Read Trueno Rojo Online

Authors: John Varley

Trueno Rojo (53 page)

BOOK: Trueno Rojo
11.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Durante un buen rato reinó el silencio. Travis tapó el micrófono con la mano.

—Chicos, nunca encontraréis mujeres más valientes que esas. Y, además, son inteligentes y guapas. Será mejor que os caséis con ellas.

—No creas que no lo he pensado —dije, y Dak se echó a reír.

Llegaron hasta la escotilla. Había una ventanilla a la altura de la cabeza, agrietada pero todavía entera.

—Mira esto —dijo Kelly.

—¿Qué pasa? —preguntamos Travis, Dak y yo al unísono.

—Escarcha, capitán. Hasta un par de pequeños carámbanos.

—Condensación —dijo Travis con tono excitado.

—Tiene que ser eso —dijo Alicia—. Creo que ahí dentro todavía hay aire.

—Si pudiéramos abrir la compuerta —dijo Kelly—. Estoy apretando el botón... Nada. Lo intentaré de nuevo... Nada. ¿Le damos un buen porrazo, chicos?

—A mí siempre me funciona —dijo Dak.

—La golpeo... Nada. Vuelvo a golpearla... Nada. Alicia, ¿puedes sacar la llave inglesa automática de la bolsa? Que no se te escape nada. Joder, lo que necesitamos para este trabajo es el martillo de ocho dólares que he perdido antes, no esta herramienta de la NASA, que vale cuatrocientos. ¿Por qué siempre pasa lo mismo?

Estaba hablando mucho, no solo para calmar sus nervios, sino porque le habíamos pedido que lo hiciera. Descríbelo todo, le había dicho Travis. Con todo detalle.

—No hay movimiento tras la puerta, capitán.

—Kelly, vuelve a golpearla y luego pon tu casco en contacto con ella.

—¿Por qué, capitán?

—El sonido se transmite por el metal pero no por el vacío. Es posible que alguien allí dentro os esté oyendo.

Cualquier aficionado a la ciencia-ficción lo habría sabido, y una vez más caí en la cuenta de que el espacio era mi sueño, y el sueño de Dak, no el de ellas. Nosotros deberíamos estar allí, arriesgando nuestras vidas. ¿Por qué es tan injusto y tan perverso el cosmos?

—Caray, eso sí que lo he notado —dijo Kelly.

—¿Qué ha pasado?

—Tenía el casco apoyado en la compuerta cuando se ha movido. Voy a golpearla de nuevo, tres veces. —Una corta pausa—. ¡Sí! ¡Sí, he oído tres golpes! ¡Hay alguien ahí dentro! Pero, ¿cómo es posible...? Esperad un momento, ¿qué es esto?

—¡Dinos, Kelly, dinos!

—La puerta está rotando. Está medio abierta... casi del todo... se ha detenido.

—Hay alguien que la está golpeando —dijo Alicia—. Pon la mano encima. ¿Lo notas? Hay alguien ahí, capitán, seguro. Y parece que el dispositivo de apertura funciona desde su lado.

—Alicia, no entres, no sabemos si...

—Lo siento, capitán, tengo que entrar.

—Y yo —dijo Kelly.

—Hemos entrado las dos en la cámara de descompresión.

—Kelly, Alicia, os quiero fuera de ahí en menos de cinco minutos, con un informe de situación. Dudo que podamos seguir hablando una vez que estéis dentro. ¡Cinco minutos! ¿De acuerdo? Si no, iremos los tres a buscaros.

—Recibido, capitán. El botón de apertura del interior sí funciona. La compuerta está rotando...

Y entonces se hizo el silencio.

Capítulo 31

La cámara de descompresión de la Ares Siete era del tipo cañón. Capacidad máxima: dos astronautas con traje. Había una compuerta presurizada interior que se cerraba cuando uno entraba. A continuación, el cañón rotaba hasta que la entrada quedaba orientada al interior. Se había diseñado para su uso en Marte, donde los tripulantes tendrían que entrar y salir con frecuencia.

