Sakamura, Corrales y los muertos rientes (17 page)

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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

BOOK: Sakamura, Corrales y los muertos rientes
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Jazmín se había decidido por enfundarse un simple Chanel de dos piezas con bolso a juego.

—Qué, ¿conduzco yo? —se ofreció Corrales en el parquin, cuando se aproximaban ya a la pobre Porsche de morritos aplastados.

—Mmmm: ¿cuántos puntos le quedan en el carnet? —preguntó Jazmín.

—Ocho: me quitaron cuatro porque los chavales que me hicieron soplar no sabían con quién estaban tratando...

—Oh: no creo que con sólo ocho puntos podamos llegar a Andorra la Vella en menos de tres horas. Los límites de velocidad son tantan bajos.

De modo que el inspector —que seguía siendo el más japonés— se sentó en el hueco del perro, Jazmín al volante y Corrales a su lado.

Dos horas y media después —y unos treinta y cinco puntos de carnet que nadie podía quitarle a la Agente 69 porque su permiso de conducir era, no sólo andorrano, sino también falso— llegaban a la frontera española con el país de los Pirineos. Corrales, que ni en las montañas rusas había experimentado fuerzas G de tal magnitud, llegó con las piernas temblando, los pelos engominados apuntando en direcciones sumamente sorprendentes, y exhausto por la tensión de agarrarse al asidero de la puerta y empujar con los pies sobre la alfombrilla.

El inspector, acostumbrado a las emociones fuertes que procuraba el
Zen
, llegó sonriente y con la cabeza llena de fotografías mentales —meramente tu rísticas— que le había sacado al Cadí y los bonitos valles de la Cerdaña.

Y Jazmin, a la que la velocidad le producia una sensación muy próxima a la voluptuosidad sexual, se relajó al incorporarse al tráfico lento de Sant Juliá de Loira para encender un cigarrillo y aspirar profundamente su delicioso humo.

Por lo demás, la probabilidad estadística de lluvia en Andorra en ese día concreto del mes de julio era sólo del 1,6 por ciento, pero como la capota de la po bre Porsche no podía cerrarse, Murphy se encargó de que empezara a lloviznar justo cuando entraban en Andorra la Vella.

A fin de ir poniendo en orden los asuntos de Estado, el Presidente en funciones Berto había convocado a la Ministra de Sanidad y el Ministro de Economía —los únicos que no tenían viajes oficiales o inauguraciones aquella tarde— en la habitación del Hospital de La Paz donde seguía ingresado el Presidente Paquito.


Ez dakit nortzuk diren, ezta non dauden ere, baina jakingo banu ere, ez nizueke esango
—dijo el Presidente, mientras degustaba unos montaditos que había conseguido que le trajeran del bar bajo amenaza de abrirle un expediente al director.

—Dice que no sabe nada de los Innombrables pero aunque lo supiera tampoco lo diría —tradujo la auxiliar de enfermería Itziar, ya al borde de caer dormida en la butaca de las visitas.

—Coño, Paquito, que te han secuestrao... —opuso Berto.


Bahitu egin zaituztela kontuan izan beharko zenukeela dio
—tradujo Itziar, que después escuchó la respuesta del Presidente y por último la vertió al castellano:

—Dice que eran patriotas vascos y no tenían más remedio que actuar como lo hicieron.

—A ver si va a tener un sindromazo de Estocolmo... —intervino la Ministra de Sanidad sin dirigirse a nadie en concreto.

—Zer esan du? —preguntó el Presidente. —Stockholmeko sindromea duzula... —aclaró Itziar, antes de enredarse otra vez en un largo diálogo en euskera.

Finalmente tradujo:

—Ehhh, dice que no tiene ningún síndrome, que quiere hablar con un tal Satrústegui y que es lamentable que las enfermeras se vean obligadas a hacer horas extras contra su voluntad.

—¿Satrústegui el gordo? —preguntó Berto. —Satrústegui tipo lodia? —tradujo Itziar.

Ez izan lotsagabea: Euskadiko Lehendakaria da
—dijo el Presidente muy serio, dejando por un momento de masticar montadito de atún.

—Dice que más respeto, que es el Lehendakari —tradujo Itziar

—¿Y para qué quieres hablar con él precisamente ahora, con la de problemas que tenemos? —preguntó Berto.

—Lod.. Satrustegirekin zertarako hitz egin nahi duzun jakin nahi du —tradujo Itziar. Autodeterminazio emeferenduma berehala antolatu beharko genukeela uste dut. Euskal Herriak denbora luzeegia darama gure arretaren zain —dijo el Presidente, y tradujo Itziar:

—Dice que hay que organizar enseguida el referéndum de autodeterminación porque el pueblo vasco lleva demasiado tiempo esperando; y también que es increíble lo bajos que son los sueldos de las auxiliares de enfermería.

Los ministros intercambiaron miradas de inteligencia: indudablemente, el Presidente Paquito no estaba en sus cabales.

—Mira, Paquito, tú no estás bien, lo que necesitas son unos días de reposo, y no quiero que te preocupes de nada hasta que te mejores.

