—Reparta algo de vino, Little —dijo.
Colpoys dijo bruscamente:
—Pero mantengan los ojos bien abiertos y la mente despierta. El cañón entrará en acción muy pronto. —Miró a Bolitho—. ¿Estoy en lo cierto?
Bolitho aspiró el aire y supo que sus hombres tenían el horno preparado de nuevo.
Había sido la valentía de un instante, unos pocos minutos de temeraria furia. Cogió una taza de vino tinto de manos de Jury y se la llevó a los labios. Había sido un momento que recordaría mientras viviera.
Incluso aquel vino, lleno de polvo y caliente como estaba, parecía un fino clarete.
—¡Ahí vienen, señor! ¡Ahí vienen esos canallas!
Bolitho lanzó la taza a un lado y recogió el sable del suelo.
—¡Hay que resistir!
Se giró rápidamente para ver cómo se las arreglaban Little y su dotación. El cañón no se había movido, e iba a tener que disparar muy pronto para que cundiera el pánico entre sus enemigos.
Oyó un coro de gritos, y al acercarse al tosco parapeto vio una masa de hombres que corrían hacia el promontorio, el sol reflejándose en sus espadas y alfanjes; el aire se llenó de estallidos de mosquetes y pistolas.
Bolitho miró a Colpoys.
—¿Preparados los tiradores?
—¡Fuego!
—¡Alto el fuego!
Bolitho le dio la pistola a un hombre herido para que la recargara. Sentía como si cada fibra de su cuerpo temblara sin control, y a duras penas podía creer que el primer ataque hubiera sido repelido. Algunos de los que casi habían alcanzado la cima del promontorio yacían extendidos, allí donde habían caído; otros todavía buscaban penosamente refugio abajo.
Colpoys se unió a él, la camisa pegada al cuerpo como si fuera una segunda piel mojada.
—¡Dios mío! —Parpadeó, el sudor cayéndole sobre los párpados—. Los tenemos demasiado cerca.
Otros tres marineros habían caído, aunque continuaban con vida. Pearse estaba ya proporcionándoles mosquetes de repuesto y cuernos de pólvora para que pudieran disparar con rapidez en un próximo ataque. ¿Y después…? Bolitho observó a sus marineros sofocados y presas del pánico. El aire que se respiraba era acre, saturado del humo de la pólvora y del olor dulzón de la sangre.
Little gritó:
—¡Unos pocos minutos más, señor!
El ataque había sido feroz, tanto que Bolitho se había visto obligado a recurrir a algunos hombres de la dotación de artillería para que ayudaran a repeler a los vociferantes hombres que habían cargado contra ellos. Ahora Little y Stockdale, con algunos marinos más, utilizaban todo su peso y su fuerza bruta para, con la ayuda de estacas de madera, hacer girar el cañón de forma que apuntara a la entrada del fondeadero.
Bolitho cogió el catalejo y lo enfocó hacia los seis barcos. Uno de ellos, una goleta de velacho, se parecía mucho a la que había acabado con el
Heloise
. Ninguno de los barcos daba muestras de prepararse para levar anclas; imaginó que sus pilotos esperaban que la batería de la colina utilizara sus cañones para acabar con aquella osada invasión antes de que produjera más daños.
Cogió una taza de vino de manos de Pearse sin saber muy bien qué estaba haciendo. ¿Dónde demonios estaba Palliser? Tenía que haberse dado cuenta de lo que ellos intentaban hacer. Bolitho sintió una punzada de desesperación. Cabía suponer que el primer teniente interpretara los cañonazos y todo aquel pandemónium como que el grupo de Bolitho había sido descubierto y estaba siendo aniquilado sistemáticamente. Recordó las palabras de Dumaresq antes de que abandonaran el barco: «No podré acudir a salvarles». Era probable que Palliser adoptara la misma actitud.
Bolitho giró en redondo, intentando esconder su propia desesperación mientras preguntaba:
—¿Cuánto tiempo todavía, Little? —Se dio cuenta de que el segundo de artillería acababa de decírselo, de igual forma que sabía que Colpoys y Cowdroy le estaban observando llenos de inquietud.
Little se irguió y dijo:
—Listo. —Volvió a inclinarse, observando atentamente el negro cuerpo del cañón—. ¡Cargadlo de pólvora, muchachos! ¡Introducid una carga a fondo! —Se movía alrededor de la recámara como si fuera una araña gigantesca; era todo brazos y piernas—. Esto hay que hacerlo bien.
Bolitho se humedeció los labios. Vio a dos marineros transportar una carretilla para proyectiles hacia el pequeño horno, donde otro hombre les esperaba con un caldero en las manos, preparado para colocar el proyectil de hierro al rojo en la carretilla. Luego ya sería una cuestión de suerte y ajuste. El proyectil debía ser introducido en la boca del cañón y apisonado con un tapón de doble grosor. Si el cañón estallaba antes de que el pisón pudiera salir, la bala lo haría pedazos. Igualmente, podía partirse en dos el cuerpo del cañón. No era extraño que a los comandantes les aterrorizara el uso de proyectiles de hierro candente a bordo del barco.
