The Prodigies - La Noche de los Niños Prodigio (31 page)

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Authors: Bernard Lenteric

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: The Prodigies - La Noche de los Niños Prodigio
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—Ann, amor mío…

Ella añadió:

—Esta vez no tengo intención de resistirme, no te preocupes.

Él empezó a acercarse a ella, con sus grandes manos alargadas, como si quisiera tranquilizarla. Ella permaneció inmóvil, oponiendo resistencia a aquella impresión, extrañamente antagonista, que la incitaba a un tiempo a huir y a lanzarse a sus brazos. A menos de un metro de ella, él alargó su brazo y sus interminables dedos se posaron sobre su nunca. La atrajo contra sí, se agachó y la besó.

Y ella le devolvió el beso, con las lenguas y los alientos mezclados, por lo que fue él quien hubo de apartarla. Tomó la cara de Ann entre sus manos de gigante:

—Ann, yo no estoy con Ellos. ¿Comprendes lo que te digo? Yo no estoy con Ellos.

Él besaba su cara inundada de lágrimas.

—Quiere matarnos a los dos, Ann: a ti y a mí.

Ella volvió a abrir los ojos y lo miró fija e intensamente. Él explicó:

—Iban a dispararte. Lo habrían hecho, si yo no te hubiera llamado. ¡Oh, Ann! ¡Cómo has podido creer una cosa semejante!

Ella seguía llorando, pero ya suavemente, calmándose poco a poco. Casi con timidez, alargó una mano, tocó el pecho de Jimbo y después su mejilla, su boca. Se apretó contra él. Volvió a sollozar.

—Ya llegan —le susurró Jimbo al oído.

Ella se volvió y vio a los Siete, que salían de la sombra.

Tres de ellos llevaban escopetas.

—Las de Mackenzie —dijo Jimbo en voz alta, dirigiéndose tanto a Ann como a los Siete. Se las llevaron después de haber asesinado a Doug y a su familia.

La mirada de Ann recorrió a los adolescentes.

Se detuvo en Guthrie Cole, inmenso pese a sus dieciséis años, casi de la talla de Jimbo.

Su mirada se detuvo y pasó, sucesivamente, por Lee, Hari, Sammy…

… por Liza…

… por Gil y Wes.

Volvió sobre Gil de entre todos, Gil, con su talla de niño pequeño, su fragilidad física, pero también la alucinante fijeza de sus grandes ojos negros. La sensación de un peligro mortal se apoderó de Ann, con sólo ver a Gil en aquel instante.

—Ann —prosiguió Jimbo con dulzura—. Míralos, éstos son los Siete. Sin mí, no se habrían conocido, cada uno de ellos habría vivido solo, en una inmensa soledad. Tal vez se hubieran vuelto locos y uno de ellos, al menos uno, ya lo está. Yo los reuní, Ann. En mi lugar, cualquier otro informático se habría encogido de hombros y habría borrado los datos, hace más de diez años, o, si no, habría anunciado la noticia, que habría salido en la primera página de todos los periódicos, y los habrían exhibido como monos sabios. Yo he intentado protegerlos. Durante diez años, todas las primaveras fui a verlos. Ellos entendieron el sentido de mis visitas: «Esperad, yo me ocupo de vosotros, yo os protejo, os quiero y no estáis solos…»

Silencio, Ann no conseguía apartar la mirada de Gil.

—Y ahora quieren matarme —prosiguió Jimbo, con la misma increíble dulzura en la voz—. ¿Acaso los he traicionado jamás? No y ellos lo saben. Lo saben todo de mí, han vivido en mi cabeza, al escuchar a Fozzy…

Apretó a Ann contra sí y continuó:

—Conocían el secreto de La Désirade, puesto que yo se lo he contado a Fozzy. He llegado incluso a decir a Fozzy que te quiero, puedes creerme.

—Te creo —dijo Ann.

—Pero ahora aquel de los Siete que está loco ya no me necesita. Al contrario: tiene proyectos, proyectos apocalípticos, y yo lo molesto. Yo soy el último obstáculo. ¿Me equivoco, Gil?

El pequeño mestizo de grandes ojos fijos no pareció oír siquiera, pero Guthrie Cole dio un paso al frente.

—Y tiene otra razón para matarme, Ann. Sabe que otros me quieren, de entre los Siete. Yo soy la debilidad de los Siete, Ann. Él no puede admitirlo. Comprende perfectamente el riesgo que hago correr a los Siete: el de ver a algunos de ellos, tal vez todos, salvo él, pasar al mundo de los adultos, con su cólera apagada.

