Tarzán en el centro de la Tierra (33 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Tarzán en el centro de la Tierra
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A continuación, Jones descendió, cerrando la escotilla sobre su cabeza, se dirigió a la cocina, y cogiendo el reloj que colgaba de la pared, lo tiró por la ventanilla al espacio.

Para los ocupantes de la pequeña embarcación, sin medios ni aparatos para medir el tiempo o la distancia, la monotonía del viaje se rompía frecuentemente a causa de las embestidas de aquel mar de la era mesozoica. Para el refinado americano que era Jason, aquella sensación de inexistencia del tiempo en Pellucidar le producía una mayor reacción nerviosa que a los demás. Tarzán también la sentía, aunque en mucho menor grado, mientras que los waziris percibían muy ligeramente la anomalía de la situación. En cambio, sobre los korsars, Thoar y Jana, el hecho no parecía revestir importancia ni tener influencia alguna.

Pero a medida que pasaba el tiempo, e iban avanzando leguas y leguas por aquel océano desierto, las condiciones iban alterándose.

Siguiendo la costa, el rumbo de la pequeña nave iba cambiando, aunque sin instrumentos ni cuerpos celestes que pudieran guiarles, la tripulación no se había dado cuenta de ello. Al principio habían navegado con rumbo al nordeste; luego, durante una gran distancia lo hicieron hacia el este, hasta que la costa, curvándose de un modo gradual e imperceptible, les hizo navegar hacia el Norte.

El instinto indicaba a los korsars que habían recorrido unas tres cuartas partes de la distancia que les separaba de su meta. Entonces, se levantó un fuerte viento desde tierra que les impulsó rápidamente a lo largo de la costa. Lajo, de pie en la proa de la embarcación, parecía olfatear el aire como un perro de caza. De pronto, se volvió hacia Tarzán.

—¡Tenemos que acercarnos a la costa! —dijo—. ¡Viene una tormenta!

Pero era demasiado tarde. Un espantoso huracán se levantó de repente, levantando unas olas gigantescas que los arrastraban mar adentro. No llovía ni había relámpagos ni truenos, puesto que tampoco había nubes, sólo aquel terrible huracán, que, al levantar olas tan grandes como montañas, amenazaba con devorarlos.

Los waziris estaban verdaderamente aterrados, ya que el mar no era su elemento natural. Thoar y Jana también sentían un gran miedo, aunque ninguno de los dos daba muestra de ello, y en cuanto a Tarzán y Jason, ambos tenían la absoluta certeza de que la pequeña nave no resistiría el espantoso temporal. Ante ello, Jason, levantándose, se acercó al banco sobre el que se encontraba Jana, encogida y temerosa. El silbido del huracán hacía imposible el entenderse, pero el americano acercó sus labios al oído de la muchacha.

—¡Jana! —dijo a gritos— ¡Es imposible que este cascarón de nuez resista esta tormenta! ¡Creo que vamos a morir todos, pero antes de morir, me odies o no, quiero decirte que te amo!

Luego, antes de que ella pudiera contestarle, antes de que volviera a humillarle con sus palabras, regresó junto a Tarzán, al mismo lugar donde antes iba sentado.

Tenía la certeza de que había hecho mal; tenía la certeza de que no tenía derecho a decir a la prometida de Thoar que la amaba; había sido un acto de deslealtad, y, sin embargo, algo más fuerte que la lealtad, algo más fuerte que su herido orgullo, le había obligado a decir aquellas palabras... porque no quería morir sin decirlas. Tal vez le había dado ánimo para realizar su osadía el haber observado que entre ella y Thoar sólo existía un amor platónico, y no pudiendo imaginarse a Jana amando platónicamente a ningún hombre, Jason deducía que Thoar no debía quererla. Thoar se mostraba amable con Jana, pero no lo suficientemente atento y expresivo como lo hubiera hecho si hubiera estado enamorado.

