Un hombre avanzaba dando saltos por encima de los cuerpos destrozados y los agonizantes heridos que sembraban la cubierta bajo sus pies.
En la aturdida mente de Bolitho surgió un nuevo pensamiento. Aquella adusta figura enfundada en una casaca azul con botones de latón debía de ser el capitán del barco.
El bergantín se encontraba momentáneamente fuera de control, pero todo podía volver a estar en orden en cuestión de horas. Y no se veía a la
Destiny
por ninguna parte. Quizá había sufrido muchos más daños de lo que ellos habían pensando. En realidad, uno nunca piensa que eso pueda sucederle a su propio barco. Siempre al otro.
Bolitho vio el opaco brillo de acero en el cielo y calculó que no faltaba mucho para el amanecer. Para su sorpresa, pensó en su madre, y se sintió feliz de que ella no estuviera allí para ver cómo caía su cuerpo sin vida cuando llegara el momento.
El hombre delgado que había visto antes se enfrentó a él y gritó:
—¡Tire su arma, escoria!
Bolitho intentó gritarle algo a su vez, para dar ánimos a sus hombres, para infundirse a sí mismo un último soplo de valor.
Entonces cruzaron el acero de sus espadas, y Bolitho sintió la fuerza de aquel hombre a través del filo, como si éste fuera una prolongación de su brazo.
Aturdido por el estruendo del acero entrechocando, Bolitho paraba como podía las arremetidas de su oponente, que iba ganando ventaja y presionándole cada vez más.
Un fuerte sonido metálico invadió el aire; Bolitho notó cómo el sable se le escapaba de las manos y vio cómo la fuerza del golpe partía en dos el rebenque que llevaba alrededor de la cintura.
Oyó un grito frenético:
—¡Aquí, señor!
Era Jury que le lanzaba una espada con la empuñadura por delante por encima de los cuerpos heridos.
La propia desesperación acudió en ayuda de Bolitho. Sin saber cómo, atrapó la espada, haciéndola girar al asirla, sintiendo su longitud y lo que debía hacer para equilibrarla. Por su mente pasaron imágenes rápidas como relámpagos. Su padre aleccionándole y su hermano Hugh en el jardín de la cocina de Falmouth. Luego ellos dos peleando, los dos hermanos aprendiendo a pelear.
Lanzó un gemido cuando la espada del otro hombre le hizo un corte en la manga, justo por debajo de la axila. Un centímetro más allá y… Le pareció que la furia invadía absolutamente todo lo que le rodeaba, una especie de locura que le devolvía la fuerza, incluso la esperanza.
Bolitho hizo chocar el acero de nuevo, notando el odio de su oponente, oliendo su fuerza y su sudor.
Oyó gritar a Stockdale con su ronca voz y supo de inmediato que estaba acorralado, soportando demasiada presión como para poder acudir en su ayuda. Algunos habían dejado de luchar, sin aliento, observando con los ojos vidriosos a los dos hombres enfrentados con sus espadas.
El estampido de un cañonazo resonó como surgido de otro mundo. Una bala de cañón silbó por encima de la cubierta y fue a dar contra una ondeante vela como un puño de hierro. La
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estaba cerca, y su comandante había querido que su presencia fuera notada aun a riesgo de acabar con la vida de alguno de sus propios hombres.
Unos cuantos hombres de la tripulación del bergantín tiraron las armas al instante. Otros, menos afortunados, acabaron a manos del ardoroso grupo de abordaje mientras todavía intentaban hacerse una idea clara de lo que estaba sucediendo.
El adversario de Bolitho gritó furiosamente:
—¡Ha llegado su hora, «señor».!
Empujó a Bolitho hacia atrás de un puñetazo, calculó la distancia, y lanzó su estocada.
Bolitho oyó el grito de Jury y vio a Little corriendo hacia él, enseñando los dientes como un animal salvaje.
Después de tanto sufrimiento y tanto odio, el fin era demasiado fácil, incluso desprovisto de toda dignidad. Consiguió mantener el equilibrio, y ni siquiera tuvo conciencia del movimiento de los pies y los brazos cuando dio un paso a un lado, utilizando así la fuerza del otro hombre para rozar con un vibrante sonido el filo de su espada y luego aprovechar que eso le había hecho bajar la guardia para lanzarle una certera estocada en el pecho.
Little se llevó a rastras al hombre malherido y levantó su hacha ensangrentada contra él, que forcejeaba para liberarse.
Bolitho le gritó:
—¡Quieto! ¡No le mate!
Aturdido, con la cabeza dándole vueltas, se giró para mirar alrededor al oír que algunos de sus hombres prorrumpían en exclamaciones de júbilo.
Little dejó caer al hombre contra la cubierta y se secó la cara con el dorso de la mano, como si también él fuera retornando, lenta y reticentemente, a la cordura. Hasta la siguiente ocasión.
Bolitho vio a Jury sentado, con la espalda apoyada en una verga rota y las manos apretadas contra el estómago. Se arrodilló junto a él e intentó desenlazar los dedos de Jury. «Él no —pensó—; no tan pronto».