Ez zaudela burutik ondo eta atsedena behar duzula dio —tradujo Itziar, con un bostezo final. —Galdetu euskaraz hitz egitea buruko gaitza dela irudit
Zen
zaion. Hala bada muturrekoa eman beharko diot... —dijo el Presidente.

—Dice que deberían pagarles a las enfermeras al menos un plus por conocimiento de idiomas, y que si vuelve usted a insinuar que hablar euskera es una tara mental, le va a dar un puñetazo en las narices —tradujo Itziar.

Los ministros dieron un pequeño pero perceptible respingo.

—A mí no me miren —se exculpó Itziar—, yo sólo traduzco...

—Eso no te lo voy a tener en cuenta, Paquito, porque estás como estás: sólo te recordaré que estudiamos juntos en los salesianos de Palencia... —dijo Berto, visiblemente dolido.

El lamento fue traducido y el Presidente Paquito habló entonces bastante rato, de tal modo que Itziar fue traduciendo cada tanto:

—Dice que los patriotas vascos pueden permitirse el lujo de nacer en Palencia, en Cincinatti, o donde les dé el dolor a sus madres...

»Y exige le sea restituida de inmediato su autoridad de Presidente del Estado español, en virtud de la cual les ordena:

»Primero, que lo pongan en comunicación telefónica inmediata con el
Lehendakari Satrústegui
. »Segundo, que pidan audiencia a la Reina Eusebia, a ser posible para esta misma tarde.

»Tercero, que convoquen una rueda de prensa para mañana a las ocho en la que comparecerá el Presidente...

»Y cuarto, que suban el sueldo un 2o por ciento a las enfermeras auxiliares que se vean obligadas a hacer trabajos de traducción fuera de turno.

Cuando unos minutos después los ministros salieron de la habitación estaban bastante más preocupados que al entrar.

—Si es que no es él —dijo la Ministra de Sanidad—: hasta le ha cambiado la mirada...

—Al final vamos a tener que recurrir a lo del viaje a Laponia: la primera idea es la que vale —dijo Berto, casi para sí mismo.

—Pues yo creo que esta enfermera nos ha metido morcillas en la traducción —dijo Pachorra del Cuajo—. A lo mejor con otro traductor el caso no parecería tan grave...

Después de la reunión con el doctor Cafarell, el
President
, el
Conseller
y el
Cap dels Mossos
se reunieron esta vez con un experto en cultura japonesa al que le había sido encomendado descifrar los ideogramas que el inspector Sakamura había enviado por fax al comisario FréreJacques y que, desde la comisaría de Calabella, les habían sido remitidos también al
Cap dels Mossos
.

—Muy buenos haiku —dijo el experto, echándole una mirada a lo que a los otros les parecían dibujitos incomprensibles.

¿Haiku? —preguntó el
President
.

—Poesía japonesa
Zen
. Poemas de sólo tres versos. Son de gran dificultad precisamente por ser espontáneos, muy poco trabajados y sin embargo ex quisitos en su ejecución, exactamente como un paisaje pintado a tinta...

—Tendría usted la bondad de traducírnoslos... —Bueno, es difícil. Las palabras japonesas tienen significados complejos, y además aquí se usan términos arcaicos derivados del chino...

El
President
sonrió todo lo que pudo y dijo: —Por favor, inténtelo.

—No sé si soy lo bastante bueno —opuso todavía el experto, que aunque era natural de Riudellots de la Selva había estudiado literatura en la universidad de Tokio y se había contagiado un poco de la pegajosa modestia nipona.

—No importa —insitió el
President
, a punto de dejar ya de sonreír—, aunque sea una traducción aproximada, nos hacemos cargo de la dificultad...

El experto consideró conveniente no hacerse más de rogar y, gestualizando con elegantes movimientos de brazos y manos, declamó:

—La nube flota.

»La grulla levanta el vuelo. »El río discurre en su cauce.

El
President
y los otros dos se miraron durante unos segundos en silencio.

—¿Qué significa? —preguntó finalmente el
President
.

—Quizá es un koan... La nube flota, pero en japonés podría significar también «la nube está ahí desde siempre», o «la nube permanece». El río dis curre en su cauce, pero se usa la marca ideográfica correspondiente a tao, que significa también «el camino», «aquello de lo que no puede uno desviarse», o también la forma, el método, la manera precisa de hacer las cosas para llegar a un fin determinado... En cualquier caso, el efecto en japonés es de gran belleza y armonía, y, si les interesa mi humilde opinión, yo diría que este primer poema es sólo una introducción: algo así como nuestro «Érase una vez... », aunque más bien dice algo como «Todo estaba tranquilo cuando... ».

—Joder, qué complicados son estos japos —dijo el
Conseller
.

—En realidad, si hablamos de
Zen
, es justo lo contrario de complicado, por eso mismo es tan difícil de interpretar en su sentido exacto... —puntualizó el experto.