En ocasiones, Jason había pensado que aquella actitud de Jana y de Thoar pudiera atribuirse al peculiar carácter de los habitantes de Pellucidar o a la idiosincrasia propia del ser primitivo, pero luego se había dicho que era imposible que ambos hubieran sostenido tanto tiempo su actitud fría y platónica, sin delatar su amor.

—¡Por su actitud cualquiera pensaría que son hermano y hermana! —llegó a pensar Jason.

Finalmente, por un milagro de la suerte, la frágil embarcación no llegó a zozobrar. Pero cuando el huracán y el oleaje comenzaron a apaciguarse, sólo divisaron agua y cielo. La costa había desaparecido por completo.

—Ahora que hemos perdido de vista la costa, ¿cómo podemos dirigirnos hacia Korsar? —preguntó Tarzán a Lajo.

—No será empresa fácil —contestó el korsar—. Lo único que ahora nos puede servir de guía es el viento. Estamos adentro, muy adentro, del Korsar Az, aunque conozco la dirección general de los vientos en esta zona, y manteniéndonos siempre en el mismo rumbo, quizá encontremos de nuevo la costa, y, seguramente, no muy lejos de la ciudad de Korsar.

—¿Qué es aquello? —exclamó de pronto Jana, señalando hacia un punto del horizonte, hacia el que se dirigieron todas las miradas.

—¡Es un barco! —exclamó Lajo con alegría—. ¡Estamos salvados!

—Pero, imaginaros que ese barco esté tripulado por enemigos —señaló entonces Jason—. ¿Qué hacemos entonces?

—No —repuso Lajo—. Los que tripulan ese barco son korsars; sólo los navíos korsars navegan por el Korsar Az.

—¡Hay otro! —exclamó Jana—. ¡Y otro y otro! ¡Son muchos!

—Apresurémonos a escapar —dijo Tarzán—. Tal vez no nos hayan visto todavía.

—¿Y por qué hemos de huir? —preguntó Lajo.

—Porque no somos suficientes para luchar contra ellos —replicó Tarzán—. Esas gentes no serán enemigos vuestros, pero pueden serlo de nosotros.

Lajo no tuvo mas remedio que obedecer, ya que los korsars a bordo de la embarcación sólo eran tres hombres y sin armas, mientras que los waziris eran diez, y armados con rifles.

Todo el mundo permaneció observando los barcos, y pronto se cercioraron de que se acercaban a ellos, puesto que el bote en el que se encontraban no era ligero ni mucho menos. Al fin, se convencieron de que eran perseguidos por una flota considerable.

—Esos barcos no son korsars —dijo Lajo cuando los buques enemigos se hallaban ya muy cerca—. Hasta hoy, nunca había visto barcos parecidos a esos.

El bote continuaba huyendo a la mayor velocidad posible, pero los navíos enemigos, aumentando hasta formar una verdadera y poderosa armada, fueron acercándose cada vez más, hasta cortar el rumbo a la pequeña embarcación.

El navío que parecía mandar la flota llegó finalmente tan cerca de ellos que todos pudieron distinguir con exactitud su aspecto y características. Era corto y ancho, con una proa muy alta. Llevaba dos grandes velas, y, además era impulsado por remos que surgían por unas aberturas hechas en el casco, aproximadamente unos cincuenta en total. Encima de las aberturas de los remos, a ambos lados del buque, se veían los escudos de los tripulantes.

—¡Dios mío! —exclamó Jason dirigiéndose a Tarzán—. Pellucidar no sólo encierra piratas españoles sino también escandinavos, porque si esos barcos no son navíos escandinavos, deben ser una variedad de los mismos.

—Ligeramente modernizados —convino Tarzán—. Observa que llevan instalado un pequeño cañón en un sobrepuente construido en la proa.

—En efecto. Creo que lo mejor sería forzar la marcha, porque estoy viendo a un individuo a bordo de ese barco que parece querer dirigirse a nosotros.

