Robots e imperio (21 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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– ¡No! –gritó Gladia con fuerza.

–¿No? –repitió D.G.–. Bueno, yo no presumo de experto en robotica. ¿Lo es usted, señora Gladia?

–En absoluto –dijo Gladia–, pero toda mi vida he vivido con robots. Lo que insinúa es ridículo. Daneel estaba dispuesto a dar su vida por mí y Giskard habría hecho lo mismo.

–¿Cualquier robot lo habría hecho así?

–Naturalmente.

–No obstante, la capataza, esa Landaree, estaba decidida a atacarme y destruirme. Digamos que misteriosamente había detectado que Daneel, pese a las apariencias, era tan robot como ella... Pese, repito, a las apariencias, y que no tuvo ninguna inhibición cuando se trató de dañarlo. Pero, ¿cómo explica que me atacara siendo yo un ser humano? Vaciló con usted, admitiendo que era humana, pero no conmigo. ¿Cómo pudo un robot discriminar entre nosotros dos? Tal vez no era realmente un robot.

–Era un robot –afirmó Gladia–. Claro que lo era. Pero... la verdad es que no entiendo por qué obró como lo hizo. Jamás, hasta ahora, había visto tal cosa. Lo único que se me ocurre es que los solarianos, habiendo aprendido a fabricar robots humanoides, los diseñaron sin la protección de las tres leyes, aunque juraría que los solarios, de todos los espaciales, habrían sido los últimos en hacerlo así. Los solarios están tan excedidos en número por sus propios robots que son totalmente dependiente de ellos, en mucha mayor proporción que cualquier otro espacial, y por la misma razón les temen más. Por ello se introdujo ese servilismo e incluso un poco de estupidez a todos los robots solarios. Las tres leyes eran más fuertes en Solaria que en cualquier otra parte, nunca más débiles. Sin embargo, no se me ocurre otro modo de explicar a Landaree más que suponiendo que la primera ley...

–Perdóneme, Gladia, por interrumpirla –dijo Daneel–. ¿Me autoriza a intentar una explicación del comportamiento de la capataza?

D.G. comentó, mordaz:

–Teníamos que llegar a esto. Sólo un robot puede explicar a otro robot.

–Señor –insistió Daneel–, a menos que comprendamos a la capataza no podrán tomarse medidas efectivas en el futuro contra el peligro en Solaria. Creo que tengo la explicación de su comportamiento.

–Adelante –ordenó D.G.

–La capataza no tomó inmediatamente medidas contra nosotros. Estuvo vigilándonos un momento, aparentemente indecisa sobre cómo actuar. Cuando usted, capitán, se acercó y le habló, anunció que usted no era humano y le atacó al momento. Cuando yo intervine y grité que ella era un robot, anunció que yo tampoco era humano y también me atacó al momento. Sin embargo, cuando la señora Gladia se adelantó y le gritó, la capataza reconoció que ella sí era humana y, por un instante, se dejó dominar.

–Sí, lo recuerdo bien, Daneel, pero, ¿qué significa esto?

–Me parece, capitán, que es posible alterar el comportamiento de un robot sin tocar las tres leyes con la condición, por ejemplo de alterar la definición de un ser humano. Después de todo, un ser humano es solamente lo que se define como tal.

– ¡Ah!, ¿sí? ¿Y qué consideras tú que es un ser humano?

A Daneel no le afectaba la presencia o no de sarcasmo. Respondió:

–Fui construido con una detallada descripción de la apariencia y comportamiento de los seres humanos, capitán. Todo cuanto encaja con dicha descripción es, para mí, un ser humano. Así, usted tiene el aspecto y el comportamiento de un ser humano, mientras que la capataza tenía el aspecto, pero no el comportamiento. Para ella, por el contrario, la propiedad clave del ser humano era la palabra, capitán. El acento solariano es característico. Para ella algo que pareciera un ser humano, estaba definido solamente si hablaba como un solariano. Aparentemente, cualquiera que pareciera humano pero que no hablara con acento solario, tenía que ser inmediatamente destruido, como debía serlo cualquier nave que transportara a tales seres.

–Puede que estés en lo cierto –observó D.G., pensativo.

–Usted, capitán, tiene el acento de colonizador, tan característico, a su modo, como el acento solariano, pero ambos son muy distintos. Tan pronto como le habló, se definió como no-humano para ella, que lo anunció así y le atacó.

–Y tú hablas con acento aurorano y fuiste igualmente atacado.

–Sí, capitán, pero la señora Gladia habla con auténtico acento solario, así que fue reconocida como humana.

D.G. reflexionó un momento, y luego dijo:

–Eso es un arreglo muy peligroso, incluso para los que podrían servirse de él. Si un solariano, por cualquier razón, en cualquier momento, se dirigiera a un robot de una forma que el robot no considerara auténtico acento solariano, ese solario sería atacado al instante. Si yo fuera solariano, me asustaría acercarme a tal robot. El mismo esfuerzo que yo hiciera para hablar en puro solariano, podría ser mi perdición y mi muerte.

