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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Tormenta (36 page)

BOOK: Tormenta
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Crane asomo la cabeza. Al otro lado había un pasillo corto que acababa en una T. Antes de la bifurcación había un grupo de hombres con batas de laboratorio, junto a una puerta donde ponía:
SEDIMENTACION Y ESTRATIGRAFIA
. Se volvieron con cara de curiosidad al oír que se abría la puerta de la escalera.

Crane vio que Hui titubeaba.

—Sigue —dijo en voz baja—. Pasa de largo.

Ping salió al pasillo. Crane la siguió con toda la naturalidad que pudo, y al llegar a la altura del grupo saludo con la cabeza. No le sonaban sus caras. Espero que no hubiera nadie de los que estaban en el Complejo de Perforación en el momento de su arresto. Tuvo que esforzarse para no volver la cabeza, pero no oyó ruido de pasos ni peticiones en voz alta de que se detuvieran.

Ping se interno por el pasillo izquierdo de la T. Después de una serie de laboratorios y despachos pequeños, freno en seco.

—¿Que ocurre? —preguntó Crane.

Ping señaló sin decir nada. Aproximadamente diez metros por delante había una cámara de seguridad en el techo.

—Se puede dar algún rodeo? —preguntó el.

—Nos desviaríamos mucho, y lo más probable es que también haya cámaras.

Crane pensó.

—¿Queda lejos?

—Aquí, a la vuelta de la esquina.

—Pues vamos, camina lo más deprisa que puedas.

Pasaron debajo de la cámara inclinando la cabeza. En la siguiente esquina, Ping se paro frente a una puerta gris. La abrió y entraron.

Crane vio que era un almacén de maquinaria ligera, con las herramientas guardadas en estanterías metálicas de gran profundidad que llegaban hasta el techo. Ping fue hacia el fondo, donde había una escotilla maciza y sin letrero.

—Ayúdame a desatrancarla —dijo.

Les costo un poco mover los cuatro pesados cerrojos. Abrieron la escotilla. Al otro lado había un espacio pequeño y poco iluminado, solo con una bombilla roja en una jaula. Crane vio otra escotilla, redonda y mucho más pequeña y maciza, con un mecanismo de apertura servocontrolado. Encima había un letrero:
ATENCION, SALIDA DE EMERGENCIA, SIN ACCESO A ESTE NIVEL
.

Apoyó la mano en la escotilla. Estaba fría y húmeda. Desde fuera se filtraba un rumor de poca intensidad que no logro identificar.

A sus espaldas, Ping respiraba deprisa. Se volvió hacia ella.

—¿Estas preparada?

Ping sacudió la cabeza.

—No se si puedo.

—No tenemos elección. Es nuestra única posibilidad de cruzar la Barrera. Estarás mucho mejor en el nivel doce, entre científicos y lejos del área restringida. Si te quedas aquí, tarde o temprano te encontraran los matones de Korolis y te encerraran.

Ella se sereno.

—Bien, pues vamos.

Después de que Ping cerrase la primera escotilla, Crane desatranco la de salida y empujo la rueda central para hacerla girar en el sentido contrario a las agujas del reloj. Una vuelta, dos… Se le soltó en las manos con un siseo de aire.

Al lado de la escotilla había una cajita de mandos con un solo botón rojo donde ponía: ACCIONAR MECANISMO. Crane miró a Ping, que asintió con la cabeza, y lo pulsó. El mecanismo se puso en marcha, haciendo bascular la escotilla hacia dentro, en dirección a ellos.

La intensidad del rumor creció de golpe, a la vez que entraba una ráfaga de aire con fuerte olor a sal y sentina.

Al otro lado, en la extraña penumbra del interior de la cúpula, había una plataforma estrecha de poco más de un metro cuadrado. Crane salió deprisa y ayudo a Ping a hacer lo mismo. Cuando vio que estaba segura en el suelo, se volvió.

Y se quedó petrificado de sorpresa y de incredulidad.

53

—Faltan seis minutos para el nivel excavado, señor.

—Gracias, doctor Rafferty.

El comandante Korolis cambió de postura en la silla del piloto; mostro su satisfacción con un gesto de la cabeza, y lanzó una mirada de beneplácito al técnico de inmersión. Aparte de ser un hombre que demostraba una gran lealtad hacia el, era uno de los mejores científicos militares del Complejo, físico de formación. Le había elegido el personalmente, y era de plena confianza. Para aquella inmersión nada era demasiado bueno.

El descenso numero 241 había empezado. Esta vez no habría fallos.

Korolis echó otro vistazo a los mandos. Se había acostumbrado a ellos tras una docena de sesiones de simulador. De hecho no se diferenciaban demasiado de los de un submarino. No habría sorpresas.

Mientras miraba los indicadores, una punzada en las sienes le arranco una mueca de dolor. Lastima no haberse acordado de coger algunos Tilenol antes de subir a bordo. Se irguió para ahuyentar el dolor. Aquel momento no se lo estropearía ningún dolor de cabeza.

Se volvió hacia Rafferty.

