Su padre lo miró. Negó con la cabeza.
—¿Ya estabas dormido? Si solo son las ocho y media.
De vuelta en el avión. Hägerström echaba de menos a su padre. No habían tenido una relación muy estrecha, ni tampoco se parecían en nada, pero el amor de su padre había sido incondicional, de alguna manera. No se lo dijo nunca. Su padre no hablaba de sentimientos de aquella manera. Pero se notaba en su forma de hablar con sus hijos, de mirarlos, de abrazarlos cuando llevaban tiempo sin verse.
Hägerström pensó en Javier otra vez. Los tatuajes que tenía en la espalda, los brazos morenos, la espalda morena. Su risa. No quería pensar en él ahora, pero no podía dejar de hacerlo.
Tenía la sensación de que lo necesitaba ahora.
El avión aterrizó a la hora prevista. Hägerström se puso a esperar la maleta. No tenía pinta de haber sido manipulada, había colocado un trozo de celo sobre la apertura como mecanismo de control. La pasó por el filtro de la aduana sin problemas.
El tren de alta velocidad llegó quince minutos más tarde. El viaje hasta Schaan-Vaduz era de menos de una hora.
Se quedó dormido en el tren. Los asientos eran muy cómodos.
Cuando llegó a la estación, acudió directamente a las taquillas. Colocó la bolsa con el dinero en la taquilla número 432 y metió cuatro monedas de un euro. Compró una
Vanity Fair
y cogió el tren de vuelta al aeropuerto de Zúrich. Se sentó en una cafetería para esperar la salida de su avión de vuelta. JW lo había reservado durante el día.
El avión de vuelta salió a la hora prevista. Hägerström había entregado mil doscientos billetes marcados con ADN en menos de doce horas. De puerta a puerta.
Estaba cansado cuando llegó a casa. Se sentó delante de la tele. Había un concurso de baile en uno de los canales.
Sonó su teléfono.
Una voz que resoplaba. Primero no sabía quién era.
—Qué pasa, Hägerström. Necesito verte. Tengo unos problemas de la hostia.
—¿Quién es?
—Soy yo, Jorge. Tenemos que quedar ya, ¿vale?
Preguntó qué había pasado. La voz de Jorge estaba medio quebrada.
Hägerström solo pensaba en una cosa. Ahora sí que la operación estaba lista para rematar.
Ahora iban a poder detener a Jorge. Lo cual quería decir que ya no había razones para detener a JW.
Había llegado el momento de recoger lo sembrado.
* * *
De:
Lennart Torsfjäll [lennart.Torsfjä[email protected]]
Para:
Leif Hammarskiöld [[email protected]]
Enviado:
15 de octubre
Asunto:
Operación Ariel Ultra; el Mariposón, etc.
¡N.B.! ELIMINAR ESTE MENSAJE DESPUÉS
DE LEER
Leif,
Gracias por la conversación de ayer. La decisión que discutimos, la de esperar con la detención de Johan,
JW
, Westlund, ha resultado ser muy afortunada.
Mediante la entrega del dinero al Mariposón contamos con sólidas pruebas contra JW. Sin lugar a dudas, el fiscal permitirá registros tanto de la casa de JW como de los locales oficiales y no oficiales de Bladman. El dinero fue entregado por el Mariposón en una taquilla de la estación de ferrocarril de Vaduz, en Liechtenstein. Sin embargo, yo ya había requisado el dinero y en su lugar he puesto billetes falsos. Seguramente tardarán unos días en descubrirlo, ya que se trata de una divisa sueca. Los billetes auténticos ya están a nuestra disposición para repartir según lo acordado.
Mi estimación anterior era que ya podíamos detener a JW y a Jorge Salinas Barrio. Sin embargo, este último ha quedado con el Mariposón esta mañana para pedirle ayuda con una situación que acaba de surgir. La persona sospechosa de haber planificado y coordinado el atraco de Tomteboda, conocido solo como el Finlandés, ha secuestrado a la hermana y al sobrino de Salinas Barrio. Evidentemente, existe algún tipo de desavenencia agresiva entre ambos. Esto me lleva a la conclusión de que debemos esperar algunos días más antes de detener a JW y a Salinas Barrio. Aquí se abre la posibilidad de detener y poner a dispocisión judicial al que se considera el cerebro que estaba detrás del atraco de Tomteboda. Probablemente, el Finlandés también está detrás de un gran número de atracos de transportes de valores ocurridos en los últimos años (ver informe adjunto). Preveo grandes triunfos para la autoridad policial, y sobre todo para ti. ¿Qué opinas al respecto?
Te agradecería que me comunicaras tu respuesta cuanto antes.
Lennart
G
öran había reservado una
chambre separée
en el casino. En serio, Natalie ya no estaba tan segura de que el club de juego de Gabriel Hanna de Västerås fuera tan cutre en comparación. El casino Cosmopol era grande, estatal, supuestamente superlegal; aun así, el casino de Estocolmo parecía de segunda.
