Septimus (40 page)

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Authors: Angie Sage

BOOK: Septimus
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—Es la nave
Dragón
de Hotep—Ra. Dice la leyenda que fue el mago que construyó la Torre del Mago.

—Sí —afirmó Jenna—. Marcia me lo contó.

—¡Oh! Bueno, entonces ya sabes. Dice la leyenda que Hotep—Ra era un poderoso mago de un país lejano que tenía un dragón. Pero ocurrió algo y tuvo que partir rápidamente. De modo que el dragón se ofreció a convertirse en su barco y llevarlo sano y salvo a una nueva tierra.

—Entonces, ¿este barco es... o era un dragón de verdad? —susurró Jenna, por si la nave podía oírla. .

—Supongo que sí —dijo el Muchacho 412.

—Mitad barco, mitad dragón —murmuró Nicko—. Extraño. Pero ¿por qué está aquí?

—Naufragó al chocar contra unas rocas junto al faro del Puerto —explicó el Muchacho 412—. Hotep—Ra lo remolcó hasta los marjales y lo sacó del agua para meterlo en un templo romano que encontró en una isla sagrada. Empezó a repararlo, pero no pudo encontrar artesanos capacitados en Puerto. En aquella época era un lugar realmente tosco.

—Aún lo es —gruñó Nicko—, y no son demasiado duchos construyendo barcos. Si quieres un buen constructor de barcos, tienes que ir río arriba hasta el Castillo. Todo el mundo lo sabe.

—Bueno, eso fue lo que le dijeron a Hotep—Ra también —explicó el Muchacho 412—. Pero cuando aquel hombre extrañamente vestido apareció en el Castillo, pretendiendo ser un mago, todos se rieron de él y se negaron a creer sus historias sobre su sorprendente nave
Dragón.
Hasta que un día la hija de la reina cayó enferma y él le salvó la vida. La reina estuvo tan agradecida que le ayudó a construir la Torre del Mago. Y un verano las llevó a ella y a su hija a los marjales Marram a ver la nave
Dragón.
Y ambas se enamoraron de la nave. Después de eso, Hotep—Ra tuvo tantos constructores de barcos trabajando en él como quiso y, dado que a la reina le gustaba el barco y también Hotep—Ra, solía llevar a su hija todos los veranos a ver los progresos de la reparación. Dice la leyenda que la reina aún sigue haciéndolo. ¡Oh!, esto... bueno, ya no, por supuesto. '

Hubo un silencio.

—Lo siento, no pensé... —musitó el Muchacho 412.

—No importa —respondió Jenna bastante afectada.

Nicko se acercó al barco y pasó su mano experta sobre la brillante madera dorada del casco.

—Bonita reparación —calibró—. Y sabía lo que estaba haciendo. Lástima que nadie haya navegado en ella desde entonces. Es hermosa.

Empezó a subir por una vieja escalera de madera que estaba apoyada contra el casco.

—Bueno, vosotros dos, no os quedéis ahí. ¡Venid a echar un vistazo!

El interior del barco era distinto del de cualquier barco que nadie hubiera visto nunca. Estaba pintado de un azul lapislázuli intenso con cientos de jeroglíficos inscritos en oro a lo largo de la cubierta.

—Ese viejo arcón de la habitación de Marcia de la torre —indicó el Muchacho 412 mientras deambulaba por la cubierta acariciando la madera pulida— tiene el mismo tipo de escritura.

—¿Sí? —preguntó Jenna dudosa. Por lo que ella recordaba, el Muchacho 412 había mantenido los ojos cerrados la mayor parte del tiempo que estuvo en la Torre del Mago.

—Lo vi cuando entró la Asesina. Aún lo veo en mi mente —concretó el Muchacho 412, a quien a menudo importunaba el recuerdo fotográfico de los momentos más desgraciados.

