Conservar la calma y contestar tan breve y fríamente como le fuese posible.
Luchando..., luchando siempre..., pero con dificultades...
Luchando palmo a palmo.
Ya había terminado. El hombre horrible, de nariz judía, se disponía a sentarse. Y la voz bondadosa y untuosa de sir Edwin Bulmer le estaba haciendo algunas preguntas más. Preguntas fáciles, agradables, destinadas a borrar cualquier mala impresión que hubiese podido causar cuando la interrogaron.
Estaba de nuevo en el banquillo. Mirando al Jurado.
(Roddy, Roddy, de pie allí, parpadeando un poco, con aire de detestar todo aquello. Roddy..., presentando un aspecto... no real del todo. Pero ya no hay nada real. Todo remolinea de una manera diabólica. Lo negro es blanco, lo de arriba está abajo, y el Este es Oeste... Y yo no soy Elinor Carlisle: yo soy «la acusada». Y si me ahorcan o si me ponen en libertad, nada volverá a ser lo mismo. Si hubiese algo, algo, una cosa tan sólo a que agarrarse...)
(El rostro de Peter Lord, quizá, con sus pecas y su aire extraordinario de ser el mismo de siempre...)
¿Qué preguntaba ahora sir Edwin?
—¿Quiere usted decirnos los sentimientos de miss Carlisle hacia usted?
Roddy respondió con voz precisa:
—Yo diría que me estimaba mucho; pero no estaba enamorada de mí con gran pasión.
—¿Consideraba usted satisfactorio el compromiso de matrimonio?
—Completamente. Teníamos mucho en común.
—¿Querría usted explicar con todo detalle al Jurado por qué fue roto el compromiso?
—Verá usted: cuando mistress Welman murió, la sorpresa fue grande. No me gustaba la idea de casarme con una mujer rica, cuando yo no tenía un céntimo. Y el compromiso se disolvió de común acuerdo, y aun experimentamos cierto alivio los dos.
—¿Quiere usted decirnos qué clase de relaciones tenía con Mary Gerrard?
(«¡Oh, Roddy, pobre Roddy, cómo debes de detestar todo esto!»)
—La encontraba encantadora.
—¿Estaba usted enamorado de ella?
—Un poco.
—¿Cuándo la vio por última vez?
—Debe de haber sido el cinco o el seis de julio.
Sir Edwin dijo, con tono acerado en la voz:
—Creo que usted la vio después de eso.
—No, fui al extranjero, a Venecia y a Dalmacia.
—Volvió usted a Inglaterra... ¿Cuándo?
—Cuando recibí el telegrama... Déjeme pensar... Debió de ser el día uno de agosto.
—Pero creo que usted se encontraba en Inglaterra el veintisiete de julio.
—No.
—Vamos, mister Welman. Recuerde que ha prestado juramento. ¿No es cierto que su pasaporte indica que usted regresó a Inglaterra el veinticinco de julio y volvió a partir el veintisiete por la noche?
La voz de sir Edwin tenía un matiz sutilmente amenazador.
Elinor frunció el ceño, vuelta de repente a la realidad. ¿Por qué razón el abogado defensor coaccionaba a su propio testigo?
Roderick había palidecido ligeramente. Permaneció silencioso un minuto o dos. Luego dijo, con un esfuerzo:
—Sí, así es...
—¿Fue usted a ver a esa muchachita, Mary Gerrard, a Londres, el día veinticinco, al lugar donde se alojaba?
—Sí.
—¿Le pidió que se casara con usted?
—Sí.
—¿Cuál fue la respuesta de la muchacha?
—Rehusó.
—¿Usted no es un hombre rico, mister Welman?
—No.
—¿Y tiene muchas deudas?
—¿Qué le importa a usted?
—¿No sabía que miss Carlisle le había dejado a usted toda su fortuna para el caso de su muerte?
—Ésa es la primera noticia que tengo de ello.
