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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (14 page)

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Escribí al doctor Javid, que ahora está jubilado, preguntándole su opinión sobre el libro de Christy. Tal como sospechaba, estaba indignado porque se le había citado fuera de contexto. Su investigación, me dijo en una carta, trataba sobre la utilización de urea para reducir la presión intercraneal. La urea, explicaba, no se obtiene de la orina. Se disuelve cianamida de calcio en agua y después se calienta, obteniéndose urea e hidróxido de calcio. El doctor Javid añadió que había contratado a un abogado para que considerara las posibles acciones legales por la utilización de su nombre sin su conocimiento ni permiso. «Puedo declarar de manera inequívoca —decía en su carta— que la utilización de urea con fines médicos no se debe extender hasta el punto de apoyar la práctica de beber o inyectar orina humana». En el primer capítulo de su libro, Christy dice que entre los 18 y los 30 años de edad le diagnosticaron una enfermedad inflamatoria de la pelvis, colitis ulcerosa, ileítis, síndrome de fatiga crónica, la enfermedad de Hashimoto y mononucleosis. Además de todas estas enfermedades, «padecí graves infecciones crónicas en los riñones, dos abortos, cistitis crónica, candidiasis grave e infecciones externas con levaduras, insuficiencia adrenal aguda y graves infecciones crónicas de los oídos y los senos nasales. […] Y aunque no comía casi nada, debido a mis extremadas alergias alimentarias, seguía aumentando de peso. […] Me había convertido en una enciclopedia de enfermedades andante».

Esto me recordaba aquel chiste de Henry Youngman sobre un hombre que, después de ser examinado por el médico, le pregunta a éste: «¿Cómo ando, doctor?». Y el médico le responde: «Eso es lo que no entiendo».

Christy intentó curarse probando diversos métodos, entre ellos un régimen de nutrición promocionado por Adelle Davis, terapia con megavitaminas, acupuntura, quiropráctica, «y todas las preparaciones de hierbas y terapias naturales sin drogas» que pudo encontrar. Dice que su salud empezó a mejorar, pero después de un parto difícil todas sus antiguas dolencias reaparecieron. Los médicos le dijeron que los síntomas eran psicosomáticos. Ella dice que se enemistó con todos los médicos de la ciudad por insistir en que no lo eran. Enfermó de endometriosis: tumores sangrantes que se producen cuando el tejido uterino se desprende del útero y se instala en otra parte. Después de cinco operaciones, se negó a someterse a la sexta e ingresó en una clínica alternativa contra el cáncer en México. También aquel tratamiento fracasó. «Mis remedios herbales y homeopáticos habituales, aunque proporcionaban alivio momentáneo, parecían casi inútiles». Permaneció en cama durante un año. Aunque tenía un seguro médico, ella y su marido gastaron más de 100.000 dólares de su propio bolsillo en terapias alternativas. Después de que se le extirpara otro tumor, los síntomas del endometrio reaparecieron, complicados por una infección de levaduras y síntomas de menopausia.

Enferma sin esperanzas y gravemente deprimida, pensando incluso en el suicidio, Christy dio con un libro que recomendaba beber la propia orina. Decidió probarlo. El resultado fue «un alivio casi instantáneo» de sus síntomas. El cabello, que se le había caído, volvió a crecer «abundante y lustroso». Ganó peso y recuperó la energía. Dice que ahora nada, hace marchas y monta a caballo. «Con gran asombro mío y de mi familia, he vuelto a trabajar; y después de treinta años de enfermedad casi ininterrumpida, llevo de nuevo una vida plena y satisfactoria… y todo gracias a una medicina natural increíblemente simple y eficaz». El resto del libro de Christy revela con todo detalle cómo bebiendo la propia orina se puede curar el cáncer, la esclerosis múltiple, la malaria, la artritis, el sida, la gonorrea, la ictericia, la tiña, la tuberculosis, las migrañas, la hepatitis, la tosferina, la fiebre del heno, la depresión, los problemas de próstata, la diabetes… Elija usted la enfermedad: la orina se la curará. El principal componente de la orina responsable de todas estas maravillas médicas es la urea.

Christy no deja de mencionar los numerosos medicamentos a base de urea que se venden actualmente, pero insiste en que estos productos pueden causar desagradables efectos secundarios, que se evitan si uno se agencia la urea bebiéndose su propia orina. Recomienda mucho un libro de 1971,
The Water of Life
, de John W. Armstrong, que se puede obtener de Home Cure por 11,95 dólares, más cinco dólares de gastos de envío y entrega. Dice que en él se enumeran cientos de enfermedades, incluyendo el cáncer, que se pueden curar bebiendo orina.

La urinoterapia, explica Christy, se inicia ingiriendo sólo una o dos gotas al día. Según ella, estas pocas gotas son ya muy efectivas. «Si lo prefiere, puede preparar una forma de orina muy diluida, llamada preparación homeopática de orina, que da excelentes resultados y no tiene sabor ni color». ¡Pues claro que es incolora e insípida! Toda la orina se ha desvanecido en el agua.

