Tengo que cuidarme, pensó. Tengo que entrenar con más regularidad, de lo contrario no aguantaré. Las piernas le temblaban al subir lentamente las escaleras hasta su apartamento.
Llegó a la redacción justo antes del almuerzo. Berit aún no había regresado, Annika volvió a tomar prestada su mesa.
Su contribución al periódico del día consistía en un artículo sobre el apartamento del ministro. El titular era llamativo:«Kvällspressenrevela: por esto interrogan al ministro». Le satisfizo el comienzo de la columna:
Christer Lundgren vive junto al lugar del crimen. Tiene un apartamento secreto a sólo 50 metros del cementerio.
Ni siquiera la secretaria de prensa de Lundgren sabía de su existencia.
—¿Cómo me ha encontrado? —preguntó el ministro cuando elKvällspressenle visitó ayer en su pequeño estudio.
A continuación seguía una descripción de la vivienda, datos sobre el interrogatorio a todos los inquilinos del inmueble y luego la cita de Daniella: «Como si él fuera un asesino, es una locura. No es una persona agresiva».
Había omitido su tacañería.
Siguieron unas líneas crípticas en torno a que la policía, a pesar de todo, se interesaba más por el ministro que por el resto de los que vivían en el edificio. Ella había mantenido ese fragmento escueto, ya que no tenía certeza de lo que la policía buscaba.
Mariana, la dragona con traje sastre y apellido aristocrático, había escrito una reseña sobre que el lugar de trabajo de Josefin era un club llamado Studio Sex.
Berit tenía una pequeña crónica en la que el presidente del parlamento negaba cualquier conocimiento del asunto IB.
Una persona desconocida estaba sentada a la mesa de redacción con el teléfono de Spiken pegado a la oreja. Annika encendió el ordenador y observó por encima de la pantalla. ¿Sabía él quién era ella? Comprendió que debía acercarse y saludar, titubeó, se pasó la mano por el cabello a medio secar. Cuando colgó, se acercó a él. Justo cuando había tomado aliento para presentarse al jefe por la espalda, el teléfono volvió a sonar, él lo cogió inmediatamente. Annika se quedó de pie detrás de la silla, la boca seca y la mirada perdida. Entonces vio elKonkurrenten.La foto de Josefin con gorra de bachiller dominaba la primera página. El titular era grande y negro: «bailarina destripteaseen un club de alterne». Annika se sujetó a la silla giratoria del jefe de la mesa de redacción y se inclinó sobre el periódico. El subtítulo añadía: «La asesinada Josefin era una trabajadora del sexo».
—¿Cómo coño pudimos perder ese ángulo? ¡Quizá me lo puedas explicar!
Annika levantó la vista, encontró la fría mirada del jefe de la mesa de redacción. Ella se pasó la lengua por los labios y alargó su mano.
—Annika Bengtzon, encantada de conocerte —dijo algo forzada.
El jefe de la mesa de redacción apartó la vista, estrechó apresurado su mano y murmuró su nombre, Ingvar Johansson. Cogió elKonkurrenteny se lo mostró a Annika.
—Por lo que sé, tú te has encargado de cubrir esto. ¿Cómo coño se nos pudo pasar que fuera una puta?
Annika sintió cómo su pulso se desbocaba, la boca totalmente seca.
—No era una puta —contestó con voz temblorosa—. Bailaba en el club de su novio.
—Sí, completamente desnuda.
—No, llevaba las bragas puestas. El novio seguía escrupulosamente la ley.
El jefe de la mesa de redacción la miró fijamente.
—¿Si lo sabías, por qué no escribiste nada sobre eso?
Ella tragó saliva, los latidos del corazón retumbaban en sus oídos.
—Bueno, yo seguramente hice... mal. Pensé que no era importante.
El teléfono sonó de nuevo y el jefe de la mesa de rediacción se volvió. Annika carraspeó y sintió cómo las lágrimas le crecían. Joder. Joder. Joder. Ahora la he fastidiado. La he cagado.
Se volvió y se dirigió hacia la mesa de Berit, el suelo se le movía. ¡En este periódico, al parecer, no podía hacer nada bien!
El teléfono de la mesa de Berit sonaba sin parar, se apresuró, suspiró y contestó.
—Hola, soy Lisbeth —dijo una voz de mujer madura.
Annika se dejó caer en la silla, cerró los ojos e intentó controlar un incipiente ataque de hiperventilación.
—¿Quién? —preguntó desconcertada.
—Lisbeth, la asistente social.
La voz se había vuelto recriminadora. Annika suspiró en silencio.
—Sí, claro —respondió—. De la casa de la juventud de Täby. ¿En qué te puedo ayudar?
—Los jóvenes van a realizar hoy su manifestación contra la violencia —informó—. Saldrán de aquí en tres autobuses a las dos de la tarde. Seguramente llegarán al lugar del crimen a las dos y media.
Annika se frotó la frente.
—A las dos y media —repitió.
—Bueno, pensé que os gustaría saberlo —dijo Lisbeth.