Un marino en el que Bolitho reconoció a uno de sus mejores gavieros se inclinó y apartó de un tirón las manos del guardiamarina.
Bolitho tragó saliva y le rasgó la camisa, recordando el miedo que había tenido Jury en el momento del abordaje y la confianza que había depositado en él. Bolitho era muy joven, pero ya había hecho antes ese tipo de cosas.
Echó un vistazo a la herida y sintió deseos de rezar. A juzgar por las apariencias, la hoja de una espada debía de haber sido detenida en su mortal trayectoria por la gran placa dorada del cinturón en bandolera de Jury; de hecho podían distinguirse, a pesar de la escasa luz, las muescas que habían quedado en el metal. Aquel pedazo de latón había recibido casi toda la fuerza del golpe, por lo que el agresor sólo había conseguido rasguñar el abdomen del joven.
El marino sonrió entre dientes e improvisó un vendaje para taponar la herida con un jirón de la camisa de Jury.
—Se pondrá bien, señor —dijo—; es sólo un rasguño.
Bolitho se puso en pie de forma un tanto inestable, apoyándose con una mano en el hombro del marinero.
—Gracias, Murray. Bien dicho.
El hombre le miró como intentando comprender algo.
—Vi cuando le lanzaba a usted la espada, señor. Ése fue el momento que aprovechó otra de esas alimañas para atacarle. —Limpió, como ausente, su alfanje en un pedazo de vela mientras hablaba—: ¡Fue la última maldita cosa que hizo en su vida!
Bolitho se dirigió a popa, hacia el timón abandonado. Voces del pasado parecían seguirle, haciéndole pensar en aquel momento concreto.
«Tendrán la mirada puesta en usted entonces. La lucha y la furia ya han pasado».
Se dio media vuelta y gritó:
Llévense a los prisioneros abajo y manténganlos bajo vigilancia.
Buscó algún rostro conocido entre todos los de aquellos hombres que le habían seguido ciegamente sin saber del todo lo que estaban haciendo.
—Usted, Southmead, ponga a algunos hombres a cargo del timón. Los demás, vayan con Little y corten los restos del aparejo que cuelgan del costado del barco.
Lanzó una rápida mirada a Jury. Tenía los ojos abiertos y luchaba por no llorar de dolor.
Bolitho le dedicó una sonrisa forzada, irreal, sin poder evitar que sus labios expresaran frialdad y despecho.
—Hemos apresado un barco. Gracias por lo que hizo. Tuvo que echarle mucho valor.
Jury intentó responderle, pero se desvaneció de nuevo.
Por encima del viento y el agua, Bolitho oyó la atronadora voz del comandante Dumaresq, amplificada aún más por la bocina a través de la que hablaba, pidiendo el santo y seña.
—Responda por mí —le pidió Bolitho a Stockdale—. Yo estoy agotado.
Mientras los dos navíos se acercaban uno al otro, sus finas líneas desfiguradas por vergas rotas y trozos de jarcia colgando, Stockdale formó bocina con sus enormes manos y gritó:
—¡El barco es nuestro, señor!
Se oyó un bullicioso grito de júbilo procedente de la fragata. A Bolitho le pareció evidente que Dumaresq no esperaba encontrar a ninguno de ellos todavía con vida.
El estridente tono de voz de Palliser reemplazó al timbre profundo de la del comandante:
—¡Manténganlo al pairo si pueden! ¡Nosotros tenemos que rescatar al señor Slade y su bote!
En su imaginación, a Bolitho le pareció oír a alguien riendo.
Levantó la mano mientras la fragata viraba lenta y dificultosamente y se alejaba; algunos de sus hombres estaban ya trabajando en las vergas para colocar un velamen nuevo y guarnir nuevos motones.
Entonces se quedó mirando la cubierta del bergantín, los hombres heridos que gemían quedamente o intentaban arrastrarse hasta un rincón apartado como lo hubiera hecho un animal enfermo.
Había también algunos que ya nunca volverían a moverse.
La luz se hacía cada vez más intensa, y Bolitho examinó la espada que Jury le había lanzado para salvarle la vida. Bajo aquella pálida luz la sangre parecía pintura negra; teñía la empuñadura de la espada y, más arriba, también su propia muñeca.
Little, al volver a popa, pensó que el nuevo tercer teniente era muy joven. En cualquier momento tiraría la espada por la borda, con las tripas revueltas por lo que había hecho con ella. Y eso sería una lástima. Más adelante pensaría que le hubiera gustado dársela a su padre o a su amada. Así que Little dijo:
—Ejem… señor… déjemela a mí, yo se la limpiaré. —Vio que Bolitho vacilaba y agregó suavemente—: Ha sido realmente una buena compañera para usted. Y uno tiene que cuidar de los buenos compañeros, eso es lo que yo, Josh Little, digo siempre, señor.
Bolitho le tendió el arma.
—Espero que tenga razón.
