Al ver que Spillane permanecía aturdido, mirándole fijamente, Dumaresq gritó:
—¡Oficial de policía!
Poynter agarró al preso por la barbilla y le obligó a girar la cabeza y mirar hacia proa.
—Ese barco está bajo el mando de su señor, Piers Garrick. ¡Mírelo bien y pregúntese si el precio de la traición valía la pena!
Pero Spillane tenía la mirada fija en el dogal, que no dejaba de balancearse. Probablemente era lo único que veía.
—¡Atención en cubierta! —La voz de Henderson, habitualmente potente, sonaba indecisa, como si temiera inmiscuirse en el drama que se desarrollaba abajo.
Dumaresq levantó la vista hacia él:
—¡Hable de una vez!
—¡El
San Agustín
lleva cadáveres colgados de las vergas, señor!
Dumaresq trepó a los obenques, agarrando al pasar el catalejo de Jury.
Luego saltó a cubierta lentamente y dijo:
—Son los oficiales españoles del barco. —Lanzó una rápida mirada a Bolitho—. Cuelgan allí a modo de advertencia, sin duda.
Pero Bolitho había captado algo más en la mirada de Dumaresq. Muy brevemente sus ojos habían expresado alivio, pero ¿por qué? ¿Qué había esperado ver allí?
Dumaresq volvió a la batayola del alcázar y se puso de nuevo el sombrero. Entonces dijo:
—Descuelgue el dogal de la verga de mayor, señor Timbrell. Oficial de policía, lleve al prisionero abajo. Esperará a ser juzgado con los demás.
Las piernas de Spillane parecieron derrumbarse bajo su peso. Juntó las manos y dijo en tono angustiado:
—¡Gracias, señor! ¡El Señor le bendiga por su misericordia!
—¡Manténgase en pie, maldito perro! —Dumaresq le miró con disgusto—. Pensar que hombres como Garrick pueden corromper a otros tan fácilmente. Si le hubiera colgado, no habría demostrado ser mucho mejor que él. Pero escúcheme bien. Estando vivo podrá oír el desarrollo de los acontecimientos en la batalla de hoy, ¡y sospecho que eso va a ser un castigo aún mayor!
Cuando se llevaron a Spillane, Palliser dijo amargamente:
—¡Si nos hundimos, ese canalla será el primero en llegar al fondo!
Dumaresq le dio una palmada en el hombro.
—¡Muy cierto! Y ahora, dé la señal para que todos vayan a sus puestos, si le parece; ¡e intente que se haga en dos minutos menos del tiempo habitual!
—¡El barco está listo para entrar en combate, señor! —Palliser saludó, los ojos brillantes—. ¡Exactamente ocho minutos!
Dumaresq bajó el catalejo y le miró.
—Puede que estemos cortos de hombres, pero todos y cada uno de los que tenemos va a dar lo mejor de sí mismo.
Bolitho estaba en pie debajo del alcázar observando a sus dotaciones de artillería junto a sus aparejos, aparentemente relajados, aunque todavía quedaba mucho tiempo de espera.
El distante barco había desplegado más vela para apartarse del todo de la isla, pero mientras la
Destiny
cabeceaba suavemente sobre el oleaje, el
San Agustín
no parecía moverse en absoluto. ¿Acaso iba a virar e intentar escapar? Siempre les quedaría la posibilidad de que sus cañones de popa alcanzaran con un disparo afortunado a la fragata, que emprendería la persecución.
El guardiamarina Henderson, aislado de los preparativos que se realizaban muy por debajo de su percha, había informado de que otros dos veleros habían salido de la laguna. Uno era la goleta de velacho; Bolitho se preguntó cómo podía Dumaresq estar tan seguro de que Garrick se encontraba a bordo del gran buque de guerra y no en la goleta. Quizá después de todo él y Dumaresq se parecieran demasiado. Ninguno de los dos dispuesto a ser un mero espectador, ambos ansiosos por infligir una rápida e incuestionable derrota a su enemigo.
Little paseaba lentamente por detrás de la batería de cañones de doce libras de calibre situada en estribor, agachándose de vez en cuando para comprobar un cuadernal o para asegurarse de que los grumetes habían echado suficiente arena en las cubiertas para evitar que las dotaciones resbalaran cuando la tablazón se calentara.
Stockdale estaba en su propio cañón; sus hombres parecían diminutos junto a la enorme mole de su cuerpo mientras él sostenía un proyectil de doce libras en las manos antes de reemplazarlo por otro seleccionado en la caja de munición. Bolitho pensó que de alguna manera había nacido para eso. A menudo había visto a veteranos capitanes de artillería hacer lo mismo. Asegurarse de que los primeros disparos serían perfectos. Una vez abiertas las andanadas, cada dotación quedaba abandonada a su suerte y al diablo el último.
Oyó a Gulliver decir:
—Tenemos el viento controlado, señor. Siempre podemos acortar vela si el enemigo se acerca.
