—Lo que estás perdiendo es la cabeza, Mario. Deja de lamentarte ya y espera acontecimientos. Diana se pondrá bien y todo volverá a ser como era antes.
—Eso tampoco es del todo bueno. ¿No recuerdas lo que le pasa con la comida? ¡Por eso se cayó en el cuarto de baño!
—Habrá que ayudarla en todo lo que podamos y estar a su lado para lo que nos necesite.
Es fácil de decir, pero ¿cómo hacerlo? Es tan cabezota que nunca les pedirá ayuda y no permitirá que le ayuden. Ella es así. Y si alguien se inmiscuye en sus problemas, saldrá perjudicado. I )e todas formas, al menos ahora su madre y los médicos sabrán que algo pasa. Buscarán los motivos por el que se produjo el desmayo y analizarán su estado de salud. Y entonces se enterarán de lo que ellos ya saben: que Diana hace semanas que no come como tendría que hacerlo y que vomita ocasionalmente.
—Dime una cosa, ¿no estoy soñando, verdad?
—Por desgracia, no.
—Pues menuda pesadilla que me está tocando vivir.
—Ya vendrán tiempos mejores.
—¿Cuándo? Siempre hay algo que me impide ser completamente feliz.
—No lo sé. Imagino que uno nunca se puede ser feliz del todo.
—¿Tú crees?
—Ni idea. Estoy tan liada como tú. Llevo unos meses que ni siquiera sé quién soy ni adónde voy. ¡Mira el color de mi pelo!
Sonríe con tristeza.
Mario la mira a los ojos, por primera vez desde que llegaron al hospital. También se le han puesto rojos. Ella tampoco lo está pasando bien. Lo de Diana se ha unido a otros problemas que ya tenía acumulados. Y sin embargo, está allí a su lado, tratando de darle su apoyo, intentando animarle. Eso dice mucho de su amistad: verdadera, sincera. Y desinteresada.
Un timbre, que se oye desde donde Paula y Mario están sentados, anuncia que la puerta del ascensor se ha abierto. En la cafetería entra Cris acompañada de Alan. Los dos chicos se acercan andando muy deprisa hasta ellos ante la mirada de la camarera, que espera a que se sienten para atenderlos. Sin embargo, estos se quedan de pie.
—Los médicos están hablando con la madre de Diana —comenta la chica, nerviosa.
—¿Y qué han dicho?
—No lo sabemos. A nosotros no nos han contado nada. Solo están hablando con Débora y con su novio.
Paula y Mario rápidamente se ponen de pie. Ella va a la barra y paga mientras el resto sale de la cafetería y continúa conversando.
—¿No habéis oído nada?
—No.
—¿Ni si está bien?
—Nada de nada.
Entran en el ascensor y esperan a que Paula llegue. Enseguida, la chica aparece y sube junto a ellos.
Los cuatro, incluso Alan, están muy nerviosos y expectantes. ¿Qué es lo que los médicos le estarán diciendo a la madre de Diana?
Ese día de finales de junio, en la habitación de un hospital cercano a la ciudad.
Y ahora cojo aire, te miro, respiro.
Lo suelto de golpe, qué quiero contigo.
Si sigo disimulando,
voy a reventar.
En su cerebro no para de sonar el estribillo de esa canción. Se repite una y otra vez, sin ningún motivo, sin que para Diana signifique nada especial. Simplemente, suena y suena. Constantemente.
Desde que te vi, mi cuerpo no para de bailar.
¿Mario? ¿Y Mario? ¿Dónde está Mario? ¿No está con ella? No. No parece que se encuentre por allí.
Lo suelto de golpe, qué quiero contigo.
¿Por qué no está junto a ella?
El no quiere casarse. ¿Por qué? ¿No la ama? ¿Ama a otra? ¿A Paula? No, ya le dijo que no, que Paula solo era una amiga, nada más.
