Secreto de hermanas (53 page)

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Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

BOOK: Secreto de hermanas
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El verano pasado, el periódico había anunciado la muerte de una mujer por la mordedura de una araña de esa especie. El animal se había introducido en la cesta de la ropa de la mujer.

Apenas sentía las piernas cuando me aparté del parterre y me di media vuelta para correr hacia la casa.

—Pero, cariño, ya habíamos visto antes esas arañas. La costa norte es su hábitat natural —me dijo Freddy aquella noche, pasándome un vaso de coñac—. Está muy bien eso de tener un jardín con plantas y animales autóctonos, pero las arañas piensan que también están invitadas.

—No lo entiendes —protesté—. Estaba metida dentro de mi guante. Y la puerta del cobertizo se había quedado abierta.

—Quizá Regina utilizó tus guantes para cortar verduras del huerto. Esas arañas son conocidas por subirse a las botas y los zapatos de la gente.

—¿Y cómo llegó al interior de mis guantes? Estaban enrollados como una pelota, como si la araña estuviera atrapada, y debió de hacerlo alguien hace poco, porque si no, el animal se habría muerto de hambre.

Freddy se sentó en el alféizar de la ventana y cruzó los brazos, pensativo.

—He oído que sí se cuelan por las rendijas, ya sabes, cuando están en época de apareamiento y después de la lluvia.

—Pero eso es en verano, Freddy. Y no ha llovido durante semanas. Alguien la ha puesto ahí.

—¿Quién de nuestra casa pondría una araña mortífera en tus guantes, Adéla? ¿Rex? ¿Regina?

Freddy me sostuvo la mirada. Se le ensombreció el rostro y se puso en pie, recorrió la habitación a grandes zancadas antes de sentarse junto a mí y cogerme de la mano.

—Tu padrastro está en Austria. Eso ya lo han confirmado.

—Lo sé —afirmé con voz temblorosa.

Comenzaba a comprender que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada.

Freddy me apretó la mano.

—Pobrecita mía —dijo besándomela—. Estás agotada.

A finales de mayo, la madre de la señora Swan, que vivía en las tierras altas del sur, tuvo un ataque. La señora Swan y Mary planeaban viajar hasta allí para cuidarla y necesitaban que Robert las acompañara. Puesto que Klára se encontraba tan cerca del final de su embarazo, y sin haber confirmado si tenía o no tuberculosis, decidimos que lo mejor sería que ella se quedara en Sídney. Con gran disgusto, Robert la dejó para viajar con su madre y su hermana.

—Te llamaré todos los días —le aseguró—. Y volveré antes de que nazca el bebé. La abuela sufre estos ataques de vez en cuando, pero siempre se recupera. Es tan fuerte como un toro.

Klára se había convencido a sí misma de que Milos se encontraba en Europa, pero percibí una sombra de inquietud en su mirada.

—No nos separaremos la una de la otra —le prometí.

Durante la ausencia de los Swan, Klára se quedó conmigo y Freddy. De no ser por las dudas sobre su estado de salud, tener de vuelta a mi hermana en mi casa hubiera sido perfecto. Una mañana, Freddy, Klára y yo desayunamos juntos en la terraza antes de que él se marchara al trabajo.

—El jardín está exuberante en esta época del año —comentó Klára, admirando las camelias y sus flores rojas, las melaleucas de flores blancas y los fresnos arándanos, que habían pegado un estirón durante el último mes. Habíamos mandado instalar luces alrededor del jardín y del estanque para que pudiéramos dar fiestas durante el verano.

Mi mirada recayó sobre un lili pili veteado de hojas nuevas color carmesí. Lo reconocí como uno de los torturados arbustos podados del antiguo jardín de Freddy; yo le había pedido a Rex que los plantara en la tierra y estaba convirtiéndose en un hermoso árbol. «Lo he liberado», pensé. Recordé lo que Robert había dicho sobre que Freddy y yo éramos buenos el uno para el otro, y comprendí que Philip también me había liberado a mí.

—Será mejor que me marche —anunció Freddy, dando el último sorbo a su té e inclinándose por encima de la mesa para besarme—. Tengo que visitar a unos clientes esta mañana y después me voy a pasar por el Cine de Tilly para discutir otro proyecto con vuestro tío.

Le deseé a Freddy un buen día y volví a concentrarme en mi desayuno. Una sensación que no comprendí se apoderó de mí. Me levanté y corrí al recibidor. Estaba cogiendo el abrigo y el sombrero de las manos de Regina cuando se volvió hacia mí y me sonrió.

—¿Qué sucede?

Me abalancé sobre él y le rodeé el cuello con los brazos.

—He olvidado devolverte el beso —le dije, presionando mis labios contra los suyos.

Aquella noche, antes de cenar, Klára tocó el piano en la sala de estar. No solíamos quedarnos mucho tiempo en aquella estancia, puesto que acostumbrábamos a pasar las noches en el salón. Pero ella sintió el impulso de tocar y a mí me alegró satisfacer su deseo.

—Es bueno que sea tan alta y tenga brazos largos —comentó con una sonrisa—. De lo contrario no lograría llegar al teclado.