Probablemente hablaba sólo para aliviar sus propias inquietudes o con la esperanza de que el comandante le hiciera alguna sugerencia. Pero Dumaresq permaneció en silencio, observando a su adversario, mirando de vez en cuando el gallardete del calcés o la ola que se rizaba perezosamente en la proa de la
Destiny
.
Bolitho miró más allá y vio a Rhodes hablando con Cowdroy y algunos de sus capitanes de artillería. La espera parecía no tener fin. Ya contaba con ella, pero nunca se acostumbraría a ese lapso de tiempo.
—¡Las goletas han orzado, señor!
Dumaresq gruñó:
—Permaneciendo atrás como chacales.
Bolitho subió de un salto para mirar por encima de la pasarela que corría por encima de la batería de estribor y comunicaba el alcázar con el castillo de proa. Pensó que incluso con las hamacas replegadas en sus redes y con las redes extendidas sobre la cubierta, los marinos no podían sentirse demasiado protegidos.
Quizá la peor parte fuera la vacía línea de botes. Separada de la yola y el bote de popa, remolcados hasta popa, el resto de botes habían sido dejados en una desordenada fila. Una vez en combate, las astillas que volaban por los aires constituían uno de los mayores peligros, y los botes eran un blanco tentador.
Henderson gritó:
—¡Han dejado caer los cadáveres, señor! —Su voz sonaba ronca por la tensión. Dumaresq le dijo a Palliser:
—Como si fueran pedazos de carne. ¡Malditos sean!
Palliser respondió sin alterarse:
—Es posible que quiera verle enfurecido, señor.
—¿Provocarme a mí? —La cólera de Dumaresq se apagó antes de que pudiera crecer—. Puede que tenga usted razón. ¡Por todos los diablos, señor Palliser, debería estar usted en el Parlamento, no en la Armada!
El guardiamarina Jury estaba en pie con las manos a la espalda, observando el lejano barco; llevaba el sombrero inclinado sobre los ojos, como había visto hacer a Bolitho. De repente dijo:
—¿Cree que intentarán acercarse para el abordaje, señor?
—Es probable. Cuentan con más hombres. Por lo que vimos en la isla, yo diría que nos superan en número en una proporción de uno a diez. —Vio la consternación en el rostro de Jury y añadió optimista—: El comandante los mantendrá alejados. Atacar y retirarse. Les iremos minando hasta vencer.
Miró hacia Dumaresq junto a la batayola y sintió admiración. No expresaba emoción alguna, y sin embargo debía de estar haciendo planes para enfrentarse a cualquier contratiempo que pudiera surgir. Incluso su tono de voz era el de siempre. Jury dijo:
—Los otros dos barcos pueden resultar peligrosos.
—La goleta de velacho quizá sí. Pero el otro barco es demasiado ligero como para correr el riesgo de acercarse tanto a nosotros.
Pensó en lo que podría haber pasado de no ser por su desesperada acción en la isla. ¿Había pasado sólo un día? Habría seis goletas en lugar de dos, y el cuarenta y cuatro
San Agustín
habría tenido tiempo para montar más cañones, quizá los que tenían instalados en la batería de la colina. Ahora sin embargo, cualquiera que fuese el desenlace, la goleta que habían capturado llevaría los despachos de Dumaresq al almirante de Antigua. Quizá demasiado tarde para salvarles a ellos, pero garantizaban que Garrick fuera un hombre perseguido durante el resto de su vida.
¡Qué claro y despejado estaba el cielo! Todavía no hacía bastante calor como para que resultara opresivo. También el mar se veía espumeante y resultaba tentador. Intentó no pensar en aquella otra ocasión, cuando había imaginado que nadaba y corría por la playa junto a ella, siendo felices, haciendo que su felicidad fuera permanente.
Dumaresq dijo en voz alta:
—Van a intentar desarbolarnos y dejarnos abiertos para el abordaje. Parece que la mayor de las goletas ha sido armada con algunas piezas de artillería más pesada. Así que calculen bien cada disparo. Recuerden que muchos de sus marinos y de los hombres de sus dotaciones de artillería son españoles. ¡Puede que estén aterrorizados por Garrick, pero no tendrán ningún deseo de que nosotros les hagamos pedazos!
Sus palabras provocaron un murmullo de aprobación entre los descalzos hombres de las dotaciones de artillería.
Se oyó el estallido de un cañón, y Bolitho se giró para ver cómo la artillería de estribor del
San Agustín
arrojaba lenguas de fuego anaranjado, mientras el humo se elevaba sobre el barco y ocultaba parcialmente la isla.
El mar se llenó de espuma e hizo saltar agua hacia el cielo, como si la fuerza estuviera bajo su superficie y no en el gallardo barco con cruces de color escarlata en las velas.
Stockdale dijo:
—Aproximado.
Varios de los marineros que le rodeaban levantaron los puños cerrados contra el enemigo, aunque a tres millas de distancia era poco probable que nadie les viera.
Rhodes deambulaba por popa, su bella espada totalmente reñida con el ajado uniforme de batalla.
—Sólo para tenerlos ocupados, ¿eh, Dick? —le dijo.
