Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (4 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Aquí el
Decisión
. Estamos de acuerdo con el Líder Verde: el objetivo ha sido destruido. Gracias, chicos.

—Recibido, Líder Verde. Recibido,
Decisión
—dijo Tuketu, dirigiendo el morro de su nave hacia el sector del cielo en el que les estaban esperando los cruceros—. Que todas las naves se reúnan conmigo y adopten la formación habitual. Tenemos que acudir a una cita.

Inmóvil encima de un estrado y llevando el uniforme de la Fuerza de Operaciones Defensivas Conjunta en vez del traje de combate de Mon Calamari con el que se había ganado su fama, el almirante Ackbar extendió una gran mano-aleta para señalar la pantalla que había a su derecha.

—La Flota ya controla el espacio local, por lo que las cañoneras pueden empezar a abrir un pasillo hacia la superficie sin correr excesivo peligro —dijo Ackbar, contemplando a su reducida y selecta audiencia—. La táctica que emplearemos a continuación es idéntica a la que hemos utilizado contra el hipercañón: expondremos al fuego enemigo vehículos sólidamente protegidos para así localizar y destruir los emplazamientos defensivos del sector. En este caso, como pueden ver, el fuego de represalia procede de las baterías pesadas de los navíos en órbita.

Los monitores de la sala de conferencias de los cuarteles generales de la Fuerza de Defensa de la Nueva República en Coruscant estaban mostrando las mismas imágenes que aparecían en los del puente del
Intrépido
, aunque con algunos segundos de retraso.

Las señales estaban siendo transmitidas a través de quince pársecs mediante un transductor hiperespacial, y luego eran examinadas por censores militares para asegurarse de que los monitores no mostraban ninguna imagen cuyo nivel de secreto militar estuviera por encima del que podía ser conocido por quienes las verían en la sala. Aquella tarde, apenas hacía falta ninguna labor de censura. La audiencia estaba formada por los ocho miembros del Consejo para la Defensa Común del Senado, media docena de altos oficiales de la Flota y la princesa Leia Organa Solo, presidenta de la Nueva República y comandante en jefe de sus fuerzas defensivas.

Ackbar siguió hablando.

—La curvatura de un cuerpo planetario limita la efectividad de los emplazamientos fijos porque impone una línea de tiro a su armamento. Basta con destruir algunos de esos emplazamientos para crear una brecha en las defensas planetarias, y un corredor desde el espacio hasta la superficie.

En estas imágenes pueden ver que la Flota se encuentra a punto de abrir un corredor de esas características. La amenaza a la que podríamos tener que enfrentarnos en esta fase vendría de cazas atmosféricos o de cohetes superficie-aire lanzados desde encima del horizonte, pero Bessimir carece de ese tipo de defensas. Cuando la brecha haya quedado totalmente abierta, iniciaremos la invasión.

—Tengo una pregunta que hacer, almirante Ackbar —dijo el senador Tolik Yar—. ¿Hasta qué punto puede considerarse realista esta prueba a la que se enfrenta la Flota? ¿Es esto algo más que una simple puesta en escena de un guión escrito previamente?

—Es todo lo realista que puede llegar a ser —respondió Ackbar—. Se trata de un ejercicio de verificación de la capacidad operativa, no de una simulación. Es cierto que la Flota sólo se enfrenta a robots de combate y simulaciones de ordenador, pero puedo asegurarles que el equipo defensivo siempre intenta ofrecer un problema lo más difícil posible a los tácticos de la Flota y que se enorgullece de crear el máximo de dificultades..., y que disfruta haciéndolo.

—Hasta el momento la demostración ha sido realmente impresionante, almirante Ackbar —dijo el senador Cion Marook, levantándose de su asiento y permitiendo que los enormes sacos de aire recubiertos de gruesas venas de su espalda se hincharan hasta el máximo de su capacidad—. Pero en beneficio de mis colegas, y de aquellos a los que represento, debo preguntarme por qué se ha confiado el mando de la nueva fuerza de ataque a un recién llegado.

—Senador, el general Etahn Ábaht no es ningún novato. Tiene dos veces mi edad, y sospecho que también es más viejo que usted.

Marook reaccionó con visible irritación.

—No he dicho que fuera joven, senador. He dicho que era un recién llegado. Todos los comandantes de las otras flotas son veteranos de la Rebelión..., líderes que, como usted mismo, lucharon honrosamente en las grandes batallas de Yavin, Hoth y Endor.

Ackbar aceptó el elogio con una inclinación de cabeza.

—Pero este dorneano lleva menos de dos años vistiendo nuestro uniforme. La autorización para crear la Quinta Flota fue concedida, en gran parte, gracias a su testimonio personal y sus garantías, y su construcción ha costado mucho dinero a la Nueva República. Me sentiría mucho más tranquilo si usted estuviera en el puente del
Intrépido
y fuera el general Ábaht quien estuviera aquí, moviendo un puntero delante de nosotros.

