Robots e imperio (30 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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D.G. se puso en pie.

–Me alegra oírselo decir, señora Gladia. Tenía la esperanza de que pensara así. Le prometo que haré lo imposible por traerla de vuelta conmigo cuando salgamos de Aurora. Pero, ahora mismo, debo ir a Aurora y usted conmigo.

40

Gladia contempló cómo se alejaba Baleymundo con emociones distintas a las que experimentó cuando lo vio acercarse. Ahora era precisamente aquel mundo frío, gris y miserable que le había parecido en un principio, pero su gente estaba llena de calor y vida. Era gente real, sólida. Solaria, Aurora, los otros mundos espaciales que había visitado o contemplado en hipervisión, parecían llenos de gente insustancial, "gaseosa". Ésa era la palabra. "Gaseosos."

No importaba que fueran pocos los humanos que vivían en un mundo espacial, se extendían para llenar el planeta del mismo modo que las moléculas de gas se extienden para llenar el recipiente que las contiene.

Era como si los espaciales se repelieran.

Y lo hacían, se dijo deprimida. Los espaciales la habían repelido siempre. En Solaria la habían educado para ejercer esa repulsión, pero incluso en Aurora, cuando en un principio disfrutó locamente con el sexo, descubrió que lo menos divertido era la gran proximidad que se hacía necesaria.

Excepto..., excepto con Elijah. Pero él no era un espacial. Baleymundo no era así. Probablemente los demás mundos colonizados no lo eran. Los colonos se agrupaban dejando grandes extensiones vacías a su alrededor como precio a la agrupación.. espacios vacíos, hasta que el aumento de poblacion los llenara, un mundo de colonos era un mundo de agrupaciones, de piedras y rocas, pero no de gas.

¿Y por qué era así? ¡Quizá por los robots! Disminuían la dependencia de la gente. Llenaban los intersticios. Eran el aislamiento que disminuía la natural atracción de la gente entre sí, de modo que todo el sistema se deshacía y formaba puntos aislados.

Tenía que ser así. En ninguna parte había más robots que en Solaria y su efecto aislante había sido tan grande que las moléculas separadas de gas, que eran los seres humanos, se volvían tan sumamente inertes que casi nunca se relacionaban entre sí. (¿Adónde habían ido los solarios, volvió a preguntarse, y cómo vivían?)

La longevidad tenía también que ver con ello. ¿Cómo podía mantenerse un lazo emocional que no se fuera volviendo agrio a medida que transcurrían las múltiples décadas?, o, si uno moría, ¿cómo podía soportarse el dolor de la separación durante infinidad de décadas? Uno aprendía, por tanto, a no unirse emocionalmente sino a apartarse, a aislarse.

Por el contrario, los seres humanos, si eran de vida breve, no podían tan fácilmente despegarse de la atracción de la vida. Como las generaciones se sucedían rápidamente, el balón de la fascinación saltaba de mano en mano sin tocar el suelo jamás.

Recientemente había dicho a D.G. que no tenía más que hacer ni más que conocer, que había experimentado todo, que tenía que seguir viviendo en mortal aburrimiento. Y no había conocido, ni soñado siquiera hablar a multitudes de seres , apiñados unos junto a otros; dirigirse a muchos que se fundían en un mar de cabezas; oír su respuesta, no en palabras sino en sonidos sin palabra; fundirse con ellos; sentir como sentían ellos, transformarse en un solo gran organismo.

Y no era porque anteriormente nunca hubiera experimentado tal cosa, era que nunca había soñado que algo así pudiera experimentarse. ¿De cuántas cosas más no sabía nada pese a su larga vida? ¿Qué más existía para experimentar que fuera incapaz de imaginar?

Daneel le avisó, dulcemente:

–Gladia, creo que el capitán pide permiso para entrar.

–Déjale pasar.

D.G. entró, enarcando las cejas y dijo:

– ¡Qué alivio! Pensé que a lo mejor no estaba.

–En cierto modo, no estaba –respondió Gladia sonriendo–. Estaba perdida en mis pensamientos. Suele ocurrirme.

–Tiene suerte. Mis pensamientos no son nunca lo suficientemente extensos para que me pierda en ellos. ¿Se ha reconciliado con la idea de visitar Aurora, señora?

–En absoluto. Entre los pensamientos en los que me había perdido había uno referente a que todavía no tengo la menor idea de por qué debe ir a Aurora. ¿Puede ser solamente para devolverme? Cualquier transporte espacial podía llevarme.

–¿Puedo sentarme, señora?

–Claro que sí. No hace falta decirlo, capitán. Quisiera que dejara de tratarme como a una aristócrata. Resulta agotador. Y si es una indicación irónica porque soy una espacial, entonces es mucho peor. La verdad, yo preferiría que me llamara Gladia.

–Parece deseosa de deshacerse de su identidad espacial, Gladia –dijo D.G. sentándose y cruzando las piernas.

–Preferiría olvidarme de distinciones no esenciales.

–¿No esenciales? No, mientras viva cinco veces más que yo.

