Robots e imperio (22 page)

Read Robots e imperio Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
6.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

–Se limitó a amenazar. No llevó a cabo la amenaza.

–¿Lo habría hecho, amigo Giskard?

–¿Cómo podemos saberlo, si desconocemos la naturaleza de sus instrucciones?

–¿Podían estas instrucciones negar tan completamente la primera ley?

–Tu único propósito en esta discusión ha sido plantear esa cuestión. Te aconsejo que no sigas adelante.

Daneel, obcecado, insistió:

–Lo plantearé en condicional, amigo Giskard. Es obvio que lo que no puede expresarse como hecho, puede plantearse como fantasía. Si se pudieran soslayar las instrucciones con definiciones y condiciones, si las instrucciones pudieran darse suficientemente detalladas de forma suficientemente firme, ¿podría ser posible matar a un ser humano por un motivo menos abrumador que salvar la vida de otro ser humano?

Giskard respondió con voz apagada:

–No lo sé, pero supongo que podría ser posible.

–Pero, entonces, si tu sospecha fuera correcta, implicaría que era posible neutralizar la primera ley en condiciones especiales. La primera ley, en este caso, y por tanto también las otras leyes, podrían ser modificadas hasta lograr que no existieran. Las leyes, incluso la primera, podrían no ser absolutas, pero serían las que los diseñadores de robots definieran.

–Ya basta, amigo Daneel. No sigas adelante.

–Queda un paso más, amigo Giskard. El colega Elijah hubiera dado ese paso adicional.

–Era un ser humano. Podía hacerlo.

–Debo intentarlo. Si las leyes de la Robótica, incluso la primera ley, no son absolutas, y si los humanos pueden modificarlas, no sería posible, bajo condiciones adecuadas mod...

Calló. Y Giskard murmuró:

–No sigas.

Daneel, con voz ronca, asintió:

–No seguiré.

El silencio duró un buen rato. Con dificultad los circuitos positrónicos de ambos dejaron de sufrir discordancias. Al fin, dijo Daneel:

–Tengo otra idea. La capataza era tan peligrosa no sólo por las instrucciones sino por su apariencia. Me inhibió a mí y también al capitán. Podía engañar a todos los seres humanos, como yo engañé sin proponérmelo al navegante de Primera Clase, Niss. Al principio no se dio cuenta de que yo era un robot.

–¿Y a qué viene esto, amigo Daneel?

–En Aurora se construyeron varios robots humanoides en el Instituto de Robótica, bajo la dirección del doctor Amadiro, según los diseños del doctor Fastolfe.

–Todos lo saben.

–¿Qué ocurrió con esos robots humanoides?

–El proyecto fracasó.

–También lo saben todos –dijo Daneel, pero no contesta la pregunta. ¿Qué ocurrió con esos robots humanoides?

–Se supone que fueron destruidos.

–Tal suposición no debe necesariamente ser correcta. ¿Fueron realmente destruidos?

–Eso hubiera sido lo sensato. ¿Qué otra cosa puede hacerse con un fracaso?

–¿Cómo sabemos que los robots humanoides fueron un fracaso, salvo porque fueron retirados?

–¿No te basta que se retiraran y se destruyeran?

–Yo no he dicho "y se destruyeran", amigo Giskard. Esto es más de lo que sabemos. Sabemos solamente que fueron retirados.

–¿Por qué iban a hacerlo, a menos que fueran un fracaso?

–Y si no lo fueron, ¿podía haber alguna razón para retirarlos?

–No se me ocurre ninguna, amigo Daneel.

–Vuelve a pensar, amigo Giskard. Recuerda que estamos hablando de robots humanoides que pudieran ser peligrosos por su naturaleza humanoide. En una anterior discusión nos pareció que había un plan trazado en Aurora para derrotar a los colonizadores, pero drásticamente, de un solo golpe. Decidimos que estos planes estarían centrados en el planeta Tierra. Hasta aquí, ¿estoy en lo cierto?

–Sí, amigo Daneel.

–¿No podría ser que el doctor Amadiro fuera el foco y centro de dicho plan? Su antipatía por el planeta Tierra se ha hecho patente en estas veinte décadas. Si el doctor Amadiro ha construido cierto número de robots humanoides, ¿dónde podrían haber sido mandados, ya que han desaparecido de nuestra vista? Recuerda que si los robotistas de Solaria pueden distorsionar las tres leyes, los de Aurora pueden hacer lo mismo.

–¿Estás sugiriendo, amigo Daneel, que los robots humanoides han sido enviados a la Tierra?

–Exactamente. Una vez allí, su cometido sería engañar a la gente gracias a su aspecto humano y hacer posible lo que el doctor Amadiro disponga como ataque a la Tierra.

–No tienes pruebas de ello.

–Pero es posible. Considera los pasos que se han dado.

–Si así fuera, deberíamos ir a la Tierra. Tendríamos que estar allí y, de algún modo, evitar el desastre.

–En efecto.

–Pero no podemos ir, a menos que vaya Gladia, y no es probable que ocurra.

–Si puedes influir en el capitán para que lleve su nave a la Tierra, Gladia no tendrá elección y deberá ir.