Guthrie dio otro paso al frente…

—Guthrie —dijo Gil.

El adolescente gigantesco se detuvo, en espera de una orden.

—Vas a estrangular a la mujer, Guthrie —ordenó Gil con su extraña voz monocorde y lejana.

Silencio.

—La estrangularás por detrás. Ten cuidado. Si te arañara, podrían identificarte. La estrangulas y nosotros la llevamos a la casa y la tumbamos en la cama. En cuanto a Farrar…

Los ojos de aceite negro miraban fijamente la obscuridad, por encima del tejado de la casa.

—A él lo colgaremos de las vigas. Todo resultará claro y simple. Ella abandonó los Estados Unidos con sus hijos porque creía que su marido estaba loco y lo estaba de verdad. Él la hizo volver con una falsa carta de Thwaites, se dieron cita en esta casa, cuyo paradero eran absolutamente los únicos en conocer. Han hablado y han discutido. Tal vez ella haya intentado huir. Él la ha alcanzado y la ha estrangulado, con un nuevo ataque de locura, y después se habrá colgado, al descubrir que ha matado a la mujer que amaba.

Una pausa.

—Estrangúlala, Guthrie, como te he dicho.

Guthrie Cole separó sus enormes manos, seguramente mayores aún que las de Jimbo. Dio dos pasos más hacia adelante, hacia Ann.

Y recibió la carga de postas casi a quemarropa, de abajo arriba, en el costado izquierdo y los plomos se abrieron paso hasta el corazón. Dio un último paso y después se desplomó, con la cara contra el suelo.

El otro disparó lo hizo Liza. Alcanzó a Gil entre los hombros, bajo la nuca, con lo que destrozó la columna vertebral y seccionó en seco la médula espinal. Durante unos segundos interminables, Gil permaneció de pie, incrédulo, ya muerto seguramente, pero sin que aquella muerte hubiera provocado el menor cambio en la expresión de sus pupilas, que, disimulaban, como un espejo sin azogue, un odio insoportable.

Sin embargo, acabó cayendo.

Las escopetas de Sammy y de Liza se desplazaron y sus cañones fueron a apuntar a Hari y Lee, que parecían dispuestos a saltar.

Wes fue el único que no se movió y mantuvo su arma apuntada al suelo, Wes impasible.

Neutro.

En el suelo, Gil se movía aún, como un gusano seccionado. Sus manos de niño arañaban el enlosado de piedra y ocurrió algo increíble: el frágil cuerpo se desplazó, centímetro a centímetro, hacia Jimbo.

Hasta aquel segundo eterno en el que por fin quedó paralizado por la muerte.

Encontraron una lona vieja que había servido para cubrir un barco. Colocaron en ella los dos cadáveres y se los llevaron al marcharse, tras haber borrado todas las huellas de su paso y de los muertos.

Como no querían correr el riesgo de dejar en la tierra de la pista las huellas de su coche, utilizaron el alquilado por Jimbo para transportar los cuerpos hasta la carretera asfaltada. Sin embargo, Liza y Wes volvieron a traer el coche, para que todo estuviera en orden.

Liza dijo a Jimbo:

—Los Siete han dejado de existir. No habrá más muertos.

Jimbo preguntó:

—¿Matasteis a Emerson Thwaites?

Ella lo miró fijamente y un largo rato con sus verdes ojos. Movió la cabeza, al modo de un adulto que recibe de un niño una pregunta que supera el entendimiento. Se volvió, se reunió con Wes, que la esperaba a unos pasos, cogió la mano del muchacho y se alejaron juntos.

Allenby y sus hombres aparecieron a las dos de la mañana. Anotaron los números de matrícula de los dos coches parados en el terraplén: se trataba, en efecto, de los vehículos alquilados, uno en Concord por Ann Farrar y el otro en Denver por Jimbo.

Allenby bajó los peldaños de piedra y avanzó hacia la casa. Al principio creyó que estaba a obscuras cegado por la luz de su propia linterna. Después llegó a la altura de la primera de las dos ventanas y vio que el único ambiente estaba iluminado exclusivamente por el brillo del fuego que ardía en la chimenea.

Llamó y Jimbo fue a abrirle.

Jimbo Farrar llevaba un libro en la mano, con el índice entre las páginas y sus ojos de un azul claro atentos.

