—¡Y una mierda! —gritó Annika—. Esos patéticos y jodidos representantes sociales han cogido el monopolio de todo lo que tiene que ver con el dolor y la comprensión. Grupo de crisis ¡una mierda! Todo lo que hacen es anular el buen sentido y la inteligencia de los jóvenes. La mayoría de ellos nunca había hablado con Josefin, ¡estoy segura de cojones! ¿Por qué coño tenían que participar en una jodida orgía de dolor de una semana? Estaban en trance, Schyman, no sabían lo que hacían. Nos designaron como el mal, el objeto de su odio, las víctimas. ¡No me diga que exagero, joder!
Ella tenía el rostro encendido por la excitación y el enfado, la respiración era entrecortada y aguda. El director la observó interesado.
—Creo que estás en lo cierto —dijo él.
—¡No te jode! —replicó ella.
Él sonrió.
—Es una suerte que no utilices tantas palabrotas cuando escribes —dijo él.
—¡Joder, qué comentario más estúpido! —exclamó ella—. Coño, está claro que no lo hago.
Anders Schyman comenzó a reír. Annika se acercó a él.
—No es divertido —dijo ella—. Esto es muy serio. Los jóvenes del cementerio formaron una turba enfurecida. No es seguro que nos hubieran hecho daño, pero nos amenazaron de cojones. En realidad deberíamos denunciarlos a la policía. El coche de Pettersson tiene quemaduras en la pintura, no es que importe mucho ese coche de mierda, pero aun así. Deberíamos advertir que la gente no se puede comportar de cualquier manera aunque tenga el dolor como coartada.
—Hay grupos de crisis que hacen un trabajo sensacional —repuso el director en tono serio—. Decir que todas las organizaciones de ayuda son iguales es tan poco serio como afirmar que todos los periódicos vespertinos sólo revuelven la miseria de la gente.
Annika no respondió, el hombre la observó un momento en silencio.
—Últimamente has trabajado mucho, ¿verdad? —dijo él.
Ella tomó rápidamente una postura defensiva.
—No estoy sobreactuando por estar extenuada —replicó secamente.
El director se levantó.
—No me refiero a eso —contestó—. ¿Estás ahora en tu jornada ordinaria?
Ella bajó la vista.
—No, empiezo el sábado.
—Tómate libre el fin de semana. Vete a algún sitio y descansa, lo necesitas después de una prueba como ésta.
Ella se volvió y abandonó la habitación sin pronunciar una palabra más. Mientras se dirigía a las escaleras oyó los gritos de júbilo de Jansson desde la redacción:
—¡Joder, hemos hecho un periódico de la hostia! El presidente del parlamento confiesa «Yo controlé el IB», el primer ministro comenta la sospecha de asesinato y, además, las Barbies Ninja son detenidas, ¡y tenemos las fotos en exclusiva!
Ella se apresuró a entrar en el ascensor.
Cuando llegó al patio de su casa recordó que no tenía las llaves del apartamento. La puerta se abría sólo con llave, no con código. Estuvo a punto de llorar de nuevo.
—Mierda —blasfemó y empujó la puerta. Se sorprendió al ver que cedía. Un trocito de cartón verde cayó al suelo dando vueltas. Annika se agachó y lo cogió. Reconoció el dibujo, era de la caja de crema corporal de Clinique.
Patricia, pensó Annika. Se dio cuenta de que yo no podría entrar y bloqueó el pestillo.
Subió las escaleras, le parecieron interminables. En su puerta había un sobre pegado, las llaves tintinearon al despegarlo.
«Mil gracias por todo. Aquí tienes tus llaves, he hecho copias. Estoy en el club y volveré mañana temprano. PD. He comprado algunas cosas, espero que no te importe».
Annika abrió la puerta. La recibió un aire fresco a jabón, las gasas se agitaron con ostentación por la corriente. Cerró la puerta y las cortinas se desinflaron. Se paseó lentamente por las habitaciones y echó un vistazo.
Patricia había limpiado todo el apartamento, menos su dormitorio. Ahí la cama estaba igual de deshecha que siempre. La nevera estaba llena de pequeños y exquisitos quesos, aceitunas, humus, fresas, y en la repisa contigua había ciruelas, uvas y aguacates.
Nunca me dará tiempo a comer todo esto antes de que se estropee, pensó Annika, luego se acordó de que ahora eran dos.
Entreabrió cuidadosamente la puerta del cuarto de servicio. El colchón de Patricia estaba en una esquina, la cama primorosamente hecha con sábanas de flores. A su lado había una bolsa de deportes con ropa. De la pared colgaba de una percha el vestido rosa de Josefin.
Quiero seguir aquí, pensó. No quiero volver a Tattarbacken. No quiero pasarme el resto de mi vida viviendo en Lyckebo.
Aquella noche soñó por primera vez con los tres hombres del programaStudio sex:el presentador, el reportero y el comentarista. Estaban en silencio, oscuros y sin rostro junto a su cama. Sintió su fría y escrutadora mala voluntad como un retortijón en el estómago.