–Es curioso que estuviera yo pensando precisamente en esto como en una molesta desventaja para los espaciales. ¿Cuánto tardaremos en llegar a Aurora?

–Esta vez no habrá acción evasiva. Unos días para alejamos lo bastante de nuestro sol y poder dar el "salto" a través del hiperespacio que nos llevará a pocos días de Aurora... y nada más.

–¿Y por qué debe usted ir a Aurora, D.G.?

–Podría decirle que es por pura cortesía, pero la realidad es que me gustaría explicar a su Presidente o a cualquiera de sus subordinados, lo que ocurrió exactamente en Solaria.

–¿Ignoran lo que ocurrió?

–Conocen lo esencial. Fueron lo bastante amables para intervenir nuestras comunicaciones, como habríamos hecho con las suyas en la misma situación. Pero pueden no haber sacado las debidas conclusiones. Si es así, me encantaría corregírselas.

–¿Y cuáles son las debidas conclusiones, D.G.?

–Como ya sabe, los capataces de Solaria fueron programados para responder a una persona humana solamente si él o ella hablaban con acento solario, como usted. Eso quiere decir que no solamente los colonizadores no eran considerados humanos, sino que los espaciales no solarios tampoco lo eran. Para ser exacto, los auroranos no hubieran sido tenido por humanos en caso de aterrizar en Solaria.

Gladia abrió los ojos, asombrada:

–Es increíble. Los solarios no programarían a sus capataces para atacar a los auroranos como hicieron con ustedes.

–¿Lo cree así? Ya han destruido una nave aurorana. ¿Lo sabía?

– ¡Una nave aurorana! No, no lo sabía.

–Le aseguro que lo hicieron. Tocó tierra casi al mismo tiempo que nosotros. Nosotros nos libramos, pero ellos no. Nosotros la teníamos a usted, ¿comprende?, y ellos no. La conclusión es o debería ser, que Aurora no puede tratar automáticamente a otros mundos espaciales como aliados. En caso de emergencia, será cada mundo espacial por sí solo.

Gladia sacudió violentamente la'cabeza.

–Sería poco seguro generalizar, a juzgar por un solo incidente –observó Gladia–. Los solarios habrían encontrado difícil hacer que los capataces reaccionaran favorablemente a cincuenta acentos distintos y en contra de varios otros. Resultaba más fácil limitarles a un. solo acento, Nada más. Jugaron a que ningún otro espacial trataría de aterrizar en su mundo y perdieron.

–Sí, estoy seguro de que así es como argüirán los jefes auroranos, ya que la gente encuentra más fácil llegar a una deducción agradable que a una desagradable. Lo que yo quiero es asegurarme de que vean la posibilidad de la desagradable y que esto les resulte incómodo. Perdone mi presunción, pero no puedo confiar en que nadie lo haga tan bien como yo; por lo tanto creo que soy yo, y nadie más que yo, el que debe ir a Aurora.

Gladia se sintió desagradablemente turbada. No quería ser una espacial; quería ser un humano y olvidar lo que acababa de calificar de “distinción no esencial”. Sin embargo, cuando D.G. habló, satisfecho de obligar a Aurora a una postura humillante, se sintió todavía un poco espacial.

–Me figuro que también habrá tiranteces entre los mundos colonizados observó, fastidiada–. ¿No es también cada mundo colonizado por sí solo?

D.G. sacudió la cabeza negativamente.

–Le puede parecer que esto debe ser así y no me sorprendería que un mundo colonizado sienta a veces el impulso de anteponer su propio interés al del conjunto, pero nosotros tenemos algo de lo que carecen los espaciales.

–¿Y qué es? ¿Una mayor nobleza?

–De ningún modo. No somos más nobles que los espaciales. Lo que tenemos nosotros es la Tierra. Es nuestro mundo. Cada colono visita la Tierra con tanta frecuencia como puede. Cada colono sabe que hay un mundo, grande, avanzado, con una increíble riqueza histórica, una variedad cultural y una complejidad ecológica, que es suyo y al que pertenece. Los mundos colonizados pueden disputar entre sí, pero su disputa no degenerará en violencia o en una permanente ruptura de relaciones, porque el gobierno de la Tierra está automáticamente llamado a mediar en todos los problemas y su decisión es suficiente e indiscutible.

Éstas son nuestras tres ventajas, Gladia: la falta de robots, algo que nos permite construir nuevos mundos con nuestras propias manos; la rápida sucesión de generaciones, que ofrece un cambio constante; y, por encima de todo, laTierra,que es nuestro núcleo central.

Gladia insistió, impaciente:

–Pero los espaciales... –y se calló.

D.G.
 sonrió con cierta amargura.

–Iba usted a decirme que los espaciales también son descendientes de la Tierra y que también es su planeta, ¿verdad? Es de hecho cierto pero psicológicamente falso. Los espaciales han hecho lo imposible para negar su herencia. No se consideran descendientes de la Tierra. Si yo fuera un místico, diría que por el hecho de separarse de sus raíces, de cortarlas, los espaciales no pueden sobrevivir por mucho tiempo. Pero, claro, no soy un místico y no voy a decirlo así. De todos modos no pueden sobrevivir. Lo creo.

