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Authors: Iñaki Anasagasti
Iñaki Anasagasti ha escrito un libro valiente y necesario, que, si bien incomodará a algunos, sin duda abrirá los ojos a muchos. En las encuestas, la monarquía aparece continuamente como la institución más valorada. Sin embargo, a la hora de analizar este hecho, cabe preguntarse cuáles son los motivos que subyacen a él. ¿Se basa en acontecimientos objetivos o, por el contrario, estamos ante una imagen fabricada a partir de la repetición de una serie de lugares comunes y del sospechoso silencio que rodea todo lo relacionado con la Familia Real? En las páginas de este libro, se pone de manifiesto cómo se puede construir una realidad a base de reiterar unas consignas que acaban adquiriendo categoría de verdad. Y, sin embargo, la defensa a ultranza de una institución, más allá de toda crítica, puede acabar volviéndose en su contra. ¿Qué sucede cuándo alguien se atreve a decir que el emperador está desnudo?
Iñaki Anasagasti
Una monarquía protegida por la censura
ePUB v1.0
Patanete17.01.12
Diseño interior: RAG
Diseño de cubierta: Sergio Ramírez
Director de colección Javier Ortiz
1ª. edición, junio 2009
2ª. edición, junio 2009
3ª. edición, septiembre 2009
4ª. edición, septiembre 2009
© Iñaki Anasagasti, 2009
© Ediciones Akal, S. A., 2009
Madrid - España
Puede que usted piense que estas páginas constituyen un libro biográfico más sobre el rey y su familia. Últimamente ya no sólo se editan tediosas obras laudatorias sobre D. Juan Carlos y su hijo, sino que empiezan a asomar por las librerías títulos como
El Pecado Original de la familia Real Española
de Josep Carles Clemente,
Retrato de un matrimonio
de Jaime Peñafiel,
Juan Carlos I, el último Borbón
de Amadeo Martínez Inglés,
La Corona está que arde
de Fernando Gracia y otros títulos escritos quizás al calor de las polémicas de 2007 y de los cumpleaños del rey y de su hijo. No son muchos, aunque estos libros por otra parte, comienzan a hablar desenfadadamente de los negocios del rey y su familia, de sus amistades peligrosas y de cómo se llevan personalmente unos con otros, cuestiones oportunas pues a fin de cuentas al rey y a su familia les pagamos todos su sueldo y sus caprichos con dinero público.
Por eso quizás una cierta originalidad de este libro consiste en que por primera vez está escrito desde la política y el fallido control parlamentario tratando de apuntar algo que es una evidencia: la actual Monarquía española aparece en todas las encuestas como la institución más valorada porque se sabe muy poco de ella y lo que se sabe está perfectamente diseñado para que usted crea que todo el monte es orégano.
Quizás en los años 1976 y 1977 fue necesario que así lo creyéramos para que el paso de una dictadura a una democracia resultara lo menos traumático posible para la convivencia pero, treinta años después, no creo que se puedan seguir manteniendo las mismas fábulas impropias de una democracia madura. ¿O no es una democracia madura la española?
Parece que no, pues sigue habiendo una especie de conspiración de silencio, en la que participan políticos, personalidades de todo tipo y medios de comunicación social, en torno a la familia real para seguir diariamente manteniendo la convención de que es ésta la única fórmula válida en la actualidad para que España no se rompa o para que no acabemos a garrotazos los unos contra los otros.
Quizás esta política se sigue llevando, bien porque la democracia es frágil y necesita la censura y la autocensura para mantener en pie sus instituciones, bien por una cierta inercia y comodidad porque a quien ose levantar el velo se le acusará de desestabilizador o de buscador fácil de notoriedad, dos puñetazos en medio de la nariz que no todo el mundo está dispuesto a soportar. A fin de de cuentas, se vive mucho mejor sin meterse en demasiados líos. Y aludir críticamente a la Monarquía no es políticamente correcto ni al parecer de buen gusto.
Y sin embargo es preciso ir diciendo que el rey está desnudo, que su legitimidad de origen no es democrática, por más que aparezca en títulos y artículos de una Constitución aprobada democráticamente en 1978; que su vida privada no es nada ejemplar; que sus gastos y sus relaciones con amigos comisionistas son impropios, y que su falta de responsabilidad ante el delito es algo único en una Europa democrática. Y la explicación de por qué digo estas cosas y de por qué un buen día me harté de seguir haciendo el papel de buen chico la encontrará usted en estas páginas.
Un periodista, Luis M. Anson, nada sospechoso de no ser un ejemplar monárquico, aunque no un «juancarlista» furibundo, sino más bien un «juanista» consecuente, dijo no ha mucho que «las cosas han cambiado, y las gentes que rodean al rey tienen que recapacitar. Tienen que programar sus actividades teniendo en cuenta lo que ha pasado en 2007. Si las cosas no se hacen, habrá críticas».
Ignacio Escolar, ex director de
Público
, el día del setenta cumpleaños del rey reflexionaba así:
Estos días, a cuenta de su 70 cumpleaños, la conspiración de silencio se ha quedado sin adjetivos con los que edulcorar aún más las hagiografías reales. Y es cierto que en estos últimos 32 años España ha vivido el mejor periodo de su historia. Pero dentro del binomio «Monarquía democrática» tiene más mérito en nuestro éxito la democracia que la Monarquía, que es irresponsable según la Constitución tanto para lo bueno como para lo malo.
