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Authors: Javier Casado

Rumbo al cosmos (58 page)

BOOK: Rumbo al cosmos
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Imagen: El entrenamiento de supervivencia contempla aterrizajes de emergencia en diferentes entornos incluyendo selvas, desiertos, o el mar. (
Foto: ESA
)

Estas precauciones pronto demostraron no ser baldías: si bien las primeras misiones espaciales llevadas a cabo por las dos grandes potencias terminaron con retornos a tierra poco problemáticos, con tripulaciones que eran rescatadas al cabo de unas pocas horas como mucho, ya en 1965, apenas 4 años después del inicio de la era espacial, los rusos se encontraron con serios problemas para rescatar a la tripulación de su octava misión espacial, la Vosjod 2.

Durmiendo con lobos

Tras una exitosa misión orbital en la que el cosmonauta Leonov llevó a cabo el primer “paseo espacial” de la historia, la cápsula de la Vosjod 2 se vio sometida a diversas perturbaciones durante su descenso que la llevaron a aterrizar en medio de un bosque cubierto de nieve. Aunque el equipo de tierra fue capaz de seguir con acierto la nueva trayectoria, llegando de hecho el primer helicóptero de rescate al lugar de aterrizaje sólo cuatro horas después de producirse éste, la zona era tan inaccesible, tanto por aire como por tierra, que no fue posible evacuar a los cosmonautas hasta dos días después. Durante este tiempo tuvieron que permanecer a la espera con el único refugio de su cápsula frente a las inclemencias del invierno ruso (el suceso tenía lugar a mediados del mes de marzo en los montes Urales), pernoctando mientras escuchaban cómo los lobos merodeaban por los alrededores. Aunque en esta ocasión contaron con ayuda en forma de ropa de abrigo y comida que les fue lanzada desde el aire, este primer incidente dejaba bien a las claras que las situaciones para las que se preparaba a los astronautas en el entrenamiento de supervivencia no pertenecían sólo a la teoría.

Para enfrentarse a este tipo de contingencias, los cosmonautas rusos cuentan con un completo kit de supervivencia a bordo de sus naves Soyuz, similar a los que en otros tiempos equiparan también las cápsulas norteamericanas de las series Mercury, Gemini y Apollo. El actual transbordador espacial norteamericano, al estar diseñado para aterrizar únicamente en pistas preparadas, no prevé situaciones como las que estamos describiendo aquí, por lo que el equipo de supervivencia en este caso se limita a unas cuantas herramientas básicas de uso personal incluidas en el traje que viste el astronauta durante el ascenso y la reentrada, previstas únicamente para su uso en el caso de tener que realizar un salto de emergencia en paracaídas durante la última fase de reentrada del aparato, ya en planeo controlado.

Imagen: El kit de supervivencia incluye diverso equipamiento, como anzuelos para pescar, una actividad que también se practica durante el entrenamiento. (
Foto: ESA
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Por el contrario, el equipo de supervivencia que equipa las naves Soyuz es muy completo, e incluye raciones de comida, botellas de agua, ropa de abrigo, botiquín, cuerdas y utensilios para fabricar una tienda de campaña a partir del paracaídas de la cápsula, instrumentos de pesca y otras herramientas útiles para la supervivencia en regiones inhóspitas. Pero quizá lo menos conocido y más llamativo del equipo de emergencia ruso es que cuenta también con un arma de fuego.

Armas a bordo

Se trata de un arma muy especial, específicamente diseñada para situaciones de supervivencia como las comentadas: una especie de escopeta plegable cuya culata puede emplearse también como pala y que lleva además un machete incorporado. El arma cuenta con tres cañones que pueden disparar los tres tipos diferentes de munición que se incluyen también en el equipo, para usar según la necesidad del momento: cartuchos de escopeta, balas de rifle, o bengalas. La idea es que el arma sirva para la caza mayor o menor, para la defensa contra animales salvajes, y como pistola de señales.

