Robots e imperio (17 page)

Read Robots e imperio Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
8.58Mb size Format: txt, pdf, ePub

Daneel no dijo nada. Niss movió la cabeza asintiendo.

–Muy bien. Me gusta ver a alguien lo bastante listo para no empezar algo que no podría terminar.

Se volvió a Gladia y le dijo:

–Ahora, mujercita espacial, la dejaremos tranquila porque el capitán no quiere que se la moleste. Si uno de estos hombres ha hecho un comentario algo grosero, es natural. Démonos la mano y seamos amigos... Espacial, colono, ¿qué diferencia hay?

Tendió la mano a Gladia, que retrocedió horrorizada. La mano de Daneel saltó hacia adelante en un movimiento que fue casi demasiado rápido para que pudiera verse, y agarró la muñeca de Niss:

–Tripulante de Primera Clase Niss –dijo entre dientes– no se atreva a tocar a la señora.

Niss bajó los ojos, miró su mano y los dedos que la sujetaban con firmeza. En voz baja y amenazadora, ordenó:

–Dispone de tres segundos para soltarme.

La mano de Daneel se apartó:

–Debo hacer lo que me pide porque no quiero lastimarle, pero debo proteger a la señora. Si ella no quiere que la toquen, y creo que es lo que desea, me veré obligado a tomar la decisión de lastimarle. Le ruego que acepte mi promesa de que haré cuanto pueda para minimizar el dolor.

Uno de los tripulantes gritó alegremente:

–Dale en las narices, Niss. Es un charlatán.

–Mire, espacial –dijo Niss, – le he dicho por dos veces que se apartara y usted me ha tocado. Ahora se lo diré por tercera vez y basta. Haga un solo movimiento, diga una sola palabra, y le partiré en dos. Esta mujercita me estrechará la mano amistosamente. Luego nos iremos. ¿Le parece justo?

Gladia exclamó con voz entrecortada:

–No quiero que me toque. Haz lo que sea necesario.

–Señor, con el debido respeto, la señora no desea que la toquen –dijo Daneel–. Debo rogarle, y a todos ustedes..., que se marchen.

Niss sonrió y un robusto brazo hizo como si quisiera apartar a Daneel, y hacerlo con fuerza. El brazo izquierdo de Daneel volvió a dispararse y Niss se encontró otra vez sujeto por la muñeca.

–váyase, por favor, señor –repitió Daneel.

Niss siguió mostrando los dientes, pero ya no sonreía. Levantó violentamente el brazo. La mano de Daneel también se alzó un instante y poco a poco se detuvo. Su rostro no reflejaba ningún esfuerzo. Bajó la mano, tirando del brazo de Niss y, entonces, con un rápido giro le dobló el brazo contra su ancha espalda y lo mantuvo allí.

Niss, que se encontró inesperadamente de espaldas a Daneel, levantó su otro brazo por encima de la cabeza en busca del cuello de Daneel. Su otra muñeca fue sujetada y bajada más allá de lo posible y Niss gimió por el dolor.

Los otros cuatro tripulantes, que habían estado mirando alegremente, permanecieron ahora en sus puestos inmóviles, silenciosos, con la boca abierta. Niss les miró y gimió;

–¡Ayudadme!

–No le ayudarán, señor, porque el castigo del capitán será peor si lo intentan –dijo Daniel, –Debo pedirle que me prometa que no molestará más a la señora y que se retirarán tranquilamente todos. De lo contrario, lo lamentaré mucho, tripulante de Primera Clase Niss, tiraré de sus brazos y se los descoyuntaré.

Mientras hablaba apretó las muñecas con más fuerza y Niss emitió un gemido sordo.

–Le ruego me perdone señor, pero actúo bajo severas órdenes. ¿Me lo promete?

Niss se revolvió hacia atrás con rabia, pero antes de que su bota entrara en contacto con Daneel, éste se había apartado hacia un lado y derribado al atacante. Cayó pesadamente boca abajo.

–¿Me lo promete, señor? –repitió Daneel, tirando con suavidad de las muñecas de modo que los brazos del tripulante se alzaron ligeramente. Niss gritó y dijo medio incoherente:

–Lo prometo. Suélteme.

