Tu rostro mañana 1.-Fiebre y lanza (33 page)

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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga

BOOK: Tu rostro mañana 1.-Fiebre y lanza
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'Es como si no se conociera mucho. No se piensa, aunque él crea que sí (tampoco lo cree con gran ahínco). No se ve, no se sabe, o más bien no se ausculta ni se investiga. Sí, más bien es esto: no es que no se conozca, sino que ese es un conocimiento que no le interesa y que apenas cultiva por tanto. No ahonda en él, lo vería como una pérdida de tiempo. Quizá no le interesa por demasiado antiguo, tiene escasa curiosidad por sí mismo. Se da por descontado, o se tiene sabido. Pero la gente va cambiando. El no se ocupa de registrar ni analizar sus cambios, no está al día de ellos. Es introspectivo. Y sin embargo mira hacia fuera cuando más parece mirar hacia dentro. Sólo le interesa el exterior, los demás, y por eso ve tan bien. Pero los demás no le interesan para intervenir ni influir en sus vidas, ni por utilitarismo. Puede que no le importe gran cosa lo que le suceda a nadie. No es que no lamente ni celebre los hechos, es solidario, no le resultan indiferentes. Pero de un modo algo abstracto. O acaso es que es muy estoico, con lo de los demás y con lo propio. Las cosas ocurren y él toma nota, sin ningún propósito definido, sin sentirse atañido las más de las veces, menos aún involucrado. Quizá por eso percibe tantas. Tantas no se le escapan, que casi da miedo imaginar lo que sabe, cuánto ve y cuánto sabe. De mí, de ti, de ella. Sabe más de nosotros que nosotros mismos. Quiero decir de nuestros caracteres. O todavía más, de nuestros moldes. Con un saber que nos es ajeno. Juzga poco. Lo más raro de todo es que no hace uso de su saber. Es como si viviera paralelamente una vida teórica, o una vida futura que aguardase turno en la recámara. Su hora en otra existencia. Y como si fueran a parar a ella los descubrimientos, los reconocimientos, las informaciones y las constataciones. Y no en cambio a la presente, a la efectiva. Incluso lo que sí lo afecta, hasta sus experiencias propias y sus sinsabores parecen desgajarse en dos partes, y una de las dos ir destinada a ese saber suyo meramente teórico, o de la expectativa. A enriquecerlo, a nutrirlo. Extrañamente, con vistas a nada. Al menos en esta vida suya real que avanza. No hace uso de su saber, es muy raro. Pero lo tiene. Y si un día sí hiciera uso, habría que temerlo entonces. Yo creo que no perdona. A veces lo veo como a un enigma. Y a veces creo que él también lo es para sí mismo. Entonces vuelvo a pensar que no se conoce mucho. Y que no se presta atención porque en realidad ha renunciado a ello, a entenderse. Se considera un caso perdido con el que no ha de malgastar reflexiones. Sabe que no se comprende y que no va a hacerlo. Y así, no se dedica a intentarlo. Creo que no encierra peligro. Pero sí que hay que temerlo.' La verdad es que me quedé como estaba, aunque aquel texto me hizo pensar que en algún sitio debía de haber sobre mí un verdadero informe en regla, con datos y fechas, hechos comprobables y características detalladas, con mi
curriculum
convencional (o quién sabía si el inconfesable) y con observaciones y descripciones menos etéreas e inverificables. Debían de existir de todos nosotros, lo contrario habría sido una incongruencia, me prometí buscarlos un día con calma, podían interesarme los de Rendel y la joven Nuix, el de Mulryan no tanto; y desde luego el de Tupra, si también lo había. Antes de cerrar el fichero apoyé el pulgar en el borde superior de las fichas e hice correr bajo él unas cuantas, sin mucha rapidez, por curiosidad, parándolas al azar de vez en cuando. Vi encabezamientos muy conocidos:
'Bacon, Francis', 'Blunt, Sir Anthony', 'Caine, Sir Michael (Maurice Joseph Micklewhite)', 'Clinton, William Jefferson "Bill"', 'Coppola, Francis Ford', 'Le Carre, John (David Cornwell)', 'Richard, Keith (The Rolling Stones)', 'Straw, Jack'
(el Ministro de Exteriores británico, antes del Interior, el que soltó a Pinochet, vaya baldón, era sobre quien necesitaba datos aquella mañana, de su impropio pasado),
'Thatcher, Margaret Hilda, Baroness'.
Fueron sus fichas las que frenó mi dedo, algunos estaban ya muertos. Otros muchos epígrafes no me decían nada, para mí desconocidos:
'Booth, Thomas', 'Dearlove, Richard', 'Marriott, Roger (Alan Dobson)
',
'Pirie-Gordon, Sarah Jane', 'Ramsay, Margaret "Meta", Baroness', 'Rennie, Sir John', 'Skelton, Stanyhurst (Marius Kociejowski)', 'Truman, Ronald', 'West, Nigel (Rupert Allason)',
mi vista cayó sobre ellos, cuánta gente no se llamaba como se llamaba, mi memoria es excelente para los nombres.

