Read Texas Online

Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

Texas (25 page)

BOOK: Texas
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El agujero sobre el que se balanceaba Mitch era antiguo e inmenso; de los llamados «grandes» en un test de profundidad. Pero no se había perforado el pozo. Doscientos pies más abajo, las brocas habían dado con una inesperada veta de granito, y en un caso así no había otra cosa que hacer que salir y probar otra localización.

Los Lord habían dejado el pozo sin tapar, planeando usos tales como el que ahora mismo ponían en práctica… Siendo su reputación como era, no habían tenido oportunidad de utilizar el pozo desde hacía mucho tiempo.

Introdujeron a Mitch en el agujero. No opuso resistencia. Su única esperanza era hacerlo lo más sencillo e indoloro posible.

Alargó las manos al frente, como un buzo, manteniendo el cuerpo tieso y recto. Podía causarle grandes daños bajar torcido o girando. Se sumergió en la oscuridad uniforme, rozando sin arañarse los costados del agujero. La sangre se agolpaba en su cabeza y el cerebro bullía con ella. Pero mantuvo firmes los nervios.

Esto iba a ser condenadamente malo. Pero nada más que eso. No iba a morir. No iban a matarle.

Continuó manteniendo ese pensamiento todavía bajando más y más profundo por el agujero. Se lo repetía una y otra vez.
No me van a matar, no me van a matar

Pero estaba equivocado.

Iban a matarle.

Intencionadamente.

El agua había penetrado por el agujero desde la última vez que lo utilizaron. No lo sabía nadie. No se podía ver desde la superficie. Pero ahora estaba lleno hasta más de la mitad.

Mitch entró de cabeza y después con todo el cuerpo.

22

Frank Downing, el jugador, no había sido nunca un buen dormilón. Demasiados años, particularmente los más tempranos, había vivido en un mundo en el que los dormilones sufrían fatales accidentes. Había avanzado considerablemente desde aquella época, desde luego, pero el hábito era muy fuerte dentro de él, y aún dormía a ratos; no sentía la imperiosa necesidad de dormir hasta que ya era demasiado tarde, y tenía que levantarse.

Le gustaba tomarse un mínimo de seis tazas de café antes de tomar el desayuno. Con el desayuno y después de él, se tomaría un mínimo de seis tazas más, para entonces ya estaba preparado para ser razonablemente afable con la gente, a su manera, por supuesto, dándole, según sentía él, todo lo que se merecía de afabilidad.

Nunca había sentido que Frankie y Johnnie se la merecieran. Tenía que utilizarles, eso sí (o al menos pensaba que tenía que hacerlo), pero lo que en su opinión se merecían era aquello de lo que ellos estaban tan orgullosos de dar. Y él había anhelado en secreto, durante mucho tiempo, encontrar una excusa para dárselo.

Ya que sus atardeceres y sus noches eran de extrema ocupación, no habían podido referirle en el mismo día la visita a Teddy. Oh, hubieran podido si lo hubieran intentado. Pero querían que el trabajo pareciera más difícil, y que les había llevado mucho más tiempo del que realmente les había tomado. Por eso lo habían retrasado hasta la mañana siguiente.

Era la mañana después de una de las noches más insomnes de Downing. Además, como estaban ansiosos por dar una buena impresión, llegaron demasiado pronto a su cita, de forma que le encontraron con varias tazas de café de menos de su docena esencial. Le contaron lo que habían hecho, riendo con risitas cortas y disimuladas, muy satisfechos de sí mismos. Pero la mano de su jefe se sacudió con las novedades y se tiró encima una taza repleta de café.

Captó sus sonrisas y sus guiños mientras se intentaba limpiar con la servilleta. Pero nadie se hubiera imaginado que lo había captado. Aparentó estar de un maravilloso buen humor, como si el perder el sueño de una noche, ver interrumpido su sagrado programa de despertar, tirarse café sobre un valor de trescientos billetes en ropa y ver sus órdenes estrictas enmendadas desastrosamente por una pareja de subnormales, fuera un conjunto de sucesos deliciosos, a la vez que experiencias para agrandar el corazón.

