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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (30 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Ciertas pautas iniciales parecían animarse por su cuenta. Una «deslizador». compacta podía, si se la dejaba sola, cruzar el tablero de un extremo a otro, cambiando de forma siguiendo una pauta de cuatro etapas que se repetían una y otra vez mientras avanzaba. Otro grupo podía parpadear en un sitio, o extender ramas colaterales que se reproducían, como flores que envían semillas que florecen a su vez.

A veces la pauta era el único objetivo. Había competiciones para generar formas en las que se premiaba el diseño final más complicado, o a la imagen más pura obtenida después de veinte, cincuenta o cien latidos.

Variaciones con reglas más complejas y piezas multicolores producían resultados aún más sofisticados.

Sin embargo, el juego se jugaba más a menudo como una batalla entre dos equipos. Su objetivo: plantear unas condiciones iniciales tales que, cuando el juego comenzara, el recorrido de las formas fuese el elegido y despejara el territorio del oponente, para que los últimos oasis de «vid». estuvieran en el lado de uno del tablero.

Las competiciones podían parecer brutales en ocasiones, igual que en la naturaleza. Además de las deslizadoras y otras formas benignas, había «comedora»., que consumían otras pautas y luego rebotaban en el borde para seguir recorriendo el terreno de juego tan voraces como siempre. ¡Diseños más sofisticados pasaban sin causar daños a la mayoría de las otras pautas, pero devoraban cualquier otra comedora con la que se topaban!

Las tripulaciones de los barcos atesoraban técnicas, trucos y tretas durante generaciones, aunque la estrategia de colocar las filas iniciales antes del juego era más un arte que una ciencia. Frecuentemente ambos equipos se quedaban boquiabiertos al ver lo que habían conseguido… pautas que surgían adelante y atrás durante casi una hora en formas que ninguno de los dos bandos había sospechado. Las tablas eran frecuentes. En verano, de vez en cuando se producían peleas entre quienes se acusaban de hacer trampas, aunque Maia no comprendía cómo nadie podía hacer trampas en la Vida.

Tenía que admitir que había algo estético en la simpleza esencial del juego y la intrincada e interminable variedad de formas que producía. De niña le había parecido atractivo, de una forma extraña, e incluso había intentado hacer preguntas. Tardó algún tiempo en recuperarse de las burlas y la humillación que éstas habían provocado, más por parte de las propias mujeres que de los hombres. De todas formas, a los cuatro años llegó a la misma conclusión que tantas otras mujeres de Stratos.

Bueno, ¿y qué?

Sí, las pautas eran interesantes hasta cierto punto, más allá de lo cual la pasión que los hombres vertían en el juego se convertía en un símbolo del abismo que separaba los sexos. Otros pasatiempos, como los juegos de cartas, implicaban al menos que la gente se mirara o conversase, por ejemplo. Era sorprendente tratar aquellas piececitas (cosas) como si estuvieran realmente vivas.

Y sin embargo allí estaba ella, en prisión, sin nadie más a quien mirar o con quien conversar, con todos los libros leídos y sin otra cosa que hacer sino contemplar el tablero desplegado. Maia reflexionó.
.Ya he intentado un par de cosas que las chicas no suelen hacer… como estudiar navegación.

Sin embargo, eso era simplemente poco habitual. No inaudito. Aquel juego era otra cuestión. Si había mujeres en Stratos que habían conseguido ser expertas en la Vida, sin duda habían sido catalogadas como extrañas.

.Bueno, mejor rara que chalada, decidió. La furia y la soledad la esperaban al acecho, como tías no deseadas, dispuestas a dejarse caer a la menor invitación, provocando lágrimas inútiles e improductivas.
.Me volveré loca sin algo que me mantenga la mente ocupada.

El tablero era suave al tacto. No había piezas físicas, sino que cada diminuta casilla se volvía negra en respuesta a un controlador electro-óptico inserto en la misma máquina. Recordó con cariño el viejo claqueteo.

Este sistema resultaba frío y remoto.

Veamos si puedo averiguar cómo va.

Un par de lucecitas brillaban en la pantalla. No tenía ni idea de lo que significaban PROG MEM o PREV.GAME. SAV. Ya exploraría esos detalles más tarde, cuando ya dominara el nivel más sencillo. En cuanto conectó la máquina, la mitad de las casillas a lo largo de los cuatro bordes del tablero se volvieron negras, de forma que una secuencia de cuadros alternativos serpenteó por todo el perímetro. Recordó que aquélla era una de las diversas formas de tratar con el problema del borde, o de qué hacer cuando las pautas móviles llegaban a los límites del terreno de juego.

Idealmente, en el caso perfecto, no habría borde en absoluto, sólo una interminable extensión para dar espacio a las pautas donde crecer e interactuar. Por eso las grandes competiciones contaban con tableros inmensos, y se tardaban días, incluso semanas, en establecerlas. Maia recordó cómo un día, en la Casa Lamatia, el viejo Bennett le contó un secreto. Sofisticadas versiones electrónicas de la Vida, como la que tenía delante, podían seguir las pautas incluso después de que hubieran «dejado la vid»., lo que implicaba que las entidades artificiales continuaban existiendo incluso a varios tableros de distancia, en alguna especie de espacio imaginario. Al principio, Maia estuvo convencida de que se estaba burlando de ella. Luego se sintió excitada, y se preguntó si alguna otra mujer lo sabía.