—¿Va todo bien? —preguntó Allenby.

—Hasta su llegada todo iba bien —respondió Jimbo.

Adivinó la pregunta que quemaba los labios a Allenby y se apartó del umbral para que pudiera pasar. Allenby entró en la casita. Todo parecía estar en orden en ella. Vio a la joven dormida, tumbada en un sofá cerca de la chimenea, envuelta en mantas y abrigos de piel blancos. Era evidente que estaba sumida en un sueño profundo y apacible.

Allenby volvió a salir:

—¡La madre de Dios!…

—No vocifere, por favor. Mi mujer está durmiendo. Estaba cansada del viaje.

Allenby susurró:

—¡La madre de Dios! ¿Que ha ocurrido?

—No ha ocurrido nada —respondió Jimbo.

Unas horas después, Jimbo dio exactamente la misma respuesta a Melanie. Ésta movió la cabeza con rabia:

—¡Quiero oírlo de los propios labios de Ann!

Ann la besó y le dijo:

—Hay que creer siempre a Jimbo.

12

—¿Fozzy?

—Sí, chaval.

—La historia ha acabado, Fozzy.

—No hay programación —dijo Fozzy.

—Los Siete han dejado de existir. Se han encontrado dos cadáveres en Boston; la pasma nunca sabrá por qué se mató a esos dos muchachos. De las muertes de Boston, de las de Tom y de Ernie, el responsable fue Doug Mackenzie y quienes le dieron diez millones de dólares para traicionar: versión oficial, Fozzy, y versión de Melanie. El rizo ha quedado rizado.

Silencio.

—La fiebre sombría ha desaparecido, Fozzy. Los cinco supervivientes se han hecho adultos. Harán estudios brillantes, de maravilla.

—Estupendo, chaval.

—No necesariamente —dijo Jimbo—, pero es así.

Silencio, Jimbo estaba mirando las pantallas en las que, diez años antes, habían aparecido señales extrañas.

—Se acabó la Caza de Genios, Fozzy: eso también.

—Entendido, chaval.

—Ann ha estado fantástica, Fozzy.

—Siempre, Jimbo. Ann siempre está fantástica.

Silencio.

Sólo un ruido muy leve de pasos. Jimbo alargó el brazo y la mano de Ann fue a coger la suya.

—¿Qué dice Jimbo de Ann, Fozzy?

—Dice que la quiere con locura, chaval. Dice que Jimbo quiere a Ann, quien quiere a Jimbo. Dice que…


Stop!
—dijo Ann.

Fozzy obedeció.

Silencio.

—Espero que hayáis sido correctos los dos, cuando hablabais de mí.

—¡Bah! —dijo Jimbo.

Se miraron. «La Désirade».

—Con tal de que haya una cama grande —dijo Ann.

Se marcharon. En el umbral de la puerta blindada, Ann se volvió:

—Fozzy, ¿quieres apagar las luces, por favor?

—Como si estuviera hecho y ya está hecho.

Las luces se apagaron en la inmensa sala subterránea.

—Buenas noches, Fozzy —dijo Ann.


Ciao
, chiquilla —respondió Fozzy.

FIN

BERNARD LENTERIC, ( 1944, Paris - 2009) escritor francés. Tuvo las más diversas profesiones antes de entrar al mundo de la literatura. A los 32 años, se convirtió en un productor de películas, incluyendo El último amante romántico (1978), que fue un gran éxito. En 1980 escribió su primer libro, “La Gagne” (El triunfo), una novela sobre el mundo del póquer. Es conocido por el público en 1992 con “La Nuit des enfants rois(La Noche de los Niños Prodigio)”, donde se habla de la locura destructora de siete adolescentes, la inteligencia no convencional, en el límite de lo concebible y explicable. Lenteric Bernard publicó en 1993 “Les Maîtres du pain”, una saga familiar adaptado el mismo año en la televisión en dos partes. También ha publicado El emperador de las ratas, una novela de fantasía que retrata las ratas transgénicas.

Notas

[1]
«¿Dónde estáis?»
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[2]
SBS o
Satelite Business System
: dispositivo que utiliza un satélite y repetidores en tierra y que hace posible la transmisión de datos de un ordenador a otro a una velocidad muy superior a la de las normas humanas, cualquiera que sea la distancia que los separe. En vista de su velocidad y siempre que no vayan codificados, se considera la transmisión imposible de interceptar.
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