—Pues no debería ser así, senador —replicó Ackbar en un tono bastante seco—. Aunque no formó parte de la Alianza Rebelde, Dornea tiene sus propios héroes de la lucha contra el Imperio. El general Ábaht lleva mucho tiempo sirviendo de manera ejemplar como comandante de flota en la Armada de Dornea. Debemos considerarnos muy afortunados por poder contar con sus servicios.

—Y todos los efectivos de la Armada de Dornea apenas ascienden a ochenta naves —dijo el senador Marook con un ampuloso gesto de desprecio. La princesa Leia, que estaba de pie junto a la pared del fondo de la sala de conferencias, puso los ojos en blanco y meneó la cabeza. Que las quejas procedieran de Marook era algo totalmente previsible. La sociedad hrasskisiana había sido construida alrededor de un concepto de sucesión por la antigüedad muy estricto, y el valor social más apreciado era saber esperar a que te llegara el turno. Después de cinco años en el Senado, Marook seguía resistiéndose ferozmente a la idea de basar los nombramientos en el mérito.

—Y sin embargo, la Armada dorneana defendió con éxito la independencia de Dornea durante el reinado de Palpatine a pesar de que tuvo que enfrentarse a fuerzas que doblaban o triplicaban las suyas —dijo la princesa Leia, esperando poder poner fin a la discusión antes de que se prolongara demasiado—. Vamos, senador Marook... No creo que éste sea el momento más adecuado para discutir los nombramientos militares, ¿verdad? Pasemos a otro tema.

El almirante Ackbar alzó su gran mano-aleta.

—Princesa Leia, por favor... En realidad éste es el mejor momento para aclarar de una vez por todas este asunto. Hace semanas que vengo oyendo rumores sobre cierto descontento existente en el seno del Consejo, pero ésta es la primera vez que alguien expresa en voz alta tales opiniones delante de mí. Me gustaría tener ocasión de explicarle al senador Marook por qué está tan terriblemente equivocado.

A pesar de que había sido emitido en un tono tranquilo y mesurado, un reproche tan directo no resultaba nada propio del almirante Ackbar, y eso indicó a Leia hasta dónde llegaba la irritación de su amigo calamariano.

—Muy bien, almirante —dijo, asintiendo y sentándose en uno de los asientos para escuchar.

Después de que se le hubiera concedido el uso de la palabra, Ackbar procedió a ignorar por completo al senador Marook, y se dirigió al resto de la audiencia.

—Deben comprender que los problemas implícitos en la invasión de un cuerpo planetario desde el espacio, o en la organización de sus defensas contra una invasión, son muy distintos a los problemas que plantea la destrucción de un planeta, o su bloqueo o asedio.

Ackbar dio un par de pasos hacia adelante.

—Y se trata de unos problemas sobre los que no hemos tenido ocasión de acumular mucha experiencia. Dirigir una fuerza de combate formada por insurgentes es una faceta del arte de la guerra que no tiene secretos para los veteranos de la Alianza, a los que el senador Marook ha elogiado tan amablemente: esos líderes saben todo lo que hay que saber sobre la importancia de la cautela, la movilidad, las tácticas de ataque por sorpresa y el hostigamiento de las líneas de aprovisionamiento y comunicaciones del enemigo.

»Pero una fuerza de comandos no puede defender un mundo, un sistema o un sector. Una fuerza de comandos no puede inmovilizar sus efectivos mientras espera a ser atacada. Una fuerza de comandos no puede llevar a cabo una invasión. Deberían recordar que no ha habido ni un solo momento de su historia en el que la Alianza dispusiera de los recursos necesarios para librar una guerra convencional. Y la única vez en que las circunstancias nos obligaron a hacerlo, en Hoth, sufrimos una terrible derrota.

»Ésa es la razón por la que Etahn Ábaht fue elegido para mandar la Quinta Flota. Ha aportado a ese puente toda la experiencia que los dorneanos han ido adquiriendo a un precio tan terrible, y se trata de una experiencia que yo no puedo igualar. Y el plan táctico que estamos poniendo a prueba en Bessimir ha sido concebido por Etahn Ábaht —añadió Ackbar, señalando las pantallas que había detrás de él.

—A diferencia de mi colega de Hrasskis, no intento cuestionar las cualificaciones del general Ábaht. Estoy más preocupado por la punta del cuchillo que por quién lo empuña —dijo el senador Tig Peramis, levantándose del asiento que ocupaba cerca de la puerta—. Almirante Ackbar, me gustaría hacerle algunas preguntas concernientes a las condiciones de la prueba.

Leia, que había estado un poco distraída hasta aquel momento, se irguió rápidamente y volvió a concentrar toda su atención en la reunión. El senador Peramis era el miembro más reciente del Consejo para la Defensa Común, y representaba a los mundos de la Séptima Zona de Seguridad, incluido el suyo, Walalla. Hasta el momento había sido un miembro muy callado y se había dedicado a aprovechar el que su nuevo nivel de seguridad le permitiera acceder a los registros del Consejo para estudiarlos diligentemente, haciendo muchas preguntas cuidadosamente meditadas y expresando muy pocas opiniones propias.

