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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (27 page)

BOOK: Robots e imperio
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Además incluso los halcones de la guerra claman por usted, pero, a la fría luz de la mañana, cuando se apague el hipnotismo y la histeria, se sentirán furiosos. Si el viejo Bistervan no decidió matarla inmediatamente después de su discurso, lo pensará mañana. La ambición de su vida es matarla mediante una lenta tortura. Y hay gente de su partido que se ofrecería para ayudar al viejo a satisfacer este pequeño capricho.

Es por lo que está aquí, señora. Es por lo que esta habitación, este piso, este hotel por completo, está guardado y vigilado por no sé cuántos destacamentos de agentes de seguridad, entre los que ojalá no se encuentre ningún halcón encubierto. Y por haber estado tan íntimamente asociado con usted en este juego de héroe-heroína, me encuentro atado aquí también, y no puedo salir.

–¡Oh! –se excusó Gladia–. Cuánto lo siento. Entonces no podrá ver a su familia.

D.G. se encogió de hombros.

–Los mercaderes no tenemos demasiada familia.

–A su amiga, pues.

–Sobrevivirá... probablemente mejor que yo. –Y dirigió una mirada especulativa a Gladia.

–Ni siquiera lo piense, capitán –protestó ella.

–No hay forma de evitar que lo piense, pero no voy a hacer nada, señora.

–En serio, ¿cuánto tiempo cree que tendré que quedarme aquí?

–Depende del Directorio.

–¿El Directorio?

–Nuestro consejo ejecutivo, señora. Cinco personas... –levantó la mano con los cinco dedos bien abiertos –cada una de ellas sirviendo por cinco años alternativos, con un reemplazo cada año, y elecciones especiales en caso de muerte o invalidez. Esto proporciona continuidad y disminuye el peligro del gobierno de una sola persona. También significa que cada decisión debe discutirse y esto lleva tiempo, a veces más tiempo del que podemos permitirnos.

–Se me ocurre –dijo Gladia– que si uno de los cinco fuera un individuo decidido y fuerte...

–Podría imponer su opinión sobre los demás. Cosas así ya han ocurrido a veces, pero ahora no es como antes... No sé si me entiende. El director más antiguo es Genovus Pandaral. No hay nada malo en él, pero es un indeciso...,.y esto a veces es malo. Le pedí que permitiera a sus robots estar en la tribuna con usted, y resultó ser una mala idea.

–Pero, ¿por qué fue una mala idea? La gente estaba encantada.

–Demasiado, señora. Queríamos que usted fuera nuestra heroína espacial preferida y que nos ayudara a mantener la indiferencia, de modo que no tuviéramos que iniciar una guerra prematura. Estuvo muy bien en cuanto a longevidad; estuvieron aplaudiendo y vitoreando la vida breve.

Pero después los tuvo vitoreando a los robots y eso no nos gusta. Por esta razón, no nos gusta demasiado que el público vitoree la noción de parentesco con los espaciales.

–No desean una guerra prematura, pero no desean una paz prematura tampoco. ¿Es eso?

–Bien planteado, señora.

–Entonces, ¿qué es lo que quieren?

–Queremos la Galaxia, toda la Galaxia. Queremos colonizar y poblar cada planeta habitable que haya en ella, y establecer nada menos que el Imperio Galáctico. Y no queremos que los espaciales nos interfieran.

Pueden quedarse en sus propios mundos y vivir en paz como quieran, pero no deben interponerse.

–Pero entonces los encerrarán en sus cincuenta mundos, como nosotros hicimos con la Tierra y sus habitantes, durante muchos años. La misma injusticia. Es usted tan malo como Bistervan.

–Las situaciones son diferentes. Los de la Tierra fueron encerrados por su potencial expansivo. Ustedes, espaciales, no tienen tal potencial. Eligieron el camino de la longevidad y los robots y perdieron el potencial. Ni siquiera tienen ya cincuenta mundos. Solaria ha sido abandonada. Los demás irán cayendo igual. Los colonizadores no están interesados en empujar a los espaciales hacia la extinción, pero, ¿por qué íbamos a interponernos en su voluntaria elección? Su discurso tendía a interponerse en contra.

–Me alegro. ¿Qué pensó que iba a decir?

–Se lo dije. Paz, amor y siéntese. Hubiera terminado en un minuto.

Gladia protestó, furiosa:

–No puedo creer que esperara algo tan estúpido por mi parte.¿Por quién me había tomado?

–Por lo que usted misma se había tomado... Por alguien mortalmente asustada de hablar. ¿Cómo podíamos saber que era una loca que podía, en media hora, persuadir a los baleymundistas de que gritaran a favor de lo que durante varias vidas hemos estado persuadiéndoles de que gritaran en contra? Pero esta conversación no nos llevará a ninguna parte. – Se puso en pie pesadamente. –Yo también necesito una ducha y dormir toda la noche... si puedo. La veré mañana.

–Pero, ¿cuándo sabremos lo que el Directorio decidirá hacer conmigo?

–Cuando ellos lo descubran, que no va a ser pronto. Buenas noches, señora.