Había también una palanca manual para abrirla, que se había atascado cuando estaba abierta casi del todo. Pero que todavía podía moverse, en ambas direcciones. En ese momento, nosotros no sabíamos nada de esto. Pensábamos que funcionaba todavía con electricidad.

Así que Alicia y Kelly entraron y los demás esperamos. Cinco minutos muy lentos. Entonces vimos una luz al otro lado de la nave, que en su rotación nos había escondido la compuerta.

—Buenas noticias, Travis —dijo Alicia—. Holly está viva e ilesa.

Travis se mordió el labio y se apartó un momento.

—El tío al que encontramos antes era Dimitri Vasarov. Se activó una alarma y tres de los tripulantes se pusieron los trajes para salir a comprobar el motor. Entonces se produjo la explosión. Holly no sabía que Vasarov había muerto, y cuando se lo hemos dicho... Bueno, está conmocionada. Vio a Welles y a Smith salir despedidos de la nave después de la explosión. Smith estaba viva. Todavía se movía. Welles... Está segura de que ha muerto. Estaba casi partido por la mitad.

—Con respecto a Smith, capitán... ¿Quiere que volvamos Kelly y yo a la nave y vayamos a buscarla primero? Si Manny trae unas botellas de oxígeno, esta gente debería poder sobrevivir un día o dos fácilmente... si esto no revienta antes.

—Negativo, Alicia —dijo Travis—. Ya está muerta. La provisión de aire de su traje ha debido de agotarse hace mucho.

—Dios, es espantoso. Qué forma más horrible de morir.

—En realidad, Alicia, ha habido algunos casos de gente que se separó accidentalmente de una estación orbital, y que creían que iban a morir, pero fueron rescatados. Todos ellos coinciden en su relato. Después de unos momentos de miedo y pánico, los embargó una sensación de paz. No puedo asegurarlo, pero confío en que sea eso lo que le ha ocurrido a Smith.

—Amén.

—Bueno, ¿y cuál es la situación ahí? ¿Cuatro supervivientes?

—Tres. Tienen el cadáver de Marston, la médico de a bordo. Ya podría haber sobrevivido ella. Estaría mucho más capacitada para enfrentarse a la situación.

—No digas eso. Entonces, ¿hay heridos?

—Holly y Cliff Raddison solo tienen algunas magulladuras y abrasiones. Es posible que Cliff tenga un brazo fracturado. Tendría que hacerle una placa para estar segura.

»Pero eso no es todo. No sé cómo, el capitán Aquino se golpeó la cabeza y su pierna quedó atrapada en alguna parte. Tiene una fractura múltiple en el fémur izquierdo, muy mala. Ha perdido mucha sangre. Cliff y Holly detuvieron la hemorragia. La mayor parte del tiempo delira. Solo he estado allí dentro el tiempo suficiente para darle una buena dosis de morfina... Recordadme que le dé las gracias a Salty por conseguírnosla. Luego he salido a informar para que no os preocuparais.

—¿Qué necesitas, Alicia? —preguntó Travis.

—Bien. Primero, trajes espaciales. Tres. Creo que podemos utilizar el vacío que encontramos junto a Vasarov. Pero necesitamos dos más.

Hubo un corto silencio mientras los tres que seguíamos en la nave pensábamos. Como el viejo problema de lógica: tienes un zorro, un ganso y un saco de grano para cruzar un río...

—Que se queden con el mío —dijo Dak con amargura—. Para el uso que le estoy dando...

—Nos sigue faltando uno —dijo Travis.

—Se te olvida una cosa, Travis. Manny puede llevarles el de Dak... y el de Jubal.

—¿El traje de Jubal está a bordo?

—Kelly me dijo que lo guardó en un armario. El problema es... ¿le estará el traje de Jubal a Holly, Cliff o Aquino?

—Ya nos encargaremos de que les esté, por Dios —dijo Travis—. Dak, ve a prepararlos.

—Capitán, aquí hace frío —dijo Alicia—. Casi veinte grados bajo cero, y bajando. ¿No hay manera de calentar el lugar?