Podía haber estado a la última cuando abrió sus puertas hacía siete años. Pero ahora: los espejos habían perdido su brillo, los botones de las máquinas tragaperras estaban desgastados, y el color original de la moqueta era imposible de discernir.
En las paredes: anuncios de la comida de Navidad y la cena de Nochevieja. La mariscada para dos, por setecientas noventa y nueve coronas. El
jackpot
del casino ahora mismo: treinta y dos millones novecientas mil coronas, con una apuesta máxima de treinta y siete coronas y media. Al mismo tiempo, carteles de información: «¿Tienes la sensación de que estás jugando demasiado?; www.spelalagom.se».
[86]
La esencia de la hipocresía estandarizada sueca: engañemos a esos pobres hijos de puta con anuncios de mariscadas y botes enormes para que jueguen y metan dinero en las arcas del Estado, pero a la vez debemos fingir que en realidad lo hacen en contra de nuestra voluntad.
El sitio estaba ocupado por un tercio de viejas pasadas de moda, un tercio de asiáticos y un tercio de tipos en camisas de manga corta. Natalie oía la voz de Lollo en la cabeza: «Claro que puedes hacer bromas y estar alegre, pero no vayas al casino en camisa de manga corta». Estaba contenta de que tuvieran una sala propia.
Estaban sentados en una mesa de juego. Un crupier repartía cartas. Natalie no jugaba.
Ella, Göran y Thomas, junto con otros dos, estaban sentados junto a la mesa.
Uno de ellos: el viejo colega de negocios de Belgrado, Ivan Hasdic. El otro: su guardaespaldas.
Al otro lado de la puerta estaban Adam y Sascha y en la entrada había otro chico más. Hoy habían duplicado las medidas de seguridad.
Ivan Hasdic puso sus cartas sobre la mesa. Doblaba las esquinas de las cartas, miraba sin mover los ojos.
Natalie lo miró. Hasdic: el rey del tabaco, la leyenda del contrabando, el serbio errante. Göran se lo había contado: Radovan comenzó a hacer negocios con Hasdic ya a mediados de los años noventa. Se conocían desde la guerra. Su padre había traído sus primeras treinta mil cajas de cigarrillos en un camión que transportaba varillas de aluminio. Ganaba una corona por cigarrillo de media, después de que los chóferes y los funcionarios de la aduana se hubieran llevado lo suyo. Suponía un dinero decente. La relación se afianzó. Su padre comenzó a recibir camiones con tabaco de manera más sistemática. Al cabo de unos años, Hasdic tuvo problemas con las autoridades en Serbia. Su padre le consiguió un permiso de residencia en Suecia, pudo apartarse de las notificaciones de inducción a asesinato el tiempo suficiente para que la policía abandonara los intentos de procesarle. Hasdic cambió su residencia una y otra vez, vivió en Austria, Inglaterra, Rusia, Rumanía. Enviaba mercancía legal a su padre; este le enviaba televisores de plasma robados a Hasdic. Hasdic organizaba negocios con uno de los chuloputas más importantes de Rumanía; su padre ayudó a Hasdic a comprar caballos de carreras que le aportaron más de dos millones de euros en premios a lo largo de los años. Hasdic le enviaba chicos fiables cuando su padre necesitaba refuerzos; su padre consiguió que el ayuntamiento de Nacka contratara a la gente de Hasdic cuando construyeron una nueva central térmica.
Entonces: Ivan Hasdic quería a Radovan Kranjic como si fuera un hermano.
Hoy: Ivan Hasdic era uno de los hombres más importantes de los bajos fondos de Serbia.
Ahora: Ivan Hasdic había prometido ayudar a Natalie en lo que pudiera.
El serbio de Natalie no era demasiado bueno.
—
Kum
Ivan —dijo—, mil gracias por venir. Quiero darte la bienvenida a Suecia. La última vez que nos vimos corrían tiempos aún peores. No tuvimos tiempo para hablar.
Ivan había estado en el funeral de su padre, pero había cogido el avión de vuelta aquella misma tarde.
Natalie se puso en pie. Se acercó a él y le dio una botella de Johnnie Walker Blue Label.
Iván la besó en las mejillas: derecha, izquierda, derecha.
Le dio las gracias por la botella. Soltó el rollo habitual de qué ojos-más-bonitos-tienes. Le dijo que se parecía muchísimo a su padre. Preguntó por su madre. Natalie evitó las preguntas sobre su madre; su relación se había enfriado totalmente.
Volvieron a sentarse.
Natalie fue al grano. Comenzó a explicar lo que sabía sobre el asesinato de su padre. Lo que había averiguado de Semion Averin, también conocido como John Johansson, también conocido como Volk, el Lobo.
Estuvo hablando más de una hora.
Ivan no levantó la mirada de sus cartas. Continuaba jugando con Göran y Thomas. Continuaba toqueteando sus fichas. Manoseaba la bolsa de tela, que no paraba de llenarse. Pero Natalie veía que la estaba escuchando. A veces asentía con la cabeza levemente. A veces se rascaba la barbilla como para tratar de recordar alguna cosa.
