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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

¿Sabes que te quiero? (41 page)

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—No soy yo el que te las tiene que contar.

—No entiendo nada de lo que me dices.

Pero el resto del grupo sí.

—Me voy al agua —suelta mientras se pone de pie y apoya una mano en el hombro de Cristina.

—¡Oye! ¡No lances la piedra y escondas la mano! —exclama Miriam mientras Alan se aleja.

Pero el chico no le hace caso. Llega al borde de la piscina y se lanza de cabeza.

Está rabioso. Aún no se le ha quitado el enfado de antes. Paula ha pasado de él. Ni siquiera lo estaba escuchando mientras le abría su corazón.

Empieza a estar cansado de todo el mundo.

Aquella pesada de Miriam lo que tendría que haber hecho es cuidar lo que tiene en lugar de emborracharse tanto. La culpa de que su novio y Cris se liaran la tiene ella. Y no será él quien descubra el secreto de la única persona de las que están allí que se ha portado bien con él.

Unas horas antes, una noche de junio, en un lugar alejado de la ciudad.

Ha hecho bien en no despertarla. Se habría molestado. Y aunque está acostumbrado a sus continuos enfados, ahora mismo no tiene ganas de un nuevo enfrentamiento dialéctico con ella. Y es que cada vez esa chica le gusta más.

¿Cómo puede hacer para llegar a su corazón?

Es difícil. Solo lo ve como un tipo prepotente, arrogante y creído. Quizá se sienta atraída por él, pero solo para un rollo de una noche. Paula nunca querría nada serio. Y de lo otro, ya tuvieron en aquel hotel de Francia, aunque ella no se acuerde.

Para colmo de males, ese Ángel ha vuelto a aparecer. ¿Qué querrá? A ella, seguro. Y ella, ¿le seguirá queriendo a él?

Es imposible averiguarlo. Al menos, de momento.

A lo mejor está tensando mucho la cuerda. Tal vez tendría que probar a comportarse de otra forma, como le ha dicht) esta tarde Cris. Buscar un camino diferente. Pero a él le cuesta ser de otra manera. No solo eso: no sabe ser de otra manera. Hace muchos años que se perdió el Alan simpático y generoso con las chicas. Ahora es un tipo sin sentimientos, que no deja pasar oportunidades. Un depredador.

Pero, si quiere conquistar a Paula, debe terminar con eso. Necesita ser otro, un nuevo perfil, alguien de quien se pueda enamorar.

¿Podría intentar abrirse a ella? Demostrar sus sentimientos, ir más allá... Sí, tiene que hacerlo. Tiene que conseguirlo.

Hace una noche muy calurosa. Necesita respirar un poco de aire, relajarse.

Baja otra vez la escalera. El fresco de la noche le vendrá bien para despejar su agotada mente y anular el resto de alcohol que queda en él. Pasa por el salón y llega hasta el jardín. La piscina iluminada está preciosa. Fue un gran acierto de sus tíos poner aquellas luces. Pero no es lo único que Alan ve.

Allí, en el césped, dos cuerpos se revuelcan uno sobre el otro. Agiles, sedientos, lujuriosos. Uno de ellos es Armando, perei la chica... no parece Miriam.

El francés se acerca sigilosamente y, escondido, contempla asombrado cómo Cris está encima de Armando besándole en el cuello.

Finalmente ha tenido éxito, lo que demuestra que nada es imposible. Y si ella se ha ligado al novio de su mejor amiga, ¿por qué él no puede acabar teniendo una relación con Paula?

Capítulo 65

Esa mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Juntos llegan a la puerta de la casa de los tíos de Alan. Mario camina cojeando. El tobillo se le ha inflamado bastante. Diana le ha ayudado a llegar hasta allí, aunque sus fuerzas son también escasas. Tocan el timbre y esperan a que les abran.

—¿Qué les vamos a decir? —pregunta la chica.