Era grato que se tomaran molestias conmigo, habiendo tal compañía; que quisieran desentrañarme, que me hicieran caso. Lo que más me intrigó fue sin duda aquel momento en que el redactor o cavilador, fuera quien fuese, se dirigía a otra persona, a alguien abiertamente, lo cual indicaba que sus impresiones o conjeturas tenían un destinatario concreto: 'De mí, de ti, de ella, decía. 'Sabe más de nosotros que nosotros mismos.' Pensé que por exclusión la joven Nube sería 'ella', aunque certeza absoluta no pudiera tenerla. Pero quién era ese 'tú', quién era ese 'yo'. Había varias posibilidades, no podía saberlo en modo alguno. Tampoco quién creía, por tanto, que debía temérseme, eso también me extrañó bastante, porque yo no lo creía entonces. (A no ser que fueran un 'yo' y un 'tú' y un 'ella' metafóricos, hipotéticos, intercambiables, como si la expresión hubiera sido 'Casi da miedo imaginar lo que sabe, cuánto ve y cuánto sabe. De este, de aquel, del otro'.) No hace falta decir que esas notas iban sin firma, como las demás del fichero, o de aquel cajón al menos. Parecían escritas todas a vuelapluma, por lo poco que me atreví a entretenerme mirándolas, cuando mi pulgar detenía algunas: tan vagarosas y especulativas eran las relativas a mí como las dedicadas al ex-Presidente Clinton o a Mrs Thatcher, les eché un vistazo.

—Yo creo que sí, que sí podría —le contestaba a Tupra respecto del anfitrión de la cena-
cum
-celebridades (un cantante-celebridad él mismo, lo llamaré aquí Dick Dearlove, como uno de los desconocidos e inverosímiles nombres vistos en el fichero, allí llegué a enterarme de que era un alto y muy serio funcionario de algo, sólo leí un par de líneas, pero con semejante apellido merecería haber sido un gran ídolo de masas trotante por los mil escenarios, como nuestro cantante anfitrión ex-dentista), tras meditarlo unos segundos—. En una situación de peligro, desde luego que asestaría antes su golpe, si tuviera oportunidad de hacerlo. Incluso antes de tiempo, quiero decir antes de que el riesgo de su vida fuera inminente y cierto. La mera sombra de una amenaza grave lo haría un hombre desmedido, hasta incontrolado. Reaccionaría con violencia, creo yo, fácilmente. O más bien la anticiparía: no sé si existe en inglés, en español tenemos el dicho de que quien da primero da dos veces. Pero no sería por eso, por cálculo, ni por valentía, ni tan siquiera por nervios, ni por pánico exactamente. Está tan satisfecho con su biografía y con la existencia que lleva, tan asombrado y ufano de lo que ha conseguido y sigue logrando (aún no se ve límites), su cuento de hadas le está saliendo tan acabado y perfecto, que no podría soportar que todo se le fuera al traste en unos segundos, prematuramente, por un mal paso o por mala suerte, por una imprudencia o un mal encuentro. Sobre todo no soportaría la idea. Pongamos que se le colaran ladrones en casa, dispuestos a todo —
'burglars',
dije—; o que lo atracaran por la calle: no, él nunca irá por las calles andando. Pongamos que se le averiara el coche al cruzar un barrio pésimo, que se le quedara fundido una noche tarde al regresar de su mansión de campo, yendo él solo al volante o acompañado de un guardaespaldas, siempre llevará por lo menos uno, no recorrerá cien yardas sin la protección mínima. Y que nada más echar pie a tierra se vieran rodeados por una pandilla numerosa, agresiva, armada, una banda de desesperados contra la que poco pudieran hacer dos hombres, uno de ellos acostumbrado además sólo al halago y los mimos, y a la total ausencia de sobresaltos.