—¿Disponen de energía?

—Se les terminó poco antes de que llegáramos. Cliff y Holly han estado ahí, sentados en la oscuridad, envueltos en todas las prendas que han podido encontrar. Estaban guardando una linterna que habían encontrado para poder encender un pequeño calentador. Corren el peligro de sufrir hipotermia.

—Dame un minuto, Alicia. Chicos, ¿alguna idea?

No se me ocurría nada. El sistema de calefacción del Trueno Rojo contaba con elementos duplicados, como todos los demás. Podríamos haberles llevado un calentador, pero en aquel pedazo de chatarra no había energía para hacerlo funcionar. Una simple tienda catalítica habría bastado. Pero no habíamos llevado ninguna.

—¿Tiramos un cable? —sugirió Dak.

—No tenemos ninguno tan largo —dije.

—Entonces, lo único que podemos hacer es darnos prisa —dijo Travis—. Pero vamos a tener que darnos prisa despacio, ¿de acuerdo? O sea, pensar las cosas antes de hacerlas. No pienso perder a ninguno de vosotros, a ninguno, y eso incluye a los supervivientes del Ares Siete.

—Roger. Tenemos una fuga, y no me gusta el aspecto de esa ventanilla.

—Entonces, ¿qué necesitáis?

—El traje de Jubal y el de Dak. Una botella de aire de las grandes. Linternas, cuantas más, mejor. Algo de sangre, un litro, por ejemplo. No recuerdo el grupo sanguíneo de Aquino, pero figura en mis archivos médicos. Y material sellador, en gran cantidad.

—Roger —dije, y salí corriendo.

De alguna manera logré sacar todo el material por la compuerta del Trueno Rojo, atado en un gran fardo.

Junto con todo lo demás, había incluido suficiente cable amarillo para cubrir un congreso entero de boy scouts. Lo até todo a un gancho para que no se nos escapara, y empecé a probar a lanzar el cable. Suponía que tendría que hacer varios intentos hasta conseguirlo, y tenía razón. Pero al cuarto intento, al mismo tiempo que Kelly salía por la escotilla, conseguí acertar de pleno. Kelly solo tuvo que alargar los brazos y recoger el cable. Lo ató y yo sujeté el fardo al otro lado. Empezó a tirar de él. Al principio lo hacía con las dos manos, pero luego dejó que flotara por sí solo porque, aunque era ingrávido, seguía tendiendo una masa considerable, algo que no convenía olvidar si uno no quería acabar aplastado.

Una vez que tuvo el fardo, recuperé el cable, lo até y a continuación me impulsé tirando de él. Primero llevas el ganso al otro lado del río porque el zorro no va a comerse el grano del saco...

Tardé tres minutos en cruzar, pero al cabo de solo uno ya había experimentado lo que Travis había contado antes. Al principio estaba aterrorizado. ¡Dios Bendito, aquello era inmenso! Éramos dos pequeñas motas unidas por una frágil cuerda y yo estaba en medio. Pero enseguida empezó a embargarme algo parecido al éxtasis. De algún modo, en medio de aquella inmensidad, mi miedo era tan insignificante, tan primitivo, una emoción tan indigna de aquella catedral de estrellas, que se desvaneció sin más. Que así sea, pensé. Amén. A este lugar le es ajena la vida, trata a cada segundo que pasa de extinguirla... y no me importa. Oh, no es que estuviera ansioso por morir, pero por primera vez, que yo recordara, tampoco le tenía miedo a la muerte. Sonreí, y después me eché a reír.

—¿Manny? ¿Hay algún problema? —Era Travis.

—Ninguno, Trav. Kelly, ¿te he dicho ya que te amo?

—Hoy no. —Se rió—. Pero ha sido un día muy atareado.

—Pues te amo. ¿Quieres casarte conmigo?

—Sí. Sí, Manny, sí quiero.

