dedicación al deber a toda costa?

¿Qué había hecho ella para merecer esto?

Sintió que su rabia se hundía bajo una riada de autocompasión. Se sintió injustamente tratada. Nadie tenía derecho a cargarla de responsabilidades contra su voluntad. Obligando su voz a un tono tranquilo, preguntó:

–¿Por qué se empeña en decir que soy solariana, cuando yo le digo que no lo soy?

D.G. no parecía turbado por la frialdad que ahora notaba en su voz.

Seguía sosteniendo la suave servilleta que le habían entregado al terminar la comida. La encontró caliente y húmeda, no demasiado caliente, imitó lo que hacía Gladia, secarse cuidadosamente los labios y las manos. Luego la dobló y la pasó por su barba. Ahora se estaba encogiendo y desintegrando.

–Supongo que acabará desapareciendo del todo –dijo.

–En efecto. –Gladia había depositado la suya en el receptáculo apropiado en la mesa. Retenerla era incorrecto y sólo podía perdonarse porque D.G. no estaba familiarizado con esta costumbre civilizada. –Hay quien cree que poluciona la atmósfera, pero hay una ligera corriente que lleva los restos hacia arriba y los proyecta a unos filtros. Dudo que nos cause molestias... Pero ha ignorado mi pregunta, señor.

D.G. arrugó lo que le quedaba de servilleta y la dejó en el brazo de su butaca. Un robot, en respuesta al discreto gesto de Gladia, la recogió.

–No trato de ignorar su pregunta. Tampoco trato de forzarla a ser solariana. Me limito a poner de relieve que nació en Solaria y pasó allí sus primeras décadas y por tanto podría razonablemente considerársela una solariana, por lo menos en cierto modo... ¿Sabe usted que Solaria ha sido abandonada?

–Lo he oído, sí.

–¿Y siente algo?

–Yo soy una aurorana y lo he sido por veinte décadas.

–Esto es un non sequitur.

–¿Un qué? –No entendió nada de las últimas palabras.

–Que no tiene relación con mi pregunta.

–Un non sequitur, quiere decir. Dijo usted un "nonsé quito".

–Está bien, dejémonos de tonterías. Le pregunto si siente algo por la muerte de Solaria y me contesta que es de Aurora. ¿Lo mantiene como respuesta? Una aurorana de nacimiento podría sentir la muerte de un mundo hermano. ¿Qué siente?

–¿Qué importa? – respondió Gladia, glacial. –¿Por qué le interesa?

–Se lo explicaré. Nosotros, los mercaderes de los mundos colonizados, estamos interesados porque hay un gran negocio que hacer, y un mundo que recuperar. Solaria está ya terraformada; es un mundo cómodo; ustedes los espaciales, no parecen necesitarlo o desearlo. ¿Por qué no colonizarlo?

–Porque no es suyo.

–Señora, ¿es suyo acaso y por eso pone objeciones? ¿Tiene Aurora más derecho a él que Baleymundo? ¿No podríamos suponer que un mundo vacío pertenece a todo aquel que quiere ocuparlo y colonizarlo?

–¿Lo ha colonizado?

–No..., porque no está vacío.

–¿Quiere decir que los solarios no lo han dejado del todo? –e xclamó rápidamente Gladia.

D.G. volvió a sonreír; una amplia sonrisa.

–La excita la idea..., aunque sea una aurorana.

La expresión de Gladia volvió a ensombrecerse:

–Conteste a mi pregunta.

D.G. se encogió de hombros.

–Según nuestras averiguaciones, quedaban solamente cinco mil solarios en el planeta, antes de que fuera abandonado. La población había ido disminuyendo a lo largo de los años. Pero incluso cinco mil... ¿Podemos estar seguros de que se han ido todos? Pero, ésta no es la cuestión.

Incluso si se hubieran ido todos, el planeta no estaría vacío. Hay en él unos doscientos millones o más de robots, robots sin amo, algunos de ellos del modelo más avanzado de la Galaxia. Presumiblemente esos solarios que se fueron se llevaron consigo algún robot... Es difícil imaginar a los espaciales prescindiendo de los robots (se volvió a mirar, sonriente, a los robots en sus hornacinas de la estancia). Así y todo, no pueden haberse llevado cuarenta mil por persona.

–Bien, puesto que sus mundos de colonizadores están libres de robots y desean seguir estándolo, presumo que no pueden colonizar Solaria.

–En efecto. No, hasta que no quede ni un robot y aquí es donde los mercaderes, como yo mismo, entramos en acción.

–¿De qué forma?

–No queremos una sociedad robotizada, pero no nos importa tocar robots y comerciar con ellos. No abrigamos hacia ellos un temor supersticioso. Solamente sabemos que una sociedad robotizada está abocada al deterioro. Los espaciales nos lo han hecho ver cuidadosamente con el ejemplo. Así que, si bien no queremos vivir con este veneno robótico, estamos dispuestos a vendérselos a los espaciales por una cantidad sustancial... si están tan locos como para querer este tipo de sociedad.

–¿Cree que los espaciales los comprarán?

–Estoy seguro de que sí. Agradecerán los elegantes modelos manufacturados por los solarianos. Es de sobra sabido que eran los mejores diseñadores de robots de la Galaxia, aun cuando el difunto doctor Fastolfe es tenido como incomparable en este campo, pese a que era aurorano... Además, aunque cargáramos una fuerte cantidad por ellos, dicha cantidad sería considerablemente inferior al valor de los robots. Espaciales y mercaderes se beneficiarían por igual. Éste es el secreto de un buen negocio.

–Los espaciales no comprarían robots a los colonizadores –dijo Gladia claramente despectiva.

D.G. poseía el don de ignorarlo que no fuera esencial, como el enfado o el desprecio. Lo que contaba era el negocio, así que dijo:

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