—Pedirían ayuda en el acto con sus teléfonos portátiles o ya lo habrían hecho con el del coche, a la policía o a quien fuese —me interrumpió Tupra. Me hacía gracia la facilidad con que se prestaba o incorporaba a mis fabulaciones. Yo creo que se divertía conmigo, bastante.

—Pongamos que el del coche ha muerto con el coche mismo, y que los otros no tenían cobertura, o se los han quitado ya, sin darles tiempo a utilizarlos. No sé en Inglaterra, pero en España es lo primerísimo que hoy roban los delincuentes, arrebatan los celulares incluso antes que las carteras, y por eso todos los atracadores, hasta los ínfimos de jeringuilla en temblorosa mano, disponen de móviles invariablemente. En Madrid no verá un ratero, casi no verá ni un mendigo, que no posea un telefonino.

—De veras —dijo Tupra tentado de sonreír. Entendía mis exageraciones, no las desaprobaba.

—De veras. Se lo aseguro, vaya a mi ciudad a verlo. Bien, en esa situación, si Dearlove llevara una navaja, no digamos una pistola (sería capaz, con su licencia y todo), es probable que se liara a pegar tiros o a soltar navajazos sin parlamentar siquiera y antes de estar seguro del alcance de la amenaza, del nivel de desesperación y odio de los desesperados, que a lo mejor resultarían haber sido admiradores suyos que habrían acabado pidiéndole autógrafos al reconocerlo, podría darse, no hay que excluir ningún grado de popularidad en su caso. En España, por ejemplo, es también un inmenso ídolo, sobre todo en el País Vasco, no sé si lo sabe.

—Lo supongo. En estos tiempos todos los mamarrachos triunfan universalmente —dijo Tupra—. Continúa. —Por aquel entonces él me llamaba ya Jack, pero yo a él Mr Tupra todavía.

—Lo que Dearlove no podría soportar —a Dearlove no lo llamaba Dearlove, claro está, sino por su verdadero apellido— es que su fin fuese ese, cómo decir: lo soportaría casi menos que el fin mismo. Por supuesto que lo aterraría ver truncada su vida de éxitos e ir a perderla, como a cualquiera, y aunque fuese de fracasos; y además no lo creo un valiente, ya le he dicho, sentiría un miedo infinito. Pero lo que más espanta a Dearlove, como a otra gente de escaparate (aunque quizá no lo sepan), es que el final de su cuento sea de tal carácter que predomine sobre lo anterior y oscurezca cuanto lleva andado y acumulado hasta ahora, que lo eclipse; que casi borre y anule el resto y a la postre se erija en el dato único, en el que cuenta y en el que se cuenta. Si sería capaz de matar (y creo que lo sería), es más que nada por eso, por repugnancia narrativa, si la expresión se me permite. Verá, Mr Tupra, si alguien como él es muerto por un grupo de patibularios en Clapham o en Brixton, o aún más llamativo, si es linchado, esa clase de muerte constituiría tal escándalo en su caso, impresionaría tanto al mundo, que ya sería sacada a colación junto con su nombre siempre, en toda ocasión y circunstancia, aunque se hablara de él por cualquier otro motivo, por su aportación a la música popular de su tiempo o a la historia y auge de los mamarrachos, por la descomunal fortuna amasada con su garganta o como uno de los ejemplos más preocupantes del delirio de las masas. Daría lo mismo, siempre se agregaría la cantilena de que murió linchado en Brixton en un mal paso, en Clapham una noche aciaga junto con su mejor guardaespaldas, a manos de unos facinerosos de Stratham de crueldad indecible. Llegaría un momento en el que, de hecho, de él sólo se recordaría eso. Hasta las madres reconvendrían con la cantilena a sus hijos cuando fueran a adentrarse en barrios broncos o en zonas turbias: 'Acuérdate de lo que le pasó a Dick Dearlove, y eso que él era famoso e iba con guardaespaldas'. Una verdadera maldición póstuma, para alguien como él, me refiero.

