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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (19 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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—Inglaterra es así —repuso la señorita Marple—. No hay muchas Villa del Tejo, querida.

—Mejor que así sea —continuó Pat—, Pero no creo que ésta haya sido nunca una casa feliz; ni que nadie fuese dichoso en ella a pesar de todo el dinero que gastan y las cosas que tienen.

—No —convino la señorita Marple—. Yo no diría que haya sido un hogar feliz.

—Supongo que Adela pudo serlo —dijo la muchacha—. Claro que no la he conocido, de modo que no puedo saberlo, pero Jennifer es bastante desgraciada y Elaine se ha estado destrozando el corazón por un hombre, cuando en lo más profundo de su alma, sabe que no la quiere. ¡Oh,
cómo
deseo salir de aquí!

Miró a la señorita Marple y sonrió.

—¿No sabe? —le dijo—. Lancé me ha dicho que me pegue a usted como una lapa. Le parece que así estaré más segura.

—Su esposo no es tonto —replicó la anciana.

—No. Lance no es tonto. Por lo menos en algunos aspectos. Pero ojalá me hubiera dicho exactamente lo que teme. En esta casa debe haber algún loco, y la locura siempre asusta, porque no se sabe nunca lo que puede maquinar la mente de un perturbado ni lo que puede hacer.

—Mi pobre pequeña —dijo la señorita Marple.

—¡Oh!, la verdad, yo estoy muy bien. Ya debía estar acostumbrada.

—Ha tenido muy mala suerte. ¿No es cierto, querida? —dijo la solterona con suavidad.

—¡Oh!, también he tenido buenas temporadas. Tuve una infancia feliz en Irlanda, montando a caballo, cazando, y una casa enorme, muy ventilada y con muchísimo sol. Cuando se ha tenido una niñez dichosa, nadie puede quitárnoslo, ¿no le parece? Fue después... cuando conocí... que las cosas fueron saliendo siempre mal. Supongo, que al principio tuvo la culpa la guerra.

—Su esposo era aviador, ¿verdad?

—Sí. Sólo llevábamos un mes de casados cuando mataron a Don. —Miró fijamente al fuego—. Al principio deseé haber muerto también. Me pareció injusto y cruel. Y sin embargo... al final... casi comencé a comprender que había sido mejor. Don era maravilloso como militar. Valiente, arrojado y alegre. Poseía todas las cualidades necesarias para la guerra. Pero no creo que hubiera sido feliz en tiempos de paz. Tenía una especie de... ¡Oh! ¿Cómo diría yo?... arrogancia... rebeldía... insubordinación... No se hubiera amoldado a un trabajo fijo. Hubiera luchado contra todo Era... bueno, antisociable, en cierto modo. No, no hubiera sido feliz.

—Es usted muy inteligente, querida. —La señorita Marple continuó tejiendo mientras contaba por lo bajo—: Tres derecho, dos revés, deslizar uno, coger dos juntos —y en voz alta continuó—: ¿Y su segundo esposo?

—¿Freddy? Freddy se suicidó.

—¡Oh, Dios mío! Que triste... qué desgracia...

—Éramos muy felices —dijo Pat—. Al cabo de dos años de matrimonio empecé a darme cuenta de que Freddy no iba siempre... bueno, por el camino honrado. Empecé a descubrir lo que estaba ocurriendo. Pero entre nosotros, aquello parecía no tener importancia. Porque Freddy me amaba y yo le quería. Intenté no pensar en lo que estaba ocurriendo. Supongo que eso fue una cobardía por mi parte, pero yo no iba a cambiarle. No es posible cambiar a una persona.

—No —dijo la señorita Marple—, no se puede hacer cambiar a las personas.

