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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (67 page)

BOOK: Una vida de lujo
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—Tranquilícense ahora —dijo Vladimir—. Hablemos. Hemos venido para hacer negocios. Llevamos muchos años colaborando con su padre. Ha sido una colaboración beneficiosa para todas las partes implicadas. Lamento de veras lo que le ha pasado. —Inclinó la cabeza con un gesto reverente. Luego continuó—: Pero la vida sigue. Y los negocios siguen. Nuestros intereses en los países nórdicos aumentan a cada año que pasa. La industria rusa está en expansión. Nuestra facturación de exportación aumenta. Pero en el mundo hay muchos prejuicios contra nosotros. Así que a menudo necesitamos ayuda para poner en marcha una justa relación de negocios.

Continuó explicando durante unos minutos. Habló de Nordic Pipe. Se trataba de facilitar el suministro energético a Europa Central y del Este. Se trataba de evitar las recurrentes riñas con Ucrania sobre la tarifa del gas, riñas que subían el precio de la energía para todos los consumidores. Se trataba de trazar más de tres mil kilómetros de conductos dobles desde Viborg en Rusia hasta Greifswald en Alemania. Se trataba de mil doscientos kilómetros de gaseoducto en el fondo del Báltico, para bombear más de cincuenta billones de metros cúbicos de gas al año.

Los números no le decían gran cosa a Natalie. Pero una cosa estaba clara: estaban hablando de negocios a muy alto nivel.

—También hacemos algo por este país, pero parece que hay poca gente que se da cuenta de ello. Por ejemplo, cuando construimos el conducto, limpiamos la zona de viejas minas. Hemos sacado más de once minas del fondo del mar. Pero nadie nos lo ha agradecido.

Natalie y Stefanovic asentían con sus cabezas al unísono. No habían venido para escuchar una ponencia sobre la política del gas natural.

—Para poder hacer eso necesitamos ayuda —dijo Vladimir—. Ya hemos salvado muchos obstáculos y vamos a tener que salvar muchos más.

El intérprete soltó una lista de palabras suecas. Natalie no estaba segura de que él mismo supiera lo que estaba diciendo. Estudios de expertos, descripciones de impacto en el medio ambiente, instituciones oficiales. La Convención de Espoo, el Gobierno Civil, el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, el Instituto de Investigación de las Fuerzas Armadas, la Dirección General de la Marina Mercante y la Dirección General de Transportes.

Pero una cosa estaba clara: se trataba de un proceso de resolución extremadamente complicada. Había que tocar a muchas personas para que caminasen en la dirección deseada.

Natalie pensó en la gente que había conocido en las últimas semanas. Los traficantes de armas, Gabriel Hanna y la mujer del Black & White Inn. Sus aliados, Göran, Thomas, Ivan Hasdic y los demás. Pensó en las mujeres, Melissa Cherkasova y Martina Kjellsson. Y ahora, los rusos.

Tanta gente involucrada en una red de negocios. Gente que la veía como un líder. Una persona que dirigía. Una persona que mandaba.

Pero ¿quién era ella, en realidad? Nunca había soñado con liderar una gran organización. Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía con qué había soñado. Todo había sido como un papel en blanco; las posibilidades habían sido interminables. Tal vez su verdadera vocación era la de dirigir, después de todo.

Vladimir empezaba a llegar al final de su repaso.

—Nos da igual con quién colaboremos, siempre y cuando todo funcione de manera fluida. Las disputas entre ustedes de los últimos tiempos son un obstáculo a nuestras actividades. La gente se pone nerviosa. Personas importantes no quieren recibir nuestros favores o nuestros regalos. Las decisiones se retrasan, lo cual retrasa Nordic Pipe. Las desavenencias entre ustedes nos están costando mucho dinero, todos los días.

Natalie miró de reojo a Sergei Barsikov. Parecía que había escupido el chicle.

—Tienen que ponerse de acuerdo de alguna manera —dijo Vladimir—. Usted, Kranjic, tiene material que necesitamos, y usted, Stefanovic, también lo tiene.