Merodearon por la cubierta de la nave
Dragón,
pasaron cuerdas recogidas de color verde, cornamusas y grilletes dorados, bloques de plata, drizas e interminables jeroglíficos. Pasaron junto a una pequeña cabina con las puertas azul oscuras firmemente cerradas que tenían el mismo símbolo del dragón encerrado en una forma aplanada y oval que habían visto en la puerta del túnel, pero ninguno de ellos se sintió lo bastante valiente para abrirlas y ver lo que había dentro. Pasaron de puntillas y, por fin, llegaron a la popa del barco: la cola del dragón.

La maciza cola se arqueaba por encima de ellos, desapareciendo en la penumbra y haciendo que se sintieran muy pequeños y un poco vulnerables. Lo único que la nave
Dragón
tenía que hacer era dar un coletazo, pensó el Muchacho 412 con un escalofrío, y eso sería todo.

Maxie se había vuelto muy dócil y caminaba obedientemente detrás de Nicko con el rabo entre las piernas. Seguía teniendo la sensación de que había hecho algo muy malo, y estar en la nave
Dragón
no le hacía sentirse mejor.

Nicko estaba en la popa del barco, observando con ojo de experto la caña del timón, que se ganó su aprobación. Era una elegante pieza de caoba suavemente curvada, tallada con tanta destreza que se adaptaba a la mano que la empuñaba como si la conociera de toda la vida.

Nicko decidió enseñar al Muchacho 412 a pilotar.

—Mira, la coges así —le detalló cogiendo la caña del timón—y luego la mueves a la derecha si quieres que el barco vaya a la izquierda y la mueves a la izquierda si quieres que el barco vaya a la derecha. Es fácil.

—No parece muy fácil —dijo el Muchacho 412 dubitativo—. A mí me suena al revés.

—Mira, así. —Nicko empujó la caña del timón hacia la derecha. Se desplazó suavemente moviendo el inmenso timón de la popa en la dirección contraria.

El Muchacho 412 miró por un costado del barco.

—¡Ah, eso es lo que hace, ya veo!

—Ahora inténtalo tú —le animó Nicko—. Te resulta más claro cuando lo sujetas tú mismo.

El Muchacho 412 cogió la caña del timón en la mano derecha y se quedó de pie detrás, tal como Nicko le había enseñado.

La cola del dragón se movió.

El Muchacho 412 dio un brinco.

—¿Qué ha sido eso?

—Nada —intervino Nicko—. Mira, simplemente apártalo de ti, así...

Mientras Nicko hacía lo que más le gustaba, explicar a alguien cómo funcionaban los barcos, Jenna había subido a la proa y miraba la hermosa cabeza dorada del dragón. La observó y se sorprendió a sí misma preguntándose por qué tendría los ojos cerrados. Si ella tuviera un barco tan maravilloso como ese, pensó Jenna, le pondría al dragón dos grandes esmeraldas como ojos. No merecía menos. Y luego, obedeciendo a un repentino impulso, se abrazó al suave cuello verde del dragón y apoyó la cabeza contra él. El cuello era suave y sorprendentemente cálido.

Un escalofrío de reconocimiento recorrió al dragón cuando Jenna lo acarició. Lejanos recuerdos volvieron a la nave
Dragón...

Largos días de convalecencia después del terrible accidente. Hotep—Ra llevaba a la hermosa y joven reina del Castillo a visitarla el día de mitad del verano. Los días se convierten en meses, se prolongan en años mientras la nave
Dragón
reposa en el suelo del templo y lentamente, muy lentamente, es reparada por los constructores de barcos de Hotep—Ra. Y cada día de mitad del verano la reina, ahora acompañada por su hija recién nacida, visita la nave
Dragón.
Pasan los años y los constructores de barcos aún no han terminado. Durante interminables meses solitarios, los constructores desaparecen y la dejan sola. Y luego Hotep—Ra se hace viejo y está cada vez más delicado, y, cuando por fin le devuelven su antigua gloria, Hotep—Ra está demasiado enfermo para verla. Ordena que el templo se cubra con un gran montículo de tierra para protegerlo hasta el día en que vuelvan a necesitarla y luego se sume en la oscuridad.