—Yo le había aceptado tal como era, y le amaba, y me di cuenta de que sólo me restaba... hacerme fuerte. Luego las cosas fueron mal y no supo hacerles frente... por eso se mató. Después de su muerte fui a Kenya con unos amigos que tengo allí. No pude soportar el quedarme en Inglaterra encontrándome con todos los antiguos conocidos que sabían... todo lo ocurrido. Y allí conocí a Lance. —Su rostro se dulcificó, pero continuaba mirando las llamas de modo que la señorita Marple pudo observarla. De pronto, Volviendo la cabeza, dijo—: Dígame, señorita Marple, ¿qué es lo que piensa realmente de Percival?

Pues lo he visto muy poco. Sólo a la hora del desayuno. Eso es todo. No creo que le agrade mucho mi presencia.

Pat echóse a reír de pronto.

—Es mezquino, ¿sabe? Terriblemente tacaño por lo que respecta al dinero. Lance dice que siempre lo ha sido. Jennifer también se lamenta de eso. Le pasa las cuentas a la señorita Dove. Quejándose de todo. Pero la señorita Dove se las arregla para salirse con la suya. Es una mujer extraordinaria. ¿No le parece?

—Sí, desde luego. Me recuerda a una señora de mi pueblo, que se llama Latimer. Era la directora de la Sociedad Femenina y la Guía de las Jóvenes, y desde luego, de casi todo lo de allí. No fue hasta el cabo de cinco años que descubrimos que... ¡oh!, pero no debo murmurar. No hay nada más molesto que la gente le hable a uno de personas y lugares que no conoce ni ha visto nunca. Debe perdonarme, querida.

—¿Saint Mary Mead es un pueblo bonito?

—Pues no sé a lo que usted llamará un pueblo bonito, querida. Es
bastante
bonito. Hay algunas personas muy simpáticas y también otras muy desagradables. Ocurren cosas muy curiosas, como en cualquier otro sitio. La naturaleza humana es la misma en todas partes, ¿no cree?

—Usted sube bastante a menudo a ver a la señorita Ramsbatton, ¿no es cierto? —dijo Pat—. La
verdad
es que me da miedo.

—¿Miedo? ¿Por qué?

—Porque creo que está loca. ¿Usted cree que podría estar... realmente...
loca
?

—¿Loca? ¿En qué sentido?

—¡Oh!, usted sabe muy bien lo que quiero decir, señorita Marple. Siempre sentada en su habitación sin salir para nada y meditando sobre el pecado. Bueno... puede que al fin se haya convencido de que su misión en esta vida es administrar justicia.

—¿Es esa la opinión de su esposo?

—No sé lo que Lance pensará. No me lo ha dicho. Pero estoy completamente segura de una cosa... de que cree que hay alguien perturbado, y ese alguien pertenece a la familia. Pues bien, yo diría que Percival está bien cuerdo. Jennifer sólo es una tonta bastante trágica... algo nerviosa, pero nada más; Elaine, una de esas muchachas extrañas, tempestuosas y violentas. Está locamente enamorada de ese hombre y no admite nunca que se casa con ella por su dinero.

—¿Usted cree que la quiere sólo por su dinero?

—Sí. ¿Usted no?

—Es casi seguro —replicó la señorita Marple—. Como el joven Ellis, que se casó con Marión Bates, la hija de un ferretero muy rico. Ella era muy fea y estaba loca por él. No obstante, se llevaron muy bien. Los hombres como el joven Ellis y este Gerald— Wright, sólo resultan desagradables cuando se casan por amor y con una muchacha pobre. Les contraría tanto lo que han hecho, que se lo cargan a la pobre chica. Pero si se casan con una rica, continúan respetándola.

—No veo que pueda ser alguien de fuera —continuó Pat frunciendo el ceño—. Y por eso... por eso hay esta atmósfera aquí dentro. Todos se observan mutuamente. No tardará en suceder algo...

—No habrá más muertes —dijo la señorita Marple—. Por lo menos no lo creo.

—No puede usted tener plena seguridad de ello.

—Pues a decir verdad estoy bastante segura. El criminal ya ha cumplido su propósito.

—¿Él?

—O ella. Se dice él, porque resulta más sencillo.

—Usted dice que el criminal cumplió su propósito. ¿Qué propósito?

