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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (13 page)

BOOK: Sakamura, Corrales y los muertos rientes
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Sin embargo, cuando don Felipe de Borbón renunció a la corona para hacerse cantautor y recorrer las españas acompañado a la bandurria por su esposa doña Letizia, la casa de Ogilvy y Cinco Sicilias vio un hueco claro, presentó pruebas de ADN del antepasado bilioso —así como del ciervo, cuya cornamenta seguía en la familia—, y litigó enérgicamente para hacer valer sus credenciales, todo ello mucho antes de que los republicanos, que eran numerosos pero mal avenidos, tuvieran tiempo de ponerse de acuerdo siquiera en el diseño de la nueva bandera tricolor y mucho menos en el escudo, del que el ya venerable diseñador Javier Mariscal había trazado algunos esbozos incapaces de contentar a todos, quizá por la excesiva munificencia con que había distribuido corderos y baobabs sobre campo de gules.

Sea como fuere, la monarquía seguía rigiendo en España gracias al abnegado sacrificio de la Loles —coronada Eusebia I—, quien, en apenas unos me ses de reinado, estaba ya de sus malcarados y criticones vasallos hasta el real occipucio, al extremo de que algunos días especialmente aciagos de buena gana se habría unido a sus antecesores borbones para acompañarlos a las maracas en sus recitales.

Precisamente aquella mañana de julio, la Reina despachaba con sus consejeros y abogados a propósito de la última fechoría que los republicanos habían urdido para su descrédito, perpetrada de facto por una revista de humor chabacano que había representado en portada a la soberana —con todas sus generosas carnes exageradas hasta el delirio— en el acto íntimo de aplicarse un paño menstrual de celulosa —«Ups: me la he tragado», decía el ignominioso texto—, lo que, amén de una calumnia palmaria, puesto que la Reina Loles había ingresado en el climaterio hacía más de un lustro, resultaba a todas luces irreverente y vil.

—Estoy hasta el coño de estos putos republicanos: que les cooorten la cabeza clamó fuera de sí ante sus leguleyos.

Uno de ellos trató, tímidamente, de apaciguarla: —Majestad, quizá podríamos estudiar la posibilidad de incoar recurso de amparo ante el tribun... —Incoarles un melón por el culo, es lo que habría que hacerles... Envidiosos, que son una panda de envidiosos... ¿Me meto yo con ellos?, ¿eh?, ¿me meto yo con ellos, que son un hatajo de cocainómanos?

El chambelán, que en ocasiones como ésta prefería desaparecer discretamente por los pasillos, se vio obligado a interrumpir la reunión para acer carse a la Reina y comunicarle al oído un recado urgente:

—Majestad: el Ministro del Interior reclama audiencia inmediata.

—Y ese Truchaloca qué mierda quiere ahora ~spetó la Reina, que gustaba de poner al día sus injurias escuchando cada mañana a don José Domingo de la Cascada.

—Ignoro los detalles, mi Señora, pero según me !' comunica el propio Ministro se trata de un asunto ' grave que afecta a la seguridad nacional...

—¿Otra vez...?, ¿es que estos socialistas no pueden gobernar a los subnormales de sus votantes sin molestar a la monarquía semana sí semana también...? —maldijo Eusebia I, levantando sus soberanas posaderas de la butaca Imperio, que crujió con gran alivio de fustes y travesaños—. Ni se os ocurra moveros de aquí hasta que yo vuelva —les advirtió a los leguleyos señalándolos con su poderoso índice de larga uña afilada.

Salió precedida del chambelán, que le fue abriendo puertas hasta el Descansillo de la Antesala del Gabinete Real. Allí esperaba Berto bastante encogido, como cada vez que se veía obligado a acudir a palacio a causa de alguna emergencia nacional.

—A ver, qué pasa ahora... —preguntó la Reina, poniéndose en jarras a tres metros de él sobre la escalinata.

—Majestad: siento mucho molestarla, pero esta vez la cosa es grave... Temo que han secuestrado al Presidente del Gobierno.

—Y qué: ¿vienes a ver si lo tengo escondido en las mazmorras de palacio...?

Esa respuesta despistó un poco al Ministro del Interior:

—No, verá, es que..., en fin..., se ha producido un vacío de poder inesperado, y...

—¿Y... ?

—Pues..., que alguien tendrá que gobernar el país mientras encontramos al Presidente..., y como, en fin..., su Majestad no deja de ser la jefa del Estado, pues he pensado que...

—Chst, despacito: si no recuerdo mal, ésta es una monarquía parlamentaria, y a mí me pagan muy poquito... Pase lo de ser el blanco de las mofas de los republicanos, pero no estoy dispuesta a pasarme el día solucionando los problemas en los que os metéis los políticos... Además, a ver: ¿tú no eras el Vicepresidente del Gobierno?

—Sí, Vicepresidente Primero...

—¿Y no te quedas tú gobernando cuando tu amigo se va por ahí de viaje oficial...?

—Sí, claro, pero éste es un caso...