—¿Estado del Gusanito?

—Excelente.

Todo iba como una seda. En pocos minutos llegarían al nivel excavado, y a partir de ahí, con un poco de suerte, pronto… Pronto…

Hablo otra vez con Rafferty.

—¿Han confirmado los valores?

—Si, señor. Según los datos del sensor de la Canica Dos durante la última inmersión, la capa oceánica esta en penetración máxima.

Penetración máxima. Lo habían conseguido. Habían perforado la tercera capa de la corteza terrestre, la más gruesa.

No, no habría sorpresas, salvo la más importante: las riquezas ocultas allá abajo, en la discontinuidad de Mohorovicic.

Tenían razón los que decían que el precio de la libertad era la continua vigilancia, pero Korolis sabía que la verdad era mucho más compleja. No bastaba con estar alerta, sino que había que actuar, coger el toro por los cuernos. Si se presentaba la oportunidad, había que aprovecharla, fuera cual fuese la dificultad. Estados Unidos estaba solo. Era la única superpotencia que quedaba, y el resto del mundo se alineaba en contra de ella esperando que cayese; unos por celos y otros por odio. Los gobiernos hostiles estaban sangrando al país con el déficit comercial, al mismo tiempo que engrosaban sus ejércitos y refinaban sus armas de destrucción masiva. En un clima tan poco halagüeño era deber de Korolis (y de todos) hacer lo necesario para velar por la continuidad del poder de Estados Unidos.

El armamento nuclear cada vez estaba más extendido por el mundo. Ya no bastaba con tener bombas atómicas para intimidar, impresionar o mantener a raya. Ahora hacia falta algo nuevo, de un poder tan aterrador que garantizase la preeminencia de Estados Unidos indefinidamente.

Lo cual significaba usar todos los medios necesarios para obtener la energía capaz de mantener al país al frente del pelotón. Tecnología que ahora tenían bajo sus pies. Una tecnología capaz de transmitir mensajes desde debajo de la corteza terrestre. Y de almacenar cantidades casi infinitas de energía en un objeto iridiscente de tamaño irrisorio.

La idea de dejar pasar una tecnología semejante era inconcebible; la de que se la quedaran otros, inaceptable.

—Faltan cuatro minutos —dijo Rafferty.

—Muy bien.

Korolis dejó de mirar al técnico para fijarse en el tercer ocupante de la Canica Tres, aquel viejo nervudo de rebelde pelo blanco, el doctor Flyte, que por una vez permanecía callado. Su presencia en el Complejo había sido una necesidad inoportuna. Como principal autoridad en cibernética y miniaturización, era la única persona que podía diseñar un brazo robot tan complejo como el que usaba la Canica. Pero aparte de un genio, era un excéntrico, y un riesgo para la seguridad, al menos a juicio de Korolis. Por todo ello su presencia en el Complejo había sido mantenida en secreto, podía decirse que contra su voluntad. Parecía la mejor solución. Aparte de impedir que el buen hombre, llevado por su natural locuacidad, hablara con quien no debía, la presencia de Flyte en el Complejo le permitía ocuparse del mantenimiento de los brazos robot y ensenar a otras personas su complejo funcionamiento.

Korolis cambió de postura. Había elegido a Flyte para aquella inmersión por la misma razón que a Rafferty, para tener a los mejores. ¿Y quien mejor para llevar los controles del brazo robot que su inventor?

Sufrió otra dolorosa punzada en las sienes, que omitió a fuerza de voluntad. No pensaba dejar que nada le impidiese llegar hasta el final de la inmersión. No permitiría que la fragilidad humana obstaculizase su labor. Estaba a punto de ocurrir algo de enorme importancia.

Por ello, lo más adecuado era que bajara el en persona a hacer el descubrimiento. A fin de cuentas no podía confiar en nadie más. El almirante Spartan había demostrado ser un hombre de una debilidad peligrosa, y no era el momento de ablandarse ni de dudar, dos defectos en los que Spartan incurría últimamente; demasiado para poder seguir al timón de una operación de capital importancia.

Los últimos días habían convencido a Korolis de que el almirante no estaba capacitado para el mando. La sorpresa, por no decir consternación, que había expresado ante la muerte de Asher (el mayor obstáculo que se interponía en el camino de ambos) no había sido más que el primer indicio, sin olvidar su dolor poco viril ante lo sucedido en la Canica Uno, que no dejaba de ser una simple baja de guerra. Ahora bien, lo que ya no podía tolerarse era la disposición del almirante a prestar oídos a las envenenadas y traicioneras palabras de Peter Crane.