36

–He hecho un descubrimiento –dijo Giskard, sin la menor emoción en la voz–. Lo he hecho porque, por primera vez en mi existencia me encontré frente a millares de seres humanos. De haberlo hecho doscientos años atrás, lo habría descubierto entonces. Si nunca me hubiera enfrentado con tantos a la vez, no lo habría descubierto nunca. Piensa en cuántos puntos vitales podría fácilmente captar, pero no lo he hecho nunca ni lo haré, simplemente porque las condiciones adecuadas no se cruzan en mi camino. Sigo ignorante menos cuando las circunstancias me ayudan: no puedo contar con las circunstancias.

–Yo no creía, amigo Giskard, que Gladia, con su tan continuado modo de vivir, pudiera enfrentarse con tanta ecuanimidad a millares de personas. No creía que fuera capaz de hablarles. Cuando resultó que sí podía, presumí que la habías ajustado y que habías descubierto que podías hacerlo sin dañarla. ¿Era éste tu descubrimiento?

–Amigo Daneel, lo único que realmente me atreví a hacer fue aflojar unas hebras de su inhibición, lo bastante para permitirle decir unas pocas palabras, de modo que pudieran oírla.

–Pero ella hizo mucho más que eso.

–Después del ajuste microscópico, me volví a la multiplicidad de mentes que veía entre el público. Nunca había experimentado a tantas, lo mismo que Gladia. Me quedé tan estupefacto como ella. Al principio me encontré con que no podía hacer nada en aquel vasto entrelazado mental que me golpeaba. Me sentí desamparado. Y de pronto empecé a notar pequeñas simpatías, curiosidades, intereses, no puedo describírtelo con palabras, con un tono de simpatía por Gladia en todos ello. Jugué con lo que pude descubrir que tuviera ese tono de simpatía, apretando y apretando muy ligeramente. Buscaba una pequeña respuesta en favor de Gladia para que se sintiera animada, para que me resultara necesario sentir la tentación de tantear más en la mente de ella. Eso fue lo único que hice.

–¿Y luego qué, amigo Giskard?

–Encontré, Daneel, que había puesto en marcha algo que era autocatalítico. Cada hebra que tensaba, tensaba otra hebra cercana del mismo tipo y las dos juntas tensaban otras varias, también cercanas. No tenía que hacer nada más. Pequeños movimientos, pequeños sonidos, pequeñas miradas que parecían aprobar lo que decía Gladia, y que animaban a otros.

Luego encontré algo todavía más extraño. Todos estos pequeños indicios de aprobación, que yo podía detectar porque las mentes estaban abiertas para mí, también debió de detectarlas ella, porque las otras inhibiciones de su mente fueron cayendo sin que yo tuviera que tocarlas. Empezó a hablar más de prisa, con más confianza, y el público respondió mejor que nunca..., sin que yo hiciera nada. Al final hubo histeria, una tormenta, una tempestad de truenos y relámpagos mentales tan intensos que tuve que cerrar mi propia mente o se me hubieran recargado los circuitos.

Nunca en toda mi existencia había encontrado algo parecido. No obstante, empezó sin que yo introdujera ninguna modificación en aquella muchedumbre, como las que en el pasado introduje entre un pequeño grupo de personas. La verdad es que sospecho que el efecto se extendió más allá de la gente sensible a mi mente, y al gran público le llegó vía hiperonda.

–No sé cómo puede ser eso, amigo Giskard.

–Ni yo, amigo Daneel. No soy humano. No experimento directamente la posesión de una mente humana con todas sus complejidades y contradicciones, así que no capto el mecanismo, o mecanismos, al que responden. Aparentemente, las multitudes se manejan más fácilmente que los individuos. Parece una paradoja. Mucho peso es más difícil de levantar que poco peso. Es más difícil contrarrestar mucha energía que poca energía. Cuesta más tiempo recorrer una gran distancia que una pequeña distancia. Entonces, ¿por qué resulta más fácil manejar a mucha gente que sacudir a unos pocos? Amigo Daneel, tú que piensas como un ser humano, ¿puedes explicármelo?

–Tú mismo lo has dicho, amigo Giskard: un efecto autocatalítico, un caso de contagio. Una sola chispa puede hacer que se queme un bosque.

Giskard pareció estar sumido en profundos pensamientos. Al cabo de unos minutos, dijo:

–No es la razón la que es contagiosa, sino la emoción. Gladia eligió argumentos que sabía que conmoverían al público. No trató de razonar con ellos. Puede ser que cuanto mayor sea el grupo de gente, más fácilmente se la convence por la emoción que por la razón. Como las emociones son pocas y las razones muchas, el comportamiento de una masa de gente es más fácil de predecir que el comportamiento de una sola persona. Y esto, a su vez, significa que si deben desarrollarse las leyes que permitan predecir el curso de la historia, uno debe tratar con grandes concentraciones de gente, cuanto mayores mejor. Esto podría ser la primera ley de Psicohistoria, la clave para estudiar a los humanos. Pero...

–¿Sí?