—Un caso, qué caso... El Presidente no está porque lo han secuestrado, le ha picado una mosca tsetsé, lo que sea...; pues, bueno: se pone al frente del gobierno el Vicepresidente Primero, que para eso está... ¿Que resulta que también te secuestran a ti?, pues se pone al Vicepresidente Segundo, que para eso está también... ¿Vas pillando la lógica, alma cándida? dijo la Reina, haciendo un gesto oscilatorio con el índice y el pulgar.

—Ya, bueno, ésa sería desde luego una solución provisional... Pero..., en fin, no sé: ¿no debería usted otorgarme alguna clase de... poder especial, o algo parecido? Lo digo por si el Presidente no aparece y hay que decírselo a la gente...

—Vale: te otorgo un poder especial —dijo la Reina, haciendo gesto remoto de tocarlo con una espada, o quizá con alguna clase de varita mágica—. ¿Algo más?

—Pues..., no sabría decirle, ahora no se me ocurre qué...

—Hala pues: a cascarla —dijo la Reina impaciente, y sin esperar a la reverencia de Rerto se dio media vuelta camino de la sala donde esperaban los leguleyos.

—Este tío es tonto del culo... —comentó para sí misma; después se dirigió al chambelán—. Y tú: vigílame al Rey, que en cuanto me despisto se me escahuye con la moto...

La simpática sonrisa de la Porsche, que de ordinario la asemejaba a un delfín de ojillos sorprendidos, se había trocado en algo parecido a la mueca de un pato muerto.

A resultas del choque contra el macetero de la calle Mayor, el faldón delantero había desaparecido, el capó estaba arrugado hasta formar una cordillera bastante tibetana, y el chasis entero se había estremecido lo bastante para que la capota de lona no encajara en su cierre. Con todo, las desafortunadas azaleas del macetero sufrieron daños todavía más graves.

—Oh: ya está, ya está, ya pasó... —trataba la Agente 69 de consolar a su niña dándole palmaditas en el parabrisas—. Ahora mami te lleva al servicio técnico y ya verás qué guapa te pone el planchista, ¿te acuerdas?, ¿de aquel señor tantan atento que te quitó un bollo en el culete... ?

Abrió la portezuela y se sentó en el interior, que, salvo por el despliegue de airbags, parecía intacto. Los sistemas electrónicos funcionaban y, al giras: completamente la llave, el motor trasero empezó a ronronear igual de bien que siempre.

Sólo después de estas operaciones, la Agente 69, con anticipado gesto de resignación, echó mano a la guantera para confirmar con desagrado que no sólo había desaparecido el cheque de la Petita Banca Andorrana, sino también su documentación falsa. En su lugar encontró una hoja de Moleskine con el dibujo de un orinal del que salían tres rayitas que sugerían fetidez.

La Agente 69 reflexionó. La fecha de cobro del cheque era el 25 de julio, y el horario de caja de los bancos en Andorra era de las 9 de la mañana a las z de la tarde.

—Mmmm, querida, tendrías la bondad de decirme qué día es hoy... —le preguntó en voz alta a una empleada vestida con un mono grasiento, que unos metros más allá trataba de desenganchar de la grúa a un jaguar abollado y cubierto de basura. —Lo siento, cariño: me he olvidado el almanaque en casa de mi estilista contestó la empleada, apartándose una greña que se le escapaba de la coleta. La respuesta había sido pronunciada con la típica antipatía con que la mayoría de las mujeres solía hablarle a la Agente 69, sin que ésta hubiera llegado a encontrar jamás explicación a tan singular fenómeno. De modo que pensó que lo mejor sería pedir ayuda a algún caballero, que en general se mostraban mucho más complacientes.

Buscó el móvil en su bolsito de Yves SaintLaurent y marcó el número del
President
Andreu, que aunque interrumpido en una importante reunión en el cuartito de la fotocopiadora del Palau de la Genera — litat, respondió de inmediato a la llamada.

De este modo, la Agente 69 supo que era día 24. —¿Me llamas sólo para preguntarme eso? —se extrañó el
President
al otro lado de la línea. —Mmmm, ¿qué te parece si me llevo al inspector a Andorra un par de días?

—¿Ya has... entrado en contacto?

—Oh, Andreu, querido: no puedo creer que tengas tantan poca fe...

—Te quiero, te quiero, te quiero... Llévatelo dónde quieras, cuanto más lejos esté de Calabella mejor.

—Mmmm, otra cosa: aquel cheque que me diste no se puede anular, ¿verdad?

—No: puede ser destruido, pero no se puede anular, es como un billete de banco, ya te lo dije... No me digas que lo has perdido...

—No exactamente.

—Entonces qué estás tramando...

—Mmmm, te dejo: me parece que en las próximas horas voy a tener que trabajar estrechamente con la Interpol...

—Ah: eres el diablo, pero te quiero.

En su nueva calidad de Presidente en funciones, la primera medida que tomó Berto para afrontar el secuestro del Presidente Paquito fue reunir a la parte del Consejo de Ministros que no estaba de viaje oficial y abandonarse ante ellos a un tembleque nervioso.