La cirugía y los medicamentos convencionales no sirven de nada, asegura Christy a sus lectores. Las medicinas a base de hierbas, las preparaciones homeopáticas y la acupuntura sí que funcionan, pero ninguna de estas terapias puede compararse, según ella, a las poderosas virtudes curativas de la orina. Ésta es «la medicina natural más potente y más individualizada que podríamos desear». Aunque la urea pura ha demostrado ser una medicina maravillosa, «quiero insistir en que no se puede ni se debe utilizar como sustituto o sucedáneo de la orina natural, en su papel de agente curativo». ¿Por qué? Porque «la orina completa contiene cientos de importantes elementos medicinales, conocidos y desconocidos […] que no se encuentran en la urea sola».

Tras un período de beber unas pocas gotas de orina al día, Christy recomienda ir aumentando poco a poco el número de gotas hasta que se llegan a beber vasos enteros. Además de la orina ingerida por vía oral, Christy también canta sus alabanzas cuando se aplica externamente a la piel en baños de pies, baños de cuerpo entero, gotas para los oídos, la nariz y los ojos, y en forma de enemas. En casos de enfermedad extrema, dice Christy, puede ser necesario inyectar orina. Recomienda a un tal doctor William Hitt, que dirige dos clínicas de urinoterapia en México, donde «ha administrado cientos de miles de inyecciones a pacientes de enfermedades graves, con notable éxito».

La orina homeopática, asegura Christy, es tremendamente efectiva. La receta es sencilla. Se añade una gota de orina a cinco centímetros cúbicos de agua destilada, en un frasco esterilizado. Se tapa el frasco y se agita con fuerza cincuenta veces. A continuación, se añade una gota de esta mezcla a otros cinco centímetros cúbicos de agua destilada. Se agita de nuevo, otras cincuenta veces. La tercera dilución consiste en añadir una gota de la mezcla a cinco centímetros cúbicos de vodka de 80 ó 90 grados proof. El vodka, dice, «actúa como conservante». Cada hora se echan tres gotas sobre la lengua, hasta que los síntomas de la enfermedad desaparecen. Christy es también muy partidaria de combinar la ingestión de orina con las preparaciones homeopáticas habituales.

No conozco ningún libro sobre urinoterapia que no esté escrito por personas que también defienden otras modalidades de medicina alternativa. Beatrice Barnett, coautora con Margie Adieman de un descerebrado libro titulado
The Miracles of Urine Therapy
(1987), es quiropráctica y naturópata. Según dice Jack Raso en
Alternative Healthcare: A Comprehensive Guide
(Prometheus, 1994), Barnett y Adieman mencionan los siguientes efectos secundarios de la ingestión de orina: náuseas, vómitos, migrañas, diviesos, granos, erupciones cutáneas, palpitaciones, diarrea, malestar general y fiebre. Pero añaden que estos síntomas son «normales» y no hay que preocuparse por ellos.

Yo había pensado que Andrew Weil, el último y admiradísimo gurú de los que rechazan la medicina convencional, respaldaría la ingestión de orina. Me alegró enterarme de que no es así. En su reciente libro Ask Dr. Weil (1988) dice que si bien la orina puede tener alguna utilidad cuando se aplica a la piel, beberla no sirve de nada. Cita el libro de Christy,
Your Own Perfect Medicine
, como ejemplo de libro del que no hay que fiarse.

Ignoro si beber orina es inofensivo o no, y agradecería que algún médico con conocimientos me informara sobre el tema. Sin embargo, pueden estar seguros de que beber orina homeopática no tiene efectos tóxicos. La razón es bien sencilla: no se está bebiendo nada más que agua destilada.

Tampoco sé si el libro de Christy y otros por el estilo son fraudes crueles, escritos y editados para ganar dinero, o si los autores creen lo que dicen. En cualquier caso, me da escalofríos pensar en lectores que están gravemente enfermos y que pueden estar tan convencidos de que bebiendo orina se curarán todos sus males que no busquen la ayuda médica que podría salvarles la vida.

Addendum

Hugh Trotti, Jr. me envió el siguiente párrafo del libro de David Rankin,
Celts and the Classical World
(1998):

Un dato antropológico poco importante pero curioso, completamente ajeno a la práctica médica griega y romana, fue registrado probablemente por Posidonio, aunque parece que el poeta Cátulo ya lo conocía: los celtíberos utilizaban orina rancia para limpiarse los dientes.

Una noticia de la agencia Reuter informaba en 1996 sobre la primera conferencia mundial de urinoterapia, que tuvo lugar en Panaji (India). Seiscientos adeptos se reunieron para ensalzar las virtudes medicinales de la orina humana tragada, en gárgaras y utilizada como loción de afeitar. Se citó una larga lista de dolencias, incluyendo el cáncer y la disfunción renal, que se pueden curar bebiendo orina.