—Lo he oído y lo tengo grabado —dijo Travis—. Dak, toma un puro. — Escuché las risas de Dak de fondo. Di un último tirón a la cuerda y caí en brazos de Kelly. No se puede besar con un traje espacial, y hasta los abrazos dejan bastante que desear, pero lo hicimos lo mejor que pudimos.

Después de introducir los trajes de Jubal y Dak por la escotilla, Kelly entró y entre los dos metimos todo lo demás. Golpeó la pared con una llave inglesa y el cañón de la cámara de descompresión empezó a girar. Me sonrió, me saludo con la mano y desapareció, y entonces la ventanilla agrietada apareció ante mí. En ese momento supe por qué estaban preocupadas. Lo que Alicia había descrito como pequeños carámbanos se habían convertido en racimos de estrellas de casi medio metro de longitud, algo a lo que imagino que podría llamarse carámbano en gravedad cero. Tuve que quitarlos con los guantes antes de poder ponerme a trabajar.

En Florida, todo el mundo sabe lo que hay que hacer en una alerta de huracán. Yo ya había estado en dos falsas alarmas. En ambas ocasiones, mamá, María y yo habíamos tapado las ventanas. No es que eso impida que se rompan, pero al menos no revientan de forma espectacular. Aquella ventana iba a recibir un tratamiento de momificación completo con nuestro material de parcheado alternativo, la cinta aislante.

Lo habíamos probado, y habíamos descubierto que la cinta aislante normal resiste el frío y el vacío entre seis y ocho horas, pasadas las cuales se vuelve quebradiza y pierde su adhesividad, capacidad de pegado o como lo queráis llamar.

No fue un trabajo divertido. Si alguna vez os habéis sentido frustrados tratando de levantar el extremo de un rollo de papel celofán, probad a hacerlo con unas manoplas. Si vuelvo a utilizar un traje espacial, me aseguraré de que tiene algo que puede utilizarse como pulgar.

Estuve luchando diez minutos, con trozos de cinta aislante arrugada pegados por todo el traje, y embargado por la sensación de ser el Conejo Br'er luchando con el Chico Alquitrán. Cubrí toda la superficie de la ventana con tiras largas, mucho más largas de lo necesario para tapar los treinta centímetros de cristal circular. Luego añadí otra capa, perpendicular a la primera y, para estar más seguro, una tercera en diagonal. Entonces golpeé el metal del casco y la cámara volvió a rotar. Entré y repetí el proceso en la cara interior de la ventana una vez satisfecho, volví a llamar y Kelly me abrió la compuerta interior. Se había quitado el casco y tenía la nariz roja y un poco mojada, y era la chica más guapa que nunca había visto.

Me presentó rápidamente a Holly Cliff. Ambos estaban tiritando incontrolablemente, a pesar de estar envueltos en varias capas de ropa. Había traído conmigo un par de lámparas de campamento fluorescentes de grandes dimensiones, y las encendimos. Daban una luz espectral que hacía que nuestra piel pareciera leche agria, salvo la de Cliff, que era negra y parecía azulada.

Máxima prioridad, meterlos en los trajes.

No existe la talla única en los trajes espaciales, pero si alguien se ha acercado al concepto, han sido los rusos. El torso puede expandirse y los brazos y piernas pueden extenderse o reducirse un máximo de quince centímetros. Esto se consigue con un diseño que recuerda mucho al de las pajitas extensibles. Metimos al capitán Aquino en el traje de Jubal, porque era un hombre de corta estatura como él, aunque ni de lejos tan voluminoso.

El capitán Aquino casi resulta mi perdición. Supongo que no había comprendido que "fractura compuesta" significaba una punta afilada de hueso blanco y sanguinolento sobresaliendo de la carne de su muslo. Me mareé, me saqué rápidamente el casco por si acaso... y el frío me abofeteó con tal fuerza que me quitó las náuseas de una sola vez.

BOOK: Trueno Rojo
11.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Jett by Honey Palomino
Fractured (Dividing Line #4) by Heather Atkinson
Once Gone by Blake Pierce
The Savage Dead by Joe McKinney
A Map of Tulsa by Benjamin Lytal