La presencia de este arma a bordo de las naves Soyuz es algo a lo que habitualmente no se ha dado ninguna publicidad, no habiendo existido prácticamente ninguna referencia a ella, ni ninguna fotografía que mostrase a las tripulaciones practicando su uso (aunque forma parte del entrenamiento de todos los ocupantes de una Soyuz) hasta que los turistas espaciales Mark Shuttleworth y Anousheh Ansari publicaron por primera vez en sus respectivas páginas web fotografías en las que se los veía aprendiendo a manejar el arma. Aunque su existencia nunca ha sido secreta, parece que tanto los responsables rusos como los de la NASA (cuyos astronautas también se entrenan con el arma rusa cuando van a formar parte de una tripulación Soyuz) prefieren mantener la máxima discreción alrededor de este potencialmente controvertido equipo de supervivencia.

Imagen: Anousheh Ansari practicando con el arma de la Soyuz, una versátil herramienta diseñada expresamente para la supervivencia en entornos hostiles. (
Foto: Anousheh Ansari
)

Un entrenamiento duro

Pero para sobrevivir en caso de caer en una región inhóspita y sin la asistencia de los equipos de rescate, no basta con disponer del equipamiento adecuado: también hay que saber cómo usarlo, cómo sacar provecho de lo que hay en el entorno, y cómo protegerse de las inclemencias del tiempo y de los peligros de la naturaleza salvaje. Para ello, se hace imprescindible un duro entrenamiento de supervivencia que culmina con una serie de simulaciones en las que los futuros astronautas tienen que sobrevivir por sus propios medios durante dos semanas en diferentes entornos hostiles, como la montaña, el desierto o incluso sobre una balsa en medio del mar. En estas simulaciones las condiciones pueden llegar a ser incluso más duras de las que tendrían en los primeros días tras una misión real, pues suele ser frecuente que en estos entrenamientos no cuenten con otra comida que la que puedan procurarse por sí mismos en la naturaleza.

El adiestramiento de los futuros astronautas incluye también disciplinas tan diferentes como la escalada, el descenso de cañones, o técnicas de caza y pesca, además de aprender las formas más efectivas de hacerse descubrir por un posible equipo de rescate. En la actualidad, cuando las cápsulas Soyuz cuentan entre sus equipos de emergencia con un teléfono móvil Iridium con cobertura mundial vía satélite, parece poco probable que pueda darse una situación en la que una tripulación permanezca aislada durante más de unas pocas horas tras su regreso a la Tierra. Pero lo inesperado ocurre, los equipos se averían, y nunca puede descartarse que una situación como las que describimos no pueda presentarse en alguna ocasión. Tras una misión afrontando los peligros del espacio, sería lamentable y paradójico que la tragedia ocurriera una vez que la nave hubiera aterrizado felizmente sobre la Tierra. Gracias a su entrenamiento, los astronautas están adecuadamente preparados para enfrentarse prácticamente a cualquier situación que pueda presentárseles a su vuelta a nuestro planeta.

Vacaciones en la Luna

Julio 2007

Llegó el verano, y con él, las esperadas vacaciones. A la hora de planearlas, a las habituales opciones de playa, montaña o destinos exóticos, parece que en breve podremos añadirle una más: ¿qué tal unas vacaciones en la Luna?

La pega es que parece que habrá que poseer una saneada cuenta corriente para poder optar a esta última opción, si es que finalmente se concreta en un futuro próximo. Con unos 300 millones de dólares de nada es posible que pudiéramos situarnos en los primeros puestos de la lista; aunque, si no tenemos tanta prisa, puede que podamos disfrutar de nuestras vacaciones selenitas dentro de algunos años más por “tan sólo” 100 millones… una ganga.

Una idea con “solera”

El viaje consistiría en un “crucero espacial” a la órbita lunar sin descender sobre su superficie, a bordo de una nave rusa Soyuz ligeramente modificada.

