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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Intriga

Suites imperiales (10 page)

BOOK: Suites imperiales
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—Creo que esta noche. —Luego no puedo evitarlo y pregunto—. ¿Te afecta?

—Espero que consiga el papel. La apoyo. —Calla un momento y sonríe—, ¿Tú no?

No digo nada. Apenas sacudo la cabeza.

—Sí —dice Rip convenciéndose de algo—. Ya me lo parecía. —Y mientras se desliza en el asiento trasero de la limusina, justo antes de que el chófer cierre la puerta, me mira y añade—: Aquí tienes material para un guión, ¿no?

Se supone que esta noche voy a ir a una fiesta de los Globos de Oro en el Sunset Tower, pero a Rain no le apetece ir aunque le digo que Mark y Jon estarán allí y que si quiere el papel de Martina debería presentárselos formalmente fuera de la oficina de Jason en Culver City.

—Esa no es la forma de hacerlo —murmura.

—Pero es como lo vamos a hacer nosotros.

Cuando llega a mi piso con su reciente bronceado, el pelo suelto y un vestido sin tirantes, yo todavía estoy en albornoz, bebiendo vodka y acariciándome. Ella no tiene ganas de follar. Me vuelvo y le digo que no pienso ir si no lo hacemos primero. Ella se bebe de golpe dos vasitos de Patrón en la cocina y entra en el dormitorio, y se quita con cuidado el vestido.

—Pero no me beses —dice, señalando el maquillaje.

Mientras se lo como, deslizo los dedos hacia su ano, pero ella me los aparta.

—No quiero hacerlo así.

Más tarde, mientras vuelve a vestirse, me fijo en que tiene un cardenal en un costado que no había visto.

—¿Cómo te lo has hecho?

Alarga el cuello para verlo.

—¿Eso? Me lo has hecho tú.

Entramos en la fiesta del Sunset Tower detrás de un actor famoso y las cámaras empiezan a destellar como luces estroboscópicas, y llevo a Rain hacia la barra, y cuando me veo reflejado en un espejo mi cara es una calavera, quemada por el sol después de una hora en el observatorio, y en la terraza con vistas a la piscina, escabulléndome con Rain a través del murmullo de la multitud, digo hola a unas cuantas personas que reconozco mientras saludo con la cabeza a otras que no pero que parecen reconocerme a mí, y charlo sobre el funeral de Kelly Montrose, aunque no fui, y luego veo a Trent y a Blair, y echo a andar en dirección contraria porque no quiero que Blair me vea con Rain, y en las paredes están proyectando fotos en blanco y negro de palmeras, tomas de Palisades Park en los años cuarenta, chicas que han sido seleccionadas para la nueva película de James Bond, y pasan bandejas de donuts y estoy mascando chicle para no fumar, luego veo a Mark con su mujer y me acerco a él con Rain, y al verla Mark frunce el ceño, pero lo borra con una sonrisa antes de que nos demos un falso abrazo, y no aparta los ojos de Rain, y su mujer reacciona con una hostilidad mal disimulada, y entonces me embarco en una explicación sobre por qué no he aparecido por las sesiones de casting y Mark dice que vaya mañana y yo le prometo que lo haré, y justo cuando estoy a punto de presentar a Rain me vibra el móvil en el bolsillo y lo saco, y tengo un mensaje de texto de un número oculto y leo «Ella lo sabe», y después de teclear un «?», Mark y su mujer se alejan, y Rain, sin importarle aparentemente que no la haya promocionado delante de Mark, está detrás de mí hablando con otra joven actriz, y llega otro mensaje de texto: «Ella sabe que tú lo sabes».

De regreso al Doheny Plaza, mientras trato de mantener el rumbo por Sunset, pregunto con naturalidad:

—¿Conoces a un tipo llamado Julián Wells?

Después de preguntarlo, dejo de agarrar el volante con tanta fuerza; la pregunta es una liberación.