Daneel lo soltó al momento y dio un paso atrás. Lenta y dolorosamente. Niss se volvió, moviendo los brazos poco a poco y haciendo girar las muñecas con una mueca de dolor. Luego, cuando su brazo derecho estuvo cerca de la pistolera que llevaba, trató torpemente de sacar el arma.

El pie de Daneel cayó sobre su mano y se la mantuvo pegada a tierra.

–No haga esto, señor, o me veré obligado a romperle alguno de los huesecitos de su mano. –Se agachó y sacó el arma de la funda. –Ahora, levántese.

–Bien, señor Niss –dijo otra voz–. Obedezca y póngase de pie.

D.G. Baley estaba a su lado, con la barba erizada, el rostro ligeramente sofocado y su voz peligrosamente tranquila.

–Ustedes cuatro –ordenó– entréguenme sus armas, de una en una. Vamos, un poco más deprisa. Una..., dos..., tres..., cuatro. Ahora sigan firmes un rato más. Señor –esta vez se dirigía a Daneel–, deme el arma que tiene en las manos. Bien, cinco. Y, ahora, señor Niss, cuádrese.

Y depositó las armas en el suelo, a su lado.

Niss se puso firme, con los ojos inyectados en sangre; el rostro contraído, sufriendo visiblemente.

–Ahora, que alguien, por favor me diga lo que ha ocurrido, dijo D.G.

–Capitán –se interpuso Daneel rápidamente–, el señor Niss y yo hemos tenido un pequeño altercado en broma. No ha habido daños.

–Sin embargo, el señor Niss parece haberse lastimado.

–Ha sido un daño pasajero, capitán –explicó Daneel.

–Bien, lo discutiremos más tarde..., señora. –Volvió la cabeza para dirigirse a Gladia. –No recuerdo haberle dado permiso para salir de la nave. Volverá a su camarote con sus dos acompañantes, inmediatamente.

Yo soy el capitán aquí, y esto no es Aurora. Haga lo que le digo.

Daneel apoyó una mano consoladora en el codo de Gladia. Ella, levantó la barbilla, se volvió y subió por la pasarela hasta la nave, con Daneel a su lado y seguida por Giskard.

D G. se volvió hacia la tripulación.

–Ustedes cinco –dijo, y su voz no cambió de tono– entren conmigo. Llegaremos al fondo de esto, o de ustedes.

Y señaló a un subalterno que recogiera las armas y se las llevara.

20

D.G. miró a los cinco, ceñudo. Estaba en su cámara, la única parte de la nave que parecía holgada y vagamente lujosa.

Señalando a cada uno por turno, dijo:

–Bueno, así es como lo vamos a hacer. Usted me dirá exactamente lo que ocurrió, palabra por palabra, movimiento tras movimiento. Cuando haya terminado, me dirá si algo fue diferente o no se ha mencionado. Luego, usted lo mismo, y después usted y hasta que llegue a usted, Niss.

Me figuro que todos se portaron mal, que hicieron algo indeciblemente estúpido que les causó a todos, pero especialmente a Niss, una considerable humillación, sabré que mienten; dado que la mujer espacial me contará lo ocurrido y estoy dispuesto a creer cada una de sus palabras. Una mentira servirá para empeorar las cosas, más de lo que están. Ahora –rugió–, ¡empiecen!

El primer tripulante contó rápidamente y a borbotones la historia de lo ocurrido, después el segundo, corrigiendo algo y ampliando, luego el tercero y el cuarto. D.G. escuchó el relato con rostro pétreo, y a continuación indicó a Bert Niss que se hiciera a un lado. Habló así a los otros cuatro:

–Y mientras ese espacial le aplastaba a Niss el rostro contra el suelo, ¿qué hacían ustedes cuatro? ¿Lo contemplaban? ¿Asustados sin poder moverse? ¿Los cuatro? ¿Contra un solo hombre?

Uno de ellos rompió el silencio para decir:

–Todo ocurrió en un santiamén, capitán. Cuando nos disponíamos a actuar lodo había terminado.

