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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (30 page)

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Las cartas que se citan están en Houdini and Conan Doyle:
The Story of a Strange Friendship
(1932), de Bertrand Ernst y Hereward Carrington. Joseph Rinn, en
Sixty Years of Psychical Research
(1950), hace una buena descripción de una de las actuaciones de Reese leyendo billetes, con una explicación de cómo lo hacía.

La mejor descripción de los métodos de Reese está en «Bert Reese Secrets» («Los secretos de Bert Reese»), del mago Ted Annemann, en el extra de verano de 1936 de su publicación
The Jinx
.

Incluye una fotografía de Reese con un cigarro en la mano: solía fumar un cigarro durante sus actuaciones porque así le resultaba más fácil escamotear un papel doblado. Annemann dice que el distinguido filósofo y psicólogo de Harvard Hugo Münsterberg (1863-1916), nacido en Alemania, «llegó a estar tan convencido de los poderes de Reese que estaba preparando un libro sobre él, que no llegó a terminar porque la muerte se lo impidió». No he podido verificar esto. Como su amigo William James, Münsterberg creía en Dios y en la inmortalidad, pero a diferencia de James era un conocido escéptico en cuestiones paranormales, con un gran historial de desenmascarar a médiums y otros charlatanes psíquicos mediante trampas cuidadosamente preparadas.

Hay datos que indican que el propio Edison creía poseer percepción extrasensorial. En cualquier caso, no cabe duda de que sus poderes de precognición eran muy escasos. He aquí algunas de sus predicciones fallidas, que encontré en
The Expert Speaks
(1984), una divertida antología recopilada por Christopher Cerf y Victor Navasky, y en otras partes.

«El cine hablado no suplantará a las películas mudas normales».

« […] La inversión en películas de pantomima es tan enorme que sería absurdo perturbarla». (Munsey's Magazine, marzo de 1913). «Para mí es evidente que las posibilidades del aeroplano, que hace dos o tres años se creía que sería la solución al problema [de la máquina voladora], están agotadas y debemos buscar en otra parte». (
New York World
, 17 de noviembre de 1895).

«La moda de la radio […] morirá en nuestro tiempo, al menos en lo referente a la música. Pero puede que continúe para fines comerciales». (Citado por Conot en su biografía de Edison, p. 424). «Sammy, nunca intentarán robar el fonógrafo. No tiene ningún valor comercial». (Edison a Sam Insull, uno de sus ayudantes. Citado por Conor, p. 245).

«Dentro de quince años, se venderá más electricidad para vehículos eléctricos que para iluminación». (Citado en
Science Digest
, febrero de 1982).

La peor predicción de Edison se refería a lo que se llamó «la guerra de las corrientes». Nikola Tesla y otros creían que las corrientes alternas eran el mejor medio para transmitir electricidad de alto voltaje a grandes distancias. Edison insistía tercamente en que sólo se debería utilizar corriente continua. «No hay argumento que justifique el uso de corrientes alternas de alta tensión, ni para usos científicos ni para usos comerciales. Se utilizan únicamente para reducir gastos en cable de cobre e instalaciones. […] Mi deseo personal sería que se prohibiera totalmente el uso de corrientes alternas. Son tan innecesarias como peligrosas…». (Cito del artículo de David Milsted «Hasta los genios cometen errores», en
New Scientist
, 19 de agosto de 1995).

La influencia de Edison en la ciencia-ficción se comenta en la entrada «Edisonade» de la
Enciclopedia of Science Fiction
(edición revisada, 1995), editada por John Clute y Peter Nichols. La literatura comienza con la serie de novelas baratas sobre Tom Edison, Jr., escritas por Edward Ellis. Edison aparece también como uno de los personajes de la novela francesa
La Eva del mañana
(1886), de Villiers de Isle-Adam, y de
Edison's Conquest of Mars
, de Garrett P. Serviss (1898). Para referencias más modernas, consultar la
Enciclopedia of Science Fiction
.

En la introducción a su libro, Conot resume del siguiente modo su opinión sobre Edison:

El Edison que yo descubrí era un robusto y rudo nativo del Medio Oeste, enérgico, oportunista y a veces despiadado, cuya bunyanesca ambición de riqueza se vio repetidamente subvertida por su pasión por inventar. Era complejo y contradictorio, muy ingenioso como electricista, químico y publicista, pero chapucero como ingeniero y hombre de negocios. Las historias de sus inventos salen de los registros de su laboratorio como relatos de audacia, perspicacia y suerte, que sólo tienen un lejano parecido con las legendarias crónicas del pasado.