Recordé la predicción de Ranjana de que Klára estaba embarazada de gemelos. A pesar de su enfermedad, Klára había cogido peso. Ya no tenía un aspecto tan desgarbado, lucía un pecho turgente y la cara redonda como un melocotón.

Oí que sonaba el teléfono. Unos minutos más tarde apareció Regina y me dijo que Freddy quería hablar conmigo. Nuestra sirvienta, que solía tener un aspecto saludable, parecía demacrada y pálida.

—¿Adéla, eres tú? —preguntó Freddy cuando cogí el auricular.

Su voz sonaba nerviosa.

—¿Qué ha pasado? —inquirí.

—Ha habido un incendio en el cine. Acabamos de lograr extinguir las llamas ahora mismo.

—¡Dios mío! ¿Y tío Ota? ¿Y Ranjana?

—Nadie ha sufrido ningún daño, pero la sala de proyección y nuestra filmoteca han desaparecido por completo. La policía está aquí. Quieren hacer un informe.

—¿Creen que ha podido ser provocado?

—Todavía no lo saben. Por lo visto, ha habido intentos de extorsión a los cines últimamente. Pero yo creo que ha sido un accidente. Solamente se ha incendiado la sala de proyección. Si se tratara de una extorsión, también le habrían prendido fuego a la oficina.

Freddy estaba en lo cierto. No era extraño que los rollos de películas se incendiaran. Esa era la razón por la que tío Ota había instalado un equipo de seguridad en las salas de proyección y almacenaje.

—Escucha —me dijo Freddy—, Ota, Ranjana y yo estamos intentando resolver este jaleo, pero la policía no nos dejará marcharnos hasta que hayan hecho su informe. Esther se encuentra en Watsons Bay cuidando de Thomas. ¿Estáis Klára y tú bien ahí? He llamado a Robert. Está de camino a Sídney. Llegará a primera hora de la mañana.

Miré hacia la sala de estar. Klára todavía se hallaba sentada al piano leyendo una partitura.

—Sí, estamos bien.

—Espero que podamos resolver esto en unas horas —me dijo Freddy—. Pero no me esperéis despiertas.

Colgué y fui a buscar a Regina. Le comenté que Freddy se retrasaría, para que no guardara su cena.

—Muy bien, señora —me dijo con voz ronca.

—¿Te encuentras mal? —le pregunté.

Regina pareció avergonzada.

—Me duele el estómago —me respondió—. Un vendedor ambulante ha venido esta tarde vendiendo bollos de crema. No tendría que habérselos comprado. La crema debía de encontrarse en mal estado.

—Vete a la cama —le dije—. Yo misma puedo servir la cena. El doctor Fitzgerald viene mañana a reconocer a mi hermana. Le pediré que te examine a ti también.

—Muchas gracias, señora —me contestó Regina—. Buenas noches.

La contemplé mientras subía las escaleras hacia su habitación. Cuando regresé a la sala de estar, me encontré a Klára dormida en el sofá. Cogí una manta y la tapé con ella. El embarazo provocaba que Klára durmiera profundamente, así que sabía que no tenía ni la menor posibilidad de despertarla para mandarla a la cama. No había corrido las cortinas todavía y me paré junto a la ventana para admirar la luz de la luna sobre el jardín. Las noticias del incendio me habían inquietado y no sería capaz de dormir hasta que Freddy regresara a casa. Elegí un libro de la estantería y me acomodé al lado de Klára junto a las brasas de la chimenea.

Justo después de las once en punto, una brisa se levantó y silbó por las paredes e hizo repiquetear las puertas. Oí un golpe en la planta de arriba que sonaba como si proviniera del dormitorio que Freddy y yo compartíamos. Me pregunté si Regina se habría dejado la ventana abierta. Apoyé el libro sobre la mesa, y en ese momento se fue la luz. No era raro que fallara la electricidad cuando soplaba un fuerte viento y los cables se cruzaban. Dejaría que Rex lo arreglara cuando viniera por la mañana. A tientas, busqué la lámpara de aceite que teníamos sobre la cómoda y la encontré. Tanteé la repisa de la chimenea en busca de una cerilla para encenderla.

Klára suspiró y se dio la vuelta, tapándose con la manta hasta el cuello. Cerré la puerta al salir. Mi hermana tendría que pasar la noche allí. No quería que anduviera trastabillando en la oscuridad.

La lámpara apenas producía un pequeño círculo de luz, pero me bastaba para iluminar mi camino por las escaleras. Me agarré a la barandilla y escuché a ver si me llegaba el sonido de la ventana dando golpes, pero no logré oír nada. Regina debía de haberse levantado a cerrarla. Llegué al rellano, empujé la puerta de nuestro dormitorio y levanté la lámpara hacia la ventana. Estaba cerrada, con el pestillo echado, pero las notas del guion que yo había dejado sobre la mesilla de noche se encontraban esparcidas por el suelo.

Levanté aún más la lámpara y ahogué un grito. Los cajones de mi tocador estaban vueltos del revés y el contenido se hallaba tirado por toda la habitación. Una sensación nauseabunda se me agarró al estómago. ¿Un incendio? ¿Un ladrón? ¿Todo en la misma noche?