—Sí, muy bien, gracias —replicó Annika y colgó.
Se dirigió al cuarto de baño, se enjuagó el rostro y las muñecas con agua fría. El pánico desapareció poco a poco.
Coño, en realidad no es para tanto, pensó. Tengo que ser más distante con las cosas. Es normal que la gente piense que lo he hecho mal,so what?
Se alisó el pelo, fue a la cafetería y se compró un bocadillo. Quizá ella tuviera razón, desde una perspectiva completamente ético-periodística.
Valía la pena investigarlo.
Se llevó el bocadillo y una Fanta Light a la mesa de Berit. El defensor del lector del día resultó ser una mujer.
—Me gustaría presentar una denuncia —dijo Annika.
—Sí, claro, ¿eres tú la afectada? —preguntó la defensora del lector.
—No, es una chica que ha muerto.
La defensora del lector era simpática y paciente.
—Entonces son los parientes los que deben hacer la denuncia, o tú tienes que obtener su permiso.
Annika recapacitó.
—Se trata, por un lado, de un periódico y, por otro, de un programa de radio, ¿podéis encargaros de ambos?
—Nosotros podemos estudiar el artículo periodístico, pero no el programa de radio. De eso se ocupa la Comisión de Control de Radio y Televisión.
Annika resopló.
—¡Pero ahí sólo se ocupan de la imparcialidad y la objetividad!
—Sí, es cierto que se ocupan de esos asuntos, pero también se encargan de cuestiones éticas y de publicación. Las reglas son casi las mismas que para la prensa escrita. ¿De qué tipo de publicación se trata?
—Muchas gracias por su ayuda —dijo Annika en tono cortante y colgó.
Llamó a la Comisión de Control de Radio y Televisión en Haninge.
—Sí, nos podríamos encargar del asunto —anunció la directora de departamento, que fue quien contestó.
—¿Puedo poner yo la denuncia? —preguntó Annika.
—No, sólo tramitamos las denuncias privadas si se trata de asuntos de interés general, en cuestiones relacionadas con la imparcialidad y la objetividad. Por lo que se refiere a la intrusión en la vida privada, es la persona afectada quien tiene que presentar la denuncia.
Annika cerró los ojos, apoyó la frente contra su mano.
—Si lo hiciera, ¿cuál sería la resolución?
La directora del departamento recapacitó.
—La resolución no está cantada —contestó—. Hemos tenido algunos casos, en alguno de ellos les han dado la razón a los descendientes. ¿Podrías precisar algo más?
Annika contuvo la respiración.
—Se trata de una mujer asesinada. Ha sido descrita como una bailarina destripteaseen un programa de radio. Sus familiares más cercanos no habían aprobado que estos datos se hicieran públicos.
No era realmente cierto, Annika no había hablado con los padres de Josefin. Pero sí era verdad en lo que concernía a Patricia.
—Entiendo —dijo la directora del departamento. Parecía como si hubiera escuchadoStudio sex.
Dudó.
—No está del todo claro —continuó—. La comisión tiene que recibir una denuncia y estudiar el caso. También hay que tener en cuenta el interés general.
Annika se dio por vencida. Comprendió que no llegaría a ninguna parte. Dio las gracias y colgó.
Pero no estaba equivocada del todo, pensó.
Comenzó elEkodel mediodía, Annika apoyó las piernas sobre la mesa y escuchó distraídamente el transistor de Berit. Abrieron con cinco titulares, uno sobre Oriente Próximo, otro en relación con los comentarios del primer ministro sobre Christer Lundgren y además tres cosas que Annika olvidó en cuanto las oyó. Dejó volar sus pensamientos mientras hablaban de Oriente Próximo. Cuando salió el primer ministro ella subió el volumen. La conocida voz sonaba algo juguetona.
—¿Tengo pinta de ser un hombre en crisis?
El reportero comenzó a hablar y explicar que el primer ministro había estado relajado y de muy buen humor al llegar a Rosenbad por la mañana. El jefe de Gobierno no estaba en absoluto preocupado por la acusación contra el ministro de Comercio Exterior, Christer Lundgren, sino que esperaba confiado en los resultados de la campaña electoral. Sin embargo, lo sentía y comprendía el mal trago por el que pasaba su colega.
Regresó el primer ministro en persona.
—Claro que lo siento por Christer en estos momentos. Este tipo de escritos periodísticos sin base son siempre una gran prueba para un político. Pero os aseguro que esta clase de datos exagerados no tiene la más mínima importancia para el gobierno o el partido.
Acabó la noticia. Siguió una pesquisa sobre el sindicato municipal y Annika apagó la radio. Si había algo que le parecía insufrible eran los asuntos municipales.
—¿Eres tú quién anda diciendo tonterías?
Patricia parpadeó soñolienta hacia la franja de luz entre las cortinas, cambió el auricular de oído e intentó incorporarse.
—Diga—respondió—. ¿Quién...?
—No te escabullas. ¡Dime la verdad ahora mismo!
Era una voz chillona y enfadada.
Patricia tosió y se restregó los ojos, deseó que el período del polen acabara.
