Tiempos de gloria (76 page)

Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
10.47Mb size Format: txt, pdf, ePub

—… de la ciudad no van a sentirse felices por esto! ¡En absoluto!

Maia estaba tan concentrada que apenas oyó los pasos hasta que resonaron a su espalda. Se le pusieron los pelos de punta cuando se dio cuenta, y se volvió rápidamente, lista para echar a correr. Vio acercarse una figura solitaria que entraba y salía de los círculos de luz. Resultó ser una mujer fornida de tez cetrina con el pelo rojo sujeto por un pañuelo del mismo color. Llevaba un cubo en cada mano y lucía una ancha sonrisa, además de un delantal sucio. La sonrisa dejó a Maia inmóvil, petrificada por la indecisión.

—Cielos, no hace falta que te acerques tanto, pajarito. ¡Las he oído discutir todo el camino desde el pasillo principal! ¿Qué les pasa ahora? ¿Han encontrado ya a su hombre de humo? ¿O planean tenernos despiertas toda la noche, buscando?

Maia forzó una sonrisa. Fingir ser su hermana sólo le valdría hasta que la noticia del arresto de Leie se extendiera… una cuestión de minutos, en el mejor de los casos.

—Me temo que toda la noche, sí —respondió con lo que esperaba fuera la nota adecuada de amarga resignación—. ¿Qué hay en los cubos?

La saqueadora se encogió de hombros mientras se acercaba y los depositaba en el suelo con un suspiro.

—La cena para los tipos. Llega tarde por culpa de toda la agitación. Algunas dicen que no vale la pena, dado lo que les espera. Pero yo digo que incluso un hombre tiene que ser alimentado antes de unirse con Lysos.

Las aletas de la nariz de Maia se ensancharon. Tenía aún menos tiempo de lo que pensaba. En cuanto la fregona entrara en la celda y viese a Leie, todo estaría perdido.

—Sé por qué estás aquí —confesó la otra mujer, acercándose un poco más.

—¿Ah, sí? —Maia acercó la mano al cinturón.

Un guiño.

—Buscas pistas. ¡Observas a las jefas y luego te pones en marcha rápidamente, a por la recompensa! —La var se echó a reír—. Muy bien. Yo también fui joven… llena de ideas de escarcha. Conseguirás fundar tu clan, niña del verano.

Maia asintió.

—Yo… creo que ya he encontrado una pista. Una que todas las demás han pasado por alto.

—¿De verdad? —La fregona se acercó, con los ojos relucientes—. ¿Cuál es?

—Harán falta dos para levantarla —confesó Maia—. Ven, te la mostraré.

Señaló la puerta más cercana, empujando a la ansiosa mujer hacia delante. Mientras la seguía, con la mano derecha Maia se sacó la porra del cinturón y la usó.

Después, a pesar de todas las razones válidas que tenía para haberlo hecho, siguió sintiéndose culpable y despreciable.

La habitación oscura no estaba completamente vacía; quedaban en ella indicios de su pasado. Estantes desnudos de piedra y restos de antiguos anaqueles de madera probaban que, hacía mucho tiempo, pudo haber contenido una biblioteca importante. A excepción de algunos trozos ondulados de antiguas tapas de cuero, todo lo que quedaba de los libros era polvo. Tras arrastrar el cuerpo inconsciente de la cocinera al interior y coger rápidamente los cubos, Maia se cambió de casaca y cogió el pañuelo de su víctima; se lo ató bajo, casi sobre sus ojos. Terminó a tiempo de oír acercarse voces y pasos. Desde las sombras, Maia contó las figuras que pasaban de largo, de vuelta hacia las escaleras. Seis mujeres, aún discutiendo. De cerca, Maia pudo ver la furia ardiendo en los ojos de Baltha.