La idea no es nueva, y de hecho se basa en uno de los secretos proyectos rusos de la época de la carrera espacial, el denominado L1. Dentro de la que debía ser la respuesta soviética al programa Apollo, se habían previsto dos programas lunares diferenciados: el L1, con destino la órbita lunar, y el L3, que sería el programa de alunizaje. En ambos se utilizaría la nave Soyuz como vehículo, suplementada con los módulos de propulsión necesarios, y con el módulo lunar en el caso de la misión L3. Para la L1, debido a limitaciones en la potencia del lanzador (que para esta misión sería un Proton), se utilizaría una Soyuz reducida, sin módulo orbital (configuración que recibiría el nombre de Zond). Ello obligaría a los cosmonautas a realizar todo el viaje en el limitado espacio del módulo de descenso, pero en el fondo no era una situación diferente de las misiones de hasta casi 14 días que astronautas norteamericanos llevaron a cabo anteriormente en sus pequeñas Gemini.

Aunque a finales de los años 60 llegaron a efectuarse varias pruebas no tripuladas con sondas Zond a la órbita selenita, una serie de pequeños fallos no resueltos impidieron que pudiera lanzarse una misión tripulada antes de que los norteamericanos se apuntasen el tanto con el Apollo 8. Una vez perdida esta batalla, los rusos decidieron no seguir compitiendo por la misión orbital lunar y centrarse en la misión de alunizaje; una misión que nunca se llegaría a concretar por problemas con el lanzador N1 que debía llevarla a cabo.

Turismo espacial

La idea de utilizar la Soyuz para viajes circunlunares se recuperó de nuevo casi 40 años más tarde, en el marco de la nueva Rusia capitalista, y con un objetivo mucho más prosaico: su explotación económica en misiones turísticas.

Tras la caída de la Unión Soviética, la subsiguiente crisis económica que atravesó el país afectó fuertemente a su sector espacial. En esta situación, los líderes del programa espacial ruso idearon todo tipo de métodos para conseguir fondos: desde el rodaje de spots publicitarios en la estación Mir, hasta la venta de asientos en sus naves Soyuz a particulares dispuestos a pagarse una estancia en el espacio. Aunque ambas actividades han perdurado en el tiempo (el último anuncio se grabó en la ISS a finales de 2006, con el polémico golpe de golf de Tyurin desde el exterior de la estación), han sido las misiones de “turistas espaciales” las que más repercusión han tenido en la opinión pública, al abrir por primera vez la actividad espacial a la gente corriente (siempre que disponga de una holgada cuenta bancaria).

El primer turista espacial fue Dennis Tito, un magnate norteamericano que en principio debía volar a la estación espacial Mir, aunque retrasos en el inicio de su misión llevarían a que ésta se llevase a cabo ya a la nueva Estación Espacial Internacional, en 2001. Le seguirían el sudafricano Mark Shuttleworth en 2005, el norteamericano Gregory Olsen ese mismo año, la irano-norteamericana Anousheh Ansari en 2006, y el húngaro-norteamericano Charles Simonyi en 2007.

Todos ellos han pagado cifras en torno a los 20 millones de dólares por una estancia de aproximadamente una semana en la estación espacial. Sus viajes aprovechan las misiones de intercambio de tripulaciones llevadas a cabo por naves Soyuz, subiendo con la nueva tripulación y volviendo a Tierra con la antigua, permaneciendo a bordo el tiempo habitual de solape entre ambas. Tras el éxito de acogida de esta propuesta de turismo orbital, la principal empresa espacial rusa, Energiya, en colaboración con empresas norteamericanas, empezaron a pensar en la posibilidad de ir más allá.

A la Luna de turismo

A finales de 2004, tanto la agencia espacial rusa Roskosmos como la empresa norteamericana Constellation Services International (CSI) anunciaban su propuesta de viajes circunlunares para el turismo espacial. Se trataba de complementar una nave Soyuz más o menos estándar (con su escudo térmico reforzado para resistir las mayores velocidades que impondría un retorno desde órbita lunar) con un módulo logístico y una etapa propulsora que la pusiera en órbita de transferencia hacia la Luna.

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