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Authors: Kathy Lette

Sexy de la Muerte (24 page)

BOOK: Sexy de la Muerte
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—Eso da un nuevo sentido a «indemnización por despido» —dijo Shelly con desdén. ¿Por qué narices tendría que creerle esta vez?

—Le dije que nunca renunciaría a Matty. Le dije que conseguiría la custodia. —Estaba caminando de un lado a otro por el minúsculo balcón—. Pues bien ella simplemente se rió en mi cara. Dijo que nunca conseguiría la custodia porque diría que yo no era un buen padre. Amenazó con declarar ante el tribunal mi condena por tráfico de drogas. —El cielo se abrió, como si estuviera en la vorágine del dolor—. Y luego estaba lo del sexo en grupo en Phuket.

—Una orgía. ¡Cómo no! —refunfuñó Shelly. Ritmos crepitantes de lluvia sobre el tejado de su
búngalo
reflejaban su propia agitación.

—Le recordé que ella también estuvo en esa orgia. «Sí —me dijo entonces—, pero yo no estaba lo bastante colocada como para dejar que alguien como yo me sacara fotos»… Sólo éramos un par de críos divirtiéndose. Pero puede tergiversarlo todo para hacerme parecer un demonio. Dijo que mentiría y que la creerían, porque ella era el sistema. Todos sus tíos son jueces. Me dijo que si no hacía lo que ella me había dicho y me largaba de una puta vez de su vida, se aseguraría de que yo no volviera a ver a Matty. Luego me dijo que iba a estar fuera del país por un asunto de negocios durante un mes y que ése era el tiempo que tenía para replantearme su «amable oferta».

Shelly estudió a su camaleónico marido a media luz. Era un caos de contradicciones: ¿hace un momento parecía un chico malo de pura cepa… y ahora era un padrazo? Ya se había tragado suficientes cuentos chinos.

—¿Luego qué pasó? —preguntó con recelo.

—Y para aumentar sus encantos, se largó del país, cerró todas las cuentas bancarias y dejó de pagar las facturas. De repente ya no podía llenar de gasolina el coche. Ni siquiera podía comprar comida. Ahí estaba yo, varado en Sainsbury's, con la tarjeta bloqueada. Me vi obligado a intentar adaptar el presupuesto a unas pocas chuletas de cordero al diez por ciento de descuento —dijo, haciendo un intento desganado de jocosidad—. Me dio por frecuentar la sección de alimentos de Harrods sólo para ver qué aspecto tenían las proteínas. El ratoncito Pérez aceptaba pagarés…

Pero el humor de Shelly era sombrío como el cielo. Tiritó, envolviéndose en su ropa con más fuerza.

—Continúa.

—Cuando Pandora llamó para ver si ya me había desesperado lo bastante como para aceptar sus condiciones, juré que le diría a los tribunales lo avara que estaba siendo. Ella me dijo que declararía que sí me había dado dinero para Matty, pero que me lo había gastado en drogas y en mujeres porque no era buen padre responsable. Que no era capaz de vestir, alimentar o cuidar de nuestra hija como es debido porque era, repito sus palabras exactas, «un gorrón, un jugador, un borracho y un perdedor».

—¿Y por qué no buscaste un trabajo?

—Porque me amenazó con revelar mi historial delictivo. También amenazó con delatarme ante las autoridades de inmigración por viajar con pasaporte falso. Que te deporten… es una forma estupenda de conseguir la custodia. Ese era su plan… darme un enema fiscal para que tuviera que aceptar su oferta y me largara de su vida.

—Bueno, tienes suficientes cadáveres en el armario como para llenar un cementerio —contribuyó Shelly secamente.

El chorro de luz que había estado entrando en el balcón desde un
búngalo
vecino se había extinguido. Ahora también la luna había desaparecido. Shelly estaba ahí sentada en la oscuridad, mirando fijamente a… nada.