Paula, Paula, Paula. ¿Seguro que no siente nada más por ella? No. Paula es su amiga y Mario no la quiere. La quiere solamente a ella.
Mario. ¡Qué mono! ¡Cuánto le ha ayudado!
«Cállate, Diana. No digas más tonterías o él te dejará por otra. Es más listo que tú y no estás a su altura.»Quiere bailar. Dar vueltas sin parar sobre sí misma, con los brazos abiertos y los tobillos desatados. ¡Quiere gritar! ¡Gritar!
Pero no puede, algo le dice que tiene que estar en silencio. Shhh.
Esas paredes..., ¿de dónde son? No las ha visto nunca. Qué blancas.
«No te duermas, Diana; ya queda poco para llegar al hospital.»¿Un hospital? ¿Para quién? ¿Para ella?
Hoy no ha vomitado. ¿Será por eso?
¿Dónde está?
Si sigo disimulando, voy a reventar.
El profesor de Matemáticas le va a suspender si no estudia más. Debe esforzarse. Mario ha estado ayudándola. No puede fallarle. Pero ¿el curso no ha terminado? Sí, es verdad. Y luce el sol, hace calor. Ya ha llegado el verano, las vacaciones.
¿Por qué Paula es ahora rubia? ¡Ah, sí! Quería cambiar su imagen después de todo lo que pasó con Ángel. Pobrecilla. ¡Pero que no se acerque a Mario! No tendría que estar con él en la piscina haciendo bromas. ¡Mario es su novio!
Mario. ¿Dónde está? Quiere verle. ¿Alguien se lo puede decir? ¿Alguien le puede decir a Mario que necesita verle?
Y ahora cojo aire.
Un búho que ulula. Sí, lo recuerda. Recuerda que Mario se lo dijo. Los búhos ululan. Es que es tan listo. Qué suerte tiene de que sea su novio. Muchísima suerte. ¿Siguen siendo novios? Sí, sí. Lo son.
Le duele la cabeza. ¿Qué ha pasado?
Está muy débil. ¿Por qué? Hoy no ha vomitado. O sí. Joder, no lo sabe. No controla sus impulsos. Se veía gorda al lado de Paula. Tenía que estar perfecta. Como ella. Pero eso es imposible.
Qué débil se encuentra...
¿Aún nadie le ha dicho a Mario que quiere verle? No, porque, si se lo hubieran dicho, estaría allí con ella. Aunque no se quiera casar. Son jóvenes y llevan poco tiempo juntos. Es lógico que no quiera.
Pero quiere verle.
Si abre los ojos, quizá lo vea. ¿Es hora de abrirlos? Sí.
Abre los ojos.
Se sobresalta y da un pequeño salto sobre... ¿una cama? Casi no se puede mover.
Una chica vestida de verde está a su lado. Se da cuenta de que ha abierto los ojos. Se acerca hasta ella y le sonríe.
—Hola, Diana. ¿Cómo te encuentras?
Una tarde de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
Se levanta de la mesa la primera. Durante la comida no ha dejado de observarlos. Parecían muy contentos. Demasiado contentos. Alex y Katia no se habrán besado cuando ella no estaba, ¿verdad?
Irene empieza a pensar que su plan de comportarse como una chica buena está caducando. Sí, ya tiene la confianza de su hermanastro. Más o menos. Ha logrado que crea que ha cambiado y que la etapa que ha estado viviendo en la casa del malogrado Agustín Mendizábal, esos dos meses infernales, le ha servido para recapacitar y transformarse en otra persona distinta. Incluso trabajan juntos en el asunto del libro. Pero ¿es ya hora de pasar al contraataque? No lo tenía previsto así. Es pronto. Aunque, si no se da prisa en actuar, la cantante del pelo rosa se va a anticipar. Katia no le cae mal. Hasta le resulta simpática. Sin embargo, es la competencia, y como tal debería tratarla. Ya le ha hecho demasiadas concesiones. Hasta aceptó que los tres durmieran anoche en su casa. Era necesario. Una prueba para testar cómo marchaba la relación entre ellos y una muestra más de la Irene buena en la que Alex puede confiar. Y aunque no durmió mucho vigilando por si su hermanastro entraba en la habitación de la cantante o ella le visitaba en el sofá, quedó satisfecha del experimento. Que no intentaran algo durmiendo bajo el mismo techo era señal de que entre los dos aún no había pasado nada importante.