—Adelante —dijo el almirante Ackbar, invitándole a hablar con un gesto de la mano.

—Han decidido enviar a la Quinta Flota contra un objetivo que no posee un escudo planetario. ¿Por qué?

—Senador, nadie puede atacar un planeta que goza de la protección de un escudo planetario hasta que dicho escudo haya dejado de funcionar. Ese tipo de ejercicio no nos proporcionaría ninguna información sobre nuestras nuevas tácticas. Además, tampoco debemos olvidar que el número de mundos con características similares a las de Bessimir es muy superior al de los planetas que poseen un nivel de riqueza y tecnología lo suficientemente elevado para poder permitirse el lujo de disponer de un escudo planetario.

—Pero, almirante, ¿acaso no advirtió al Consejo de que las posibles amenazas futuras procederían precisamente de esos mundos bien armados, ya que la Nueva República no estaba en condiciones de enfrentarse a ellos? ¿Y no prometió al Consejo que si construíamos la Quinta Flota, entonces ni siquiera el más poderoso de los antiguos mundos imperiales sería capaz de amenazarnos con impunidad?

Ackbar asintió solemnemente.

—Creo que estamos manteniendo esa promesa, senador Peramis. La defensa de Bessimir fue concebida y planeada según los perfiles de amenaza actuales. La Operación Golpe de Martillo representa un escenario probable para el uso de la Quinta Flota.

—¿Y ese uso va a consistir en aplastar a un mundo prácticamente desprovisto de defensas?

—Senador, yo no he dicho que...

—Eso es precisamente lo que me preocupa. Un ejército lucha de la manera en que ha aprendido a hacerlo durante su adiestramiento —dijo el senador Peramis—. ¿Han creado la Quinta Flota para protegernos contra una amenaza estratégica, o para reforzar Coruscant? Y ese peligro que han detectado, ¿dónde se encuentra exactamente? ¿Está fuera de nuestras fronteras, o dentro de ellas? —Se volvió y señaló a Leia con un dedo acusador—. ¿A quién se están preparando para invadir exactamente?

Ackbar parpadeó, enmudecido por la sorpresa. Los otros altos oficiales presentes en la sala de conferencias fruncieron el ceño y se envararon visiblemente en sus asientos. Los otros miembros del Consejo parecían perplejos, ya fuese por las acusaciones de Peramis o, como el senador Marook, por su temeridad al hablar cuando no le correspondía el uso de la palabra.

—Lo único que puedo pensar después de haberle oído, senador Peramis, es que si hubiese estado presente cuando se celebró la votación ahora no estaría haciendo tales preguntas —dijo secamente Leia, dirigiéndose hacia el estrado con paso firme y decidido y un revoloteo de pliegues de su gran capa—. Sus palabras suponen un ataque terriblemente injusto y malicioso contra el honor del almirante Ackbar.

—En absoluto. Estoy seguro de que el almirante Ackbar cumple su deber con la máxima fidelidad posible y de que es totalmente leal a sus superiores. —dijo Peramis, clavando la mirada en Leia.

—¡Cómo se atreve...! —aulló el senador Tolik Yar, levantándose de un salto—. Si no retira sus palabras, yo mismo le obligaré a hacerlo con mis puños.

Leia dirigió una tensa sonrisa a su campeón, pero rechazó su ayuda con un gesto de la mano.

—Senador Peramis, la Quinta Flota ha sido construida únicamente para proteger a la Nueva República, y por ninguna otra razón. No tenemos aspiraciones territoriales y no sentimos ningún apetito de conquistas. ¿Cómo podríamos albergar tales pretensiones, cuando cada día nos llegan diez nuevas solicitudes de mundos que quieren unirse a la Nueva República? Por el honor de la Casa de Organa, le doy mi palabra de que la Quinta Flota nunca será utilizada para invadir un mundo que forme parte de la Nueva República, o para forzarle a hacer algo en contra de su voluntad o reprimir sus legítimas ambiciones.

Antes de que volviera a hablar, ya estaba muy claro que Peramis no se había dejado impresionar por las palabras de Leia.

—¿Qué peso he de dar a un juramento que se basa en el honor de una familia extinguida..., y de una familia a la que no le une ningún vínculo de sangre?

El rostro de Tolik Yar se volvió de color escarlata, y su mano fue hacia la daga ceremonial que llevaba encima del peto. Pero la mano del alto oficial sentado junto a él reprimió su impulso.

—Espere —dijo el general Antilles en voz baja y suave—. Dele un poco más de cuerda para que se ahorque a sí mismo con ella.

La mirada del senador Peramis recorrió la sala y vio que todos los rostros estaban vueltos hacia él.

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