—Hey, disto mucho de ser perfecto, no creas que no lo sé. Pero nunca jamás abandonaría a mi hija. Lo que pasa es que ni siquiera tenía el dinero para contratar un abogado. Y de todas formas, los abogados me cobrarían un brazo y una pierna sólo por decirme lo que ya sabía… salvo que me lo dirían en latín. Esa lengua muerta que tanto adoras.
Divorcicularus
Estás-jodido Maximus —Kit intentó una sonrisa, pero se quedó adherida a sus labios como migajas de galletas—. Los tribunales están del lado de la madre, a pesar de que Pandora no ha hecho ni una jodida cosa por Matilda.

—¿Y fue entonces cuando decidiste huir con ella?

Un inquietante sentimiento de soledad se extendió por dentro de Shelly.

—Sí. Ahí es cuando llamé a Alec, un antiguo compañero de viajes. Resultó que estaba trabajando en
Desesperados y Desemparejados
… Bueno, y el resto ya lo sabes. Shelly, siento haberte mentido, pero todo lo que quería era escapar a una nueva vida con mi querida niña. ¡Como los criollos de Reunión, todo lo que quiero es libertad e independencia! —Hizo un simulacro de saludo revolucionario.

—¡Pero estás viajando con una sustancia ilegal de cuatro patas! —Un cable activado en el temperamento de Shelly detonó—. Eso es contrabando infantil. ¡Eres un blanqueador de niños! ¿Por casualidad has oído hablar del Convenio de La Haya? Cualquier padre al que detengan con un niño robado va a la cárcel.

—¡Por supuesto que sí! Por eso mismo mi plan es llegar a Madagascar… comida aceptable, no demasiado incivilizado, y llegan las noticias de la CNN. A Matty no la pueden extraditar de allí… ellos no han firmado el tratado del Convenio de La Haya. Alec y yo encontramos esa información en Internet.

—¿Pero qué pasa si te cogen antes de eso? Dios. —La realidad pegó una puñalada a Shelly en el abdomen—. ¡Eso me convierte en una especie de cómplice! —Tuvo una visión súbita de ella en una película como
El expreso de medianoche,
arrancando a mordisco 1a lengua a los guardias y siendo analmente devastada.

—No, no lo hace. También hemos comprobado lo que dice la Ley del Menor al respecto. Puedo llevarme a mi propia hija fuera del país durante un máximo de cuatro semanas, así que en realidad no estoy cometiendo ningún delito. Bueno, todavía no.

—Oh no… ¡aparte de bigamia, fraude y rapto!

—Mira. Cientos de miles de personas desaparecen cada año en Gran Bretaña. Pondrán una foto borrosa de nosotros de momentos más felices con un cartel que diga «Desaparecidos». Pandora dirá que está ansiosa por recibir noticias y preocupada por nuestra seguridad. En siete años nos podrá tener declarados legalmente muertos, acceder al fondo fiduciario de Matilda y vivir feliz para siempre. Eso es lo que realmente le importa… que otra persona meta sus sucias manos en el dinero de la niña.

—Desaparecidos… —repitió Shelly, mirando a Kit con una seriedad penetrante—. ¡La palabra «desaparecidos» describirá los sentimientos de felicidad de la madre de Matilda cuando descubra que le has robado a su querida hija!

—¿Sentimientos? La madre de Matilda no tiene sentimientos. Es una bruja cruel, inhumana y despiadada. Eh, pero le deseo lo mejor —dijo de manera sarcástica.

Shelly pensó en la hermosa devoción ciega de su propia madre.

—No es fácil ser madre, ¿sabes?, de lo contrario los padres lo harían! —dijo bruscamente.

—¡Yo lo hago! ¡Conozco a Matilda como si la hubiera parido! —rugió—. Yo soy el que sabe exactamente cuántos libros tiene de la biblioteca sin devolver. Yo soy el que sabe exactamente cuántos donuts se ha zampado a escondidas antes de la cena. Su comida favorita, sus miedos más íntimos. ¡Pandora no la quiere! ¡Nunca la ha querido! Sólo quiere tenerla para hacerme daño.

Shelly sintió una punzada de compasión pero, acostumbrada a la destreza que tenía Kit con la sofistería intelectual, la ignoró.