John Brooks, en su reseña del libro de Conot en el
New York Times Book Review
(25 de febrero de 1979), se mostraba aun más duro:

Las creencias y costumbres de Thomas Alva Edison eran propias de un chiflado y un vagabundo. Las ratas vivían felices y sin molestias en su laboratorio; muchas veces dormía vestido, porque creía que cambiarse o desnudarse provocaba insomnio; creía que Richard Wagner era judío; era un desastre como esposo y padre; estuvo a punto de morir de hambre porque creía que la comida envenena el intestino; su propia empresa en Europa utilizaba en sus cables el nombre «Dungyard» (estercolero) para referirse a él.

Addendum

Siguen escribiéndose biografías de Edison. Hace poco se han publicado dos muy extensas: la de Neil Baldwin,
Edison: Inventing the Century
(1995) y la de Paul Israel,
Edison: A Life of invention
(1998).

Jesse Glass me escribió desde Japón para discrepar de lo que dice Forbes sobre que Edison construyó una máquina para comunicarse con los muertos. Entre otros datos, incluye un párrafo de una entrevista con Edison publicada en el
New York Times
(15 de octubre de 1926). Edison dice que Forbes le visitó «uno de los días más fríos del año. Tenía la nariz azul y le castañeteaban los dientes. En realidad, yo no tenía nada que decirle, pero no quería decepcionarle, así que me inventé esa historia sobre comunicarse con los espíritus, pero todo, era una broma». Yo no me lo creo. En 1948, la
Philosophical Library
de Dagobert Ruñe publicó
The Diary and Sundry Observations of Thomas A. Edison
. En la edición de Ruñe, el diario contiene una parte que reproduce lo que opinaba Edison en 1920 sobre la vida después de la muerte y su aparato para comunicarse con los espíritus:

He estado trabajando durante algún tiempo en la construcción de un aparato para ver si es posible que las personalidades que han dejado este mundo se comuniquen con nosotros. Si alguna vez se consigue tal cosa, no se conseguirá por medios ocultistas, misteriosos o extraños, como los que utilizan los llamados médiums, sino por métodos científicos. Si lo que llamamos personalidad existe después de la muerte, y si esa personalidad está ansiosa por comunicarse con los que aún estamos encarnados en este mundo, existen dos o tres clases de aparatos que deberían hacer muy fácil la comunicación. Ahora mismo estoy ocupado en la construcción de uno de esos aparatos, y espero poder terminarlo antes de que pasen muchos meses.

Si los que han dejado esta forma de vida que tenemos en la Tierra no pueden usar, no pueden mover, el aparato que voy a darles la oportunidad de mover, entonces la posibilidad de que haya otra vida del tipo que creemos e imaginamos se viene abajo.

Por otra parte, si tiene éxito, no cabe duda de que causará una sensación enorme.

21. ¿Qué está pasando en la Universidad de Temple?

En los últimos años, la Universidad de Temple, una prestigiosa institución de enseñanza mixta de Filadelfia, se ha convertido en centro de divulgación de algunos de los aspectos más disparatados de la seudociencia. Todo empezó en 1986, cuando Richard J. Fox, presidente del consejo de administración de Temple, se reunió con varios científicos excéntricos en Londres. Quedó impresionado por las dificultades que tenían para publicar sus trabajos, que iban más allá de los «paradigmas convencionales». «Paradigma» sigue siendo uno de los vocablos favoritos de los científicos disidentes y de los que escriben acerca de ellos.

Fox decidió que era imperiosamente necesaria una organización que permitiera a los científicos heterodoxos intercambiar opiniones con los científicos convencionales y proporcionara un foro en el que discutir sus resultados. Si la Universidad de Temple patrocinara un centro semejante, podría asegurarse de que se mantuvieran altos criterios académicos. Así fue como Fox describió el propósito de dicha organización:

El objetivo general del centro es crear un lugar y un entorno legítimos, donde científicos, investigadores y pensadores de todos los campos de actividad científica e intelectual puedan reunirse y discutir sus pensamientos, proyectos e ideas, por revolucionarios que sean, con completa confianza y comodidad.

El rector de Temple, Peter Liacouras, estuvo de acuerdo. La misión del centro, declaró, sería «examinar críticamente proyectos de investigación fronterizos que ofrezcan posibilidades de grandes avances futuros».

El Centro Temple de Ciencias Fronterizas, que es como se llama ahora, se fundó en 1987. Desde entonces, ha patrocinado una serie de congresos y más de cincuenta conferencias en el recinto principal de Temple. Su revista
Frontier Perspectives
se publica dos veces al año y ha crecido hasta tener más de ochenta páginas.

Yo no la había visto nunca hasta que el físico C. Alan Bruns, del Colegio Franklin y Marshall de Lancaster, envió un ejemplar del vol. 7, n.° 1, de 1998, a la oficina del CSICOP, que a su vez me lo envió a mí.