Little dijo:
—Apuntaré al barco del centro, señor. Aunque nos desviemos un poco hacia uno u otro lado le daremos a alguno.
Stockdale asintió con un gesto de cabeza. De pronto Colpoys dijo:
—Veo a algunos hombres en la cima de la colina. Creo que van a barrernos de un momento a otro. Un hombre gritó:
—¡Se están agrupando de nuevo para emprender otro ataque!
Bolitho corrió hasta el parapeto y se agachó apoyándose en una rodilla. Vio diminutas siluetas moviéndose entre las rocas y otras tomando posiciones en la ladera de la colina. Aquello no era chusma. Garrick tenía a sus hombres tan bien entrenados como si se tratara de un ejército.
—¡Hay que resistir!
Los mosquetes se elevaron y oscilaron bajo la deslumbrante luz; cada hombre buscaba su blanco entre las rocas caídas.
Una descarga de disparos pasó por encima del parapeto, y Bolitho supo que hacían fuego para cubrir a otro grupo de atacantes, de modo que éstos pudieran rodearles por el otro extremo del promontorio.
Lanzó una rápida mirada a Little. Había unido las manos como si estuviera rezando.
—¡Ahora! ¡Fuego!
Bolitho desvió la mirada y descargó su pistola contra un grupo de tres hombres que casi había alcanzado la cima del promontorio. Otros avanzaban separados, con lo que constituían blancos más difíciles; el aire estaba lleno de pavorosos gritos e insultos, muchos de ellos en su propio idioma.
Dos figuras saltaron por encima de las rocas y se abalanzaron sobre un marino que intentaba frenéticamente recargar un mosquete. Bolitho vio cómo abría la boca en un mudo grito de terror cuando uno de los atacantes le inmovilizaba con su alfanje mientras su compañero lo silenciaba para siempre de un terrible tajo.
Bolitho se lanzó hacia adelante, lanzando un mandoble de lado y cortando de un solo golpe la mano con la que el hombre sostenía la espada antes de que éste se pudiera recuperar. Sintió la sacudida en su muñeca cuando el sable cortó músculos y hueso, pero olvidó enseguida a aquel hombre que no dejaba de gritar para lanzarse contra su compañero con una ferocidad que él nunca antes había experimentado.
Sus aceros entrechocaron, pero Bolitho se encontraba sobre rocas sueltas y a duras penas podía mantener el equilibrio.
El ensordecedor estallido del cañón de Little hizo vacilar al otro hombre, y en su mirada se reflejó de pronto el terror al darse cuenta del error que había cometido.
Bolitho lanzó su estocada y saltó detrás del parapeto incluso antes de que el cadáver de su adversario llegara a tocar el suelo.
Little estaba gritando:
—¡Mire eso!
Bolitho vio una columna de agua cayendo mezclada con vapor en el lugar en el que había caído el proyectil, entre dos de los barcos. Puede que hubieran fallado el blanco, pero aquel disparo desencadenaría el pánico rápidamente.
—¡Las esponjas, muchachos! —Little brincaba al borde del foso mientras los hombres se apresuraban hacia el horno en busca de otro proyectil—. ¡Más pólvora!
Colpoys cruzó la roca ensangrentada y dijo:
—Hemos perdido a otros tres. También ha caído uno de los míos. —Se secó la frente con el brazo, su sable con empuñadura dorada colgando de su muñeca.
Bolitho vio que el curvado filo estaba casi negro de sangre seca. No iban a poder aguantar otro ataque como el último. Aunque la ladera y el borde roto del parapeto estaban plagados de cadáveres, Bolitho sabía que otros muchos hombres estaban agrupándose ya abajo. Debían de sentir mucho más temor a enfrentarse a Garrick que a un puñado de harapientos marinos.
—¡Ahora! —Little aplicó su mecha retardada y el cañón rebufó de nuevo con una tremenda explosión.
Bolitho captó una imprecisa imagen del proyectil cuando éste se elevó y describió una curva en el aire, dirigido hacia los barcos parados. Vio una nube de humo, y algo sólido se desprendió de la goleta que estaba más próxima y voló por los aires hasta caer al agua junto al barco con un fuerte chapoteo.
—¡Le hemos dado! ¡Le hemos dado! —La dotación del cañón, con los rostros ennegrecidos y empapados de sudor, brincaban alrededor del cañón como si se hubieran vuelto locos.
Stockdale estaba ya utilizando su fuerza con una palanca para resituar la boca del cañón apuntando adecuadamente.
—¡Está en llamas! —Pearse tenía las manos encima de los ojos—. ¡Maldita sea; están intentando apagarlo!
Pero Bolitho estaba observando la goleta que se encontraba en el extremo más alejado de la laguna. De todos los barcos era el que ocupaba el lugar más seguro en el fondeadero; mientras la miraba, vio que habían soltado el contrafoque y a hombres corriendo para cortar el cable del ancla.