—¿Qué quieres que le digamos? La verdad —responde él, convencido.

No entiende por qué hay que contarles algo diferente a sus amigos. Tarde o temprano terminarían enterándose de todo. Además, está tan cansado que no tiene fuerzas ni para pensar en una mentira convincente.

—Vale. Pero... —Diana duda un instante—. Por favor, no hables nada del tema... de la comida.

—¿No crees que tus amigas lo deberían saber? Quizá puedan ayudarte en algo.

—No. Ellas no deben saber nada. Se preocuparían mucho por mí.

—Con razón. Yo también estoy preocupado por ti.

—Y yo por ti. Mira cómo tienes las rodillas. Y seguro que te has hecho algo grave en el tobillo.

—Lo del tobillo no es nada, solo una torcedura. Lo mío tiene menos importancia que lo tuyo. Y tú lo sabes.

Suena un fuerte pitido y la puerta se abre.

Miriam es la primera que aparece. Va corriendo hasta ellos y abraza a su hermano y luego a Diana.

—¡Dios! ¿Qué te ha pasado? —pregunta, atolondrada, la mayor de las Sugus, examinando una por una las heridas de su hermano—. Acabo de ver el SMS. ¿Estás bien?

Paula, Cris y Armando también llegan y se sorprenden al ver el estado en el que se encuentra Mario.

—No te preocupes, son solo rasguños —responde el chico, cojeando hacia el interior de la casa. Miriam le sirve de apoyo.

—No son solo rasguños. Tiene las rodillas fatal y un tobillo mal —aclara Diana, a la que se abraza Cristina.

—Tienes que ir a un médico —indica Paula.

—No voy a ir a ningún médico.

—Sí que vas a ir. Voy a llamar a Alan para que nos lleve en coche —comenta su hermana, que no deja de observar las heridas.

—¡No llames a nadie! ¡En serio, estoy bien! —grita.

—¡No lo estás!

—Si de verdad necesitara un médico, os lo diría. Ahora solo quiero descansar y ponerme un poco de hielo en el tobillo.

—¿Crees que solo con hielo te vas a curar?

—Sí. Si me pongo peor, os prometo que iré al médico.

—Luego dices que Diana es cabezota. Pero tú no te quedas atrás, ¿eh?—comenta Paula.

—Somos tal para cual —añade la aludida—. Voy a por hielo a la cocina.

—Y yo, a buscar a Alan, a ver si tienen un botiquín y te podemos curar nosotras eso —indica Cris.

El resto entra en el salón y se sienta. Miriam, en un sofá, al lado del chico, del que no se separa ni un instante.

—Entonces, ¿qué os ha pasado? —le pregunta a su hermano.

—Nos perdimos en la sierra.

—¿Qué? ¿Por qué os metisteis en la sierra?

—No lo sé. Empezamos a andar sin saber muy bien hacia dónde y, cuando nos dimos cuenta, no había forma de encontrar el camino. Además, no os podíamos avisar porque los móviles no tenían cobertura.

—Ya. Os llamamos varias veces pero nos daba como si tuvieseis los teléfonos apagados —apunta Paula, que se ha sentado enfrente de Mario.

—¿Y las heridas?

—Me caí por un terraplén al que intentamos subir.

—¡Estáis locos! ¿Pero desde cuándo eres tú un aventurero? —se lamenta Miriam.

—Desde nunca. Pero o subíamos esa rampa o... ¡Ay, yo qué sé! No me preguntes más cosas que estoy cansado.

En ese instante, aparece Cris acompañada de Alan, que se está secando con una toalla. El francés silba cuando contempla el cuerpo magullado de Mario.

—Creo que el botiquín está en el cuarto de baño de mis tíos —dice mientras se seca el pelo—. Voy a buscarlo.

Y sube por la escalera hacia la primera planta, al tiempo que Diana regresa de la cocina con una bolsa de hielo metida en un paño entre las manos. También lleva una botella de agua, de la que antes ha dado un buen trago.