En ese momento apareció otro tripulante en el alto entrepuente del barco enemigo.

—¡Acercaos y poneos al pairo! —gritó de pronto el que parecía mandar la nave—. De lo contrario, os hundiremos en un instante.

—¿Quiénes sois? —preguntó Jason también a gritos.

—Soy Ja de Anoroc —contestó el capitán—, y esta es la flota de David I, el emperador de Pellucidar.

—¡Detened la embarcación! —ordenó entonces Tarzán a Lajo.

—¡Alguien a bordo de esta barcaza debe de haber nacido de pie! —exclamó Jason con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Nunca creí que pudiéramos tener tanta suerte!

—¿Y vosotros quiénes sois? —preguntó luego Ja, después de que el bote se acercó al navío.

—Somos amigos —contestó Tarzán.

—El emperador de Pellucidar no puede tener amigos en el Korsar Az —dijo entonces Ja.

—Si va con vosotros Abner Perry, podemos demostrarte fácilmente que te equivocas —exclamó Jason.

—Abner Perry no viene con nosotros —contestó Ja—. ¿Qué sabes tú de él?

Mientras tanto, las dos naves se habían situado borda contra borda, y ahora los broncineos guerreros mezops que mandaba Ja miraban con curiosidad, desde la cubierta de su nave, a los ocupantes del bote.

—Este es Jason Gridley —dijo entonces Tarzán, señalando al americano—. Tal vez hayas oído a Abner Perry hablar de él. Gridley organizó una expedición en el mundo exterior para llegar hasta Pellucidar, y rescatar a David Innes de la mazmorra en que lo tienen encerrado los korsars.

El hecho de que tres korsars fueran a bordo del bote hizo sentir cierto recelo y desconfianza a Ja. Pero cuando le narraron lo ocurrido, y, sobre todo, cuando hubo examinado los rifles de los waziris, se convenció de que no le podían estar engañando. Entonces, les invitó a subir a bordo de su nave, acogiéndoles calurosamente, y presentándoles a numerosos oficiales y capitanes de la armada, que llegaban de los otros barcos. Cuando circuló la noticia de que dos de los extranjeros eran gente amiga que venía del mundo exterior para ayudar en el rescate de David Innes, los capitanes de casi todos los demás navíos subieron a bordo de la nave capitana, la que comandaba Ja, para saludar afectuosamente a Tarzán y a Jason. Entre aquellos capitanes se encontraban Dacor el Fuerte, hermano de Dian la Hermosa, la emperatriz de Pellucidar; Kolk, el hijo de Goork, el jefe de los thurios; y Tanar, el hijo de Ghak el Velludo, rey de Sari.

Todos informaron a Tarzán y a Jason que la flota se dirigía a liberar a David. Esta había sido construida empleando en ello mucho tiempo —tanto que ya no recordaban las veces que habían comido y dormido desde que se pusiera la quilla de la primera nave— en la isla de Anoroc, situada en el Lural Az, y luego hubieron de encontrar un paso para llegar al Korsar Az.

—Después de cruzar el Sojar Az, más allá de la Tierra de la Horrible Sombra encontramos un paso que nos condujo hasta el Korsar Az. Los thurios descubrieron ese pasaje, y mientras estábamos construyendo la flota, enviaron varios guerreros de avanzadilla para cerciorarse de que era la ruta correcta, y, en efecto, lo comprobaron. Así es que no tardaremos en llegar ante la ciudad de Korsar.

—¿Pero cómo pensabais rescatar a David, con sólo una docena de hombres? —preguntó Tanar.

—No estamos aquí todos los que vinimos —contestó Tarzán—. Nos vimos separados hace tiempo de nuestros compañeros, y no hemos podido encontrarlos. De todas formas, nuestra expedición no se componía de muchos hombres. Contábamos con algo más que el poder de nuestros brazos para rescatar a David, vuestro emperador.