—¿Estuvo usted en Maidensford en la mañana del veintisiete de julio?
—No.
Sir Edwin se sentó.
El acusador dijo:
—Dice usted que, en su opinión, la acusada no estaba profundamente enamorada de usted.
—Eso es lo que dije.
—¿Es usted un hombre caballeroso, mister Welman?
—No sé lo que quiere usted decir.
—Si una dama estuviese profundamente enamorada de usted y usted no lo estuviese de ella, ¿creería usted que tenía el deber de ocultarlo?
—Ciertamente que no.
—¿Adonde fue usted a la escuela, mister Welman?
—A Eton.
Sir Samuel dijo, con una sonrisa suave:
—Eso es todo.
Alfred James Wargrave.
—¿Es usted cultivador de rosas y vive en Emsworth, Berks?
—Sí.
—¿Fue usted el veinte de octubre a Maidensford y examinó un rosal que había en el pabellón, en Hunterbury Hall?
—Sí.
—¿Quiere describirnos ese rosal?
—Era un rosal trepador, un
Zephyrine draughin...
Da una rosa rosada, de perfume suave.
No tiene espinas
.
—¿Sería imposible pincharse en un rosal de esa descripción?
—Completamente imposible. Es una planta que
no tiene espinas
.
La parte contraria no le interrogó.
—¿Usted es James Arthur Littledale? ¿Es usted químico y está empleado en el laboratorio de productos farmacéuticos de la casa Jenkins y Hale?
—Sí.
—¿Quiere decirnos qué es este trozo de papel?
La muestra le fue entregada.
—Es un fragmento de una de nuestras etiquetas.
—¿Qué clase de etiqueta?
—La etiqueta que ponemos a los tubos de tabletas hipodérmicas.
—¿Es suficiente este trozo para que usted pueda decir con seguridad qué clase de droga había en el tubo al cual estaba pegada esta etiqueta?
—Sí. Yo diría concretamente que el tubo en cuestión contenía tabletas hipodérmicas de hidrocloruro de apomorfina, de un vigésimo de gramo.
—¿No hidrocloruro de morfina?
—No, no podía ser eso.
—¿Por qué no?
—En esos tubos la palabra morfina va impresa con una eme mayúscula. El final de la línea de la eme aquí, vista con mi lente de aumento, indica claramente que es parte de una eme minúscula, no de una eme mayúscula.
—Haga el favor de dejar que el Jurado lo examine con la lente. ¿Tiene algunas etiquetas para mostrar lo que usted quiere decir?
Las etiquetas fueron entregadas al Jurado.
Sir Edwin continuó:
—¿Declara usted que ésta es de un tubo de hidrocloruro de apomorfina? ¿Qué es, exactamente, el hidrocloruro de apomorfina?
—La fórmula es C17 H17 NO2. Es un derivado de la morfina, que se prepara saponificando la morfina y batiéndola con ácido clorhídrico diluido en tubos sellados. La morfina pierde una molécula de agua.
—¿Cuáles son las propiedades esenciales de la apomorfina?
Mister Littledale contestó claramente:
—La apomorfina es el emético más rápido y eficaz que se conoce. Actúa a los pocos minutos.
—Así, si alguien hubiese ingerido una dosis letal de morfina y se inyectase una dosis de apomorfina hipodérmicamente, al cabo de unos minutos, ¿qué resultaría?
—Se producirían vómitos casi inmediatamente y la morfina sería expulsada del cuerpo.
—Por consiguiente, si dos personas comiesen el mismo emparedado o
bebiesen de la misma tetera
, y una de ellas se inyectase en seguida una dosis de apomorfina hipodérmicamente, ¿cuál sería el resultado, suponiendo que el alimento o la bebida compartida contuviese morfina?
—El alimento o la bebida, junto con la morfina, seria vomitado por la persona a quien se le inyectase la apomorfina.