—¿Alguien me ayuda o quito la mesa y friego yo sola? —pregunta, taconeando en el suelo.
—Nosotros hemos hecho la comida. A ti te toca quitar la mesa y fregar —responde Alex, lanzándole una servilleta a la cara.
La chica está ágil y la detiene con las manos antes de que le dé.
—Yo te ayudo —dice Katia, conciliadora.
—¡No! ¡Déjala a ella!
—Pobre... Así terminaremos más rápido.
—Gracias, guapa. Si fuera por este...
Las dos se cargan de platos y vasos, y los llevan a la cocina. En tres viajes han conseguido trasladarlo todo. Alex se sienta en el sofá y las contempla con una sonrisa, cruzado de piernas.
—Deja de mirarnos el culo —bromea Irene en el último de los viajes.
—No os estaba mirando el culo.
—¿No? Pues lo parecía. ¿A que sí, Katia?
Esta no dice nada y sonríe. Alex se sonroja, mira hacia otro lado y enciende la televisión.
Las chicas entran de nuevo en la cocina y se dirigen al fregadero.
—¿Yo lavo y tú secas? —propone Irene.
—Vale. Como quieras.
La joven abre el grifo del agua fría y echa detergente en el estropajo. Pone un plato debajo y empieza a frotarlo.
—Os ha salido bien la comida, tengo que reconocerlo.
—¿Sí? ¿Te ha gustado?
—Mucho.
—Me alegro.
Y esboza una gran sonrisa. Es cierto que la ensalada y los escalopines que han preparado estaban riquísimos.
Fregado el plato, Irene lo enjuaga y se lo pasa a Katia. La cantante lo seca con un trapo y lo coloca en el armario.
—Eres muy completa: guapa, lista, con éxito en la vida y, además, se te da bien cocinar.
—Gracias. Me vas a poner colorada. Aunque no es para tanto. Tengo muchísimos defectos.
—¿Como cuáles?
—No te voy a descubrir mis debilidades.
—Haces muy bien. De todas las maneras, yo pienso que harías muy buena pareja con mi hermanastro. Os parecéis bastante.
Ahora lo que Irene le entrega a Katia para que lo seque es un vaso. La chica del pelo rosa introduce el paño dentro y lo remueve hasta que desaparecen todas las gotitas de agua.
—No creo que tu hermanastro esté ahora para pensar en ese tipo de cosas —comenta Katia. —¿No?
—No. Está muy liado con el libro.
—¿Y qué tiene que ver eso? Si dos personas se enamoran, no importa el momento en el que empiecen una relación.
—Pero pasa una cosa: que ni Alex ni yo estamos enamorados —señala con una sonrisa.
Mientras hablan, se observan intermitentemente. Cada una procura mirar cuando la otra no lo hace. Guardan un curioso turno acordado, sin haberlo pactado.
—¿A ti no te gusta?
—¿Eso no me lo preguntaste ayer?
—Sí, pero no respondiste.
Ahora es Katia la que la mira atentamente. ¿Qué pretende con aquella conversación? Su instinto femenino le hace sospechar.
—Tú piensas que me gusta Alex.
—Sí. No solo lo pienso: estoy segura. ¿A que no me equivoco?
—Es probable.
—Se te nota bastante. O yo, por lo menos, lo noto. Somos mujeres, sabemos de qué va esto.