En realidad: ¿qué cosas importantes sabía ella ahora que no sabía hacía un mes? Vale, se había enterado de que el autor del crimen era un asesino a sueldo contratado que tenía un nombre concreto. Sin embargo: no se había acercado ni siquiera a la cuestión central: ¿quién había encomendado la misión a Averin?, ¿quién lo había contratado?, ¿quién estaba detrás del asesinato de su padre?
Tal vez fueran los rusos. Tal vez alguna banda sueca.
Al mismo tiempo, su cuerpo entero gritaba: Stefanovic. La conexión con el Black & White Inn, el planificado asalto al trono de su padre, los ataques a su economía, que coincidieron con el asesinato. Y más cosas: la manera de contestar de Stefanovic en los interrogatorios, y el hecho de que nadie, salvo Stefanovic y posiblemente su madre, pudieran haber sabido que su padre iba a estar en la calle Skeppargatan aquella noche. Cuando Natalie terminó de hablar, Ivan puso las cartas sobre la mesa. Levantó la mirada. La miró a los ojos, pero su mirada estaba ausente, como si estuviera viendo cosas que estaban mucho más allá de la puerta.
Llevaba una camisa que parecía de color gris, pero que seguramente había sido blanca. Sus manos eran gruesas y los nudillos parecían desgastados, como unos viejos guantes de cuero. Su pelo era gris. Era difícil estimar su edad, tenía cicatrices y arrugas por toda la cara. Y la cara de Hasdic era como todo lo demás: gris.
Pero su voz tenía cierto ritmo. Un tono tranquilo, seguro, estable.
—No es bueno, lo que cuentas. No es nada bueno —dijo.
Volvió a coger la baraja. Puso una de sus cartas sobre la mesa. Göran y Thomas tenían pinta de no saber qué hacer. Ivan hizo un gesto con la mano: «Sigamos jugando».
Jugaron otra mano. El crupier repartió cartas nuevas.
—El Lobo puede estar aquí ahora, en Estocolmo —dijo Ivan.
Natalie puso las manos sobre las rodillas. Trató de relajarse.
—Göran me pasó información de primera mano —continuó él—. He hablado con gente en casa y me he enterado de cosas. Lo que puedo decir es que el Lobo Averin es muy peligroso. Aparte de los crímenes que parece que la Interpol le atribuye, ha realizado al menos otros diez atentados parecidos de los que me han informado otras fuentes. Y seguro que mis fuentes no están al tanto de todos, pero son conocidos por todas las autoridades rusas. Tiene una formación de primera, ha ido acumulando experiencia a lo largo de los años y usa diferentes identidades. Dicen que solo trabaja en el segmento
high end
, como se suele decir en inglés, lo cual significa que no se encarga de nada por menos de cincuenta mil euros. En Rusia lo llaman un
superkiller
y, tal como me lo han explicado, solo otros cuatro asesinos a sueldo han recibido este título antes del Lobo.
Se calló por un breve momento, dejó que la seriedad del asunto calase.
—Según mis fuentes, vino a Escandinavia hace unas semanas. Sabemos que recogió armas en Dinamarca y sabemos que estuvo en un piso de putas en Malmoe. Así que, por desgracia, hay bastantes cosas que indican que está en el norte, en este lugar. Y además, existe un gran riesgo de que haya venido para hacerte daño.
Ivan continuó hablando. Explicó más detalles sobre los diferentes atentados de los que le habían informado. Dio detalles de la reputación del Lobo en Europa del Este. Averin era un «autónomo», no pertenecía a ninguna organización. Era contratado por la Avtoriteti —la mafia rusa— y por oligarcas y sindicatos del crimen del centro de Europa cuando necesitaban sus servicios.
—Si fuera un caso normal, os diría: busquemos a su padre y a su madre. Busquemos a sus hermanos y les cortamos el cuello. El problema es que el Lobo Averin no tiene familia conocida, a excepción de su hija. Pero ella ha cambiado de identidad. Su ex mujer y sus padres murieron hace tiempo. De todas maneras, si hubieran estado vivos, le habría dado igual.
Natalie se sentía fría. Estaba mirando sus manos. Temblaban.
—Kum
Hasdic, ¿cuál es tu consejo? —preguntó ella.
Ivan contestó rápidamente.
—Si Stefanovic está detrás de esto, tienes que darle pasaporte cuanto antes. La única manera es dar un golpe duro y rápido. Si el Lobo Averin se entera de que el que le ha encomendado el asesinato ya no puede pagar, dejará de cazarte. Es el único consejo que puedo darte. Y si hay problemas, te prometo que te daré todo el apoyo que pueda ofrecer.
Natalie pensó: «Solo hay un camino a seguir».
El destino de Stefanovic ya estaba sellado.
Solo tenía que averiguar cómo quería hacerlo JW.
Al día siguiente quedó con JW en uno de los hoteles en los que se alojaba. Lo llevó hasta allí el mismo hombre que le había recogido en la puerta del hotel Diplomat. Las mismas vibraciones que emitía Thomas, pero con una sensación de policía incluso más fuerte.