Tiempos de gloria (16 page)

Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
8.53Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por primera vez, Maia descubrió que podía imaginarse a Lysos como una persona a la que le habría gustado conocer. Después de semanas de depresión, Maia consiguió su primera sonrisa.

Sus heridas eran peores de lo que nadie esperaba cuando desembarcó del
.Wotan
semanas atrás. O tal vez carecía de voluntad para sanar. Cuando la encargada del sucio hotelito la encontró en cama una mañana, sudorosa y febril, la clónica mandó llamar a sus hermanas del templo local para que acudieran a atenderla.

.Lo sentimos mucho, pequeña hermana
—repetían las acólitas cada mañana—.
.No hay rastro del
Zeus
.. Ninguna mujer parecida a ti ha desembarcado
.

La madre del templo incluso pagó de su propio bolsillo llamadas por Red a Lanargh y otros puertos. El barco en el que viajaba Leie había sido declarado como desaparecido. Su cofradía había reclamado el importe del seguro y estaba de luto oficial.

Maia dio las gracias a Madre Kalor por su amabilidad, luego fue a su celda y se arrojó, sollozando, sobre el estrecho jergón. Lloró con los dientes apretados, golpeando el colchón hasta que los dedos se le quedaron insensibles. Se pasaba casi todo el día durmiendo, se agitaba y revolcaba cada noche, y perdió interés en la comida.

.Quería morirme, recordó.

Madre Kalor no parecía preocupada.

.Esto es normal. Pasará. Las vars tendemos a intimar más cuando estamos unidas a alguien. Eso hace que la pérdida sea más dura de lo que ninguna clon puede comprender.

».A menos que la clon haya perdido a toda su familia de una vez, claro está. Ni tú ni yo podemos imaginar esa devastación.

Pero Maia sí podía imaginarlo. En cierto modo había perdido una familia, un clan. Leie había estado ahí toda su vida. A veces irritante o enojosa, aquella presencia también había sido su compañera, su aliada, su reflejo. La idea de Maia de separarse la mañana de la partida había sido para desarrollar habilidades independientes, pero siempre con un objetivo final conjunto. El sueño compartido.

Se maldijo.
.Es culpa mía
. Si hubieran permanecido juntas, ahora estarían unidas, vivas o muertas.

La sacerdotisa dijo todas las cosas de rigor sobre que las supervivientes no debían considerarse culpables, que Leie habría querido que Maia prosperase, que la vida debía continuar. Maia apreciaba sus esfuerzos. Al mismo tiempo, sentía resentimiento hacia esta mujer por interferir en su miseria. Esta var que había elegido convertirse en «madr». porque era algo seguro y conveniente.

Al fin, en parte debido al agotamiento, Maia empezó a recuperarse. La juventud y una buena alimentación aceleraron la mejoría física. Las contemplaciones teológicas también jugaron un pequeño papel.
.Antes me preguntaba cómo es que los hombres tienen aún un dios del trueno. Una deidad que todo lo ve y que observa cada acción, preocupándose por todos los pensamientos.

El viejo Bennett le había hablado de su fe, que consideraba plenamente en consonancia con la devoción a Madre Stratos.
.Al parecer se transmite en los santuarios masculinos, y ya no podría ser erradicada ni siquiera aunque las sabias y las consejeras lo intentaran.

¿Pero cómo comenzó? No había hombres entre las Fundadoras, cuando las primeras cúpulas-hábitat florecieron en el Continente del Aterrizaje. Múltiples generaciones diseñadas en laboratorios vinieron y se fueron antes de que los Grandes Cambios se completaran.
.Nuestras antepasadas sólo sabían lo que las Fundadoras decidieron contarles.

¿Entonces cómo supieron de Dios aquellos primeros hombres de Stratos?

Era algo más que un ejercicio intelectual.
.Si Leie ha muerto, tal vez su espíritu se haya reunido con el del planeta y sea parte del arco iris que veo allí
. La imagen era poética y hermosa. Sin embargo, también había algo tentador en la idea del viejo Bennett de una vida después de la muerte en un lugar llamado cielo, donde se aseguraba una continuidad más personal, con recuerdos y un sentido del yo. Según Bennett, los muertos también podían oírte cuando rezabas.

.¿Leie?, proyectó lenta, solemnemente.
.¿Puedes oírme? Si lo haces, ¿podrías mandarme una señal? ¿Cómo es el otro lado?

Podría haber habido una respuesta en la forma en que la luz jugueteaba sobre el agua, o en los distantes gritos de las gaviotas. Si así fue, resultó demasiado sutil para que Maia la captara. Así que se consoló imaginando cómo habría respondido su hermana gemela a una petición tan impertinente.

Eh, acabo de llegar, idiota. Además, si te lo cuento estropearé toda la diversión.

Con un suspiro, Maia se dio la vuelta y sacó unas tijeras de podar del bolsillo de su bata prestada. Mientras sanaba, había pagado cama y mesa ayudando a cuidar el patio de árboles nativos de Stratos que cada templo estaba obligado a mantener como parte de su deber hacia el planeta. Era un trabajo agradable, y parecía llevar consigo su propia lección.