Mierda
, pensó.
¡Esto se lo estropea todo a Mitch! ¡Estaba tirado y estos imbéciles han tenido que hacerse los vivos!

Les sonrió con un aire de llamarles genios y les felicitó la astucia.

—Muy listos —dijo—. Sí, señor, ha sido muy inteligente por su parte. Es curioso que yo mismo no hubiera pensado en ello.

—Ah, bueno… —dijo Johnnie excusándole de manera protectora—. Un hombre no puede pensar en todo.

—Mmm-mmm —murmuró Downing—. Un hombre no puede pensar en todo. Eso es bastante sagaz, Johnnie, tendré que recordarlo.

—De todas formas —dijo Frankie cortando—, tú no sabías que tenía todo ese montón. Supongo que hubieras reparado en ello si te hubieras parado a pensarlo, pero…

—Pero ahí estabais vosotros. Un hombre no podía pensar en todo. Me parece, chicos, que os voy a tener que contratar para que penséis por mí —añadió—. Perdonadme un momento, ¿queréis?

Los dejó un momento. Al volver, se sentó frente a ellos en el borde de su mesa de trabajo. Tenía las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. En cada mano sujetaba un rollo de monedas de veinticinco centavos.

—De paso —preguntó—. ¿Cómo sabíais la dirección de Mitch?

—Ah, ella la sabía. Teddy sabía dónde llevar la pasta —explicó Johnnie, sonriendo de manera afectada—. Parece que era asunto suyo el seguirle la pista a Mitch.

—Pues a partir de ahora, ya puede comenzar otro asunto —dijo Frankie con una risita.

Downing movió la cabeza hacia ellos de manera confidencial, haciendo que se le acercaran.

—Tengo algo divertido que contaros, chicos. Os vais a morir… —Sonrió abiertamente, apretando en sus manos los rollos de veinticinco centavos—. Mitch estará fuera de Houston durante un par de días. Nadie que le ande buscando deberá ver a la chica con la que vive, una chica de mal carácter que no sabe que él…

Frankie y Johnnie no necesitaron que se lo deletreara. Se echaron hacia atrás, en un intento de evitarlo. Los puños rellenos de Mitch salieron lanzados.

Ambos los recibieron en sus bonitas jetas, con un uno-dos relampagueantemente rápido. Después, mientras giraban, se balanceó con un revés de los dos brazos, volviendo a golpearles con tal fuerza que fueron a estrellarse contra las paredes opuestas de la habitación.

Cuando Ace entró, algo más de diez minutos después, aún estaban fuera del mundo. Les lanzó una mirada con las cejas arqueadas y sacudió la cabeza hacia Downing con desaprobación.

—No debería dejar que estos tipos se durmieran aquí, jefe. No está bien.

—Creo que hay algo en la atmósfera —dijo Downing—. Se han dormido de golpe mientras estaba hablando con ellos.

—Ah, eso está mal —opinó Ace, frunciendo el ceño a los jóvenes que estaban como estatuas yacientes.

—Oiga, ¿cómo está de oído estos días, jefe?

—No muy bien. A los últimos tipos que tiraste al callejón apenas pude oírles.

Ace expresó sorpresa. Después de todo, señaló, el callejón estaba sólo a unos cien metros de allí.

—¿Cree que deberíamos hacer otra prueba?

Downing pensó que sí. Ace despertó a Frankie y a Johnnie.

Era muy bueno despertando a la gente. Incluso a aquellos que parecía que no iban a volver a despertar nunca más. Los chicos estaban de pie en cuestión de segundos, aullando y moviéndose y haciendo el mismo tipo de ruidos que había hecho Teddy.

Ace les llevó al callejón de altos muros.