Corrí hacia el vestíbulo. La habitación de Regina se hallaba en la misma planta que nuestros dormitorios, pero al fondo del pasillo. Decidí ir a buscarla, despertar a Klára, meterlas a las dos en el coche e irnos a casa de Esther. Si la ventana estaba cerrada, eso significaba que el ladrón debía de encontrarse todavía en el interior de la casa. Me deslicé sigilosamente hacia la habitación de Regina. De repente, la puerta de la habitación de Klára se abrió de golpe y una silueta salió por ella. A la luz de la lámpara vi que el intruso llevaba en la mano una cadena de oro y diamantes que Robert le había regalado a Klára como regalo de bodas. Se volvió hacia mí.

—Llévese lo que quiera —le dije—. Lléveselo todo. No le detendré. Ni siquiera le miraré a la cara. ¡Lléveselo todo y márchese!

El intruso dudó un instante y entonces su risa rompió el silencio de la casa. Levanté la lámpara y se me heló la sangre en las venas cuando vi el color claro de su pelo y su piel pálida. Estaba contemplando a un fantasma.

—¡Qué típico de ti pensar que lo que quiero es vuestra bisutería barata! —comentó desdeñosamente Milos.

Trastabillé hacia atrás mientras el corazón me latía con fuerza en el pecho. Contemplé a mi padrastro, incapaz de creer lo que veían mis ojos.

—¡Regina! —grité con un hilo de voz—. ¡Regina! ¡Cierra con llave tu puerta y llama a la policía!

Milos se volvió a reír.

—No creo que tu criada hispana vaya a levantarse esta noche —me dijo.

La lámpara se tambaleó en mi mano y casi la dejé caer. Milos avanzó hacia mí, la agarró y la colocó en la mesa del vestíbulo. De repente vislumbré el cuchillo que empuñaba. Y entonces lo comprendí todo. Pretendía matarnos y que pareciera un robo.

Me sujetó la muñeca y me la retorció con tanta brutalidad que caí de rodillas al suelo. Alcancé a ver su rostro. La frente de piel fina era la misma, pero sus ojos brillaban con un resplandor extraño. No se parecía al hombre frío y calculador que había conocido en Praga. Mi mente se puso en marcha a toda velocidad para tratar de encontrarle sentido a aquella situación. ¿Cómo podía estar Milos aquí si el doctor Holub nos había asegurado que se encontraba en Austria?

—¿Dónde está tu hermana? —me preguntó, apretándome el cuchillo contra la espalda.

Estaba decidida a no mirar en dirección a la sala de estar. Luché por soltarme de Milos y él me dio una bofetada. El dolor en la cara me agudizó los sentidos. Mi padrastro de momento no había encontrado a Klára, y Freddy volvería pronto a casa. Si Milos había mirado por la ventana de la sala de estar durante la última hora, seguramente habría supuesto que yo era la única que estaba allí sentada. Podía matarme inmediatamente, pero perdería otra hora más buscando a Klára. Nuestra casa era grande y tenía en total doce dormitorios. Precisamente tiempo era de lo que Milos carecía y lo que yo necesitaba ganar. Mi padrastro era físicamente más fuerte que yo, pero no se me había olvidado cuál era su debilidad: su incesante necesidad de vanagloriarse de sí mismo.

—Sabrán que has sido tú —le dije para provocarle—. La persona que más tiene que ganar es la primera de la que sospechan.

—¿Ah, sí? —me respondió Milos—. ¿En una ciudad en la que la extorsión, los secuestros, los robos y los asesinatos de esposas ricas son incontables? Además, todo el mundo piensa que estoy en Austria.

—Klára te vio en el concierto.

Milos se echó a reír.

—Y tú le demostraste que estaba equivocada.

Me recorrió un escalofrío. Milos tenía que haber estado espiando a nuestra familia para saber aquello. Me acordé de la araña. ¿Acaso había estado antes en nuestra casa?

Me arrastró hasta el rellano. Estaba segura de que me iba a arrojar escaleras abajo, pero su deseo de alardear de sí mismo pudo con él.

—¡Qué imbéciles sois! —exclamó—. Aprendí ese truco de vosotras. ¿No se suponía que estabais en Estados Unidos? Mi esposa tiene un primo que nos debe un favor. Viajó a Viena con ella e hizo como que era yo. ¿Quién se iba a dar cuenta en Austria? Cuando termine aquí, sencillamente nos mudaremos de nuevo a Praga. Después de todo, para entonces tendremos una casa esperándonos allí y el dinero ya no será un problema. Y ahora, ¿dónde está tu hermana?

Me estremecí. Aquel no era el hombre distante que yo había conocido, que maquinaba para conseguir sus objetivos. Disfrutaba con lo que estaba haciendo. Mi terror dio paso a un sentimiento de tristeza. «Esto es el fin —pensé—. Klára y yo vamos a morir aquí.» El niño que mi hermana llevaba en su vientre jamás vería la luz del día. Recordé mi repentino impulso de besar a Freddy aquella mañana. Debía de haberme dado cuenta inconscientemente de que me estaba despidiendo de él.

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