—… no se contentarán con recibir sólo una cajita llena de mierda de alien. ¡Algunos bichos sacados de la tripa de un Exterior podrían ayudar a derribar un clan o dos, pero necesitamos también un acuerdo político, para protegernos! Sin su tecnología, no importa cuántas malditas clónicas mueran…

Sus voces se apagaron. No obstante, Maia se obligó a esperar, aunque sabía que le quedaba poco tiempo. El primer grupo, el que la había encontrado a bordo del
.Manitú
, no tardaría en informar de la desaparición de «Lei».. Eso haría que las piratas se preguntaran cómo una muchacha podía estar en dos lugares al mismo tiempo.

Con el corazón martilleándole en el pecho, Maia se bajó aún más el pañuelo, cogió los cubos de comida, y salió de la habitación oscura. Se acercó a la esquina, la dobló, y procuró adoptar un paso cansino mientras se acercaba a las dos fornidas vars que guardaban la puerta cerrada. Intentando calmar su frenético pulso, Maia se recordó que tenía una ventaja. Las guardianas no tenían motivos para esperar peligro en forma de mujer. Aún más, su llegada tan poco tiempo después de la partida de sus líderes implicaba que debía de haberse cruzado con ellas en el camino. También eso reduciría la vigilancia. Sin embargo, oyó un chasquido de advertencia, y vio que la guerrera del arma automática alzaba ésta de la manera tierna pero firme con que las mujeres solían sostener a sus bebés. Maia sólo había oído rumores de máquinas asesinas semejantes, hasta que tuvo cuatro años y por fin supo cuántos secretos guardaba el mundo.

Recordó una breve imagen de un portal que se abría por fin para revelar lo que las madres y hermanas Lamai no querían que viera nadie. A la luz de las muchas cosas de las que Maia había sido testigo desde entonces, lo que aquel día le había parecido tan horrible no pasaba de ser aburrido y mundano. La ironía era más que suficiente para hacerla reír. O llorar.

Maia no podía malgastar tiempo ni concentración en ninguna de las dos cosas. Siguió avanzando, la cabeza gacha, y murmuró en voz baja:

—Bazofia para los tipos.

La mujer que empuñaba el arma se echó a reír.

—¿Por qué seguimos molestándonos?

Maia se encogió de hombros, meciéndose de un lado a otro, como si estuviera fatigada.

—¿Y a mí qué me cuentas? Deja que me libre del olor.

La segunda guardiana apoyó su bastón de combate en un hombro, y con la mano libre alzó unas llaves tintineantes.

—No sé —comentó—. Me parece una lástima desperdiciar a todos esos muchachos. Dentro de poco caerá escarcha. Podríamos pasarla, y hacer un fuego grande y bonito…

—Oh, cállate, Glinn —dijo la guardiana del rifle de asalto, mientras se colocaba detrás y a la izquierda de Maia, dispuesta a disparar a cualquiera que intentara salir de la celda—. Te colocarás del todo y…

Maia se había estado preparando. Cuando la puerta se abrió, avanzó un paso y luego hizo volar el cubo de la mano derecha en arco, dirigiéndolo contra la guardiana del arma.

Los ojos de la mujer apenas demostraron sorpresa antes de que el cubo la alcanzara en el estómago, derribándola sin un sonido.
.¡Una menos!
, pensó Maia, alborozada.

Y prematuramente. La dura saqueadora, aturdida e incapaz de respirar, clavó una rodilla en tierra y trató de apuntar a Maia con su arma… sólo para desplomarse cuando el segundo cubo la golpeó en la nuca con un profundo crujido.

Maia aceleró su movimiento oscilatorio, soltando el cubo para que volara contra la segunda guardiana, que ya esgrimía el bastón. Con la gracia de una soldado entrenada, esquivó el cubo, que chocó contra la puerta, esparciendo sopa marrón como una fuente. Maia atacó, y recibió un golpe en el hombro antes de clavarse en el vientre de la pirata y hacer que ambas cayeran al suelo, dentro de la habitación.