—Los niños deben estar con sus madres, Kit.

—¡Dios! No puede ser que de verdad creas que los hombres están de alguna forma peor equipados emocionalmente para cuidar de sus hijos. ¡Ese concepto está dentro del mismo jodido basurero histórico que la idea de que las mujeres son demasiado débiles para votar o, no sé, para pilotar aviones o estudiar medicina, por el amor de Dios! —despotricó, caminando más rápido de un lado a otro—. El arte de cuidar a un hijo no tiene por qué ser necesariamente instintivo, ¿sabes? Los hombres pueden cuidar de sus hijos exactamente igual que las mujeres.

—Qué enternecedor. Quieres pasar más tiempo con tu hija… querrás decir cumplir más condena con ella, ¡porque los dos estaréis en la maldita cárcel!

—La paternidad no es un
hobby
. No lo dejas así sin más. Yo me crié sin padre. Al igual que tú. Y eso dejo un agujero. En los dos. ¡Yo no pienso hacerle eso a mi niña! Sé que tú y tu madre teníais unos lazos únicos y poderosos. Y me alegra admitir que la mayoría de 1as mujeres son grandes madres… pero lo que no pueden hacer es ser grandes padres. Y esta niña, definitivamente, no tiene una buena madre. Lo primero que haría Pandora sería meterla en un internado, joder.

—¿Un internado? Bueno, no es precisamente dickensiano en la lista de crueldades.

Kit se sentó junto a Shelly y habló en voz baja, con una tristeza desolada en la voz.

—Sabía que Pandora tomaba pastillas para dormir, pero no me di cuenta de que era adicta o de que el temazepan te podía volver tan broncas, sobre todo si te las tomas con alcohol. Pero en las contadas ocasiones en que Pandora cuidó de nuestra hija, siempre que volvía a casa me encontraba a Matty atontada y somnolienta y entonces un día descubrí por qué. Pandora la alimentaba con pastillas para dormir para tenerla calladita. Y cuando no lo estaba le pegaba una bofetada.

La compasión y el escepticismo jugaron a un tira y afloja dentro de Shelly.

—Pandora nunca debería haber tenido un hijo. Sencillamente se tendría que haber hecho con un gato, para que cuando se cansara pudiera sacrificarlo.

—¿Cómo puedes decir eso de una madre? —Preguntó Shelly—. ¡Estás enfermo… enfermo mental por decir semejante barbaridad! Cuando te arresten, siempre puedes alegar incapacidad mental para que te declaren no apto para ser procesado.

—Sí, porque, ¿quién querría comparecer ante un tribunal en el que un juez que no ha visto a un niño desde 1925 dictamina que todos los niños prefieren a sus madres? Los jueces siempre piensan que las mujeres tienen un Título Superior en Maternidad avanzada porque les gusta la fantasía de los años cincuenta
Leave It To Beaver
de una madre y sus hijos que están en casa cocinando pastel de manzana, y el padre trae el
beicon
. No voy a perder a mi hija —dijo con una devoción combativa—. Si dejo a Matty con esa mujer, la pobre niña estará en la calle cambiando su pensión por drogas en cuestión de una semana. Nada ni nadie va a evitar que lleguemos a Madagascar mañana.

—Entonces, para recapitular, básicamente estabas tan pelado que sólo te casaste por la pasta —dijo Shelly fríamente.

—Oye, me gusta comer. Es una mala costumbre que cogí de pequeño.

—Y en la luna de miel lo único que querías hacer era sentarte a la luz de la luna acariciando con tus dedos nuestro dinero.

—Te estaba usando, sí. Pero, Dios, entonces te enamoraste de mí y…

—¡Yo no me enamoré! ¡Tú me presionaste!

—Eso no es cierto. Intenté alejarte de mí. El día que nos casamos. Actuando con toda frialdad y descortesía. Intenté alejarte de mí saliendo de Londres antes. Intenté alejarte de mí cogiéndonos habitaciones separadas, aparentando que me ponía Coco, desapareciendo…

Cada palabra quemó a Shelly.