Irguió la espalda, aunque cada fibra de sus músculos le laceraba como si se tratara de varillas al rojo.
—¡Arriba, muchachos! ¡Hay mucho que hacer! —Recordó las palabras del comandante—. ¡Y las cosas no se hacen por sí solas!
Desde el lugar en que se encontraba bajo el palo trinquete, entre una montaña de desechos caídos, Stockdale le observó un instante para luego asentir con cara de satisfacción. Un combate más había terminado.
Bolitho esperaba agotado junto a la mesa de Dumaresq en su camarote de la
Destiny
; el movimiento de la fragata hacía que le dolieran todos los miembros. La pálida luz del día había revelado que el bergantín llevaba por nombre
Heloise
, que había salido de Bridport, en Dorset, que se dirigía al Caribe y que había hecho escala en Madeira para embarcar un cargamento de vino.
Dumaresq terminó de hojear el cuaderno de bitácora del bergantín y entonces miró a Bolitho.
—Tome asiento, señor Bolitho, o se desplomará de un momento a otro.
Él, por su parte, se levantó y anduvo hasta las ventanas de la aleta; pegó literalmente la cara al grueso vidrio para observar el bergantín, que flotaba a sotavento de la
Destiny
. Palliser y un nuevo grupo de abordaje habían pasado al otro barco muy temprano; toda la experiencia del primer teniente resultaba necesaria para reparar los daños sufridos por aquel buque y dejarlo en condiciones de navegar de nuevo.
—Ha actuado usted bien —empezó Dumaresq—. Extremadamente bien, diría yo. Para ser tan joven e inexperto en el mando ha hecho más de lo que yo hubiera esperado de usted. —Palmoteo con sus manazas por detrás de los faldones, como para contener su ira—. Pero siete de nuestros hombres han muerto, y otros están malheridos. —Alzó el brazo y golpeó violentamente la lumbrera con los nudillos—. ¡Señor Rhodes! ¡Hágame el favor de encontrar al médico de una maldita vez!
Bolitho olvidó su cansancio, el resquemor que había sentido poco antes, cuando le habían ordenado que abandonase su presa para dejar que el primer teniente pasase por delante de él. Estaba completamente fascinado observando cómo la cólera de Dumaresq iba en aumento de forma gradual. Como la brasa de una mecha avanzando lentamente hacia el primer barril de pólvora. El pobre Rhodes debía de haber dado un brinco al oír la voz de su comandante surgiendo de repente de la cubierta, bajo sus pies.
—Hombres buenos y valiosos asesinados. ¡Piratería y crimen, no tiene otro nombre!
No había mencionado el error de cálculo que casi había hecho naufragar a los dos barcos, o por lo menos dejarlos desarbolados.
En aquel momento estaba diciendo:
—Sabía que tramaban algo. En Funchal era evidente que hasta las paredes oían y que había demasiadas miradas pendientes de nosotros, que la noticia de nuestra presencia se había divulgado en exceso. —Fue subrayando cada uno de los puntos a los que hacía referencia enumerándolos con sus robustos dedos—. Mi secretario, para hacerse con el contenido de su cartera. Luego, se da la casualidad de que el bergantín, que debe de haber zarpado de Inglaterra al mismo tiempo que nosotros salimos de Plymouth, también se encontraba en el puerto. Su comandante debía de saber que yo no podía ponerme a ceñir para darle caza. Por lo tanto, mientras se mantuviera a la distancia correcta estaría a salvo.
Bolitho comprendió. Si la
Destiny
hubiera barloventeado para acercarse al otro barco durante el día, el
Heloise
habría contado con la ventaja del viento y la distancia. La fragata podía dejarlo atrás fácilmente en una persecución abierta, pero protegido por el manto de la oscuridad el bergantín podía pasar inadvertido si se maniobraba con pericia. Bolitho pensó en el hombre enjuto al que había herido durante su combate en cubierta. Casi sintió pena por él. Casi. Dumaresq había ordenado que lo trajeran a bordo para que Bulkley, el médico, le salvara la vida… si aún era posible.
—Por Dios —agregó Dumaresq—; todo esto sería suficiente para demostrar algo, si acaso necesitásemos más pruebas. Estamos sobre la buena pista.
—¡El médico, señor! —anunció el centinela.
Dumaresq observó al sudoroso médico.
—¡Ya era hora, maldita sea!
Bulkley se encogió de hombros, ya fuera porque el explosivo temperamento de Dumaresq le resultaba indiferente o porque estaba ya tan acostumbrado a verle en ese estado de excitación que eso había dejado de tener significado para él.
—Sigue con vida, señor. Es una herida grave, pero limpia. —Miró con curiosidad a Bolitho—. Además, es un tipo muy fuerte. ¡Me sorprende verle a usted entero!, y me alegra, por supuesto.
—Todo eso no importa —le espetó Dumaresq—. ¿Cómo se atreve ese rufián a desafiar a un barco del rey? ¡No será de mí de quien obtenga clemencia, no le quepa duda!