Segundo a segundo, la lucha se convirtió en una sucesión confusa de puñetazos; sus propios golpes parecían ineficaces, mientras que su oponente era una experta. Desesperada, Maia se apretó contra su enemiga, pero ésta la empujó, consiguiendo espacio suficiente para alzar su bastón. Un ramalazo de dolor barrió el costado izquierdo de Maia. Otro golpe la alcanzó debajo de la rodilla.

Maia era débilmente consciente de que había figuras cerca. Unos hombres de aspecto macilento intentaron ayudarla, pero estaban encadenados a dos filas de bancos que bordeaban las paredes. Mientras tanto, el caliente aliento de la pirata quemaba el rostro de Maia con su olor a cebollas; la manchó de saliva mientras luchaban por el bastón.
.No puedo aguantar
, comprendió desesperada.

De repente, otras manos aparecieron de la nada y rodearon el cuello de la saqueadora. Con un aullido, la enemiga de Maia la apartó. Un mandoble del afilado bastón estuvo a punto de alcanzarla, luego el arma voló cuando la bandida la soltó para agarrar a su nueva atacante, una mujer mucho más pequeña que se agarró a su espalda como una gata salvaje. Aunque su cuerpo agotado se negaba, Maia se obligó a realizar un último esfuerzo. Jadeando de fatiga, se lanzó hacia delante y, con una serie de fieros tirones, su aliada y ella consiguieron por fin poner a la guardiana al alcance del capitán Poulandres y sus hombres.

Cuando todo acabó, permanecieron tendidas juntas en el suelo, jadeando. Finalmente, la hermana de Maia le cogió la mano y apretó.

—Muy bien —dijo Leie entre jadeos; Maia no había visto una expresión tan contrita en su rostro en todos sus años de crecer juntas—. Supongo que mi plan no… funcionó tan bien. Oigamos el tuyo.

La esquina cercana desde la que Maia había espiado a Baltha y Togay les proporcionaría un buen punto de tiro hacia el otro lado. Sin embargo, al principio Poulandres se mostró reacio. Los otros hombres y él eran valientes, estaban furiosos y eran plenamente conscientes de lo que les esperaba si volvían a capturarlos. Sin embargo, ninguno quería tocar el rifle automático.

—Mira, es bastante simple. Ya había visto otro. Sólo hay que levantar esta palanca…

—Ya veo cómo funciona —replicó Poulandres. Entonces negó con un gesto de cabeza y alzó una mano—. Mira, te estoy agradecido… Os ayudaremos en todo lo que podamos. ¿Pero no puede una de vosotras dos manejar esa cosa? —Disgustado, apartó la mirada de la máquina de metal.

Antes de conocer a Renna, Maia podría haber reaccionado de manera distinta ante su conducta: con incomprensión, o con desdén. Ahora sabía cómo las pautas establecidas por Lysos habían ido reforzándose a lo largo de miles de años, en parte a través de mitos y condicionamientos, y también de forma genética y visceral, de forma que los hombres tendían a repudiar la violencia contra las mujeres.

Sin embargo, los humanos son seres flexibles. La esencia guerrera no estaba anulada, sólo reprimida, moldeada, controlada. Haría falta una fuerte motivación para persuadir a un hombre decente como Poulandres de que matara, pero Maia no tenía duda de que podía hacerse.

Cerca, los demás hombres de la tripulación se frotaban los tobillos, magullados por las cadenas que los habían sujetado a los bancos de piedra situados en forma de cuenco en aquel lugar parecido a un coso. Tres mujeres medio inconscientes languidecían ahora en aquel lugar, amordazadas. Unos cuantos hombres picoteaban con disgusto uno de los cubos volcados.
.Alguien debería intentar conservar la comida
, pensó Maia
.. Podría esperarles un largo asedio
.

Otros asuntos debían resolverse primero.

—No tengo tiempo para esto —le dijo a Leie—. Explícaselo tú. ¡Y no te olvides de buscar otras escaleras en este piso! No queremos que nos sorprendan.