–Me asombra que hayas tardado tanto tiempo en comprender esto, solamente porque no soy un ser humano. Un humano tal vez comprendería instintivamente su propia mente lo bastante bien para saber cómo manejar otras parecidas. Gladia, sin ninguna experiencia en dirigirse a multitudes, llevó el asunto magistralmente. ¡Cuánto mejor hubiera ido todo si tuviéramos con nosotros a alguien como Elijah Baley! Amigo Daneel, ¿no piensas en él?

–¿Puedes ver su imagen en mi mente? Es asombroso, amigo Giskard.

–No lo veo, amigo Daneel. No puedo recibir tus pensamientos. Pero puedo percibir emociones y estados de ánimo... Tu mente posee una calidad, lo sé por antiguas experiencias, que sé que está asociada con Elijah Baley.

–Gladia mencionó que yo fui el último que vio al colega Elijah en vida, así que, en el recuerdo, escucho otra vez aquel momento. Pienso otra vez en lo que dijo.

–¿.Qué fue, amigo Daneel?

–Busco el significado. Sé que es importante.

–¿Cómo puede ser que lo que dijo encerrara un significado más allá del valor de las palabras? Si hubiera habido un significado oculto, Elijah Baley lo habría dicho.

–Quizá –musitó Daniel– el propio colega Elijah no comprendía el significado de lo que me estaba diciendo.

Tercera parte MUNDOBALEY

X. DESPUÉS DEL DISCURSO
37

–¡Recuerdos!

Pesaban en la mente de Daneel como un libro cerrado, infinitamente detallado, siempre disponible para su uso. Con frecuencia revisaba algunos pasajes para su mayor información, pero solamente se revisaban unos pocos porque Daneel quería simplemente sentir su tacto. Eran muy pocos; y en su mayoría eran los que se referían a Elijah Baley.

Muchas décadas atrás, Daneel vino a Baleymundo mientras Elijah Baley estaba todavía vivo. Gladia viajó con él, pero una vez en órbita de Baleymundo, Bentley Baley descendió en su pequeña nave para encontrarse con ellos y subió a bordo. En aquel momento ya esa un hombre envejecido. Miró a Gladia con ojos ligeramente hostiles, y le dijo:

–Usted no puede verle, señora,

Y Gladia que había estado llorando preguntó:

– ¿Por qué no?

– Porque él no lo desea, señora, y debo respetar sus deseos.

–No puedo creerlo, señor Baley.

–Traigo una nota escrita y una grabación de su voz, señora. Ignoro si puede reconocer su escritura o su voz, pero le doy mi palabra de honor de que son suyas y que ninguna influencia indebida le obligó a facilitárnosla.

Entró en su camarote para leer y escuchar a solas, Luego reapareció, con expresión derrotada, pero consiguió decir con voz firme:

–Daneel, debes ir solo a verle. Es su deseo. Pero deberás informarme de todo cuanto se haga y se diga.

–Sí, señora.

Daneel se trasladó a la nave de Bentley y éste le dijo:

–Los robots no están autorizados en nuestro mundo, pero se ha hecho una excepción en tu caso porque se trata del deseo de mi padre y porque así se le reverencia. Yo no siento ninguna aversión personal contra ustedes, compréndelo, pero tu presencia aquí debe ser forzosamente limitada. Se te llevará directamente junto a mi padre. Cuando haya terminado contigo, serás devuelto inmediatamente a la órbita. ¿Lo comprendes?

–Lo comprendo, señor. ¿Cómo está su padre?

–Está muriéndose –contestó Bentley, quizá con voluntaria brutalidad.

–Esto también lo comprendo .dijo Daneel, y su voz tembló perceptiblemente, no por una emoción normal, sino porque el conocimiento de la muerte de un ser humano, por inevitable que fuera, desordenaba sus circuitos positrónicos cerebrales–. Quiero decir que, ¿cuánto tiempo puede tardar en morir?

–Debió haber muerto hace tiempo. Pero está aferrado a la vida porque se niega a abandonarnos hasta que te haya visto.

Llegaron a tierra. Era un mundo, grande, pero el sector habitado, si esto era todo, era pequeño y destartalado. Estaba nublado y había llovido recientemente. Las calles, amplias y rectas, estaban vacías como si el pueblo allí residente no estuviera de humor para reunirse para contemplar a un robot.

El transporte de tierra les llevó a través de aquel vacío hasta una vivienda algo mayor y más importante que las demás. Entraron juntos.

Delante de una puerta, Bentley se detuvo:

–Aquí está mi padre –dijo con tristeza–. Debes entrar solo. No quiere que yo vaya contigo. Entra. Puede que no le reconozcas.

Daneel penetró en la oscuridad de la estancia. Su vista se ajustó rápidamente y descubrió un cuerpo cubierto por una sábana, metido dentro de una especie de cuna transparente que se distinguía solamente por un leve resplandor. La luz aumentó en el interior de la habitación, y Daneel pudo entonces ver el rostro con claridad.

Bentley tenía razón. Daneel apenas reconoció a su viejo colega.

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