Lo último llegó como una pequeña sorpresa, eso de que Stefanovic también tenía material. Sin embargo, por otro lado, no resultaba tan extraño; el trabajo de los sobornos y la extorsión se habría realizado en muchos frentes a la vez.

Los rusos y JW se levantaron. La idea era que Natalie y Stefanovic discutieran a puerta cerrada. Su manera de repartir el mercado de Estocolmo no era asunto suyo. Solntsevskaya Bratva dejaba que se pusieran de acuerdo solos.

Según Vladimir, no había otras alternativas; cuando volvieran a la sala de conferencias, dentro de dos horas, ella y Stefanovic tendrían que haberse puesto de acuerdo.

Natalie se quedó en su silla.

Stefanovic estaba frente a ella.

—Vale. Ya has oído lo que quieren. Hablemos —dijo él.

Natalie metió la mano en el bolsillo interior.

El peine estaba bien metido en su funda.

Capítulo 64

A
Jorge el frío le importaba una mierda.

El frío no existía para él. Tenía demasiadas cicatrices en su historial. Demasiados recuerdos dolorosos.

Jorge: había visto de todo. Tipos rajados, amigos con ataques de paranoia por las drogas, tías violadas. Los bajos fondos de Estocolmo: su casa. Su colegio. Su guardería.

Pero ahora: esto era diferente.

Esta noche; él: preparado para morir.

Esta noche: «Vosotros sois yo, yo soy vosotros. Mi sangre nos limpiará a todos de nuestros pecados».

Su madre todavía no sabía nada. Jorge la había llamado; le había dicho que Paola y Jorgito se habían ido de viaje unos días.

Ya había llegado el momento.

Javier y él estaban en un Citroën recién birlado. La E20 rumbo al sur. Camino de Taxinge. Más allá de Södertälje. Una gravera.

El tipo del Finlandés le había informado del lugar una hora antes.

—Trae el dinero, ven solo.

Ayer, JW le había prestado cincuenta mil. En cada fajo había un billete auténtico que tapaba el resto, que era de mentira, papel cortado por el propio Jorge. Con una goma alrededor. El Finlandés nunca se dejaría engañar; pero esa tampoco era su intención, con unos segundos era suficiente.

Javier: no estaba tan serio.

—Pedazo de rescate, tío —dijo—. Aunque me detengan mañana, habrá merecido la pena.

Jorge apenas podía pensar en lo que sucedería más tarde. Ahora, todo giraba en torno al asunto del Finlandés.

—¿Por qué no pudo venir Hägerström? —preguntó Jorge.

Javier estaba golpeando las manos sobre las rodillas.

—Ha dicho que tenía que cuidar a su hijo.

Jorge pensó: había algo raro en Hägerström. ¿Por qué podía participar en el rescate de Javier, pero no en el enfrentamiento con el Finlandés? ¿Por qué no le había dicho nada a Jorge sobre niños, mientras que a Javier le había dicho que tenía que estar con su hijo?

—¿Tiene críos?

Javier asintió con la cabeza.

—Claro que sí. He visto fotos de su hijo en el piso donde vive. Tiene un pedazo de piso de lujo, chaval.

De nuevo: había algo raro en Hägerström. Jorge podía entender por qué no querría participar en esto ahora; un rescate con Kaláshnikov podría ser suficente para un día. Y quizá fuera verdad que el exchapas iba a estar con su hijo. Pero, entonces, ¿por qué nunca había mencionado nada sobre hijos? ¿Y cómo podía vivir en un piso de lujo?

También había otra cosa que no paraba de picarle la curiosidad. Hägerström le había llevado un montón de papeles policiales secretos a Tailandia, que JW había enviado con él. Jorge recordaba cómo había abierto el sobre, sacando las hojas para leerlas.

No había nada extraño en ello, en condiciones normales. Pero, hace unos días, Jorge había quedado con JW para entregarle las seiscientas mil. JW le había devuelto un sobre. Lo abrió y echó un vistazo al contenido. Un folio doblado, se veía el texto, el nombre de un banco.