–No puedo hacerlo sin lastimarle –dijo Giskard–. Está firmemente decidido a ir a su planeta Baleymundo. Debemos maniobrar para viajar a la Tierra después de que haya hecho lo que se propone hacer en Baleymundo.

–Después puede ser demasiado tarde.

–No puedo hacer más. No debo dañar a un ser humano.

–Si fuera demasiado tarde..., amigo Giskard, piensa en lo que significaría.

–No puedo pensar en lo que significaría. Solamente sé que no puedo dañar a un ser humano.

–Entonces, la primera ley no basta y debemos...

No pudo continuar. Ambos robots se sumieron en un silencio impotente.

30

Baleymundo apareció lentamente ante sus ojos, con toda nitidez, a medida que la nave se acercaba. Gladia lo contempló fijamente desde su visor del camarote; era la primera vez que veía un mundo de los colonizadores.

Protestó de la prolongación del viaje cuando D.G. se lo comunicó por primera vez, pero éste se encogió de hombros, y riendo explicó:

–¿Qué quiere? Debo llevar el arma de su mundo –exageró ligeramente el "su"– a mi pueblo. Y también debo informarle.,

–El Consejo aurorano concedió permiso para llevarme a Solaria, a condición de que me devolviera.

–No fue exactamente así. Pudo haber algún compromiso informal al efecto, pero no hay nada escrito. Ningún acuerdo formal.

–Cualquier compromiso informal me obligaría a mí o a cualquier individuo civilizado, D.G.

–No me cabe duda, pero nosotros los mercaderes vivimos por el dinero y por la firmas rubricadas al pie de los documentos legales. Jamás, por ningún motivo, violaría un contrato escrito o me negaría cumplir aquello por lo que he aceptado el pago,

Gladia se irguió:

–¿Es una insinuación de que debo pagarle para que me devuelva a casa?

–¡Señora!

–Vamos, vamos, D.G., no malgaste su falsa indignación. Si me va a retener prisionera en su planeta, dígalo de una vez, y dígame por qué. Quiero saber exactamente cuál es mi situación.

–Ni es mi prisionera, ni lo será. De hecho, cumpliré ese compromiso no escrito. La llevaré a casa. Pero primero debo ir a Baleymundo y usted tiene que venir conmigo.

– ¿Por qué debo ir con usted?

–La gente de mi mundo querrá verla. Es usted la heroína de Solaria. Nos salvó. No puede privarles de la oportunidad de vitorearla hasta enronquecer. Además, fue usted la amiga de mi antepasado.

–¿Qué es lo que saben, o creen saber, de aquello? –preguntó Gladia, tajante.

–Nada que la desacredite, se lo aseguro –respondió D.G.–. Usted es una leyenda y las leyendas son más grandes que todo, aunque confieso que para una leyenda es fácil ser mayor que usted, y mucho más noble. Normalmente, yo no la hubiera querido en este mundo porque no iba a estar a la altura de la leyenda. No es lo bastante alta, ni lo bastante hermosa, ni majestuosa. Pero, cuando se sepa la historia de Solaria, reunirá usted, de pronto, todos los requisitos. En verdad, puede que no quieran dejar que se marche. Recuerde que estamos hablando de Baleymundo, el planeta donde la historia del antepasado se toma más en serio que cualquier otra... y usted es parte de la historia.

–No debe tomar esto como excusa para mantenerme prisionera.

–Le prometo que no será así. Y le prometo que la llevaré a casa cuando pueda..., cuando pueda.

Gladia no se sintió tan indignada como creía que tenía derecho a estar. Quería ver cómo era en realidad un mundo de colonos y, después de todo, éste era el mundo peculiar de Elijah Baley. Su hijo lo había fundado.

Él mismo había pasado en él las últimas décadas de su vida. En Baleymundo habría vestigios de él: el nombre del planeta, sus descendientes, su leyenda.

Así que contempló el planeta..., y pensó en Elijah.

31

La contemplación no le proporcionó gran cosa. Se sintió decepcionada. No había gran cosa que ver por entre la capa de nubes que cubría el planeta. Desde su relativamente corta experiencia como viajera del espacio, le pareció que la capa de nubes era más densa de lo habitual en planetas deshabitados. Ahora sólo faltaban unas hora para aterrizar, y...

La señal luminosa se encendió. Gladia se apresuró a pulsar el botón ESPERE, en respuesta. Unos segundos después pulsó el botón ENTRE. D.G. entró sonriente.

–¿Es mal momento, señora?

–No. Era simplemente cuestión de ponerme los guantes y mis filtros nasales. Me figuro que debería llevarlos todo el tiempo, pero no sé por qué se me hace pesado llevarlos, y cada vez me preocupa menos la infección.

–La costumbre crea descuidos, señora.

–No les llamemos descuidos –dijo Gladia y se dio cuenta de que sonreía.

–Gracias. No tardaremos en aterrizar, señora. Le he traído un sobretodo, cuidadosamente esterilizado y metido en esta bolsa de plástico; no ha sido tocado por manos colonizadoras. Es fácil de poner. No tendrá ningún problema y descubrirá que cubre todo excepto la nariz y los ojos.