Korolis frunció el ceño al pensar en Crane. Se había dado cuenta de que daría problemas desde el primer día, en el centro médico. Vigilar su camarote y espiar su larga conversación con Asher no había hecho más que confirmar sus sospechas. Tanta palabrería cobarde sobre el riesgo, sobre suspender la misión… Debería haber bastado con borrar el disco duro de Asher, de lo que se había ocupado el personalmente (y con aislar a Hui Ping, otra persona no menos sospechosa, a fin de que no pudiera ayudarlo a recuperar los datos) para evitar que las ideas descabelladas del viejo loco, sus teorías alarmistas, no se contagiasen a los demás. Como podía saber Korolis que el cabron de Crane seria capaz de recuperar los datos? Eso si realmente los había recuperado, y no era todo una mentira, por que holgaba decir que era capaz de todo…

Se tranquilizo pensando que a esas horas ya debía de estar en el calabozo. Habría tiempo de sobra para ocuparse de el.

Se encendió la radio.

≪Control de Inmersión a Canica Tres≫.

Korolis cogió el micro.

—Adelante, Control de Inmersión.

≪Señor, tenemos que informarle de una situación≫.

—Adelante.

≪Hace un momento ha temblado el Complejo, y parece que ha sido a causa de una explosión≫.

—Una… explosión?

≪Si, señor≫.

—Que tipo de explosión? Un fallo técnico? Una detonación?

≪En este momento todavía no se sabe, señor≫.

—Localización ?

≪Nivel ocho, señor≫.

—¿Situación actual?

≪Aun no hemos recibido ningún informe de danos, señor. Los detectores automáticos no funcionan, y la situación todavía es fluida. Se ha recuperado totalmente el suministro eléctrico. Parece ser que hay algunos problemas con los controles ambientales. Se han enviado brigadas de control de danos y rescate, y estamos esperando informes≫.

—Pues envíenmelos en cuanto los reciban. Mientras tanto, que el jefe Woburn haga un reconocimiento al frente de su propio escuadrón.

≪Si, señor≫.

—Hades, ciertamente, inexorable es, e inflexible≫ —dijo el doctor Flyte, como si hablara solo, y empezó a recitar algo en voz baja (supuso Korolis que en griego antiguo).

—Cambio y corto.

Korolis dejó el micro en su sitio. Se podía contar con que Woburn se enfrentaría adecuadamente a la situación. Tanto el como sus hombres habían sido escrupulosamente seleccionados por su responsabilidad y su entrega al comandante, forjada durante años en un sinfín de misiones clandestinas.

Comprendió que en el fondo siempre había sabido que seria así, que necesitaría la lealtad y el apoyo del destacamento negro, y que en el momento decisivo seria el quien estaría dentro de la Canica para recoger el premio.

Rafferty lo miró desde su silla.

—Dos minutos para el nivel excavado.

—Ponga en marcha la tuneladora.

Korolis se volvió hacia el viejo.

—Doctor Flyte…

El ingeniero cibernético se calló y lo miró con sus ojos intensamente azules.

—Inicie el diagnóstico final sobre el dispositivo robot, por favor.

La respuesta fue otra cita.

—Hijo de Atreo, que palabra es esa que se escapó del cerco de tus dientes≫.

Aun así, Flyte empezó a tocar los botones de su tablero, un poco a regañadientes.

Al volver a mirar el suyo, Korolis se permitió una sonrisa siniestra. Que el lio de arriba lo solucionara Woburn. El tenía su destino abajo, a trescientos metros bajo sus pies.

54

Involuntariamente, Crane dio un paso hacia atrás y se golpeo los hombros con el flanco metálico del Complejo. Siguió mirando sin creer lo que veía.

La plataforma que pisaban dominaba desde unos diez metros de altura el lecho marino, donde estaba incrustada la base del Complejo. Un paisaje extraño, casi lunar, rodeaba la cúpula: el fondo marino al desnudo, con subidas y bajadas extravagantes que formaban montanas, valles y ondulaciones como de otro mundo, parcialmente sumergidos. Era de color chocolate oscuro, y en la penumbra de la cúpula devolvía una luminiscencia fantasmal. Parecía estar hecho de un limo fino, viscoso y hediondo.

Pero la mirada de terror de Crane no era por el lecho, sino por lo que tenían encima.

La cúpula que envolvía y protegía el Complejo dibujaba una curva suave que se perdía de vista en lo más alto. A un lado de la exigua plataforma había una hilera vertical de gruesos escalones clavados con tornillos a la piel exterior del Complejo, que subían en línea recta e ininterrumpida por la superficie lisa de metal. Cerca de la parte superior del Complejo, Crane reconocía a duras penas la estrecha pasarela que llevaba a la plataforma de recepción de la Bañera, la misma pasarela que había cruzado la semana anterior. Entre aquel lugar y la pequeña plataforma que ocupaban ellos, vio uno de los grandes radios tubulares de presión que cruzaban el espacio entre el Complejo y la cúpula como un espetón hueco. Todo eso ya lo conocía.

Pero ni mucho menos con aquel aspecto. Justo donde se unían el radio y la pared del Complejo, enormes borbotones de agua caían dibujando arcos. Era el origen del ensordecedor rugido, una furiosa catarata que brotaba de una brecha en el radio de presión con la fuerza asesina de una ametralladora. En el preciso momento en que Crane la vio, dio la impresión de que el boquete se ensanchaba, y de que aumentaba la virulencia del chorro.

BOOK: Tormenta
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