Pero la reina no olvida lo que Hotel—Ra le ha dicho: que debe visitar la nave
Dragón
todos los días de mitad del verano. Cada verano acude a la isla. Ordena que construyan una casa sencilla para que sus damas y ella misma se alojen allí y cada día de mitad del verano enciende un farol, lo baja al templo y visita el barco que ha llegado a amar. Mientras pasan los años, las sucesivas reinas también hacen su visita de mitad del verano a la nave
Dragón
, sin saber ya el motivo, pero lo hacen porque sus propias madres lo hicieron antes que ellas, y porque cada nueva reina crece para amar también al dragón. A su vez, el dragón quiere a la reina y, aunque todas son diferentes a su modo, todas poseen el propio toque personal y delicado, como esta.

Y así pasan los siglos. La visita de mitad del verano de la reina se convierte en una tradición secreta, vigilada por una sucesión de brujas blancas que viven en la casa, guardando el secreto de la nave
Dragón
y encendiendo faroles para ayudar al dragón a pasar los días. El dragón dormita un sueño centenario, enterrado bajo la isla, esperando el día en que sea liberado y aguardando el día mágico de mitad del verano en que la propia reina lleve un farol y le presente sus respetos.

Hasta un día de mitad del verano de hace nueve años en que la reina no acudió. El dragón estaba atormentado por la zozobra, pero no podía hacer nada. Tía Zelda tuvo la casa preparada para la llegada de la reina, por si llegaba, y el dragón había esperado, con el ánimo levantado por la visita diaria de tía Zelda con un farol recién encendido. Pero lo que en realidad aguardaba el dragón era el momento en que la reina volviera a ponerle los brazos alrededor del cuello.

Como acababa de hacer.

El dragón abrió los ojos sorprendido. Jenna soltó una exclamación. Debía de estar soñando, pensó. Los ojos del dragón eran en realidad verdes, tal como había imaginado, pero no eran esmeralda. Estaban vivos, ojos de dragón vivos. Jenna soltó el cuello del dragón y retrocedió unos pasos mientras los ojos del dragón seguían su movimiento, mirando durante largo tiempo a la nueva reina. «Es joven —pensó el dragón—, pero más vale eso que nada.» Inclinó respetuosamente la cabeza ante ella.

Desde la popa del barco, el Muchacho 412 vio al dragón inclinar la cabeza y supo que no era fruto de su imaginación. Ni tampoco estaba imaginando otra cosa más: el sonido del agua corriente.

—¡Mira! —gritó Nicko.

Una amplia brecha oscura apareció en la pared entre los dos pilares de mármol que sostenían el tejado. Un pequeño reguero de agua había empezado a caer de manera amenazadora a través del agujero, como si hubieran abierto la compuerta de una presa. Y, mientras ellos miraban, el reguero se convirtió en un arroyo y la brecha se fue abriendo cada vez más. Pronto el suelo de mosaico del templo estuvo inundado de agua y el arroyo pasó a ser un torrente.

De repente, con un estrepitoso rugido, la orilla de tierra del exterior cedió y la pared que se hallaba entre los dos pilares se derrumbó. Un río de fango y agua entró en la caverna, arremolinándose alrededor de la nave
Dragón,
levantándola y balanceándola de un lado a otro, hasta que de repente estaba flotando libremente.

—¡Está a flote! —gritó Nicko emocionado.