Entre otras preguntas que planteé a Joe y Teresa Graedon, que escriben una columna periodística semanal titulada «Farmacia popular», les preguntaba qué opinaban del libro de Christy,
Your Own Perfect Medicine
. Esto es lo que los Graedon me respondieron el 11 de noviembre de 1998:

Beber orina puede parecerles raro a la mayoría de los norteamericanos, pero es una práctica establecida en la medicina tradicional china y en la india. Algunos europeos recomendaban su uso en los siglos XVIII y XIX. La orina de una persona sana es estéril y se ha utilizado para curar heridas en los campos de batalla.

Los partidarios de beber orina aseguran que refuerza el sistema inmunitario y alivia diversas enfermedades. No podemos decir con seguridad si la urinoterapia funciona.

A pesar de su débil negativa final, esta respuesta me pareció reprensible y típica de los Graedon, con sus frecuentes palabras amables para los remedios alternativos dudosos.

El libro de John Armstrong,
The Water of Life
, que compite con el de Christy en su extravagante defensa de la urinoterapia, lleva ya muchas ediciones y se sigue reeditando. En 1987, el doctor Nick Beard, un médico de Londres, me envió copias de sus páginas, y fueron esas páginas las que me indujeron a escribir mi informe.

Todo un capítulo del libro de Armstrong está dedicado a curaciones milagrosas de la gangrena. Otro capítulo explica cómo la orina ha curado cánceres. Armstrong es un naturópata sin formación médica, a pesar de lo cual asegura en su introducción haber curado a miles de pacientes, incluyéndose él mismo, de todas las enfermedades conocidas, con sólo beber orina.

«Es cierto —escribe— que había decidido no escribir el libro hasta haber tenido la oportunidad de curar incluso la lepra; pero como es muy poco probable que encuentre un caso de esta terrible enfermedad […] he decidido ofrecer al público los detalles de mis experiencias sin más dilación». El doctor Arthur Legate respondió a mi pregunta sobre si beber la propia orina puede ser nocivo. Me dijo que, probablemente, la orina no infectada es inofensiva, pero con la orina se eliminan diversas drogas y toxinas. Beber esta orina infectada podría extender una infección y hacer más daño que beneficio, aunque uno se esté muriendo de sed en un bote salvavidas.

V. PSICOLOGÍA
10. La deficiente teoría freudiana de los sueños

He tenido una visión muy extraña. He tenido un sueño que sobrepasa el ingenio humano para decir qué era el sueño: sería un asno el hombre que fuera por ahí explicando este sueño.

NICK BOTTOM, tejedor
SHAKESPEARE
El sueño de una noche de verano
acto 4°, escena primera

Durante varias décadas, la reputación de Sigmund Freud como científico ha ido menguando progresivamente. Tanto que en 1993 la revista
Time
publicó su retrato en portada, con la cabeza desmenuzándose y la pregunta «¿Ha muerto Freud?». La respuesta de Paul Gray en su artículo era «Sí». En la actualidad, los psiquiatras, filósofos y críticos consideran al «chiflado de Viena» (como le llamaba el escritor Vladimir Nabokov) como un hombre de gran talento literario, pero básicamente un seudocientífico sin la menor idea de cómo confirmar sus conjeturas.

En ninguna otra parte se hace tan evidente el cambio de paradigma como en lo referente a la teoría de los sueños de Freud. El propio Freud la consideraba su mayor logro. En el prefacio a la tercera edición de
La interpretación de los sueños
, escribió: «Constituye, incluso según mi apreciación actual, el más valioso de los descubrimientos que he tenido la suerte de hacer. Una inspiración de este tipo sólo le viene a uno una vez en la vida».

En una de sus conferencias, Freud dijo que su teoría de los sueños era «el camino real hacia el conocimiento del subconsciente; es la base secreta del psicoanálisis». Poco después de publicarse su libro sobre los sueños, escribió a su amigo Wilheim Fliess, un chapucero otorrinolaringólogo y numerólogo de Berlín, diciéndole que tal vez algún día se colocara una placa de mármol en su casa (la de Freud), conmemorando el lugar donde hizo su monumental descubrimiento sobre los sueños. (Ver
The Complete Letters of Sigmund Freud to Wilheim Fliess
, 1887-1904, Harvard University Press, 1985). Los intentos de descifrar los sueños vienen de mucho antes.

Para los antiguos, como para los parapsicólogos actuales, los sueños se podían interpretar con frecuencia como precogniciones de acontecimientos futuros, o como visiones clarividentes de sucesos actuales pero lejanos. Michel Montaigne, ensayista, humanista y escéptico, escribió en uno de sus ensayos: «Creo que es cierto que los sueños son los verdaderos intérpretes de nuestras inclinaciones; pero se requiere arte para clasificarlos y comprenderlos». Antes de 1900, la opinión predominante entre los psicólogos era que los sueños son, en su mayor parte, imágenes formadas al azar y tan carentes de sentido como los sueños de Alicia sobre el País de las Maravillas. Según las palabras de Freud, se pensaba que eran comparables a los sonidos producidos por «unos dedos inexpertos vagando sobre las teclas de un piano».

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