La señorita Marple meneó la cabeza... Todavía no estaba muy segura.

Capítulo XXIII
1

Una vez más, la señorita Somers acababa de hacer el té en la sala de las mecanógrafas y, como de costumbre, el agua aún no hervía cuando echó el té. La historia se repite. La señorita Griffith, al tomar su taza, pensó para sí:

—La verdad, debo hablar con el señor Percival acerca de Somers. Creo que será lo mejor. Pero con lo que acaba de ocurrir, es preferible no molestarle con detalles de la oficina.

Y como tantas otras veces, dijo con acritud:


Tampoco
hoy hervía el agua, Somers —y la aludida, poniéndose como la grana, replicó con su frase de ritual:

—¡Oh, Dios mío! Estaba segura de que
esta
vez hervía.

Los siguientes comentarios sobre este mismo tema fueron interrumpidos por la entrada de Lance Fortescue. Miró a su alrededor algo indeciso, y la señorita Griffith se puso en pie de un salto, adelantándose a recibirle.

—¡Señorito Lance! —exclamó.

Él giró en redondo y su rostro se iluminó con una sonrisa.

—¡Hola! Vaya, si es la señorita Griffith.

La señorita Griffith estaba encantada. Al cabo de once años todavía recordaba su nombre. Le dijo aturdida:

—No creí que me recordara.

Y Lance repuso con facilidad y poniendo en juego todo su atractivo:

—Pues claro que me acuerdo.

Un murmullo de excitación fue recorriendo la sala de las mecanógrafas, y los apuros de la señorita Somers y el té fueron relegados al olvido. La señorita Bell le contemplaba ansiosamente por encima de su máquina de escribir, y la señorita Chase sacó su polvera para empolvarse la nariz. Lance Fortescue miró a su alrededor.

—De modo que aquí continúa todo igual —dijo.

—No ha habido muchos cambios, señor Lance. ¡Qué buen aspecto tiene usted y qué moreno está! Supongo que debe haber tenido una vida muy interesante por el extranjero.

—Puede llamarse así —replicó Lance—, pero es posible que ahora busque una vida interesante... pero en Londres.

—¿Va a volver a la oficina?

—Tal vez sí.

—¡Oh, es magnifico!

—Voy a estar muy torpe —dijo Lance—. Tendrá que ponerme al corriente de todo, señorita Griffith.

La señorita Griffith rió satisfecha.

—Será muy agradable volver a tenerlo aquí, señorito Lance. Muy agradable.

—Es usted muy amable —dijo—, muy amable.

—Nosotras nunca pensamos... ninguna pensó... —La señorita Griffith interrumpióse muy sonrojada.

Lance le dio unas palmaditas en la mano.

—Ustedes no creyeron que el León fuera tan fiero como lo pintaban. Bueno tal vez no lo fuera. Pero esa es una vieja historia. ¿Para qué recordarlo? El futuro es lo que importa. —Y agregó—: ¿Está aquí mi hermano?

—Creo que está en el despacho principal.

Lance asintió con un gesto y pasó adelante. En la antesala del santuario, una mujer de rostro duro y entrada en años salió de detrás de un escritorio y dijo en tono altanero:

—¿Su nombre, por favor?

Lance la miró extrañado.

—¿Es usted, la señorita Grosvenor? —preguntó.

A él se la describieron como una rubia despampanante. Y eso le pareció en las fotografías de los periódicos que ilustraban las informaciones sobre el caso Rex Fortescue. Aquella mujer no podía ser la señorita Grosvenor.

—La señorita Grosvenor se marchó la semana pasada. Yo soy la señora Hardcastle. La secretaria particular del señor Percival Fortescue.

«Es muy propio del viejo Percy —pensó Lance—. Librarse de una rubia estupenda y tomar este esperpento. ¿Por qué? ¿Porque es más seguro, o porque resulta más barato?» —Y en voz alta anunció—: Soy Lancelot Fortescue. Usted todavía no me conoce.