–¿Sólo para mí, D.G.?

–No, no. Todo el mundo los lleva para salir en esta estación del año. Es invierno ahora en la capital y hace mucho frío. Vivimos en un mundo frío, con una gran capa de nubes, mucha lluvia y nevadas frecuentes.

–¿Incluso en las regiones tropicales?

–Allí suele hacer un tiempo caluroso y seco. No obstante, la población se agrupa en las regiones frescas. Nos gusta. Entona y estimula. Los mares, que se poblaron con especies de la Tierra, son fértiles, así que los peces y otras criaturas se han multiplicado abundantemente. No faltan los alimentos aunque los espacios agrícolas son limitados, y no seremos nunca la cesta del pan de la Galaxia. Los veranos son cortos, pero muy calurosos; entonces se llenan las playas, aunque no las encontrará interesantes porque existe un fuerte tabú nudista.

–Parece un clima peculiar.

–Es una cuestión de distribución tierra-mar, una órbita planetaria algo más excéntrica que la mayoría y unas pocas cosas más. A mí, francamente, no me preocupa. –Se encogió de hombros. –No es mi campo de interés.

–Porque es un mercader. Imagino que no vendrá con frecuencia al planeta.

–En efecto, pero no soy mercader por escapar de él. Me gusta esto. Aunque tal vez me gustaría menos si estuviera más aquí. Si lo enfocamos así, Baleymundo y sus duras condiciones de vida sirven un importante propósito. Animan el comercio. Baleymundo produce hombres que surcan los mares en busca de comida y hay cierta similitud entre navegar por el mar y por el espacio. Yo diría que un tercio de todos los mercaderes que recorren el espacio, son gente de Baleymundo.

–Parece encontrarse en un estado eufórico, D.G. –dijo Gladia.

–¿De verdad? Ahora me siento de muy buen humor. Tengo motivos para ello. Y usted también.

–¡Oh!

–Es obvio, ¿no? Salimos con vida de Solaria. Sabemos exactamente cuál es el peligro solario. Nos hemos apoderado de un arma poco corriente que debería interesar a nuestro ejército. Y usted va a ser la heroína de Baleymundo. Los altos funcionarios del país ya conocen lo ocurrido y están impacientes por saludarla. Además, es también la heroína de la nave. Casi cada uno de los hombres de a bordo se ofreció para traerle este sobretodo. Están ansiosos de acercársele y bañarse en su aura, por decirlo así.

–Vaya cambio –comentó secamente Gladia.

–En efecto, Niss, el tripulante al que Daneel castigó...

–Lo recuerdo bien, D.G.

–Está deseoso de pedirle perdón. Y traerá a sus cuatro compañeros para que ellos también se excusen. Vienen dispuestos a patear en su presencia al que se atreva a ofenderla. No es una mala persona, señora.

–Estoy segura de que no lo es. Asegúrele que está perdonado y el incidente olvidado. Y si puede arreglarlo, yo..., yo le estrecharé la mano, y quizás, alguno de los demás, antes de desembarcar. Pero, por favor, procure que no se apiñen alrededor.

–La comprendo, pero no puedo garantizarle que no haya un cierto apiñamiento en Baleyciudad... Es la capital de Baleymundo. A veces no hay modo de evitar que ciertos altos funcionarios traten de ganar ventajas políticas dejándose ver a su lado, sonriendo y saludando.

–¡Josafat!, como diría su antepasado.

–No diga esto una vez. llegada a tierra, señora. Es una exclamación reservada para él. Que alguien más la diga es considerado de mal gusto.

Habrá discursos y vítores y toda clase de formalidades sin sentido. Lo siento, señora.

–Ojalá pudiera prescindir –musitó pensativa–, pero supongo que no hay medio de evitarlo.

–Ninguno, señora.

–¿Cuánto durará?

–Hasta que se cansen. Algunos días, quizá, pero habrá cierta variedad.

–¿Y cuánto tiempo vamos a quedarnos en el planeta?

–Hasta que me canse. Lo siento, señora, pero tengo mucho trabajo, gente que ver, lugares adonde ir...

–Y mujeres que amar.

–¡Ay de la fragilidad humana! –respondió D.G. con una amplia sonrisa.

–Lo hace todo menos babear.

–Es una debilidad. No acabo de decidirme a hacerlo.

–Está medio loco, ¿verdad? –sonrió Gladia.

–Nunca dije que no lo estuviera. Pero, dejando esto a un lado, tengo que pensar también en cosas tan aburridas como el hecho de que mis oficiales y mi tripulación quieran ver a sus familias y amigos, recuperar sueño perdido, y divertirse un poco planetariamente. Y por si le interesan los sentimientos de las cosas inanimadas, hay que repasar la nave, repararla, refrescarla y recargarla de carburante. Cositas así.

– ¿Y cuánto tiempo llevarán esas cositas?

–Meses quizá. ¿Quién sabe?

Other books

Hard Red Spring by Kelly Kerney
Past Praying For by Aline Templeton
the Lonesome Gods (1983) by L'amour, Louis