—¡Venga! —dijo Downing, cien metros más allá—. Esto es una prueba.

23

La oscuridad…

Negra humedad sin luz y…

Puliéndose estrangulándose y viento de respiración de abajo arriba arriba arriba mordiendo rebanando piernas quemando tirón alto bajo…

Aire embalado y ligero ligero movimiento golpe seco de murmullos golpeados y gritos ligera ligera respiración y pecho que tose ardiendo y asfixiándose y…

Voces whisky toses restregada golpear…

Mitch mantuvo la cabeza agachada, los labios presionados contra el apremiante whisky. Mantuvo los ojos cerrados, de mal humor, refunfuñando con simulada incoherencia. Plenamente consciente pero deseoso de ganar tiempo para medir las cosas.

Estaba empapado, goteando el cieno del pozo. Había varias personas a su alrededor, aparentemente vaqueros; refunfuñaban y manoseaban mientras intentaban reanimarle. Estaba desplomado sobre un sofá de cuero. La habitación en la que estaba parecía muy grande, ya que la voz de Gidge Lord le llegaba desde una considerable distancia.

—… ¡Ah, no! Desde luego que no. No hay ninguna equivocación. El sólo dio unos pasos hacia… Un momento, por favor. Creo que está volviendo en sí ahora mismo…

Dejó el teléfono sobre la mesa de despacho, cuando Mitch al fin abría los ojos. Se dirigió hacia él, moviéndose frenéticamente para que los vaqueros desaparecieran.

—¡Lo siento inmensamente, Corley! ¡Juro por Dios que no sabía que ese agujero tenía…!

Mitch se hizo un ovillo… deliberadamente. Aquí había algo que había que descubrir: la razón de la alarma de mistress Lord, su evidente pánico. La clave que condujera a esa posibilidad entre un millón.

—Por favor, Corley… —Le llevaba cogido del brazo, su magnífico torso moviéndose junto al de Mitch, mientras le conducía a la mesa—. ¡No me haga papilla ante él! ¡No me golpee, por lo que más quiera! Dígale que todo está muy bien y le juro que…

Le sonrió con el rostro curtido. Los ojos lechosos imploraban, irradiando buena voluntad.

Mitch cogió el teléfono y habló. Una voz áspera, extrañamente musical, apareció por el auricular. E inmediatamente tuvo la clave del acertijo.

Los bancos estaban repletos de papel de Gidge Lord. No iban a coger más, así que ella había recorrido el estado de Texas buscando capital privado en grandes cantidades. Y uno de los obvios proyectos de préstamo de capital privado en gran cantidad, el hombre que al instante sabría el valor del holding de los Lord y vería la oportunidad ante la falta de dirección era…

—Mister Zearsdale —dijo Mitch—. Me alegro de oírle tan pronto.

—Se agradece que lo diga —murmuró Zearsdale—. Su hermana me dijo que podría encontrarle ahí.

Mitch dijo que la llamada había llegado en el momento preciso. Se hubiera ido al minuto siguiente. Zearsdale dijo que se alegraba de oírlo.

—Ya que ha acabado allí, podría venir a una fiestecita que doy esta noche. Su hermana quiere venir, si a usted le es posible.

—Pues, muchas gracias —dijo Mitch—. ¿A qué hora…, a las ocho? Un momento, por favor, ¿no le importa?

Empezó a girarse hacia mistress Lord, cuando la voz penetrante de Zearsdale le paralizó.

—Mister Corley, ¿tiene ahí algún problema? Sea franco conmigo, por favor. El rancho no tiene reputación de amistoso.

—Bueno… —contestó Mitch vacilante.

—Le sugiero que le diga a mistress Lord que le he invitado a una fiesta en mi casa, esta noche. Dígale que me sentiré muy decepcionado si usted no llega.

—Bueno, el caso es —dijo Mitch— que tenemos un pequeño asunto por resolver. Podría solucionarse en un momento, si pudiéramos ir al grano. Pero…

—Bueno, entonces dígale… No, mejor déjeme hablar con ella.