—¡Oh, cuánto lo siento, señorito Lancelot! —se disculpó la secretaria—. Creo que ésta es la primera vez que viene usted a la oficina.

—La primera, pero no la última —replicó Lance con una sonrisa.

Y atravesando la antesala abrió la puerta de lo que había sido el despacho particular de su padre. Pero no era Percy quien se sentaba tras la mesa de escritorio sino el inspector Neele, que alzando los ojos de unos papeles que estaba examinando, le dedicó una inclinación de cabeza.

—Buenos días, señor Fortescue, supongo que habrá venido a hacerse cargo de sus obligaciones.

—¿De modo que ya se ha enterado que he resuelto trabajar en la firma?

—Me lo dijo su hermano.

—¿De veras? ¿Con entusiasmo?

El inspector Neele consiguió disimular una sonrisa.

—Su entusiasmo no era muy evidente —dijo muy serio.

—Pobre Percy —comentó Neele.

—¿De verdad piensa convertirse en hombre de negocios?

—¿No lo cree probable?

—No me parece propio para su carácter, señor Fortescue.

—¿Por qué no? Soy hijo de mi padre.

—Y de su madre.

—¿Y eso qué tiene que ver, inspector? Mi madre era una romántica. Su lectura preferida eran los
Idilios del Rey
, como es posible que haya deducido usted por nuestros nombres de pila. Era una inválida y siempre vivió fuera de la realidad. Yo no soy así. Carezco de sentimentalismo, y soy un realista de pies a cabeza.

—Las personas no son nunca como se imaginan —le hizo observar el inspector Neele.

—No, supongo que tiene razón —dijo Lance.

Y sentándose en una butaca estiró sus largas piernas, y sonriendo dijo inesperadamente:

—Usted es más listo que mi hermano, inspector.

—¿En qué sentido, señor Fortescue?

—Ya he conseguido poner nervioso a Percy. Cree que estoy dispuesto a convertirme en un hombre de ciudad, y que voy a meter los dedos en el pastel. Piensa que voy a lanzarme a derrochar el dinero de la sociedad y a tratar de embarcarle en empresas descabelladas. ¡Casi valdría la pena de hacerlo, por lo divertido que iba a resultar! Casi, pero no del todo. Yo no puedo soportar la vida de oficina, inspector. Me gusta el aire libre y la posibilidad de aventuras. Me ahogaría en un lugar como este. —Y agregó a toda prisa—: Esto se lo digo en confianza. No se lo diga a Percy, por favor.

—No creo que haya ocasión, señor Fortescue.

—Deseo divertirme un poquito a costa de Percy —dijo Lance—. Quiero hacerle sudar un poquitín. Que trague un poco de lo que tuve que tragar yo.

—Esa es una frase bastante curiosa, señor Fortescue —dijo Neele—. ¿De lo que usted tuvo que tragar... por qué?

Lance encogióse de hombros.

—¡Oh!, es una vieja historia. No vale la pena de recordarla.

—Tengo entendido que hubo un pequeño asunto con cierto cheque... ¿Se refería usted a eso?

—¡Cuántas cosas sabe, inspector!

—Creo que no acudió a la policía —dijo Neele—. Su padre no hubiera hecho una cosa así.

—No, Se limitó a echarme.

El inspector Neele le miraba inquisitivamente, pero no era en Lance Fortescue en quien pensaba, sino en Percival. En el honrado, trabajador y parsimonioso Percival. Todo lo que aparecía en aquel caso iba siempre a desembocar en el enigma de Percival Fortescue; un hombre al que todos conocían por su aspecto exterior, pero cuya verdadera personalidad era muy difícil de adivinar. Podría decirse al observarle que era un carácter insignificante e inexpresivo, un hombre acostumbrado a obedecer en todo a su padre. Percy el Atildado, como dijera el subcomisario en cierta ocasión. Ahora, Neele estaba procurando conseguir conocerle más a fondo a través de Lance. Y murmuró para intentarlo:

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