–¿Y cómo pensaban actuar en el caso de que consiguieran ponerse en movimiento?

–Pues apartando al espacial de nuestro camarada.

–¿Creen que hubieran podido?

Esta vez nadie se decidió a hablar. D.G. se inclinó hacia ellos.

–Bien, he aquí la situación: No tenían por qué acercarse a los extranjeros, así que pagarán una multa de una semana de sueldo. Y ahora pongamos las cosas en su punto. Si cuentan lo ocurrido a cualquiera de los demás, tripulación o no, ahora o más tarde, borrachos o sobrios..., pasará cada uno de ustedes a la categoría de aprendiz. No importa quién de ustedes sea el que hable, los cuatro serán castigados, así que procuren vigilarse. Ahora vayan a sus puestos de trabajo, y si durante el viaje vuelven a desmandarse, aunque solamente sea estornudar en contra del reglamento, irán fuera.

Los cuatro salieron, abrumados, mudos, asustados. Niss se quedó, tenía un cardenal en pleno rostro y los brazos doloridos. D.G. le observó amenazador, mientras miraba a derecha e izquierda, el suelo, a cualquier parte menos a su capitán. Solamente cuando sus ojos huidizos se cruzaron con los relampagueantes del capitán D.G. éste le espetó:

–Está usted precioso ahora que ha peleado con un afeminado espacial más pequeño que usted. La próxima vez, escóndase cuando vea acercarse a uno de ellos.

–Sí, capitán –respondió Niss, avergonzado.

–¿No me oyó, Niss, cuando les advertí antes de salir de Aurora, que a la mujer espacial y a sus acompañantes no se les debía molestar ni dirigirles la palabra?

–Capitán, yo sólo quería saludarla cortésmente. Sentíamos curiosidad por verla de cerca. No queríamos molestarla.

–¿Que no querían molestarla? Le preguntaron qué edad tenía. ¿Acaso les importaba?

–Era sólo curiosidad. Queríamos saber...

–Uno de ustedes hizo una insinuación sexual.

–Yo, no, capitán.

–¿Otra persona? ¿Se excusaron?

–¿Excusamos con una espacial? –Niss parecía horrorizado.

–¡Naturalmente. Obraron en contra de mis órdenes.

–No queríamos molestarla –insistió Niss.

–¿Tampoco querían molestar al hombre?

–Me puso la mano encima, capitán.

–Ya lo sé. ¿Por qué?

–Porque me estaba dando órdenes.

–¿Y no estaba dispuesto a tolerarlo?

–¿Lo hubiera tolerado usted, capitán?

–Está bien. No iba a tolerarlo. Pero cayó por ello. Cayó boca abajo. ¿Cómo ocurrió?

–No lo sé bien, capitán. Fue muy rápido. Como si se hubiera disparado. Tenía una garra como de hierro.

–Pues, claro –afirmó D.G.–. ¿Qué esperaba usted, idiota? Es de hierro.

–¡Capitán!

–Niss, ¿es posible que no conozca la historia de Elijah Baley?

Niss se rascó una oreja desconcertado.

–Sé que fue el tatarabuelo de su tatarabuelo o algo así, capitán.

–Sí, todo el mundo lo relaciona con mi nombre. ¿Ha visto alguna vez la historia de su vida?

–No suelo ver esas cosas, capitán. No, si se trata de historia. –Se encogió de hombros pero al hacerlo le dolió, intentó frotarse la espalda, pero no se atrevió a hacerlo.

–¿Ha oído hablar alguna vez de R. Daneel Olivaw?

Niss frunció las cejas:

–Era el amigo de Elijah Baley.

–En efecto. Por lo menos sabe algo. ¿Sabe qué significa la R. de R. Daneel Olivaw?

–Quiere decir robot, ¿verdad? Era su amigo robot. En aquellos tiempos había robots en la Tierra.

–Los había y sigue habiéndolos. Pero Daneel no era un simple robot. Era un robot espacial con aspecto de hombre espacial. Piense en ello, Niss. Adivine quién es en realidad el espacial con quien peleó.

Niss abrió los ojos, y enrojeció:

–Quiere decir que el espacial era un ro...