—¿Es Barbro? —preguntó cuidadosamente.
—¡Claro que soy Barbro! ¿Quién iba a ser? ¿Alguna de vuestras amigas pornográficas, quizá?
La madre de Josefin comenzó a gritar por el auricular, de una manera desarticulada y desvariando. Patricia inspiró e intentó ordenar sus ideas. Las palabras se retorcían, se mezclaban unas con otras y se volvían difusas. Le salieron en español, como solía ocurrirle cuando se sentía muy estresada.
—No entiendo...3
—¿No comprendes la que has organizado? —aulló la madre de Josefin—. Has mancillado su recuerdo para siempre. ¿Cómo pudiste?
Los pensamientos se iluminaban, algo estaba mal.
—¿Qué ha ocurrido? Tiene que ser un malentendido...
La voz del auricular descendió a un susurro.
—Sabemos lo que eres. Una puta de ballet, ¿oyes? ¡Y además tuviste que arrastrar a Josefin a esa mierda!
Patricia se puso de pie y gritó en el auricular.
—¡No es cierto, no es cierto! ¡Yo no he arrastrado a Josefin a nada!
—Una cosa es segura —berreó Barbro Liljeberg Hed—, vas a salir de mi apartamento y lo vas a hacer hoy mismo. Recoge tus cosas de mierda y regresa a África o de donde vengas.
—Pero...
—Vete antes de las seis.
Clic. La línea murió. Patricia escuchó durante un momento el vacío zumbido. Lentamente colocó el auricular sobre su base y se dejó caer en el colchón. Se sentó con las rodillas debajo de la barbilla, los brazos alrededor de las piernas y se balanceó lentamente, de delante hacia atrás.
¿Adónde podría ir?
Entonces volvió a sonar el teléfono. Se estremeció como si hubiera recibido un golpe. Sin pensarlo lo agarró, lo arrancó de la pared y lo arrojó al recibidor.
—Jodidabitchde mierda —gritó y comenzó a llorar.
Annika dejó que la señal sonara y sonara. Patricia debería estar en casa ahora, quizá durmiera, pero debería oír el teléfono. ¿Y si le ha ocurrido algo?
La preocupación se mezcló con la vergüenza que sintió ayer, primero por la mujer y luego por la traición.
Preocupada, se dio una vuelta por la redacción, tomó una taza de café y miró la CNN durante un rato. Al pasar por su mesa recordó que había olvidado comentar la manifestación en el lugar del crimen.
—Hazlo tú misma —dijo Ingvar Johansson—. Todos los demás reporteros están ocupados.
Se encaminó a Foto-Pelle y encargó un fotógrafo para las dos y cuarto.
—Tendrás que ir con Pettersson —informó Pelle—. Viene de camino.
Ella sonrió educadamente y protestó en su interior. De nuevo el cochambroso Golf.
—Le espero fuera —dijo y cogió su bolso.
Bajó en ascensor, salió del edificio y se sentó en un mojón de cemento que había junto al estacionamiento. El aire se tornó tórrido, plomizo y eléctrico, crujía en sus pulmones al respirar. Cerró los ojos y escuchó el sonido de la ciudad, éste quizá no le sería arrebatado durante mucho tiempo.
Al abrir los ojos no consiguió fijar la imagen. La mujer que se dirigía a la entrada delKvällspressenle resultaba conocida, pero tardó un segundo en darse cuenta de quién era.
—¡Patricia! —chilló Annika y corrió hacia ella—. ¿Qué haces por aquí?
La joven miró a su alrededor desconcertada y descubrió a Annika. Salió y estuvo a punto de ser estrujada por la puerta corredera. Tore Brand gritó algo ahí dentro, Patricia comenzó a llorar.
—Pero ¿qué ha pasado?
Annika se acercó a la joven y le pasó el brazo por el hombro, se la llevó hacia el edificio de aparcamientos.
—Me han echado —dijo Patricia.
Annika respiró.
—Es lo mejor que te podía pasar —respondió—. Pronto encontrarás otro trabajo.
Patricia la miró sorprendida.
—Del club no. Del piso.
—¿Los padres de Josefin?
Patricia asintió y se secó las lágrimas.
—La madre de Jossie es unabitch—relató—. Unabitchracista, debería hacer algo de magia negra contra ella.
—¿Dónde vas a vivir?
La joven se echó el pelo hacia atrás y se encogió de hombros.
—No sé. Quizá con algún viejo. Hay cantidad desuggardaddies.4
Annika se decidió sin apenas pensarlo, quizá contribuyó su prolongada sensación de vergüenza y traición. Abrió el bolso y rebuscó en él.
—Toma —dijo y puso sus llaves en la mano de Patricia—. Hantverkargatan 32, interior, último piso. ¿Tienes dinero? Haz copias, Sven tiene las llaves de repuesto.
—¿Qué? —balbució Patricia.
Annika la miró seriamente.
—Es muy probable que me echen del periódico —informó ella—. Entonces no sabré qué hacer. ¿Es tu colchón?