—¿Y esa persona no sufriría otras consecuencias fatales?
—No.
Hubo de repente cierta excitación en la sala y el juez ordenó silencio.
—¿Es usted Amelia Mary Sedley y habita ordinariamente en la calle Charles, número diecisiete, en Boonambra, Auckland?
—Sí.
—¿Conoce usted a cierta mistress Draper?
—La conozco desde hace más de veinte años.
—¿Conoce su nombre de soltera?
—Sí. Estuve en su boda. Se llamaba Mary Riley.
—¿Es natural de Nueva Zelanda?
—No, es oriunda de Inglaterra.
—¿Ha estado usted en la sala desde el comienzo de esta causa?
—Sí.
—¿Ha visto usted a esa Mary Riley... o Draper... en la sala?
—Sí.
—¿Dónde la vio?
—Declarando en este lugar.
—¿Bajo qué nombre?
—Bajo el nombre de Jessie Hopkins.
—¿Y está segura de que esta Jessie Hopkins es la mujer que usted conoce por el nombre de Mary Riley o Draper?
—Sin el menor asomo de duda.
Hubo una ligera conmoción en la sala.
—¿Cuándo vio usted la última vez a Mary Draper... antes de hoy?
—Hace cinco años. Se fue a Inglaterra.
Sir Edwin dijo con una reverencia:
—Su testigo.
Sir Samuel, alzándose con el rostro algo perplejo, empezó:
—Sugiero que usted, mistress Sedley, puede estar equivocada.
—No estoy equivocada.
—Puede haberse confundido con una ligera semejanza.
—Conozco bastante bien a Mary Draper.
—Miss Hopkins es una enfermera con título.
—Mary Draper era enfermera de hospital antes de su matrimonio.
—Usted comprende, ¿no es cierto?, que está acusando de perjuro a un testigo de cargo.
—Yo comprendo lo que estoy diciendo.
—Edward John Marshall, ¿usted habitó algunos años en Auckland, Nueva Zelanda, y ahora reside en la calle Wren, número catorce, Deptford?
—Eso es.
—¿Conoce usted a Mary Draper?
—La he conocido hace años en Nueva Zelanda.
—¿La ha visto usted hoy en esta sala?
—La he visto. Se llamaba Hopkins; pero era, sin duda, mistress Draper.
El juez alzó la cabeza. Habló en voz clara y penetrante:
—Creo que es deseable que la testigo Jessie Hopkins comparezca de nuevo.
Una pausa. Un murmullo.
—Excelencia: Jessie Hopkins salió de la sala hace unos minutos.
—Hércules Poirot.
Hércules Poirot prestó juramento, se retorció el bigote y esperó, con la cabeza inclinada a un lado. Dio su nombre, sus señas y su profesión.
—Monsieur Poirot, ¿reconoce usted este documento?
—Ciertamente.
—¿Cómo llegó a poder de usted?
—Me lo dio la enfermera del distrito, miss Hopkins.
Sir Edwin dijo:
—Con su permiso, excelencia, voy a leer esto en voz alta y luego puede ser entregado al Jurado.
Texto taquigráfico de la disertación de la defensa:
«Señores del Jurado: Ahora son ustedes los que han de decidir si Elinor Carlisle ha de ser absuelta o no de esta causa. Si después de las pruebas expuestas ante ustedes creen que Elinor Carlisle envenenó a Mary Gerrard, tienen el deber ineludible de declararla culpable.
»Pero si los hechos expuestos les convencen de que hay otra persona cuyas probabilidades de haber cometido el asesinato son tan grandes o más que las de la acusada, están obligados a ponerla en libertad inmediatamente.
»Ayer, después del dramático testimonio presentado por monsieur Hércules Poirot, interrogué a otros testigos y pude probar, sin el menor asomo de duda, que Mary Gerrard era hija ilegítima de Laura Welman. Por consiguiente, su señoría podrá informarles de que no era su sobrina, Elinor Carlisle, la llamada a heredar la fortuna de mistress Welman, calculada en doscientas mil libras, sino su pariente más próximo, la difunta Mary Gerrard.