–Se trata de R. Daneel Olivaw.

–Pero, capitán, eso fue hace doscientos años.

–Sí, y la mujer espacial era una amiga íntima de mi antepasado Elijah. Hace doscientos treinta y tres años que vive, por si acaso quiere saberlo, ¿y no cree que un robot pueda durar tanto? Intentó luchar contra un robot, imbécil.

–¿Por qué no lo dijo? –preguntó Niss indignado.

–¿Por qué iba a hacerlo? ¿Se lo preguntó usted? Mire, Niss, ha oído lo que les he dicho a los demás. También eso reza con usted, pero mucho más. Ellos son simples tripulantes, a usted lo había elegido para jefe de la tripulación. Lo había elegido. Si va a ocuparse de la tripulación, le hace falta más cerebro que músculos. De modo que ahora le va a resultar más difícil, porque tendrá que demostrarme que tiene cerebro en contra de mi opinión de que no lo tiene.

–Capitán, yo...

–No hable. Óigame. Si se divulga la historia, los otros cuatro pasarán a ser aprendices, pero usted no será nada. Nunca más volverá a bordo. No habrá ninguna nave que lo acepte, se lo prometo. Ni como tripulante ni como pasajero. Pregúntese qué dinero puede usted ganar en Baleymundo, y haciendo... ¿Qué? Eso, si habla de lo ocurrido, si se enfrenta con la mujer espacial de un modo u otro, incluso si se queda mirándola más de medio segundo seguido o a sus dos robots. Y tendrá que preocuparse de que nadie de la tripulación se comporte de modo ofensivo. Será usted el responsable... Y su multa es de dos semanas de sueldo.

–Pero, capitán –protestó Niss– los otros...

–Esperaba menos de ellos, Niss, así que los multo menos. Salga de aquí.

21

D.G. jugó, distraído, con el fotocubo que estaba sobre su mesa. Cada vez que lo daba vuelta se oscurecía, luego se iluminaba al reposar sobre una de sus caras, como base. Al iluminarse, aparecía la imagen tridimensional y sonriente de una mujer.

Entre la tripulación corría el rumor de que cada una de las seis caras hacía aparecer una mujer distinta. El rumor era correcto.

Jamin Oser contemplaba la rápida aparición y desaparición de las imágenes sin el menor interés. Ahora que la nave estaba segura o tan segura como podía estarlo contra cualquier tipo de ataque, era hora de pensar en la siguiente actuación.

Pero D.G. enfocaba el asunto indirectamente, o tal vez no lo enfocaba de ningún modo. Dijo:

–Fue, naturalmente, culpa de la mujer,

Oser se encogió de hombros y se pasó la mano por la barba, como para asegurarse de que él, por lo menos, no era una mujer. Al revés que D.G., Oser lucía un enorme bigote, D.G. explicó:

–Por lo visto, el encontrarse en su planeta natal le hizo perder toda discreción. Abandonó la nave aunque yo le había pedido que no lo hiciera.

–Debió de habérselo ordenado.

–No hubiera servido de nada. Es una aristócrata mimada, acostumbrada a hacer su santa voluntad y a mandar a sus robots. Además, yo pienso utilizarla y quiero su cooperación, no sus mohines. Y también... ¡era la amiga de mi antepasado!

–Y viva aún –murmuró Oser, sacudiendo la cabeza. –Me pone la carne de gallina. Una mujer vieja, vieja, vieja.

–Lo sé, pero parece muy joven. Es atractiva aún. Y decidida. No quiso retirarse cuando se le acercaron los tripulantes, no quiso estrechar la mano de uno de ellos... Bueno, ya se acabó.

Other books

Mother Night by Kurt Vonnegut
The Runaway Viper (Viper #2) by Kirsty-Anne Still
Infection Z 3 by Ryan Casey
Tour of Duty: Stories and Provocation by Michael Z. Williamson
Drt by Eric Thomas
Love & Death by Max Wallace
Typhoid Mary by Anthony Bourdain
Steam Train, Dream Train by Sherri Duskey Rinker, Tom Lichtenheld
Synners by Pat Cadigan
The Cry for Myth by May, Rollo