—Tú y yo estamos ambos en peligro, ¿no? —le dijo al bajo matorral retorcido que había estado cuidando antes de abstraerse. Eones de evolución habían dotado las hojas del árbol jacar con defensas químicas para mantener a raya a los herbívoros locales. Aquellas toxinas habían resultado inútiles para detener a las criaturas procedentes de la Tierra. Desde los conejos a los ciervos o los pájaros, todos encontraban el jacar delicioso, y sólo rara vez se cultivaba. Los cinco especímenes de aquel jardín constaban en el catálogo mantenido en la lejana Caria.

—Tal vez los dos pertenecemos a un lugar como éste —añadió Maia, haciendo un último corte y dando un paso atrás para observar su trabajo terminado. Entonces se volvió hacia el huerto, los lechos de flores, el templo de paredes de estuco del refugio.
.¿Te lo estás pensando mejor?
, se preguntó a sí misma.
.Un poco tarde, ahora que has dicho que te marchas.

De camino al cobertizo de la jardinera, dejó atrás las paredes desmoronadas de un edificio aún más viejo. Un templo anterior, le había explicado una de las hermanas, sugiriendo a Maia que, si quería saber más, se lo preguntase a Madre Kalor. Primero Maia exploró las ruinas por su cuenta, y se quedó asombrada al encontrar un erosionado bajorrelieve, aún ligeramente visible entre los pegajosos dedos de enredadera. La figura más fácil de reconocer era la de un feroz dragón protector, sus alas extendidas sobre una escena de tumulto. Chorros de llamas parecían brotar de sus fauces abiertas hacia una especie de rueda flotante, reducida casi a la nada. Tras mirar con más atención, Maia descubrió que el «fueg». consistía en finas líneas cuyo origen eran los
.dientes
del dragón.

Después de excavar bajo la bestia metafórica, descubrió, medio enterrada en el limo, una batalla de demonios (un grupo llevaba
.cuernos
en la cabeza y el otro
.barbas
); estaban enzarzados en un combate mano a mano tan feroz que, incluso enmudecida por la edad, la escultura le produjo a Maia un escalofrío.

Más tarde se enteró de que era una obra antigua, de la época inmediatamente posterior a la llegada del Enemigo, que casi destruyó la cultura homínida en Stratos. Y, no, explicó Madre Kalor cuando se lo preguntó, aquellos cuernos de demonio eran alegóricos. El oponente real no los tenía.

Al inspeccionar de cerca las gastadas caras de piedra, descubrieron que sólo la mitad de las figuras defensoras llevaban barba. Sin embargo, Maia preguntó:

—¿Eran herejes?

—¿Quiénes construyeron este templo? No lo creo. Hay Perkinitas y demás tierra adentro, por supuesto. Pero que yo sepa, Grange Head siempre ha sido ortodoxa.

Madre Kalor le ofreció el libre uso de los archivos del templo, y Maia se sintió tentada a aceptar. Si hubiera venido aquí por cualquier otro motivo, podría haber dejado que la curiosidad la guiase. Pero no parecía haber razón alguna, ni tenía energía que malgastar entre el tedio del pesar y la recuperación. De todas formas, Maia se había hecho un juramento: ser práctica de ahora en adelante, y vivir de día en día.

Tras llegar al cobertizo, se quitó la bata y tendió las tijeras de podar a la jardinera jefa, que estaba sentada ante una mesa cuidando retoños. La sonrisa beatífica de la anciana monja demostraba la paz que podía conseguirse siguiendo este camino en la vida. El amable camino llamado el Refugio de Lysos.

La sacerdotisa-madre no pareció ofendida por la negativa de Maia a tomar los hábitos de novicia. Consideró un tributo a las atenciones del templo que Maia estuviera dispuesta a partir una vez más.

—Tu lugar está en el meollo de las cosas —dijo Kalor—. Estoy segura de que el destino y el mundo te tienen un papel reservado.

La amabilidad y gentileza del trato recibido allí alegraron el corazón de Maia.
.Siempre recordaré este lugar
.

Era como doblar un recordatorio para guardarlo en un desván. Podría llevarse el recuerdo para observarlo de vez en cuando, pero no para vivirlo de nuevo.

En otros tiempos había sentido algo especial al dar con alguna nueva idea, o persona, o cosa.

Siempre había disfrutado de comentárselo a su gemela. Era mucho mejor que recordar simplemente por su propio placer. Pero, a partir de ahora, Maia tendría que aprender a apreciar ella sola las cosas buenas que encontrara en el mundo.

Ese hecho desnudo siguió constituyendo un profundo vacío interior, a pesar de la reducción gradual del dolor.

Aunque suavizada por el tiempo, la sensación de pérdida continuaría acompañándola mientras viviera, y la llamaría infancia.