Al leer algunas de sus páginas casi no pude dar crédito a mis ojos. Había esperado que la revista se ocupara de temas fronterizos tan destacados como la teoría de las supercuerdas, la naturaleza de la materia oscura, los orígenes genéticos del altruismo, la rapidez con que se pliegan las moléculas orgánicas, especulaciones acerca de un «multiverso» en el que infinitos universos, cada uno con un conjunto de leyes exclusivas, se hacen realidad con sendas explosiones, o sobre la construcción de superordenadores que funcionen con mecánica cuántica.

Pero las «fronteras», que se comentan en esta peculiar revista no tienen nada que ver con eso. Son informes sobre investigaciones tan alejadas de la ciencia respetable que no es de extrañar que las publicaciones académicas rechacen semejantes artículos. Permítanme repasar rápidamente unos cuantos temas que dominan el número de otoño/invierno de 1998 de esta revista.

La homeopatía es una de las «fronteras» favoritas del centro. Se trata de una idea estrafalaria del siglo XIX: que ciertas sustancias, diluidas hasta un grado en el que no quedan moléculas de la sustancia, resultan muy eficaces para curar una enorme variedad de dolencias. Dado que los remedios homeopáticos consisten en agua destilada y nada más, es preciso que sus defensores supongan que, de algún modo misterioso y totalmente desconocido por los químicos, el agua conserva un «recuerdo» de las sustancias desvanecidas.

Cyril Smith, ingeniero eléctrico británico, en su artículo «Is a Living System a Macroscopic Quantum System?» («¿Son los sistemas vivos sistemas cuánticos macroscópicos?»), relaciona las «potencias homeopáticas» con los campos electromagnéticos de la Tierra, que hacen moverse las varillas radiestésicas. Evidentemente, el Centro de Ciencias Fronterizas considera que el antiguo arte de buscar agua por medios mágicos es una de las «fronteras» actuales de la ciencia. En 1989 patrocinó un congreso sobre radiestesia, presidido por Terry Ross, que se presentaba como «famoso radiestesista».

Nancy Kolenda, editora ejecutiva de
Frontier Perspectives
, escribe: «Para los participantes, el congreso fue una experiencia que les enseñó mucho y les dio oportunidad de desarrollar su habilidad como radiestesistas…». Un segundo congreso sobre radiestesia, titulado «Captación de bioinformación y sensibilidad a los campos geofísicos», tuvo lugar poco después, también en 1989, en Alemania.

Beverly Rubik, que durante siete años fue directora del centro, en su artículo «Three Frontier Áreas of Science that Challenge the Paradigm» («Tres zonas fronterizas de la ciencia que ponen en cuestión el paradigma») (
Frontier Perspectives
, vol. 3, n.° 1, 1992), especula que la radiestesia está relacionada con las ondas electromagnéticas ELF (de frecuencia extremadamente baja). Las ondas ELF son otro de los temas que más interesan al centro, sobre todo por los supuestos y terribles efectos sobre la salud humana de las ondas ELF que nos bombardean desde los cables eléctricos.

Los otros dos intereses principales del centro, asegura Rubik, son las medicinas alternativas y la naturaleza de la conciencia.

Glen Rein, en un artículo sobre la capacidad curativa de los campos cuánticos, considera que dichos campos, en mayor medida que los campos electromagnéticos, son los que alteran las propiedades del agua y le confieren poderes curativos. Como otros autores que colaboran en la revista, Smith y Rein escriben en una jerga técnica mareante, casi imposible de entender.

F. Fuller Royal y Gregory Olson escriben sobre «La enfermedad como algo ilusorio». ¡Creen verdaderamente que la enfermedad no es algo real! (¿Serán científicos cristianos?, me pregunto). La enfermedad, según estos autores, está causada por «ilusiones mentales» en una mente que no está confinada en el cerebro sino que se encuentra activa en todos los átomos de nuestro cuerpo. Los remedios homeopáticos, aseguran, «son pautas de ondas no lineales que entran en resonancia con programas de pensamiento similares, situados en el campo de memoria de la mente subconsciente, y con perturbaciones del campo de la mente consciente. Estas medicinas son capaces de eliminar los programas engañosos localizados en el campo de memoria, que son la base de la enfermedad».

Según Royal y Olson, antes de nacer existíamos fuera del tiempo, en una región de «luz pura». El tiempo no entró en nuestras vidas hasta que descendimos a «una vibración terrenal más baja». Un feto en desarrollo está muy influido por el estado emocional de la madre. Las drogas homeopáticas son «ondas armónicas no lineales en resonancia con programas negativos subconscientes. […] La energía de la medicina homeopática provoca el colapso de un pensamiento negativo […] impidiendo que vuelva a entrar en el campo consciente». También las ilusiones engañosas se pueden hacer desaparecer mediante una segunda «modalidad de tratamiento» que los autores llaman TCP, «terapia de campo de pensamiento».

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