—Toma, yo ya he bebido —le indica a Mario, pasándole el agua, y se sienta a su lado, en el hueco del sofá que está libre—. Y esto es para que te lo pongas en el tobillo.

El chico coge la botella y bebe. A continuación, se quita la zapatilla de su pie derecho y se coloca el hielo en el tobillo.

—¿Y habéis pasado toda la noche al aire libre, en medio de la sierra? —continúa preguntando Miriam.

—Sí —responde Diana—. Y todo por mi culpa.

—No empecemos otra vez con eso —protesta el chico—. Pasó porque tenía que pasar.

—Pasó porque soy una idiota.

—No eres ninguna idiota.

—¿Que no?

—No.

—Explícame entonces por qué siempre meto la pata.

—Ha sido mala suerte.

—Lo que tú digas...

El resto del grupo observa a los dos con incredulidad. ¿Ya están otra vez discutiendo?

—Chicos, ¿por qué no lo dejáis? No creo que sea el momento para...

Pero, sin que Paula pueda terminar la frase, Diana acerca su rostro al de Mario y lo besa en los labios. El resto del grupo se queda boquiabierto presenciando la escena. La pareja termina de besarse y ambos sonríen.

—¿Y esto? —pregunta Paula, muy extrañada—. ¿Volvéis a estar juntos?

—Sí —responden Mario y Diana al unísono.

—No me lo puedo creer... ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? —pregunta nerviosa Miriam.

Los chicos se miran. Están exhaustos y sin ganas de dar demasiadas explicaciones.

—Que se quieren —se anticipa a responder Paula—. Y me alegro mucho.

—Gracias. Imagino que es eso —indica Diana.

—Yo también me alegro mucho por los dos —admite Miriam, que se levanta del sillón y se sienta en las rodillas de Armando, al que besa en la mejilla.

Cris, al ver aquel gesto, aparta rápidamente su mirada, aunque tropieza con los ojos de Paula, que resopla. ¡Qué incómodo es guardar un secreto que afecta a dos de tus mejores amigas!

Alan regresa al salón con un botiquín de primero auxilios.

—Creo que aquí tenéis todo para repararlo un poco.

—Ni que fuera un coche —gruñe Mario.

Paula abre el botiquín. Saca gasas, algodón, agua oxigenada y mercurocromo.

—Tú límpiale las de las rodillas y yo lo haré con las de los codos —le dice a Diana, entregándole un trozo de algodón.

—Bien.

—No sé si fiarme de vosotras...

—¿Prefieres que lo hagan dos enfermeras de verdad? ¡Pues ve al médico! —le grita su novia.

—A callar... ¡o te ponemos un algodón en la boca!

Mario no dice nada más y observa cómo las dos chicas lo preparan todo. Con mucho cuidado comienzan a sanar los rasguños del chico, que se queja en cuanto siente el contacto del desinfectante en sus heridas.

—No seas quejica...

—Es que escuece —refunfuña cerrando los ojos.

—Si son solo rasguños... ¿No es lo que me has estado diciendo todo el rato desde que te caíste?

—Y así es, pero... ¡ay, cuidado Paula!

—¡Si no te he tocado! ¡Estoy echando agua oxigenada en el algodón!

Todos ríen menos Cris, que de reojo busca a Armando. Este no le ha dirigido la palabra todavía durante la mañana. ¿Estará enfadado con ella? No, eso no puede ser. Quizá lo esté consigo mismo, por serle infiel a su novia. Pero no se le ve afectado ni preocupado. Su comportamiento no deja de ser muy extraño. Tiene que hablar con él y plantearle la situación para saber qué es lo que piensa y lo que van a hacer.

—¡Ya está! Las rodillas están curadas —indica Diana, dándole un beso en la pierna izquierda.

—Y los codos —añade Paula.