Consideremos las pesadillas de los niños. O nuestros propios temores cuando recorremos alguna calle a oscuras. ¿Inventáis fantasmas? ¿Bestias depredadoras? ¿O toman la mayoría de esos horribles fantasmas la forma de hombres que acechan en las sombras con viles intenciones? Para adultos y niños, mujeres y hombres, el miedo suele vestir atuendos masculinos.

Oh, y a menudo también la salvación. Nuestra facción nunca sostuvo que todos los hombres fueran brutos. Al contrario, la historia habla de maravillosos seres humanos que fueron varones. Pero consideremos cuánto tiempo y energía pasaron esos buenos hombres contrarrestando a los malos.

Hagamos balance y ¿qué nos queda? Más problemas de los que esos buenos se merecen.

Ésa fue la razón de los primeros experimentos partenogenéticos en Herlandia: intentar apartar por completo la masculinidad del proceso humano. Intentos que fallaron. La necesidad de un componente masculino parece profundamente arraigada en la química de la reproducción de los mamíferos. Ni siquiera nuestras técnicas más avanzadas pueden suplirla con garantías.

Herlandia fue una decepción, pero aprendemos de los contratiempos. Si debemos incluir hombres en nuestro nuevo mundo, diseñemos las cosas de tal modo que se interpongan en nuestro camino lo menos posible.

LYSOS,
.Forjar el destino

5

La voz que leía en voz alta era una de las más tranquilizadoras que Maia había oído en su vida.

«… Y así, una vez dejadas atrás las montañas de la costa, las llanuras de Valle Largo pasarán ante vuestra ventana como miriñaques de cresta púrpura, esparcidos para ser contemplados. Un enorme mar de olas bajas e inmóviles. Desde vuestro veloz carro, dominaréis este océano de la pradera, buscando cualquier cosa que rompa la ondulante monotonía, destacando cualquier punto o protuberancia que pudiera ser llamado imaginativamente topografía».

¡Y no buscaréis en vano! Pues, más allá de esta gloriosa extensión de suavidad, veréis columnas aisladas de piedra esculpida por los vientos, monolitos de roca de verde cresta que dan al ojo algo lejano a lo que aferrarse. Son las distantes Torres Aguja, testimonios del poder y la persistencia de la erosión natural que las talló mucho antes de la llegada de las humanas a Stratos».

Medio adormilada ya por el zumbido de los raíles magnéticos y la polvorienta monotonía de la pradera, Maia escuchaba a la otra ocupante del vagón, a la que habían recogido por el camino, leer un volumen bellamente encuadernado en cuero. Aunque el aire era sofocante, su compañera jamás parecía quedarse sin saliva.

«… Según informes recientes, las mayores que gobiernan Valle Largo han ordenado que los santuarios masculinos sean construidos en diversas Agujas distantes, rompiendo así la tradición de destierro estacional que comenzó con los primeros asentamientos Perkinitas».

La recogida llamaba a su libro una «guía de viaj».. ¿Su objetivo aparente? Describir lo que la viajera veía mientras lo estaba viendo. Pero Tizbe Beller pasaba más tiempo con la nariz entre las páginas haciendo excitados comentarios que contemplando a través de la sucia ventanilla una sucesión de aburridas granjas y ranchos.
.¿Se gana de verdad alguien la vida con estas cosas?
, se preguntó Maia. Su compañera proclamaba que era una obra maestra de su género. Tizbe poseía evidentemente una educación distinta a la del Clan Lamatia, que ponía poco a sus hijas del verano en contacto con las bellas artes.

«… En la actualidad, todos los hombres en edad viril son desterrados del valle cada estación del calor, y son mantenidos aparte hasta el final del celo».

La acompañante de Maia viajaba encima de una montaña de sacos, y llevaba el pelo rubio atado con una simple cola. La ropa de Tizbe, de aspecto gastado en la distancia, resultó ser de cerca suave y de buena confección, lo que chocaba con la pobreza absoluta de la muchacha. Como ayudante de Maia, se suponía que tenía que pagar su pasaje ayudando con la carga todo el camino hasta Holly Lock. De momento, Maia no estaba en absoluto impresionada.

.No juzgues antes de tiempo, pensó.
.Madre Kalor no lo aprobaría
.

Antes de partir de Grange Head, Maia había dado a la sacerdotisa ortodoxa una carta para que se la entregara a cualquier joven que pasara y que se pareciera a ella. Después de todo, la doctrina de la Iglesia sostenía que los milagros eran posibles, incluso en un mundo guiado por la casualidad y las afinidades moleculares.

.¿Debes ir tierra adentro, hija?
—había preguntado Madre Kalor—.
.Valle Largo es territorio Perkinita. Son un puñado de locas fanáticas, y no se preocupan mucho de las vars.

.Tal vez
—replicó Maia—.
.Pero contratan a las vars para todo tipo de trabajos.

Other books

El pozo de la muerte by Lincoln Child Douglas Preston
Until the Final Verdict by Christine McGuire
No Returns by Rhonda Pollero
Guilty Pleasures by Judith Cutler
Lisette's List by Susan Vreeland