—Tienes razón en eso. Tenemos un sexto sentido para damos cuenta de esos detalles —admite—. ¿Y a ti? ¿Te gusta?
—¿Es lo que te dice a ti tu sexto sentido?
—Sí. También se te nota.
Irene le da la fuente de cristal en la que han servido la ensalada para que la seque.
—Es mi hermanastro. Aunque me gustara, no podría pasar nada entre nosotros. ¿No crees?
—Ahora eres tú la que no me ha contestado. ¿Te gusta o no?
—Es probable.
Ambas sonríen. Sin darse cuenta, han llegado hasta ese punto y se han desafiado. Han descubierto parte de sus cartas y ahora tendrán que jugarlas de la mejor manera posible. El premio es suculento: Alex.
El propio chico es el que entra en la cocina. No tiene ni idea de lo que acaban de hablar Katia e Irene.
—¿Os falta mucho?
—No —responden las dos al mismo tiempo y se miran entre ellas.
El escritor las observa sorprendido. Le da la impresión de que se ha perdido algo importante. ¿De qué habrán estado hablando?
—Mmm... ¿No estaréis planeando nada contra mí?
—¿Contra ti? ¡Qué egocéntrico! —exclama su hermanastra, frotando con el estropajo el último plato que queda en el fregadero.
—Pero ¿cómo que egocéntrico?
—El mundo no gira en torno a ti, hermanito.
—¡No me llames hermanito!
Katia observa a la pareja. Antes le hacía gracia el jueguecito verbal que se traían entre ellos, pero ahora que sabe lo que siente Irene, ya no le parece tan gracioso.
—¡Perdona, se me ha escapado! —responde Irene.
Y abre el grifo al máximo, pone el dedo debajo para hacer presión y dirige toda la potencia del chorro de agua hacia Alex, que no se lo espera.
—¡Hey! ¡No hagas eso! —exclama el chico, al recibir el impacto del chorro de agua.
—Hace calor, así te refrescas —responde Irene riendo.
Alex sale corriendo de la cocina, huyendo de la broma de su hermanastra.
—Así no lo conseguirás... —murmura Katia, caminando hacia la puerta.
—¡Qué sabrás tú...! —le contradice Irene, hablando para sí misma.
La chica salta por encima del charco que ha formado y también abandona la cocina.
En el salón, Alex ya se ha sentado en el sofá y la cantante del pelo rosa acude junto a él para ocupar un sitio a su lado. Se sienta a su derecha. Irene no quiere ser menos y se apresura a colocarse a la izquierda del joven.
—¿Me perdonas? — le pide con voz melosa.
Pero Alex no responde. Se gira hacia su derecha y busca la mirada de Katia.
—¿Quieres que veamos una película? —le pregunta a la cantante.
—Vale.
—¿Acción, drama, comedia?
—Me da lo mismo.
—¡Oye! ¡Que estoy aquí! —exclama su hermanastra, intentando hacerse notar.
—Mmm... ¿Has visto
Lost in translation
?
—No.
—¡Yo, sí! —grita desesperada Irene.
—Es mi película favorita. ¿Quieres que la veamos?
—Genial.
—¡Que yo sí la he visto! ¡No me apetece verla otra vez!
El chico mira hacia arriba y hace como que escucha algo lejano.
—¿Tú lo oyes? ¿Es un pájaro?
—Es probable —contesta Katia sonriente.
Irene se cruza ele brazos y abre muchísimo los ojos. ¿Un pájaro? ¿Es probable? Pero ¿a qué juegan esos dos? ¡Serán capullos!
—Bueno, ahora vengo. Voy a por el DVD, que tengo la película en mi habitación.
—OK. Te espero.
—¡Y yo! ¡Aunque ya la he visto!
Alex sale del salón y deja a las dos chicas a solas.
—¿Ves lo que te decía? Así vas mal encaminada... —le comenta en voz baja Katia, que le guiña un ojo.