—'Acuérdate de Dick Dearlove, cielo, de cómo se lo cargaron' —la mejoró Tupra, ahora con sonrisa abierta:
'Darling',
dijo.
How they did 'im in',
dijo (si mal no recuerdo), imitando un acento
cockney
(o acaso era del sur de Londres semieducado, yo no distingo tanto) y poniendo voz de madre—. Santo cielo, seguro que a él no se le ha ocurrido un epitafio tan sórdido. Ni en sus aprensiones más ominosas. Ni en sus pesadillas más vejatorias. Qué más entonces, sigue.

—Bueno, yo no sé si esa fobia estará registrada, ni si tendrá algún nombre menos pedante de como la he llamado. Desde luego Dearlove no emplearía semejantes términos. Ni siquiera tendrá conciencia de lo que estoy describiendo, le parecería griego. Pero no se trata de otra cosa: es un horror narrativo, o una repugnancia; es pavor a su historia arruinada por el desenlace, echada a perder para siempre, hundida, a su completo desbaratamiento por un final demasiado espectacular para el mundo y aborrecible para el interesado; a un estropicio para el cuento sin posible remedio, a una mancha tan poderosa y ávida que se extendería hasta anegar todo el resto, retrospectivamente. Dearlove sería capaz de matar por evitarse tal sino. Tal sino estético, argumental, narrativo, como prefiera. Sería capaz de matar por eso, ya lo creo. O eso creo. —Al terminar retrocedía un paso a veces, me encogía un poco, ya de nada servía, había hablado, había dicho.

—'Acabaréis como Dick Dearlove, acabaréis así todos' —insistió Tupra en su imitación un momento, riendo brevemente y alzando un dedo admonitorio. Luego añadió—: Lo único, Jack, es que un tipo como él jamás atravesaría Clapham ni Brixton en automóvil, ni para entrar en la ciudad ni para salir de ella.

—Bueno, está bien, pero podría extraviarse, confundirse de salida en la autopista y acabar allí varado, ¿no? Pasa a veces, ¿no? Yo vi algo parecido en una película que se llamaba
Grand Canyon,
¿usted la ha visto?

—No voy mucho al cine, sólo si me obliga el trabajo. Antes sí, cuando era joven. Pero me parece que no te haces idea del nivel económico de esta gente, Jack. Lo más probable es que Dearlove se desplace en su helicóptero para la mayoría de las distancias cortas. Y para las largas en su avión privado, con un séquito que empequeñecerá al de la Reina. —Se quedó callado unos segundos, como si se acordara de algún viaje suyo en un avión de esos, particulares. Tupra se mostraba muy despreciativo hacia Dearlove y otras figuras semejantes, pero lo cierto es que se relacionaba con buen número de ellas ocasionalmente, de la televisión, la moda, la canción o el cine, y en la medida en que fui testigo, las trataba con desenvoltura, con simpatía y con confianza. A veces me preguntaba si esos contactos, difíciles para el común de las gentes, se los proporcionaban desde esferas altas, en función de su cargo y por facilitarle el trabajo. Claro que nunca supe con exactitud cuál era ese cargo. Por lo demás no se lo veía incómodo junto a las celebridades más frívolas. Eso podía formar parte de su preparación, de su oficio, no significaba necesariamente que apreciara esas compañías. La verdad es que no se lo veía incómodo en ningún ambiente, ni en los más sesudos ni en los más serios, ni en los más pretenciosos ni en los más idiotas ni en los bajos fondos ni en los sencillos, era sin duda un hombre que se aclimataba a lo que hiciera falta. Luego volvió atrás—: Dime, ¿crees que sería capaz de matar en alguna otra circunstancia, además de por ver su vida no sólo en peligro, sino, según tú..., digamos en tela de juicio? Tal vez tengas razón, tal vez lo horripilaría que su término fuera feo, inadecuado, abrumador, desairado, sarcástico, turbulento, sucio...

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