–En efecto, capitán –prosiguió Daniel–, me figuro que ésta es la razón por la que los fabricantes de robots no limitan, en general, la definición de un ser humano sino que la dejan tan amplia como les es posible. No obstante, los solarios han abandonado el planeta. Esto lleva a suponer que el mejor indicativo de que los solarios se han ido realmente y no están aquí para toparse con el peligro, es que los robots capataces tengan esa peligrosa programación. Los solarios están solamente preocupados, en la actualidad, porque alguien que no sea solario se permita poner el pie en el planeta.

–¿Ni siquiera otros espaciales?

–Creo que sería difícil, capitán, definir a un ser humano, de modo que se incluyeran la docena o más de los diferentes acentos espaciales y se excluyeran la diversidad de acentos colonizadores. El basar la definición al acento solario característico, ya resulta difícilísimo de por sí.

–Eres muy inteligente, Daneel. Yo desapruebo los robots, no en sí sino por su influencia desestabilizadora sobre la sociedad. Pero, con un robot como tú a mi lado, como lo estuviste antaño, junto a mi antepasado...

Gladia lo interrumpió:

–Me temo que no, D.G. Daneel no será nunca un regalo, ni será jamás vendido, ni puede ser fácilmente llevado a la fuerza.

D.G. levantó la mano, sonriendo y negando:

–Solamente soñaba, señora Gladia. Le aseguro que las leyes de Baleymundo harían impensable la posesión de un robot.

De pronto, dijo Giskard:

–¿Me concede permiso, capitán, para añadir unas palabras?

– ¡Ah, el robot que consiguió eludir la acción y regresó cuando todo había terminado felizmente!

–Lamento que lo ocurrido parezca ser como usted ha expuesto.

¿Me autoriza, de todos modos, capitán, a que añada unas palabras?

–Bien, hable.

–Al parecer, capitán, su decisión de traer a la señora Gladia en esta expedición, ha salido muy bien. De no haber estado ella y de haberse aventurado usted a su misión de explorador con miembros de la tripulación como acompañantes, habrían sido rápidamente muertos y la nave destruida. Solamente la capacidad de hablar solario de la señora Gladia y su valor al enfrentarse con la capataza, cambió el desenlace.

–En absoluto –dijo D.G.–, porque todos habríamos sido destruidos, incluso Gladia, de no ser por el hecho fortuito de que el robot se desactivó espontáneamente.

–No fue fortuito, capitán –le contradijo Giskard–, no es normal que un robot se desactive espontáneamente. Tiene que haber una razón para ello y se me ocurre una posibilidad. Gladia ordenó parar al robot en diferentes ocasiones, según me ha dicho mi amigo Daneel, pero las instrucciones que movían al robot eran más poderosas. No obstante, las órdenes de Gladia sirvieron para inutilizar la resolución de la capataza, capitán. El hecho de que Gladia era indudablemente humana incluso para la definición que tenía el robot, y que actuaba de tal modo que haría necesario tener que lastimarla..., incluso matarla..., la inutilizó todavía más. Así, en el momento crucial, las dos fuerzas contrarias, es decir, la destrucción de seres no humanos y tener que evitar dañar a seres humanos..., llegaron a equilibrarse y el robot se heló, fue incapaz de hacer nada. Sus circuitos se quemaron.

Gladia frunció las cejas, desconcertada, y empezó:

–Pero... –Pero no continuó.

Giskard prosiguió:

–Creo conveniente que usted informe de lo ocurrido a la tripulación. En todo caso, servirá para acallar su desconfianza respecto a la señora Gladia si insiste en lo que su iniciativa y valor ha hecho por cada uno de la tripulación, es decir, mantenerlos con vida. También serviría para darles una excelente opinión de usted, de su previsión al insistir en traerla a bordo, quizá contra la opinión de sus propios oficiales.

D.G. soltó una enorme carcajada:

–Señora Gladia, ahora comprendo por qué no quiere separarse de esos robots. No solamente son tan inteligentes como los seres humanos, sino que son igualmente astutos. La felicito por tenerlos... Y ahora, si no le importa, debo apresurar a la tripulación. No quiero permanecer en Solaria ni un momento más de lo necesario. Le prometo no molestarla más; sé que necesita refrescarse y descansar tanto como yo.

Después de que se marchó. Gladia permaneció sumida en profundos pensamientos. Luego se volvió a Giskard y le dijo en aurorano corriente, una versión vulgar del galáctico estándar, muy extendido en Aurora y difícil de comprender para cualquier no aurorano:

–Giskard, ¿qué son esas tonterías de circuitos quemados?

–Señora, lo sugerí solamente como una posibilidad y nada más. Creí que debía dar todo el énfasis posible a su papel en relación al final de la capataza.

–Pero, ¿cómo podías pensar que él creería que un robot podía quemarse tan fácilmente?

–Sabe muy poco de robots, señora. Puede que comercie con ellos, pero pertenece a un mundo que no los utiliza.