Luego, pasada una pequeña pausa, añadió con cierta turbación afectuosa, como si se diera cuenta de que en su excitación la hería en un punto sensible de su interior:

–Pero, por favor, Gladia, piense en usted como un ser humano y no sólo como espacial, y yo pensaré en mí como ser humano más que como un colonizador. La humanidad sobrevivirá, ya sea en forma de colono ya en forma de espacial o de ambos a la vez. Creo que será solamente en forma de colonizadores, pero puedo estar equivocado.

–No –dijo Gladia, tratando de eliminar la emoción–, creo que tiene razón, a menos que de un modo u otro la gente aprenda a dejar de insistir en la distinción espacial/colono. Mi meta es ésta: ayudar a la gente a conseguirlo.

–Pero, estoy retrasando su cena –se excusó D.G. mirando la cinta horaria que recorría la pared–. ¿Puedo cenar con usted?

–Naturalmente.

D.G. se levantó:

–Iré a encargarla. Podría enviar a Daneel o Giskard, pero me resisto a adquirir la costumbre de dar órdenes a los robots. Además, por mucho que la tripulación la adore, me temo que la adoración no se extiende a sus robots.

Gladia no disfrutó gran cosa de la comida que le trajo D.G. No parecía acabar de acostumbrarse a la falta de sutileza en los sabores, que podían ser la herencia del planeta Tierra, que preparaba comida con levadura para las masas, pero tampoco especialmente repulsiva. Comió impertérrita.

Al darse cuenta D.G. de su falta de entusiasmo, preguntó:

–No le hará daño la comida, ¿verdad?

–No. Aparentemente, estoy aclimatada. Tuve algunos trastornos desagradables cuando llegué a bordo la primera vez, pero no fueron especialmente graves.

–Me alegro, pero Gladia...

–¿Qué?

–¿Se le ocurre alguna razón por la que el gobierno de Aurora la desea de vuelta tan urgentemente? No puede ser su proceder con la capataza, ni tampoco su discurso. La petición fue enviada mucho antes de que se enteraran de ambas cosas.

–En ese caso, D.G. –dijo Gladia tristemente–, no pueden quererme para nada. Nunca lo han hecho.

–Pero debe de haber algo. Como le digo, el mensaje llegó de parte del Presidente del Consejo de Aurora.

–Ese determinado Presidente, en este momento determinado, es considerado como un figurón.

–¡Ah! ¿Y quién está detrás de él? ¿Kelden Amadiro?

–Exactamente. ¿Lo conoce?

–Ya lo creo –contestó D.G., sombrío–, es el centro de los fanáticos anti-Tierra. Es el hombre que políticamente fue aplastado por el doctor Fastolfe hace veinte décadas y que sobrevive para amenazamos de nuevo. Él es un ejemplo de la mano muerta de la longevidad.

–Sí, pero también hay un raro rompecabezas. Amadiro es un hombre vengativo. Sabe que Elijah Baley fue la causa de esa derrota de que me habló, y cree que yo también soy responsable. Su odio, su odio extremo, se extiende hasta mí. Si el Presidente me reclama, sólo puede ser porque Amadiro me reclama..., ¿y para qué iba a hacerlo? Preferiría deshacerse de mí. Probablemente fue por lo que me envió con usted a Solaria. Contaba seguramente con que nuestra nave sería destruida y yo con ella. Esto no le hubiera causado el menor disgusto.

–Con lágrimas de cocodrilo, ¿verdad? –murmuró D.G., pensativo–. Pero tengo la seguridad de que no le explicaron nada. Nadie le dijo: "Vayase con ese loco mercader porque nos encantaría que la mataran".

–No. Me dijeron que usted necesitaba que yo le ayudara y que era político cooperar con los mundos colonizadores en aquel momento, y que redundaría en un gran bien para Aurora el que yo, a mi regreso de Solaria, les informara de todo cuanto hubiera ocurrido.

–Sí, cabía esperarlo. Incluso podían haberlo pensado así hasta cierto punto. Entonces es posible que deseen una relación de primera mano de lo ocurrido al ver que nuestra nave escapó, contra todo lo previsto, mientras la suya era destruida. Por tanto, el traérmela a Baleymundo en lugar de regresarla a Aurora, les ha hecho reclamar a gritos su regreso. Podía ser eso. Pero, ahora, conocen la historia, así que ya no la necesitan. No obstante –añadió mas para sí que para Gladia–, lo que saben es lo que captaron por la hipervisión de Baleymundo y puede que prefieran no aceptar la versión que hemos dado. Y, sin embargo...

–Sin embargo, ¿qué, D.G.?

–Instintivamente, algo me dice que su mensaje no ha sido motivado por el mero deseo de que usted vuelva. La insistencia con que está redactado, me parece que va más allá.

–No pueden querer nada más de mí. Nada –repitió Gladia.

–¡Quién sabe!

41

–También me lo pregunto yo –dijo Daneel desde su hornacina aquella noche.

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