—Pues yo diría que está haciendo un viaje oficial a Laponia... —propuso el Ministro de Exteriores. —¿Y por qué precisamente a Laponia? —preguntó Berto, que en su estado de ánimo apesadumbrado le encontraba pegas a todo.

—Bueno, por allí no creo que haya muchos periodistas...

—Los periodistas están en todas partes, querido

—dijo la Ministra de Sanidad, las fotos de cuya última revisión ginecológica habían sido publicadas en Tetas y Culos, la prestigiosa revista de análisis político.

—¿Estáis seguros de que en Laponia las mujeres no llevan burka? —quiso asegurarse la Ministra de Igualdad, que ya había terminado de reñir a los aya~ tolás y había aterrizado en Madriz esa misma mañana.

—¿Y qué demonios se supone que está haciendo el Presidente en Laponia? —preguntó Berto. —¿Burka?, ¿en Laponia?, a mí no me suena —contestó la Ministra de Sanidad en la conversación cruzada.

—No sé: podríamos buscar en el Google algo que se produzca en Laponia en grandes cantidades y decir que el Presidente ha viajado allí a fin de llegar a algún acuerdo de importación... —propuso el Ministro de Exteriores.

—En Laponia llevan gorritos de colores con orejeras, nada de burka... —intervino José Miguel Pachorra del Cuajo, Ministro de Economía y Segundo Vicepresidente.

—Oye, pues no es mala idea dijo Berto con un destello de ánimo—: seguro que Laponia es rica en alguna clase de combustible fósil..., ¿os habéis dado cuenta de que los combustibles fósiles están siempre en sitios difíciles?

—Pues a mí esos casquetes lapones, por muy de colorines que sean, me parece que no son más que burkas disimulados que los hombres les obligan a lle var a las mujeres —insistió la Ministra de Igualdad.

—Pero si los hombres también los llevan... —opuso Pachorra del Cuajo, que a menudo se enzarzaba a discutir con la Ministra de Igualdad.

—Bueno, puede que los hombres lo lleven porque quieren, pero ¿alguien se ha molestado en preguntarles a las laponas si desean llevar gorritos de colores...?

—Y qué os parece alguna clase de energía alternativa, y así de paso quedamos bien con los Cabezas Verdes... A lo mejor resulta que en Laponia produ cen bioetanol, o algo por el estilo... elijo Berto, ya casi animado del todo.

—Por el amor de Dios, Catalina: los lapones y las laponas llevan gorritos de colores porque allí arriba hace un frío que pela, no saques las cosas de quicio...

—Pues yo creo que sería mejor decir que está en algún sitio con suficientes garantías de no discriminación sexista —insistió la Ministra de Igualdad—. Por ejemplo en Francia, que precisamente se celebra ahora en París el Congreso anual de MP y VM... —Y si resultara que no hay combustibles alternativos, siempre podríamos decir que ha ido a exportar jamón serrano —siguió generando ideas el Ministro de Exteriores—. ¿No se lo hemos vendido a los americanos, que son tan tiquismiquis?

—¿MP y VM?, y eso qué demonios es —preguntó Pachorra del Cuajo, que, con la friolera de 46 años, era el más viejo y menos puesto al día de los ministros.

—¿No me digas, José Miguel, que no has oído hablar de los MP y VM? —le preguntó la Ministra de Igualdad aleteando interminablemente con sus pestañas superlargas.

—Lo del jamón no me parece verosímil. Esas cosas son más de presidentes autonómicos: si se desplaza el Presidente con mayúscula tiene que ser o para combustibles o telecomunicaciones, algo así... —dijo Berto.

—MP y VM son las siglas de Mujeres Padres y Varones Madres —puso al día a Pachorra del Cuajo la Ministra de Sanidad, que estaba licenciada en pe dagogía y tenía cierta paciencia con los torpes—. Es decir, transexuales que tuvieron hijos o los adoptaron antes de cambiar de sexo: un colectivo emergente con problemática específica.

—Joder, y tan específica... —exclamó Pachorra del Cuajo.

El Ministro de Administraciones Públicas, que era el más gafotas, había aprovechado el tiempo para consultar en Internet con su ordenador portátil:

—He encontrado Laponia en la Wikipedia: «Región geográfica de Europa del Norte. Limita por el norte con el Océano Glaciar Ártico, por el oeste con el Mar de Noruega y por el este con el Mar de Barents. Está dividida entre Noruega, Rusia, Suecia y Finlandia».

—Vale, pero ¿tienen combustibles fósiles?

—Es interesantísimo —añadió con gran entusiasmo la Ministra de Igualdad, en su propia conversación—: se dan incluso casos de transexuales que tu vieron o adoptaron hijos antes y también después de cambiar de sexo. De modo que hay quien, por ejemplo, es padre de dos niños y madre de un tercero.

—Y eso qué tiene de interesantísimo, yo lo encuentro un lío tremendoobjetó Pachorra del Cuajo.

—A ver, estoy mirando en otra página... Eeeeh..., sol de medianoche..., aurora boreal..., patria de Papa Noel..., lengua ugrofinesa... 400 palabras para decir «reno» ...

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