–Pero yo sí sé mucho de ellos, lo mismo que tú. La capataza no mostró ningún indicio de circuitos desequilibrados; no tartamudeó, ni tembló, ni su comportamiento mostró ninguna dificultad. Solamente... se paró.

–Señora –dijo Giskard–, como no conocemos las especificaciones precisas con las que se diseñó la capataza, deberíamos conformarnos con la ignorancia sobre lo que provocó su desactivación.

Gladia sacudió la cabeza, dubitativa.

–De todos modos... es desconcertante.

Tercera Parte
BALEYMUNDO

Tercera parte MUNDOBALEY

VIII. EL MUNDO DE LOS COLONIZADORES
29

La nave de D.G. volvía a estar en el espacio rodeada de la eterna inmutabilidad del vacío infinito.

“¡Ya era hora!", pensó Gladia, que había disimulado muy mal la tensión provocada por la posibilidad de que otra capataza..., con otro intensificador..., pudiera aparecer de sopetón. El hecho de que la muerte fuera rápida, una muerte sin sentirla, no la satisfacía del todo. La tensión había estropeado lo que hubiera podido ser una ducha maravillosa junto con otras formas de renovación y comodidad.

Tuvo que esperar el verdadero despegue, después de oír el suave zumbido de los reactores protónicos, para poder disponerse a dormir.

“Qué raro”, pensó a medida que empezaba a perder la conciencia, “que el espacio le pareciera más seguro que el mundo de su niñez, que abandonara Solaria,– mucho más feliz esta segunda vez que la primera.”

Pero Solaria ya no era el mundo de su infancia y su juventud. Era un mundo sin humanidad, guardado solamente por parodias distorsionadas de los humanos, robots humanoides que eran como una mofa del dulce Daneel y del inteligente Giskard.

Al fin se durmió... Mientras dormía, Daneel y Giskard pudieron hablarse otra vez.

–Amigo Giskard, estoy completamente seguro de que fuiste tú quien destruyó el robot.–

–No tenía elección, amigo Daneel. Fue puramente accidental que llegara a tiempo, porque mis sentidos estaban enteramente dedicados a la búsqueda de otros seres humanos y no encontraba ninguno. No hubiera percibido el significado de los acontecimientos, de no ser por la rabia y desesperación de Gladia. Fue eso lo que capté a distancia y lo que me llevó a correr hacia la escena con el tiempo justo. En este aspecto, Gladia salvó la situación, por lo menos en cuanto al capitán y a tí. Todavía habría podido salvar la nave, creo, aun llegando demasiado tarde para salvaros.

–Calló un momento y siguió: –Para mí no hubiera sido nada satisfactorio llegar demasiado tarde para salvarte.

Con voz grave, dijo Daneel:

–Gracias, amigo Giskard. Me alegra que tú no sintieras inhibición ante el aspecto humano de la capataza. Eso había hecho más lentas mis reacciones, lo mismo que mi aspecto lo había hecho con las suyas.

–Amigo Daneel, su aspecto físico no significaba nada para mí porque yo percibía la pauta de sus pensamientos. Era tan limitada y tan enteramente distinta del amplio alcance de las pautas humanas, que no me fue necesario hacer el menor esfuerzo para identificarla de modo positivo. La identificación negativa de no-humana era tan clara que actué al instante. En realidad, no me di cuenta de mi reacción hasta después de haber tenido lugar.

–Es lo que había pensado yo, amigo Giskard, pero deseaba confirmación, por si estaba equivocado. Puedo suponer que no sentiste la menor incomodidad por haber matado lo que, en apariencia, era un ser humano.

–Ninguna, porque era un robot.

–Me parece que si yo hubiera logrado destruirla, habría sufrido alguna obstrucción en la libre circulación positrónica, por más que supiera que se trataba de un robot.

–El aspecto humanoide, amigo Daneel, no puede dejar de considerarse cuando es lo único por lo que uno se guía. Ver es mucho más inmediato que deducir. Solamente porque pude observar su estructura mental, y concentrarme en ella, me fue posible ignorar su estructura física.

–¿Qué supones que hubiera experimentado la capataza si nos hubiera destruido, a juzgar por su estructura mental?

–Había recibido unas instrucciones muy precisas y en sus circuitos no cabía duda de que, según su definición, tú y el capitán no eran seres humanos.

–Pero pudo haber destruido también a Gladia.

–De eso no podemos estar seguros, amigo Daneel.

–De haberlo hecho, amigo Giskard, ¿habría sobrevivido? ¿Puedes decirlo?

Giskard guardó silencio largo rato.

–No tuve tiempo suficiente para estudiar su diseño mental. No puedo decir cuál habría sido su reacción de haber matado a Gladia.

–Si me pongo en el lugar de la capataza... –La voz de Daneel tembló y bajó de tono–. Me parece que podría matar a un ser humano a fin de salvar la vida de otro humano que, por alguna buena razón, fuera más necesario salvar. No obstante, el acto sería difícil y lesivo. Matar a un ser humano simplemente por destruir algo que yo considerara no humano, resultaría inconcebible.

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