—Muy bien, Maia —respondió Leie, sumisa. No habían tenido tiempo para estar juntas más que un instante, mientras se recuperaban de la lucha. Maia tampoco estaba preparada para una reconciliación completa. Habían pasado demasiadas cosas desde que aquella lejana tormenta separó a un par de veraniegas soñadoras. Con el tiempo, quizá considerara la posibilidad de volver a confiar de nuevo en Leie, suponiendo que su hermana se lo ganara.

Sujetando torpemente la horrible arma de fuego, Leie escoltó a Poulandres y a varios tripulantes pasillo abajo.

También Maia tenía una misión que cumplir. Pero cuando se puso en marcha, un tirón en la pierna la detuvo.

—¡Espera un segundo! —ordenó el médico de a bordo, que terminaba de vendarle el tobillo con pedazos de tela rasgada—. Ya está, ésa es la peor. En cuanto a tus otras heridas…

—Tendrán que esperar. —Maia terminó perentoriamente la frase, sacudiendo la cabeza de una forma que no daba pie a protestar—. Gracias, Doc —dijo, y se marchó cojeando del coso-prisión. En la puerta, giró a la izquierda y se encaminó hacia la segunda habitación grande, donde antes había visto discutir a Baltha y a las otras comandantes saqueadoras. Un varón la acompañaba, el grumete que había formado parte del equipo contrario en el Juego de la Vida a bordo del
.Manitú
. Él mismo había elegido poner a Maia al día acerca de lo sucedido desde que fue abandonada con Naroin y las marineras en la isla de Grimké.

—Al principio mantuvieron al Hombre de las Estrellas con nosotros —explicó el muchacho—. Nos pusieron a todos juntos en una parte diferente del santuario, más cerca de la puerta. Pero él no dejaba de dar la lata diciendo que necesitaba el juego. ¡Siempre el juego! Eso nos extrañó mucho, sobre todo porque aún tenía ese tablero electrónico suyo. Pero decía que no era lo bastante bueno. Necesitaba más. Dijo que no comería ni hablaría con las saqueadoras hasta que nos trasladaran a todos aquí, donde se encontraban los viejos patios de competición.

Maia se detuvo en la entrada de la segunda habitación. Esperaba otra cámara como la primera: un gran anfiteatro ovalado rodeando una extensión de líneas entrecruzadas. Pero esta sala era diferente. Había bancos en ella, sí, que descendían formando semicírculos cada vez más pequeños. Sólo que esta vez sus filas se orientaban hacia una gran pared desnuda con una plataforma y un estrado. La sala le recordó un salón de conciertos o de conferencias, como el Edificio Cívico de Puerto Sanger.

—Todos pensamos que estaba loco. —El grumete continuó con su historia de Renna—. Pero le seguimos el juego, sabiendo que con su conducta molestaba a las guardianas. Así que el capitán les dijo que también nosotros necesitábamos el juego, por razones religiosas. —El muchacho se echó a reír—. Así que fueron a buscar al barco nuestros libros y piezas, y nos los trajeron al coso donde nos encontraste.

—Pero luego trajeron a Renna a este otro —apuntó Maia.

—Sí. Al cabo de un par de días, empezó a quejarse otra vez… que si nuestros ronquidos, que si nuestra compañía… Se comportaba como un verdadero quejica remilgado. Así que lo trasladaron a la habitación de al lado. No oímos más quejas después de eso, así que supusimos que debía de ser feliz.

—Ya veo.

Maia maldijo por dentro. Después de oír que Renna había desaparecido de un modo que ninguna de las saqueadoras podía imaginar ni duplicar, su primer pensamiento fue que debía de haber encontrado otra de las esculturas de metal rojo, cubierta de arcanos símbolos hexagonales. Una puerta-laberinto explicaría muchas cosas, y sería natural que confundiera a las piratas al tiempo que permitía escapar a Renna. Y, naturalmente, su propia experiencia le daría también ventaja.

Other books

The League of Seven by Alan Gratz
Confessions by Jaume Cabré
Escape From Fear by Gloria Skurzynski