—¿Cómo podéis afirmar que fue mi culpa? —gritó ella.
Los hombres se acercaron.
—¡Lo he estado pensando! ¡Quizá cometí un error, pero por lo menos lo he intentado!
Los hombres intentaron dispararle. Sus armas retumbaron en su cabeza.
—¡Yo no soy Josefin! ¡No!
Se inclinaron al mismo tiempo sobre ella y, cuando su aliento helado alcanzó su conciencia, su propio grito la despertó.
La habitación estaba oscura como el carbón. Fuera diluviaba. Los truenos y los rayos llegaban al mismo tiempo. La ventana del dormitorio se batía con el viento, toda la habitación estaba helada.
Se levantó tambaleándose para cerrar la ventana, le costó a causa del viento. En el silencio después de la lluvia, sintió como un reguero piernas abajo. Le había llegado la menstruación. La bolsa de compresas estaba vacía, pero tenía algunas Libresse en el bolso.
Mientras la tormenta pasaba lloró largamente, ovillada como una pelota en su cama.
Dieciocho años, seis meses y catorce días
Él se siente muy ofendido, y yo soy tan impotente con mis protestas... Sé que él tiene razón. Nunca nadie me amará como él. No hay nada que él dudara hacer por mí, sin embargo, yo me preocupo más por las apariencias que por él.
Mi desesperación crece, mi imperfección florece: venenosa, heladora, azul. La destrucción de no ser nunca lo suficientemente buena. Yo quiero ver la televisión cuando él desea hacer el amor, entonces me disloca un brazo. Se apodera el vacío, negro y húmedo, sin contornos, impenetrable. Él dice que fallo, y yo no encuentro ninguna salida.
Tenemos que trabajar juntos, volver a encontrar nuestro cielo. El amor es eterno, fundamental. Nunca dudo de ello. Pero ¿quién dijo que sería fácil? Si la perfección nos fuera dada a todos, ¿por qué tendríamos que luchar por ella?
Ahora no puedo abandonar
Somos lo más importante que nos ha sucedido en nuestra vida.
Anders Schyman se empapó en el corto trayecto hasta el coche. La lluvia caía con una fuerza formidable, intentando vengarse por todos los días de calor con aquel único e intenso aguacero. El director del periódico blasfemó e intentó, apretujado tras el volante, quitarse la chaqueta a la fuerza. La camisa que llevaba debajo estaba empapada por la espalda y por los hombros.
—Se secará —murmuró, animándose a sí mismo.
Su jadeo había hecho que las ventanillas se empañaran, puso el ventilador al máximo.
Su mujer agitó la mano desde la ventana de la cocina, él secó la ventanilla lateral y le lanzó un beso, suspiró y condujo hacia la ciudad. La visibilidad era nula a pesar de que el limpiaparabrisas funcionaba a la máxima potencia. Tenía que limpiar constantemente el vaho del parabrisas para poder ver algo.
El tráfico fluía moderadamente por Saltsjöbadsleden, pero al pasar por el centro de Nacka encontró un atasco. Un accidente en Värmdö-leden había ocasionado compactas colas de coches de más de diez kilómetros. Resopló sonoramente. El humo de los coches se levantaba como una neblina por entre las gotas de agua. Al final apagó el motor y dejó eldefrostpuesto.
No llegaba a comprender alKvällspressen.Lo había leído detenidamente desde hacía cuatro meses, desde el primer momento en que le ofrecieron responsabilizarse de la redacción. Había muchas cosas que eran claras, como que el periódico siempre se movía en la frontera de lo que es defendible ética y moralmente. Un tabloide tenía que ser así. A veces se cometían abusos, pero eran, sin embargo, increíblemente pocos. Había estudiado en detalle las denuncias y las sentencias del defensor del lector y el Consejo de Prensa, los periódicos vespertinos formaban, por supuesto, parte de la estadística. Tenían muchísimas más denuncias que todos los demás, lo cual era perfectamente normal. Sin embargo, las sentencias en contra eran sólo unas pocas al año. Se sorprendió al descubrir que la lista de artículos censurables la encabezaba la prensa local, los pequeños periódicos del país que no sabían apreciar dónde estaba la línea divisoria.
Había llegado a la conclusión de que el periódicoKvällspressenpertenecía a una empresa de comunicación muy consciente, que los artículos, las carteleras y los titulares estaban bien sopesados y se basaban en la continuidad, la franqueza y la discusión.
Pero, a aquellas alturas, Schyman ya había descubierto que la realidad distaba años luz de su visión idealizada.
En elKvällspressengeneralmente no tenían ni puta idea de lo que hacían. Por ejemplo, enviaban a esa chica de Sörmland a informar entre cadáveres y turbas enfurecidas y esperaban que siempre hiciera artículos responsables y cristalinos como el agua. La tarde anterior había hablado con el jefe de la mesa de redacción y el jefe de noche, ninguno de los dos había discutido los reportajes sobre la muerte de Josefin Liljeberg con Annika. A él eso le pareció una irresponsabilidad y una incompetencia por parte de ellos.