Al rey hay que estarle agradecido por traer sin sangre la democracia a España. Pero para muchos, la Transición es algo tan lejano como la isla de
Perdidos
, algo que sólo existe en la tele, en
Cuéntame cómo pasó
. Y los agradecimientos se ganan, no se heredan. El tabú real sólo se ha roto en la parte inane del cotilleo, la de la prensa del corazón, y sin tocar nunca al rey No hay más libertad de expresión por publicar unas fotos de la princesa en bikini. No hay más transparencia en las cuentas del rey por nombrar a un interventor civil, y no militar, si de todas formas no se cuenta qué se hace con el dinero. Con nuestro dinero. Puede que en España, en el año 2000, existiese una conspiración de silencio en la que participaban todos los medios de comunicación. En el año 2008 que ahora empieza ya no es así.
LA INSTITUCIÓN MÁS VALORADA
Sin embargo, hay gente a la que le gusta que le engañen. A mí no. Y si lo hacen, protesto, y, si soy parlamentario, pregunto. De ahí que uno de los comentarios que más me sacan de quicio sea el que dice que la Monarquía es la institución más valorada de acuerdo a unas encuestas amañadas cuyas preguntas son genéricas y condicionan previamente las respuestas. Es como si a usted le preguntan si quiere ser más guapo o guapa y dice que sí, pero si le preguntan si está de acuerdo con pasar por el quirófano y tener un postoperatorio, seguramente dirá que no quiere complicarse la vida.
Preguntar por el rey sin tener en cuenta sus cacerías, sus dispendios, sus amistades peligrosas y sus negocios con Javier de la Rosa, Mario Conde, Ruiz Mateos, Manuel Prado y demás comisionistas y sin preguntar por sus aventuras extramatrimoniales o sus extrañas desapariciones, ni por sus larguísimas vacaciones, supone seguir reconociendo que la censura y la autocensura son permisibles en un sistema democrático. Bien es verdad que a ello colabora un acrítico gobierno que impide el control parlamentario y unos medios de comunicación que siguen manteniendo el discurso
soufflé
de una institución sin lunares.
Pero lo ocurrido en el 2007 no fue cosa menor. Por espacio de dos meses y a raíz del secuestro de la revista
El Jueves
se abrió la espita; sobre todo a la gente joven le gustó aquello, aunque no la quema de fotografías y efigies del monarca, pero sí que se tocara el tabú. No se entiende el viaje de los reyes nada menos que a Ceuta y a Melilla, ni la reunión en octubre del Consejo de Defensa Nacional, ni la celebración del setenta cumpleaños del rey por todo lo alto, de no haber habido aquel fortísimo cuestionamiento público que se saldó silenciando cualquier opinión crítica.
«Me acaban de legalizar» cuenta la leyenda que comentó el rey cuando se aprobó en la Comisión Constitucional el títul
o
II referido a la Corona. Ahora, treinta años después, sólo falta que comente: «Me tengo que normalizar», y quizás del «juancarlismo» se pase a la Monarquía institucional moderna y controlable, aunque para algunos lo más serio y democrático sería una República surgida del sufragio popular.
LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN
Cuando no se quieren abordar los temas de fondo, siempre hay alguien que saca a pasear la teoría de la conspiración (en tiempos de Franco llamada judeo-masónica) y la pone a circular para explicar lo que pasa. Me refiero con esto al hecho de que, de repente, la Monarquía se pusiera en cuestión y ciertas actitudes reales se hayan empezado a criticar sin cortapisa alguna. Algo sorprendente porque no estaba en el guión.
Unos dicen que detrás de este terremoto está la derecha más extrema, que no admite las carantoñas del rey al socialismo y a los nacionalismos. Otros que son los nacionalismos los que están contra el rey, porque el monarca es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado español y hay que ir a por él.
Creo que las cosas son mucho más sencillas.
Y lo digo por mi experiencia.
Yo me enfrenté con dureza al rey, en la tribuna del Congreso, por su actitud en la guerra de Iraq. La gente no se acuerda de estas cosas, pero mientras la calle ardía y Aznar nos hurtaba el debate parlamentario, revisé la Constitución, y en su artículo 63.3 vi decía que el rey, previa autorización de las Cortes Generales, declaraba la guerra y hacía la paz. Y como lo de Iraq era una guerra, quisimos que nos recibiera. Una palabra suya, un gesto quizás, hubiera parado la locura de Aznar o se lo hubiera puesto más difícil. No lo hizo y sólo recibió a Zapatero. Nunca nos dieron la menor explicación, y aquello para mí fue muy grave. ¿Culpable? El rey y el jefe de la Casa Real, Alberto Aza.
Tras este comportamiento, que me demostró que la Monarquía no era ni muy útil ni muy ejemplar, he tratado de lograr que sus gastos sean controlados, que se sepa dónde está cuando desaparece, que su familia, que no está contemplada como tal en la Constitución, como base de poder, pase al ámbito de lo privado, y que todo ese cortesanismo barato, de genuflexiones y cabezazos, se actualice en saludos respetuosos pero sin servilismo.
En el verano de 2007, tras el secuestro de
El Jueves
por el juez Del Olmo a cuenta de una caricatura, escribí que me parecía más grave que un dibujo el que unos empresarios mallorquines le regalasen al rey el
Bribón 14
y que nadie pudiera fiscalizar estas dádivas, pero debí cometer un grave delito, que fue introducir en el escrito la palabra «vago», no tanto dirigida al rey sino a parte de su entorno. Es lo que en todos los corrillos madrileños se comenta, pero al parecer no se puede decir en público. Y se armó la marimorena.
Como era ele esperar, se cogió el rábano por las hojas y luego vino todo lo demás. Curiosamente, fueron los programas llamados rosas quienes rompieron la veda y abrieron la puerta. No los informativos. Y no dejó de ser este un dato interesante. La Monarquía, al parecer, pierde su estatus funcional y, al pasar al decorativo, puede comenzar a ser presa de la llamada salsa rosa. Motivos más que suficientes viene dando. Últimamente todo esto se ha reconducido en lo mediático con una presión directa de la propia Casa Real.