Tendió la mano, sin atreverse a apartar la vista de la goleta.
—¡El catalejo! ¡Rápido!
Jury corrió hacia él y le puso un catalejo en las manos. Luego se echó atrás, mirando fijamente el rostro de Bolitho, como si quisiera descubrir qué estaba sucediendo.
Bolitho notó cómo una bala de mosquete le pasaba muy cerca, pero no movió ni un músculo. No podía perderse aquella pequeña y preciosa imagen, aun estando en peligro de que le disparasen mientras observaba.
Casi perdidos en la distancia, pero aun así los distinguía con toda claridad porque los conocía bien. La alta figura de Palliser, con la espada en la mano. Slade y algunos marineros en la caña del timón, y Rhodes dando órdenes a otros en los flechastes y las brazas mientras la goleta levaba anclas y se movía impulsada por el viento. Vio saltar agua en varios puntos a los lados, y por un momento Bolitho pensó que estaba siendo atacada. Entonces se dio cuenta de que los hombres de Palliser que habían saltado al abordaje estaban lanzando por la borda a la tripulación del barco, en lugar de perder tiempo apresándolos y poniéndoles bajo vigilancia.
Colpoys gritó lleno de excitación:
—¡Deben de haber nadado hasta el barco! ¡Ese Palliser es muy astuto! ¡Ha utilizado nuestro ataque como el señuelo perfecto!
Bolitho asintió; le zumbaban los oídos por el ruido de los disparos de mosquete, de vez en cuando el de una pieza pequeña de artillería. En lugar de poner rumbo hacia el centro de la laguna, Palliser se dirigía directamente hacia la goleta que había sido alcanzada por el proyectil de hierro al rojo de Little.
Cuando llegaron a su altura, Bolitho vio una serie de fogonazos y supo que Palliser estaba barriendo a todos los hombres que hubiera en cubierta, eliminando cualquier esperanza que hubieran podido tener de controlar las llamas. El humo se elevó rápidamente de la escotilla y fue llevado por el viento hacia la playa y sus abandonados cobertizos.
Bolitho ordenó:
—¡Little, apunte justo al siguiente!
Minutos más tarde el proyectil de hierro candente atravesaba el frágil casco de la goleta, causando varias explosiones en el interior, lo que hizo que se desmoronara un mástil e incendió la mayor parte de la jarcia firme.
Con dos barcos ardiendo en medio de la flotilla, los restantes no perdieron un instante en cortar amarras e intentar escapar de los dos barcos en llamas y a la deriva. La última goleta, aquella que estaba bajo el mando de la partida de abordaje de Palliser, se encontraba bajo control; sus grandes velas hinchadas y elevándose por encima del humo como alas vengadoras.
Bolitho dijo de pronto.
—Ha llegado el momento de marcharnos de aquí. —No sabía por qué estaba tan seguro. Pero siguió su impulso.
Colpoys blandió su sable.
—¡Recojan a los heridos! ¡Cabo, coloque una mecha en el almacén!
Little aplicó de nuevo la mecha retardada y otro proyectil caliente cruzó por encima del agua y alcanzó al barco que ya estaba en llamas. Los hombres saltaban por la borda, forcejeando como peces moribundos hasta que la gran capa de humo los cubría haciendo que se perdieran de vista.
Pearse llevaba a un marinero herido cargado al hombro, pero con la otra mano continuaba sosteniendo su hacha de abordaje.
—El viento es constante, señor —dijo—. ¡Todo ese humo dejará a ciegas la batería de la colina!
Jadeando como animales, los marineros y los infantes de marina bajaron por la ladera, manteniendo el promontorio entre ellos y la batería de la colina.
Colpoys señalo hacia el agua.
—¡Ése debe de ser el punto más cercano! —De repente, cayó de rodillas, llevándose las manos al pecho—: ¡Dios mío, me han dado!
Bolitho llamó a dos marinos para que lo llevaran entre ambos, su mente abrumada por el ruido de los mosquetes, por el sonido de las llamas que devoraban un barco tras la densa capa de humo.
También se oían gritos; él sabía que muchos de los hombres de las goletas habían bajado a tierra al iniciarse el ataque, y ahora corrían hacia la ladera de la colina con la esperanza de alcanzar la protección de la batería.
Bolitho se detuvo, con los pies ya casi en el agua. Apenas le quedaba aliento, y los ojos le escocían de tal forma que era poco lo que podía ver más allá de la playa.
Habían hecho lo imposible, y mientras Palliser y sus hombres se beneficiaban de su trabajo, ellos ya no podían seguir avanzando.
Se arrodilló para recargar su pistola; los dedos le temblaban mientras la amartillaba para realizar un último disparo.
Jury estaba con él, y también Stockdale. Pero en el grupo parecía haber menos de la mitad de la partida que tan valerosamente había asaltado el promontorio y se había apoderado del cañón.
Bolitho vio cómo a Stockdale se le iluminaban los ojos cuando el almacén explotó, lanzando el cañón ladera abajo, entre una alfombra de cadáveres y pedazos de roca.