—Esto… sí —dice Rain animadamente, toqueteando los mandos del estéreo—, ¿Lo conoces tú?

—Sí. Crecimos juntos, aquí.

—No lo sabía. Qué gracia. —Trata de encontrar un tema en un cedé que me grabó Meghan Reynolds el verano pasado—. Es posible que me lo comentara.

—¿De qué lo conoces?

—Trabajé para él. Hace mucho.

—¿De qué trabajaste?

—De ayudante. Por libre. Fue hace mucho.

—En realidad, ya sabía que lo conocías —digo.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, concentrándose en localizar la canción—. Ha sonado raro.

—¿Dónde está ahora? Me gustaría saberlo.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —pregunta ella fingiendo enfadarse.

—Bueno, ¿no eres su novia?

De pronto todo sucede a cámara lenta. Como si ella se hubiera olvidado de su papel. Se ríe por toda respuesta.

—Estás loco.

—Llamémoslo por teléfono.

—De acuerdo. Adelante. Lo que tú digas, loco.

—No me crees, ¿verdad? Crees que es una broma.

—Creo que estás loco. Eso es lo que creo.

—Sé lo tuyo con él, Rain.

—¿Y qué crees saber? —Su voz sigue sonando juguetona.

—Sé que la semana pasada estuviste en San Diego con él.

—Estuve con mi madre, Clay.

—Pero también con Julián. —Decirlo me relaja—. ¿No se te ocurrió que lo averiguaría?

En el semáforo de Doheny se queda mirando al frente.

—¿No sabías que me enteraría de que sigues follando con él?

Ella de pronto se viene abajo. Se vuelve hacia mí en el asiento del pasajero y suelta una serie de preguntas en un torrente suplicante:

—¿Y qué? ¿Qué importa? ¿Qué estás haciendo? ¿A qué viene esto? ¿Puedes dejarlo estar? ¿Qué importa lo que hago cuando no estoy contigo?

—Importa —digo—. Dadas las circunstancias, si quieres conseguir lo que quieres, importa muchísimo.

—¿Por qué importa? —grita ella—. Estás loco.

Giro tranquilamente hacia la izquierda y empiezo a recorrer Doheny.

—¿No has podido representar este papel ni un puto mes? —pregunto en voz baja—. ¿Tan desesperadamente necesitabas su polla que has tenido que arriesgarlo todo? Si estar conmigo era tan importante para ti, Rain, ¿por qué lo has fastidiado? Podrías haber jugado conmigo, pero…

—Yo no juego con las personas, Clay.

—¿Qué hay de Rip Millar?

—¿Qué pasa con Rip Millar? Por Dios, intenta dominarte.

Los faros deslumbrantes de los coches que vienen en sentido contrario me hacen detener el BMW al otro lado del Doheny Plaza.

—Baja. Baja del puto coche.

—Clay… —Alarga una mano hacia mí—. Déjalo, por favor.

—Te ha entrado el pánico, ¿eh? —Sonrío apartándola.

—Oye, haré lo que quieras. ¿Qué quieres? Dime lo que quieres que haga y lo haré.

—Deja a Julián. Al menos hasta que consigas el papel.

Se recuesta en el asiento.

—¿Cómo sé que me ayudarás a conseguir el papel?

—Lo haré. Pero manda a paseo a Julián. No voy a intentarlo siquiera hasta que haya desaparecido del mapa.

—Si me consigues el papel, haré lo que sea —susurra—. Haré lo que me pidas. Si me consigues ese papel haré todo lo que quieras.

Me coge la cara. Me atrae hacia ella. Me besa en la boca apasionadamente.

En la oscuridad de la habitación, Rain me pregunta:

—¿Por qué lo has hecho?

—¿Qué?

Estoy tumbado sobre una almohada bebiendo un vodka con el hielo derretido.

—Sacar todo esto. Intentar destruirlo todo.

—Solo quería demostrar que me estabas mintiendo.

—¿Quién te lo dijo?

—Rip Millar.