Jenna bajó la vista desde la proa hacia el agua enlodada que se arremolinaba debajo de ellos y observó que la pequeña escalera de madera había sido alcanzada por la inundación y barrida. Muy por encima de ella, Jenna fue consciente de cierto movimiento: lenta y dolorosamente, con el cuello rígido por todos los años de espera, el dragón volvió la cabeza para ver quién, por fin, estaba al timón. Fijó sus profundos ojos verdes en su nuevo amo, una figura sorprendentemente pequeña con un sombrero rojo. No se parecía en nada a su último amo, Hotep—Ra, un hombre alto y moreno cuyo cinturón de oro y platino destelleaba a la luz del | sol rebotando en las olas y cuyo manto púrpura volaba desordenadamente al viento mientras surcaban juntos el océano a toda velocidad. Pero el dragón reconoció lo más importante de todo: la mano que una vez más sostenía la caña del timón era mágica.

Era el momento de hacerse a la mar otra vez.

El dragón alzó la cabeza y las dos enormes alas curtidas, que estaban plegadas a lo largo de los costados del barco, empezaron a aflojarse.

Maxie gruñó, con los pelos del cuello erizados. . El barco empezó a moverse.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Jenna al Muchacho 412.

El Muchacho 412 sacudió la cabeza. El no estaba haciendo nada, era el barco.

—¡Suéltalo! —le gritó Jenna por encima del sonido de la tormenta que rugía fuera—. Suelta la caña del timón. Eres tú el que haces que suceda. ¡Suéltalo!

Pero el Muchacho 412 no lo soltó. Algo mantenía su mano firme en la caña del timón, guiando la nave
Dragón
mientras empezaba a moverse entre los dos pilares de mármol, llevando consigo a su nueva tripulación: Jenna, Nicko, el Muchacho 412 y Maxie.

Mientras la cola puntiaguda del dragón barría los extremos del templo, se oyó un fuerte crujido a cada costado del barco. El dragón estaba levantando las alas, abriendo y desplegando cada una de ellas como una enorme mano palmeada, extendiendo sus dedos largos y huesudos, crepitando y rugiendo mientras su curtida piel se tensaba. La tripulación de la nave
Dragón
levantó la vista al cielo nocturno, asombrados ante la visión de las inmensas alas que descollaban por encima del barco como dos gigantescas velas verdes.

La cabeza del dragón se levantó en la noche; se le hincharon las narinas, respiraba el olor que había soñado durante todos aquellos años: el olor del mar.

Por fin el dragón estaba libre.

44. HACIA EL MAR.

—¡Condúcela hasta las olas! —gritó Nicko mientras una la los alcanzaba y se estrellaba contra ellos, empapándolos de agua fría y dejándolos helados. Pero el Muchacho 412 luchaba denodadamente para mover el timón contra el viento y la fuerza de las aguas. El temporal rugía en sus oídos y la lluvia que caía sobre su rostro tampoco era de ninguna ayuda. Nicko se arrojó sobre la caña del timón y empujaron juntos con todas sus fuerzas para apartar el timón. El dragón extendió las alas para capturar el viento y el barco giró lentamente para encarar las olas que se avecinaban.

Arriba, en la proa, Jenna, empapada por la lluvia, se agarraba al cuello del dragón. El barco subía y bajaba como si cabalgara las olas moviéndose inerme de un costado a otro.

El dragón levantó la cabeza respirando en la tormenta y amando cada minuto de ella. Era el principio de un viaje y una tormenta en el inicio de un viaje era siempre un buen presagio. Pero ¿adonde le llevaría su nuevo amo? El dragón volvió su largo cuello verde y miró hacia atrás, a su nuevo patrón, que estaba al timón, esforzándose junto con su compañero, con el sombrero rojo calado por la lluvia y regueros de agua discurriendo por su rostro.

¿Adonde quería ir?, preguntaron los ojos verdes del dragón.

El Muchacho 412 comprendió la mirada.

—¿Marcia? —se desgañitó para que lo oyeran Jenna y Nicko. Ambos asintieron. Esta vez iban a hacerlo. — ¡Marcia! —ordenó el Muchacho 412 al dragón. El dragón parpadeó sin comprender. ¿Dónde estaba Marcia? No había oído hablar de ese país. ¿Estaba lejos? La reina lo sabría.

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