Más tarde lo comprendió: naturalmente las sabias de Caria lo sabían, ya que controlaban las factorías que fabricaban los tableros. Simplemente, no les importaba. Que una máquina continuara fingiendo que objetos imaginarios existían en algún reino ficticio que el jugador no podía ni siquiera ver era como la irreal multiplicación por una misma, manipulando piezas de réplicas de símbolos, que a su vez representaban cosas supuestas, que eran en sí mismas emblemas… Algunos de los clanes matemáticos de la Universidad de Caria probablemente estudiaban tales abstracciones, pero Maia dudaba que cometieran el error masculino de confundirlas con la realidad.

Resolver el problema del borde era otro asunto cuando los equipos se veían obligados a usar simples líneas trazadas en un muelle o una bodega de carga y se jugaba con piezas de cuerda o de batería solar. Como solución parcial, los hombres a veces colocaban filas de piezas estáticas blancas o negras, desconectadas, a lo largo del borde del terreno de juego, para intentar delimitar la acción. Maia sabía que el término en argot para el borde alternativo era «el espej»., aunque sólo unas cuantas pautas de vida llegaban a reflejarse en el límite fijo del terreno de juego. Otras simplemente eran absorbidas o destruidas.

Una pauta en el borde también hacía más fácil comenzar un juego, puesto que cada casilla de la primera fila ya tenía una o dos vecinas «viva». justo debajo.

Tras sacar el fino punzón de escritura de su hueco en el panel de control, pulsó una casilla de la primera fila, que se volvió negra.

La solitaria casilla «vivient». nació con dos vecinas negras en la fila límite fija de abajo tocando sus esquinas inferiores. Ahora Maia le dio otra vecina negra, a la izquierda. Con tres vecinas negras, o vivas, la primera casilla activada permanecería «viv».… al menos durante la segunda ronda.

Maia suspiró.
.Muy bien. Veamos si puedo hacer una escalera sencilla.

Se abrió paso a través de la primera fila, volviendo negras unas cuantas casillas, dejando algunas en blanco, y así sucesivamente. Maia no se sentía todavía preparada para enfrentarse a condiciones de partida más complicadas, así que después de tocar unas cuarenta casillas consideró que era suficiente. El resto del tablero quedó intacto.

Conociendo las reglas, Maia podía suponer lo que podría sucederle a una casilla concreta la próxima ronda, contando cuidadosamente el número de vecinas negras que tenía
.ahora
. No hacía falta mucho esfuerzo para prever los destinos de hasta una docena de casillas, una o dos rondas en el futuro. Entonces se perdió. Para averiguar lo que sucedía a continuación, tendría que poner en marcha el juego.

Tras observar el panel de control, encontró un botón grabado con la figura de un hombre encapuchado que sujetaba una larga vara.
.El símbolo del árbitro
, decidió Maia, y pulsó el botón. Una nota grave latió lentamente, la tradicional cuenta atrás. Al octavo latido el juego comenzó, y la fila activa onduló bruscamente. Cada vez que una casilla tenía el número adecuado de vecinas, fluctuaba. Entonces todas esas casillas se volvían o permanecían negras. Las que no pasaban la prueba se volvían o permanecían blancas. La pauta de cuadros alrededor del borde permaneció inalterable.

Ahora había algunas casillas negras en la
.segunda
fila activa, además de en la primera. Unos cuantos puntos de la zona anteriormente blanca habían adquirido las condiciones para cobrar vida.

Con la siguiente cuenta murieron más casillas, y a la cuarta ronda sólo alguna posición cobró vida en la tercera fila. Maia vio con ligera decepción que había elegido una secuencia perdedora por su condición inicial.
.Ah, bien
.

Esperó hasta que el último amasijo de puntos negros expiró, y de inmediato lo intentó otra vez con una nueva pauta a lo largo de la primera fila.

Volvió a suceder casi lo mismo, excepto en el extremo izquierdo, donde una entidad tomó forma: un pequeño grupo de células que se encendían y apagaban en una pauta repetida una y otra vez.
.Oh, sí
, recordó Maia.
.Eso es un «microbi»..

Mientras sus partes individuales fluctuaban con distintos ritmos, cada unidad eligiendo un tempo distinto para aletear de oscuro a claro o negro otra vez, la configuración aislada en conjunto continuó renovándose. Después de veinte latidos, el resto del tablero quedó vacío, pero aquella pequeña zona permaneció estable, repetitivamente persistente. Maia sintió un arrebato de placer al haber reinventado una de las más simples formas de Vida en su segundo intento. Borró el tablero y empezó otra vez, creando microbios por todo el borde inferior. Si dejaba las piezas solas, éstas girarían y parpadearían en el mismo sitio hasta que se agotaran las pilas.

Hasta ahí llegó su suerte de principiante. Maia pasó gran parte de la siguiente hora experimentando sin hallar ninguna otra forma autoconsistente. Fue frustrante, ya que recordaba que algunas de las clásicas eran absurdamente simples.

Un chasquido metálico tras ella anunció la llegada de las guardianas con el almuerzo. Maia se levantó, extendiendo los brazos y combatiendo un tirón en la espalda. Sólo cuando se acercó a sentarse a la mesa, y notó que las fornidas mujeres la miraban, se dio cuenta de que estaba
.canturreando
, y de que debía llevar haciéndolo algún tiempo.

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