—¿Y hay muchos de ésos? —preguntó el
President
, que veía cuatro largas listas de ideogramas dispuestos en vertical pero no sabía a cuantos haiku podían corresponder.

—Mmmm, unos veinte —dijo el experto. —Nodos igual de... poéticos que éste? —Pues..., a ver, le leo otro de por en medio, al azar...:

»Las gacelas abatidas guardan silencio. »La lluvia cae sobre el bosque.

»La cosecha de arroz ha sido abundante.

—Este tío tiene que ser tonto dijo el
Cap dels MOSSOS
.

—O tan listo que sabía que íbamos a interceptar su mensaje dijo el
President
, y luego al experto—: Haga lo que pueda con la traducción y cuando la tenga completa me la hace llegar a mi despacho con un bedel.

Dos

Su Majestad la Reina Eusebia 1 era sanguínea y nada propensa a la depresión, pero un cierto desconsuelo hizo presa de ella mientras veía el más popular programa televisivo de la sobremesa. El magazine estaba difundiendo en aquel momento unas imágenes del Rey consorte —Manolo para sus numerosos amigos-acudiendo en su moto con sidecar a un club nocturno ubicado en algún lugar de la carretera de Aranjuez. Pero lo que había sumido a la Reina en su momentánea tristeza no era tanto el lamentable estado en el que su real marido salía del local ya de madrugadaacompañado de una señorita rubia que lo ayudaba a montarse en la moto, ambos muertos de risa y sin guardar ningún protocolo—, sino sobre todo los repugnantes comentarios con que los presentadores glosaban las imágenes:

«Señores, hay que ver cómo está la baraja Mijo el sonriente y pulquérrimo presentador, que se hacía la pedicura a diario—: yo creía que teníamos al Rey de Bastos y ahora resulta que era el de Copas... Huy, por Dios, qué tontería, como están hoy los guionistas... » «Chico, no seas mal pensado, lo mismo ese chalecito con tantas luces es una farmacia de guardia y el Rey ha ido a comprarle a la Reina unas compresas con alas», dijo su compañera, aleteando con las pestañas a su particular manera y haciendo un gesto de inequívoca alusión a la vil caricatura de la Reina recientemente publicada.

«Pues si nos está usted viendo, Majestad —volvió a la carga el otro, aún más sonriente—; que sepa que ponemos a su disposición el teléfono de Alcohólicos Anónimos. Si mira aquí debajo en la pantalla verá los números... A ver, compañeros de realización, un poco de brillo, que tenemos a la pobre Reina esperando que le pongáis el cartelito...»

«Ah, y para las vomitonas sobre las alfombras de palacio, lo mejor es que les dé Su Majestad con agua jabonosa —remachó la presentadora—: hay que cui dar el Patrimonio Nacional, Majestad, que buen dinerito nos cuesta a los trabajadores... »

La Reina hundió el botón de apagado del mando a distancia:

—¿Y tú cuándo trabajas, so puta: cuando les comes el rabo a los productores? —se preguntó retóricamente.

El chambelán, que llevaba un buen rato espiando desde lejos para encontrar el momento de acercarse sin ser devorado, se armó de valor y llamó la atención de la soberana:

—Majestad...

—Díiime dijo la Loles.

—El Jefe de la Oposición solicita audiencia inmediataexplicó el hombre, con tembleque de mantis religioso.

Contra todo pronóstico, la Reina no se revolvió al ataque para comerle la cabeza al chamberlán, sino que, todavía sumida en quién sabe qué reales melan colías, permaneció inmóvil y pensativa en su butaca Imperio:

—¿El Jefe de la Oposición?, ¿qué Oposición? —preguntó.

—La Oposición al Gobierno, Majestad.

—No sabía que tuviéramos de eso... ¿Lo conozco? —Es el diputado Fernández Plancha, señora. —Ah, el sietemesino del PEPE... Hazlo pasar, anda, a ver si me cambia un poco el humor. Y en cuanto lo hayas acompañado, vete a despertar de la siesta al capull..., a Su Majestad el Rey, y le dices que quiero verlo aquí en cinco minutos de reloj, que le tengo que contar un par de cositas.

La Reina se acercó a la chimenea en cuya repisa se hallaba una caja de puros con incrustaciones de marfil ilegal y ébano protegido. Tomó una tagarnina del g, arrancó una punta entre sus incisivos y la escupió en el hogaril.

Había dado apenas un par de buenas bocanadas cuando llegó el chambelán precediendo al sietemesino, quien de inmediato se prosternó ante la soberana, como solía hacer en cuanto se le presentaba ocasión: —Es un honor ser recibido de nuevo por Su Majestad —dijo en tono untuoso y arcaizante—; disculpe Su Majestad mi osadía, bien sabe Dios que por nada del mundo quisiera distraerla de sus ocupaciones, pero he considerado que era mi deber de vasallo informar cuanto antes a Su Majestad de ciertos hechos que han llegado a mi conocimiento...

La Reina, que se había quedado en jarras con el puro en la boca, no era del todo indiferente a la exagerada obsequiosidad de Fernández Plancha:

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