Ella se pone tensa de repente y su voz se enfría.

—No volverá a pasar.

—¿Por qué no?

—Porque está hecho polvo. —Se vuelve hacia mí—. No metas a Rip en esto. Por favor, Clay. En serio. No lo hagas. Ya me ocuparé yo de él.

—Dijo que va a hacer daño a Julián, que no será capaz de contenerse.

—¿Por qué no puedes dejarlo como está?

—Porque como está… no es como lo quiero.

—Si quieres hacer las cosas a tu manera —dice ella con un suspiro—, voy a necesitar dinero.

—Tienes un empleo. ¿Qué hay del Reveal?

—Me han echado —dice finalmente.

—¿Por qué?

—Rip hizo una llamada. Me odia.

Las cosas empiezan a moverse. Me siento más relajado. Todo se vuelve posible porque el plan empieza a cuadrar.

—¿Me has oído? —pregunta ella.

—¿Cómo puedes vivir así?

—Fingiendo que no lo hago.

«¿Está contigo? ¿Dónde está, Julián? Quiero decir que sé lo que está pasando. Conozco la situación. Joder, Julián, ¿qué coño estás haciendo? ¿Quieres volver a joderme? ¿Estás prostituyendo a tu novia? ¿Qué clase de monstruo eres? Dime dónde está… ¿Dónde está…? Oh, vete a la mierda. No quiero volver a ver tu puta cara en mi vida, y si te veo juro por Dios que te mataré, Julián. Hablo en serio. Te mataré, joder, y me quedaré tan ancho. Disfrutaré haciéndolo porque todo será mejor una vez hayas muerto.» Borracho, dejo este mensaje en el móvil de Julián cuando me despierto en plena cálida noche de enero, después de ir a la fiesta de los Globos de Oro del Sunset Tower, y veo que Rain se ha ido.

Frente al complejo del casting de Culver City hay dos furgonetas del servicio del catering y en el patio están montando mesas y un puesto de disc-jockey y el patio está lleno de jóvenes actores vestidos con ropa de los ochenta y todos llevan un flequillo rubio y paso por el lado de la piscina y subo las escaleras hasta una oficina donde Jon y Market están con Jason, el director del reparto, tomándose un descanso de las audiciones.

—Ha resucitado de entre los muertos— dice Jon—. ¿Qué pasa? ¿Dónde te has metido?

—Tenía que atender unos asuntos personales. Acabar un guión. —Me meto las manos en los bolsillos y me apoyo contra una pared, intentando permanecer relajado y despreocupado—. Y he estado pensando que tenemos a la chica perfecta para Martina.

—Aún no le hemos dado el papel a nadie —dice Jon.

—Bueno, hemos hecho una preselección —dice Jason—, pero ¿en quién estabas pensando?

Mark me mira ligeramente divertido, tal vez desconcertado.

—Sí, ¿quién es? —Me lo pregunta como si ya lo supiera.

—Le hicimos una prueba hace un par de semanas y, bueno, he estado pensando mucho en ella. Creo que deberíamos hacerle otra.

—¿A quién?

—A Rain Turner. ¿Os acordáis de ella? —pregunto, y luego me vuelvo hacia Mark—, Estaba conmigo en la fiesta de anoche.

Jason se vuelve hacia su monitor y aprieta varias teclas, y aparece en la pantalla un primer plano de Rain. Jon se echa hacia delante, confuso. Mark mira la pantalla y luego a mí, impotente.

—¿Por qué ella? —pregunta John—, Es mayor que Martina.

—Se parece a la chica que tenía en mente cuando escribí el guión. Quiero decir que Martina podría tener unos años más que las otras.

—Es muy guapa —murmura Jon—, pero no la recuerdo.

—Creo que es demasiado mayor —insiste Jason.

—¿Por qué estás tan seguro de ella, Clay? —pregunta Mark.

—No puedo dejar de pensar en ella en ese papel y, bueno, me gustaría que repitiera la prueba.