Mario se pone de pie, pero rápidamente se tiene que volver a sentar. El tobillo le duele. Alan se agacha y le sujeta el pie. Lo mueve hacia un lado y hacia otro, adelante y atrás, muy despacio.

—¡Ah!

—¿Te duele mucho cuando lo giro a la derecha?

—Sí.

—Creo que tienes un esguince, pero no es demasiado fuerte. Te lo voy a vendar.

—¿Sabes hacerlo?

—Sí, no te preocupes. Me vendaba yo mismo cuando jugaba al tenis.

Alan aparta la bolsa de hielo de su pie. Abre el botiquín, del que coge una venda elástica y, con mucha precaución, envuelve el tobillo de Mario.

—¿No es mejor que vaya al médico? —pregunta Miriam, que continúa preocupada por su hermano.

—Sí. Si no es un esguince y lo que tiene es una fractura.

—No es una fractura... —asegura el chico.

—Yo tampoco lo creo, pero siempre es mejor hacerse unas radiografías para confirmar la lesión y asegurarse de que no existe algo más importante.

—Se te ve muy puesto.

—Bueno, las lesiones son una parte importante de los deportistas —le comenta a Paula, con la que parece que ha firmado una tregua momentánea—. Necesito que me traigáis un poco de esparadrapo. Se me ha olvidado arriba. Está en el cuarto de baño de mis tíos, en un armario blanco. ¿Alguno sabe dónde queda?

—Sí —responde Armando—. Voy yo.

HI joven se levanta. Recibe el beso de Miriam y camina hacia la escalera.

Cris lo observa. Es el momento.

—Espérame. Voy contigo. Quiero... cambiarme de ropa.

La chica corre hasta él y juntos suben la escalera mientras Alan termina de vendar el pie de Mario.

Capítulo 66

Instantes más tarde, esa mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Los dos suben la escalera en silencio hasta que Cris rompe a hablar cuando llegan arriba.

—Oye, ¿por qué no me dices nada? —pregunta Cris, que camina detrás de Armando por el larguísimo pasillo de la primera planta.

—¿Qué quieres que te diga?

El chico no se detiene para responder. Sigue andando, sin mirar hacia atrás.

—No sé.

—Pues si no lo sabes, no entiendo qué es lo que pretendes.

A Cris le sorprende muchísimo aquella actitud. ¿Qué ha sido de aquel chico que era tan amable y simpático con ella?

Entran en la habitación de los tíos de Alan, la atraviesan y llegan al cuarto de baño.

—¿Es que no te sientes mal por Miriam?

—¿Y tú no decías que te ibas a cambiar de ropa? ¿Qué haces aquí?

—Lo de la ropa era una excusa. Necesitaba hablar contigo.

—No tengo nada de qué hablar.

Armando abre el armario blanco que antes le ha indicado Alan y busca el esparadrapo.

—Pero ¿cómo que no tienes nada de lo que hablar? ¡Has engañado a tu novia conmigo! ¿Es que te da lo mismo?

—Tú también tienes tu parte de culpa, ¿no?

—Claro. Por eso estoy tan mal. Y por eso quiero hablar contigo, para decidir qué hacemos.

El joven se gira y mira a los ojos a Cris. No es la misma mirada dulce de la que la chica se había quedado embelesada tantas veces y por la que había perdido la razón. Son ojos hostiles, desafiantes.

—¿Decidir qué hacemos? Creo que está muy claro.

—Yo no lo tengo tan claro.

—Ese es tu problema.

—¿Mi problema? —exclama Cristina, confusa—. No entiendo nada.

—Como te dije anoche, Miriam no se va a enterar de nada.

—Pero...

—Yo no se lo voy a contar. Me va bien con ella. Tenemos una relación divertida. Nos lo pasamos bien juntos. En la cama y fuera de ella. No voy a estropearlo todo por un lío de una noche, en el que ni siquiera hubo sexo.

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