Bolitho asintió. Probablemente Rhodes tenía razón, pero de todas formas había algo realmente amenazador en el barco español. Quizá la sensación era debida a su extravagante belleza, a la riqueza de sus molduras talladas de color dorado, que se veían claramente incluso en la distancia.
—Si se levantara un poco de viento —dijo.
Rhodes se encogió de hombres.
—Si estuviéramos en Plymouth.
El casco del español escupió otra andanada; algunos proyectiles rebotaban sobre el agua y parecían continuar avanzando eternamente.
Hubo otro disparo de diversión que estalló aún con más fuerza; Bolitho vio que algunos capitanes de artillería empezaban a preocuparse. El hierro del enemigo se quedaba corto y ni siquiera iba bien dirigido, pero puesto que ambos barcos se movían lentamente en lo que al parecer resultaría en una bordada convergente, cada nueva descarga era más peligrosa que la anterior.
Imaginó a Bulkley y sus ayudantes en la sombría cubierta del sollado, su reluciente instrumental, el brandy para eliminar el dolor, la tira de cuero para evitar que algún hombre se mordiera la propia lengua mientras la aguja del médico hacía su trabajo.
Y a Spillane, con los grilletes puestos bajo el nivel de agua; ¿qué pensaría al oír los atronadores disparos contra las cuadernas que le rodeaban?
—¡Preparados en cubierta! —Palliser miraba fijamente hacia la doble línea de cañones—. ¡Carguen!
Había llegado el momento. Todos los capitanes de artillería observaban con gran concentración cómo sus hombres se apoyaban con todo su peso en los cuadernales y los apartaban de los lados.
Gruesos cartuchos pasaban rápidamente a la boca de los cañones y eran apisonados por el fletador.
Bolitho observó al que tenía más cerca, cómo le añadía al cartucho dos afiladas espitas adicionales. Su rostro estaba tan concentrado, tan absorto en lo que hacía, que parecía que fuera a capturar a un enemigo como un solo hombre. Luego venía el tapón, seguido de una brillante bola negra en cada cañón. Un tapón más bien prensado, por si el barco se balanceaba inesperadamente dejando caer la bola al agua de forma inofensiva, y ya estaba listo.
Cuando Bolitho volvió a levantar la vista, el otro barco parecía estar mucho más cerca.
¡Preparados en cubierta!
Todos los capitanes de artillería levantaron un brazo. Palliser gritó:
—¡Abran las portas! —Esperó, contando los segundos mientras las portas se deslizaban a los lados como párpados que se abrieran al volver a despertar—. ¡Cañones fuera!
El
San Agustín
volvió a hacer fuego, pero su piloto le había dejado caer hacia sotavento y toda la andanada cayó a por lo menos dos millas de distancia de la amura de estribor de la
Destiny
.
Rhodes caminaba sin descanso detrás de sus cañones, dando instrucciones o simplemente bromeando —Bolitho no habría sabido precisarlo— con sus hombres.
Ahora, con el
San Agustín
inclinado sobre su amura de babor en una invisible punta de flecha, era difícil mantener a sus dotaciones ocupadas y evitar que quisieran ver lo que estaba sucediendo al otro lado.
Palliser gritó:
—¡Señor Bolitho! Prepárese para enviar a algunos de sus hombres a ayudar al otro lado. Dos andanadas y cambiaremos a babor para que nuestros cañones tengan las mismas oportunidades.
Bolitho agitó las manos.
—¡A la orden, señor!
Dumaresq dijo:
—Alteren el rumbo tres cuartas hacia estribor.
—¡A las brazas! ¡Timón arriba!
Con las velas ondeando restallantes, la
Destiny
respondió al fuego; el
San Agustín
parecía ir hacia popa cuando se mostró a los agazapados capitanes de artillería.
—¡Elevación máxima! ¡Fuego!
Los cañones de doce libras recularon hacia el interior del barco deslizándose sobre las guías; el humo era arrastrado por el viento hacia el enemigo formando una delgada pantalla.
—¡Paren de ventilar! —Rhodes caminaba aún más deprisa ahora—. ¡Dejen las esponjas y carguen de nuevo!
Los capitanes de artillería tenían que trabajar el doble, utilizando los puños si era necesario para contener la excitación de sus hombres. Cargar de nuevo un cañón que no hubiera sido limpiado con la esponja y en cuyo interior pudieran quedar residuos del disparo anterior, era como pedir a gritos una muerte horrible.
Stockdale estaba colocando el anillo de seguridad a su cañón.
—¡Vamos muchachos! ¡Vamos!
—¡Cañones fuera! —Palliser apoyaba el catalejo en las redes de las hamacas para estudiar el otro barco—. ¡Tal como están! ¡fuego!
Esta vez la andanada no estalló al unísono; cada capitán se tomaba su tiempo, elegía el momento más adecuado para él. Pero antes de que pudieran ver cómo caían sus proyectiles, los hombres ya estaban en brazas y drizas, mientras en popa Gulliver exigía a sus timoneles los mayores esfuerzos para el cambio de bordada de la
Destiny
, que así se ceñiría lo más posible al viento sin perder maniobrabilidad.