»Mary Gerrard ignoraba este hecho, así como la identidad de la presunta enfermera Hopkins. Piensen ustedes, señores del Jurado, cuál podrá ser la razón por la que Mary Riley o Draper adoptó el nombre de Hopkins y, sobre todo, por qué vino a este país.
»Sabemos perfectamente que, instigada por la enfermera Hopkins, Mary Gerrard hizo testamento, cediendo
todo cuanto poseía
a Mary Riley, hermana de Elisa Riley. No ignoramos que la enfermera Hopkins, por razón de su profesión, estaba facultada para poseer morfina y apomorfina, y conocía perfectamente sus propiedades y efectos. Sabemos la verdad cuando afirmó que se había arañado la muñeca con las espinas del rosal que carecía de ellas.
»¿Por qué mintió si no fue porque quería justificar el pinchazo producido por la aguja hipodérmica?
Recuerden así mismo el testimonio de la acusada, hecho bajo juramento, de que, cuando se reunió con la enfermera Hopkins en la despensa, el rostro de aquélla tenía un color verdoso y una expresión de angustia, completamente explicable sabiendo que se hallaba bajo los efectos de un tóxico violento.
»Quiero subrayar otro punto: Si mistress Welman hubiese vivido veinticuatro horas más, es indudable que habría otorgado testamento y habría dejado un legado de alguna importancia a Mary Gerrard,
pero no toda su fortuna
, pues la difunta señora abrigaba la creencia de que su ilegítima hija sería mucho más feliz en la esfera social en que hasta entonces había vivido.
»No soy yo el que ha de acusar a esa otra persona, pero tengo el deber de advertirles que sus motivos para cometer los dos asesinatos, así como sus probabilidades para hacerlo, eran mayores que los de la acusada.
»He terminado, señores del Jurado.»
Deposición del fiscal, mister Beddinfeld:
«...Si no están firmemente convencidos de las pruebas acumuladas sobre la culpabilidad de la acusada... Si no creen que Elinor Carlisle administró a Mary Gerrard una dosis mortal de morfina en la mañana del veintisiete de julio, deben dictar veredicto de inculpabilidad.
»Este ministerio fiscal ha confirmado que la única persona que tuvo la oportunidad de envenenar a Mary Gerrard fue la acusada. La defensa intenta probar que existieron otras alternativas. Hay la teoría de que Mary Gerrard se haya suicidado; pero la única prueba que sustenta esa hipótesis es el hecho de que Mary Gerrard otorgara testamento poco antes de morir. No hay la menor convicción de que la interfecta fuese lo suficientemente desgraciada o se hallase en un estado de depresión anímica tal que la empujase al suicidio. Se ha sugerido que la morfina pudo ser introducida en los emparedados por cualquier otra persona que hubiese entrado en la despensa cuando Elinor Carlisle se dirigió al pabellón. En este caso, el veneno estaba destinado a Elinor Carlisle, y la muerte de Mary Gerrard se debió a un accidente. La tercera alternativa, la última sugerida por la defensa, es que otra persona tuvo idéntica oportunidad de administrar la morfina y que, en este último caso, el veneno fue introducido en el té y no en los emparedados. En apoyo de esta teoría, la defensa ha presentado al testigo Littledale, quien ha jurado que el fragmento de papel encontrado en la despensa formaba parte de una etiqueta adherida a un tubo que contenía clorhidrato de apomorfina, un emético activísimo. Ya han examinado ustedes los dos modelos de etiquetas. A mi juicio, la Policía ha pecado de negligencia al no identificar con exactitud la etiqueta a que pertenecía el trozo de papel hallado y asegurar que era de una etiqueta adherida a un tubo de morfina.