En aquel momento, un gran griterío se elevó desde la cubierta de uno de los barcos, y pronto desde todas las naves empezaron a alzarse gritos y palabras de asombro. Todo el mundo miraba hacia el cielo, extendiendo los brazos y señalando algo que acababa de aparecer a lo lejos. Algunos de ellos empezaban a dirigir hacia arriba las bocas de los cañones, mientras otros preparaban sus rifles, cuando Tarzán y Jason, al mirar hacia lo alto, descubrieron el O-220, ¡el ansiado y tan buscado dirigible!

Este, a todas luces, había descubierto la flota, puesto que descendía majestuosamente, trazando una gran espiral.

—¡Ahora sí que estoy seguro de que alguno de nosotros ha nacido de pie! —dijo Jason, sonriendo complacido—. ¡Es nuestro dirigible, por fin!

Inmediatamente se volvió hacia Ja.

—¡Son nuestros compañeros! —le dijo.

La noticia circuló rápidamente de nave en nave, y pronto todo el mundo estuvo enterado de que aquello que descendía majestuosamente del cielo, no era un enorme reptil volador como habían creído en un principio, sino un enorme barco aéreo, en el que venían más aliados de Abner Perry y de su amado emperador David I.

Cuando el dirigible estuvo a relativa distancia de la nave capitana, Jason Gridley, quitándole la lanza a uno de los guerreros mezops y el pañuelo que llevaba anudado a su cabeza Lajo, envió un mensaje a los cielos: “¡Eh, amigos del dirigible! Esta es la flota de guerra de David I, el emperador de Pellucidar, al mando de Ja de Anoroc. Lord Greystoke, diez guerreros waziris y Jason Gridley están a bordo.”

Un momento después, el primer estampido de un cañonazo retumbó en la atmósfera de Pellucidar, como primer saludo internacional, siendo seguido por otros veinte, disparados desde la terraza del dirigible. Cuando se le explicó a Ja lo que aquellos cañonazos significaban, contestó con el cañón de proa de su navío.

Un instante después, el dirigible descendió hasta que estuvo a muy corta distancia de la nave capitana.

—¿Están todos bien a bordo del dirigible? —preguntó entonces Tarzán.

—Sí, gracias —contestó la voz del capitán Zuppner, muy emocionado.

—¿Se encuentra a bordo von Horst? —preguntó Jason.

—No —contestó Zuppner.

—Entonces, sólo falta él —exclamó Jason con tristeza.

—¿Puede hacer que descienda un poco más el dirigible, capitán? —preguntó Tarzán.

Zuppner realizó las maniobras oportunas, haciendo descender el dirigible hasta una altura de cincuenta pies. Luego se arrojó una escala, y, uno por uno, todos los miembros de la expedición subieron a bordo de la aeronave; primero los diez guerreros waziris, luego Jana y Thoar, y, por último Jason y Tarzán. En cuanto a Lajo y los otros dos korsars se acordó que permanecieran a bordo de la nave capitana, bajo la custodia de Ja, aunque con la advertencia de que se les tratara con la mayor humanidad posible.

Antes de abandonar el barco, Tarzán le dijo a Ja que si quería dirigirse directamente hacia Korsar, el dirigible podía ir siguiéndoles, y, mientras tanto, irían trazando algún plan conveniente para rescatar a David.

Cuando Thoar y Jana subieron a bordo del dirigible, un asombro indescriptible les invadió. Aquello les parecía inverosímil, inconcebible. Jana expresaría más tarde su sorpresa diciendo que creía estar soñando, pero que al mismo tiempo tenía la certeza de la realidad, porque tales cosas no podían pensarse que existieran.

Jason presentó a Jana y a Thoar a Zuppner y Hines, pero el teniente Dorf no acudió al salón hasta que Tarzán hubo subido a bordo del dirigible, en último termino. Así pues, fue Tarzán el que presentó a Dorf y a los dos pellucidaros.

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