Mitch le pasó el teléfono. Cuando lo cogió, habló casi de manera rastrera, se sumó a la actitud de Zearsdale y llegó a la única conclusión posible.

Ella ya tenía su crédito, o gran parte de él. Realizado en billetes a la vista, naturalmente, ya que Zearsdale no iba a aceptar billetes sin plazo en una situación que podía agriarse de la noche a la mañana. Así que estaba sobre un polvorín, Gidge Lord. Tenía que portarse bien, muy bien, o recibiría una dolorosa patada pecuniaria en el culo.

Volvió a dejar el teléfono, sonriendo con una expresión que era casi una mueca; arrastrándose, literalmente apaciguada. Mitch le guiñó un ojo y ella fue a un paño de la pared y comenzó a girar la combinación.

—Mister Corley… —dijo Zearsdale otra vez—. Estoy seguro de que mistress Lord entiende ahora la situación.

—Yo también estoy seguro de que es así —opinó Mitch—. Muchas gracias.

—De nada. De paso, tengo un jet en la región central. Le puede traer a casa, si usted quiere.

—Gracias —dijo Mitch—, pero debería utilizar mi billete de vuelta. Le diré lo que voy a hacer, si no tiene inconveniente…

—¿Sí?

—Hay un camino muy malo de vuelta desde Big Spring. ¿Por qué no volvemos a hablar en un par de horas, y así podrá saber que no he tenido ningún accidente, eh?

—Hágalo —dijo Zearsdale captando inmediatamente el significado—. Hágalo, mister Corley.

Colgaron tras un momento de educados formalismos.

Mistress Lord cerró la caja de seguridad y volvió hacia la mesa. Contó treinta y tres mil dólares, y los empujó hacia él.

—¿Le gustaría limpiarse un poco? También puedo darle algo de ropa.

Mitch dijo que le parecía bien, pero que su necesidad inmediata era una copa y un cigarrillo. Ella se los ofreció con rapidez, sirviéndose también una copa para ella. Después le habló de forma nerviosa mientras él se arrellanaba en su asiento.

—¿No sería mejor, quizá, que se apresurara, hum? Tiene que estar de vuelta en la ciudad en escasas horas.

—¿Ah? —dijo Mitch paladeando deliberadamente su bebida—. ¿Cree que puedo encontrarme con algún problema?

—¡Llegará bien! ¡Llegará allí aunque tenga que llevarle a mis espaldas!

Mitch rió entre dientes con mala intención.

No le gustaba cargar las tintas sobre nadie, pero Gidge Lord no era cualquier cosa, era casi una asesina. Se sentía con derecho a presionarla un poco.

—Soy un jugador profesional —señaló—. He llegado aquí solo, y me he enfrentado a todo un ejército de sus gamberros. Ahora debe premiarme, como en las máquinas tragaperras. Creo que la experiencia le vendría bien, mistress Lord.

—¿Y bien? —dijo, dejándolo ahí, sin decir ninguna de las cosas que hubiera dicho. Que posiblemente Zearsdale no sabía que era un jugador profesional, que era Zearsdale y sólo él quien estaba haciendo que se portara bien.

En otra situación hubiera recibido una paliza. Ése era el hecho, y los porqués no importaban un pito.

—¿Ni siquiera le pica la curiosidad? —dijo Mitch bromeando—. ¿No se pregunta por qué un hombre como Zearsdale se toma tantas molestias conmigo?

—No —dijo ella llanamente—, no soy curiosa. Pero quizás usted debiera serlo.

24

Mitch volvió a Big Spring a primera hora de la tarde. Después de la llamada de comprobación a Zearsdale, se deshizo de sus trapos prestados, tomó un largo baño caliente y volvió a ponerse algo de ropa que había traído. Después llamó a Red y le pidió que le fuera a recoger a su llegada a Houston.

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