Y luego estaba esa extraña historia sobre el grupo terrorista femenino, nadie en la redacción parecía saber cómo se había originado. Un becario entraba bailando en la redacción con
No podía seguir así. Para poder hacer equilibrios sobre esa línea divisoria uno tenía que ser muy consciente de dónde estaba. La catástrofe se ocultaba al acecho tras la primera esquina, él ya podía sentir su rancio aliento. El programa de radioStudio sexde ayer era sólo la primera señal, elKvällspressense había convertido en una presa fácil. Si la redacción comenzaba a sangrar en este momento, los buitres no tardarían en llegar. Y otros medios de comunicación se dedicarían a despedazar al periódico. No importaría cómo o qué se escribiera, todo sería considerado erróneo y reprobable. El abismo se encontraba cerca si no se afilaba el juicio rápida y seriamente, tanto en lo relativo al número de ejemplares, como a lo periodístico y económico.
Exhaló un suspiro. Los coches del carril contiguo comenzaron a moverse. Arrancó y luego dejó el coche en punto muerto con el freno de mano puesto.
No tenía ninguna duda de que en la redacción existían unos conocimientos y una competividad fantásticos. Lo que fallaba era la administración, la coherencia y la responsabilidad general. Todos los periodistas deberían ser conscientes de su función y de su capacidad, sus objetivos debían ser conocidos.
Así iba descubriendo una de las muchas funciones que se esperaban de él en la redacción: debería ser como el foco contra la valla de espino. La luz debía dirigirse contra el abismo, manteniendo discusiones, seminarios, reuniones diarias y nuevas rutinas.
Los coches de la izquierda se movían más y más rápido, él no avanzaba ni un milímetro. Blasfemó e intentó mirar hacia atrás, no vio una mierda. De repente puso el intermitente y torció a la izquierda con un indiferente desprecio al peligro. El conductor que venía detrás se abalanzó sobre el claxon.
—Recupera tu vida —le murmuró al espejo retrovisor.
En ese mismo instante el tráfico se detuvo de nuevo. El carril de al lado, el que acababa de abandonar, se puso en marcha y se movió con fluidez.
Apoyó la cabeza contra el volante y suspiró en voz alta.
Annika miró cautelosamente en el cuarto de servicio. Patricia dormía. Cerró la puerta silenciosamente, se puso el café sin hacer ruido y fue de puntillas a buscar el periódico de la mañana. Lo tiró sobre la mesa de la cocina, de casualidad cayó con la hoja de la columna «Radio» hacia arriba. Los ojos de Annika se dirigieron al titular, leyó las palabras del reportero de radio con creciente malestar.
«El programa de noticias más despierto e interesante es, sin duda,Studio sexde P3. Ayer trató de la persistente vulgaridad de los periódicos vespertinos y su despiadada explotación de la gente desconsolada. Por desgracia, éste es un debate de la máxima actualidad y...».Annika rasgó el periódico, lo estrujó hasta convertirlo en una pelota y lo metió en la bolsa de la basura. Luego se dirigió al teléfono del cuarto de estar y llamó para cancelar su suscripción.
Intentó comerse medio aguacate, pero la carne grasienta y verde creció en su boca y le entraron ganas de vomitar. Probó algunas fresas pero el efecto fue el mismo. Pudo beberse el café y el zumo de naranja, tiró el resto del aguacate y unas fresas para que Patricia creyera que se las había comido. Luego escribió una nota en la que le explicaba que pasaría el fin de semana en Hälleforsnäs. Dudó sobre si regresaría de nuevo. Si no lo hacía, Patricia podría quedarse el apartamento, lo necesitaba.
Cuando abrió la puerta del patio la lluvia la golpeó como si fuera un telón. Permaneció un rato parada mirando fijamente el edificio exterior, apenas se veía tras la cortina de agua.
Es perfecto, pensó. No habrá nadie en la calle. Nadie me verá. Mamá no tendrá que avergonzarse.
Salió al aguacero y se empapó antes de llegar al basurero. Allí tiró la bolsa medio llena con el periódico, las fresas y los trozos de aguacate y caminó lentamente hacia el metro.
Llega un momento en el que ya no se puede estar más empapado, pensó. Lo había oído alguna vez en una película.
En la estación central comprendió que tendría que esperar casi dos horas antes de que saliera un tren hacia Fien. Se sentó en uno de los bancos de la sala grande e iluminada. El ruido de los pasajeros, los trenes, las voces de los altavoces, todo se mezclaba en una cacofonía de ciudad y caos.
Annika cerró los ojos y dejó que los sonidos perforaran su cerebro. Éstos la hicieron llorar. Después de un rato comenzó a sentir frío, fue a un cuarto de baño con aire caliente para secarse las manos y permaneció allí hasta que los otros usuarios que esperaban se enfadaron.