—¿Se ha hecho amiga tuya? —pregunta Mark.

Trato de pasar por alto su tono.

—No, quiero decir que es…, bueno, que la conozco.

—¿Quién es? —pregunta Jon—. ¿Quién la representa?

—Burroughs Media —responde el director de reparto leyendo de la pantalla—. ICM aparece mencionado, pero no creo que sigan representándola. Lo último que hizo fue hace un año. —Sigue leyendo y se detiene—. En realidad lo consiguió como un favor.

—¿De quién? —Soy yo el que lo pregunta.

El director de reparto va hasta el final de la página de Rain. Se percibe una repentina vacilación en la habitación.

—Kelly Montrose. Kelly hizo la llamada.

Se produce un largo silencio. Las cosas cambian completamente antes de que alguien diga algo. Al otro lado de la ventana abierta, la palmera se agita en el viento seco y llegan las voces de los niños que juegan en la piscina y ninguno de los presentes sabe qué decir y la resaca que había olvidado regresa en cuanto mencionan el nombre de Kelly Montrose y quiero canturrear bajito para ahogar el dolor —la opresión en el pecho, la sangre que se me sube a la cabeza— y no me queda más remedio que fingir que solo soy un fantasma, neutral y despreocupado.

—Bueno, no suena muy bien —dice Jon—. Creo que es un mal presagio.

—¿Eso crees? —pregunto, recuperando la voz.

—Soy supersticioso. —Jon se encoge de hombros—. Creo en la mala suerte.

—¿Cuándo fue eso? —pregunto a Jason—. ¿Cuándo llamó Kelly?

—Un par de días antes de que desapareciera.

Rain me llama después de que le escriba en un mensaje de texto: «¿Kelly Montrose?».

—¿Adonde fuiste anoche? —pregunto—. ¿Por qué te marchaste? ¿Estuviste con Julián?

—Si quieres que funcione a tu manera, tengo que ocuparme de ciertos asuntos primero.

—¿Qué asuntos?

Estoy saliendo del complejo con el móvil pegado a la oreja.

—No me hagas preguntas.

—Les he hablado de ti. —Me doy cuenta de que no soy capaz de moverme mientras hablo con ella por el móvil—. Van a hacerte otra prueba.

—Gracias. Oye, ahora tengo que dejarte.

—Esta noche hay una fiesta. Aquí, en Culver City.

—No creo que pueda ir, Clay.

—Rain…

—Dame un par de días y volveremos a estar juntos.

—¿Por qué no me dijiste que conocías a Kelly Montrose? —Te lo explicaré todo cuando nos veamos. Tengo que irme. —¿Por qué no me dijiste que fue Kelly Montrose quien te consiguió la audición?

—Nunca me lo preguntaste —dice, y cuelga.

No hay nada que hacer aparte de esperar la fiesta, y como no tengo a donde ir me quedo por Culver City, saltándome las audiciones de la tarde, y mientras voy a una tienda de bebidas alcohólicas para comprar aspirinas vuelve el miedo, la ensoñación etílica, los fantasmas que se arremolinan por todas partes susurrando «Mira bien a quién dejas entrar en tu vida», y doy vueltas por el patio mientras devuelvo un par de llamadas —dejando mensajes al agente, al representante, la película sobre los monos, el doctor Woolf— y fumo junto a la piscina mientras veo cómo los encargados de la decoración cuelgan luces a lo largo de una pared curvada de color beige que bordea un extremo y luego me presentan al actor al que le han dado el papel de Grant en
The Listeners
, el hijo de Kevin Spacey, y el chico es increíblemente atractivo incluso con la barba que se ha dejado para la película de piratas que está haciendo y han montado unas pantallas y se ven primeros planos de varios jóvenes actores y llegan quejas de alguna parte y las mueven de sitio y conozco a otra chica que ganó otro concurso de modelos y la tarde se vuelve más gris, el cielo se encapota, y alguien me pregunta:

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