—Oh, no intentes ser considerado con mis sentimientos. —Shelly dio un sollozo desconcertado. No podía soportar el oír más racionalizaciones ágiles—. Sabía que al principio me estabas usando. ¿Pero esta noche? ¿Quieres decir que sólo viniste a mí para recuperar los billetes? ¿Uno de los cuales fingiste que era para mí? —Sintió un picor caliente detrás de los ojos conforme recordaba su tierna boca sobre ella.

—No me digas que una mujer nunca ha usado el sexo para conseguir lo que quiere.

—¡Sexo es precisamente lo que quiero! —se lamentó—. ¡Sexo es lo que he querido desde que me metí en esa maldita limusina!

—Me gustas, Shelly, en serio. Por mucho que he intentado evitarlo, de alguna forma has calado dentro de mí. Eres divertida. Eres sexy. Eres inteligente.

—Sí, en fin, los polos opuestos se atraen.

—Y con un poco de sol en tu rostro… —se inclino hacia ella y trazó la constelación de pecas en sus mejillas— y sal fortaleciendo tu pelo, estás cada vez más guapa. Cada vez que te veo salta una alarma de incendios en mis calzoncillos. Así que Dios sabe que no quiero hacerte daño. Pero Matty está primero.

—Huir no es la solución, Kit.

—Mira quién lo dice. Tú huiste de tu miedo a tocar en público.

Shelly hizo una mueca de dolor. Una pulla directa.

—No obstante, estás invitada a venir con nosotros si quieres. He comprado una caseta de playa allí.

Le tendió la mano.

—Deja que me lo piense… viajar a Madagascar con un bígamo secuestrador con identidad falsa y con un historial delictivo por tráfico de drogas, que está huyendo de la policía… Humm, ¿sabes qué? Ya no estoy tan excitada. Ha sido agradable conocerte, Kit, pero antes de que nos divorciemos, ¿hay otros delitos graves que te gustaría cometer? ¿Un incendio provocado, quizá? Eso sería nuevo para ti. —Si Shelly hubiera sido un reactor nuclear, ahora mismo su núcleo estaría en proceso de fusión. Todo eso había sido demasiado—. ¿O quizá hay otra cosilla que quieras contarme? Ya sabes, como que eres un espía o un travesti. O que fuiste enviado desde una nave nodriza. No estás desaparecido, Kit. Estás perdido.

—¿Perdido? Yo sé perfectamente dónde estoy.

—Sabes dónde estás, pero no quién eres —dijo ella con tristeza.

—Soy un padre. Eso es lo que soy. Sé que no quieres niños, pero si tuvieras tu propio hijo, lo entenderías.

Shelly se sintió destripada como un pez.

—No es que no quiera tener un niño. Simplemente no quiero pasar por eso yo sola. Como hizo mi pobre madre. Porque los hombres siempre se van.

—Yo nunca dejaría a mi hija.

—Sí, pero «llevársela» es aún peor.

—No vas a delatarnos, ¿verdad? —Su rostro adquirió una sombra nubosa—. Nos iremos mañana. Estaremos a salvo.

—No —dijo ella, deprimida. Cerró los ojos, de la forma en que lo hace un saltador de gran altura antes de saltar de un puente—. Simplemente no quiero volver a verte nunca jamás.

—Bien.

—Bien. —Se sacó el anillo del dedo y lo colocó meticulosamente sobre la mesa.

—¿Podrías al menos intentar verlo desde mi punto de vista? —hizo un último intento.

—Me gustaría, de verdad que sí. —Se dio la vuelta para que él no pudiera ver lo que estaba sintiendo por él—. Pero es que no puedo separar la cabeza a tanta distancia de mi propio trasero. —Quería sonar cruel, pero las lágrimas estaban empañando sus ojos y ahogándole la voz. Nunca más besar su tierna boca ni mirar sus ojos danzantes. Sino la decepción, el engaño… una mujer tendría que estar protegida emocionalmente con un abrigo de teflón para no sentirse angustiada ni a la deriva. Era como si la hubieran arrojado, de cabeza, al abrazo helado del Atlántico.

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