—Hagamos esto de manera profesional —había dicho JW—. Tú recibirás facturas e información de nosotros. Como puedes ver, incluso doblamos las cartas como se hace en el sector.

—¿Cómo? —preguntó Jorge.

—Siempre hay que doblar las cartas con el texto hacia fuera —respondió JW.

Jorge no se había dado cuenta. Hasta ahora: Hägerström debía de haber abierto el sobre que JW había enviado con él a Tailandia a escondidas, leyendo las hojas y devolviéndolas a su sitio después. Pero no las había doblado como lo hacía JW.

Por otro lado, tampoco eso resultaba demasiado extraño. Si alguien hubiera enviado un sobre secreto con Jorge, él también habría hecho todo lo posible para ver qué había dentro.

Pero ¿la conclusión final?

El exmadero, el exchapas, ¿reconvertido en aprendiz de gánster? No resultaba muy creíble.

Se giró hacia Javier.

—Joder, tío, no me fío de Hägerström.

—Yo sí, el tío me liberó hace doce horas. ¿Necesito más pruebas?

—Pero es un tipo raro.

—Dime alguien que no lo sea.

—Ha sido madero, chapas, apareció de la nada ahí abajo, en Tailandia.

—Relájate. Te estoy diciendo que me ha liberado. Además, no fue a Tailandia solo por ti. También hizo negocios propios.

—¿Qué clase de negocios?

—Compró brillantes y cacharros de esos.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo contó. Recibió un montón de SMS de su hermana que le pedía que comprara esas cosas. «Tráelos a casa» o algo así.

Continuaron conduciendo. La oscuridad de fuera: negra como los pensamientos de Jorge.

Los bajos fondos ya no eran su mundo. Paola, Jorgito, ellos eran su mundo.

Solo quería solucionar el tema del Finlandés, después volvería a Tailandia. A la vida de la cafetería, otra vez.

Aun así: Hägerström desenfocaba sus pensamientos.

Sacó el móvil.

Cuatro tonos. La voz de JW.

—Sí, dime.

—Qué hay, soy yo.

—Oye, que estoy un poco ocupado. ¿Te importa?

—Sí. ¿Qué haces?

—Estoy esperando a que termine una reunión importante. Estoy en un hotel cerca de Arlanda.

—Tu amigo, ese Hägerström. Es un tío raro de cojones.

—¿Por qué? Está conmigo aquí ahora.

—¿Qué has dicho?

—He dicho que está aquí en el hotel conmigo ahora.

Quince minutos más tarde. Pararon el coche.

Javier salió. La conversación entre Jorge y JW había terminado de manera brusca. JW estaba ocupado con otras cosas. A Jorge solo le había dado tiempo a explicar lo de los SMS raros que Javier había visto en Tailandia.

Daba lo mismo. Él tenía que arreglar lo suyo.

JW tendría que arreglar sus historias por su cuenta.

Aunque estaba contento de que no estuviera Hägerström con ellos ahora.

—Tú llevas el Kala —le dijo a Javier—. Sube por ahí. Busca la luz de los faros de este u otros coches. Túmbate en algún sitio donde me puedas ver a mí y al Finlandés ese de los cojones.

Javier no sonrió. Se limitaba a sujetar el fusil automático con manos tensas. Ahora se daba cuenta: esto iba en serio. El propio Jorge se sentía más tieso que tieso.

Volvió a arrancar el coche. El chaleco antibalas le pesaba.

Entró entre las montañas de arena.

A su alrededor: la gravera. Montones de arena, piedras, grava. Todo cubierto de una fina capa de polvo de escarcha. O tal vez fuera una fina capa de nieve. ¿Cuál era la diferencia, en realidad? Sombras pálidas. Pedruscos oscuros. Frente al coche: una máquina de al menos siete metros de altura. Algún tipo de planta trituradora móvil.

Silencio.

Un lugar solitario.

Un lugar protegido de las miradas.

Un buen lugar para el Finlandés.

Jorge apagó los faros del coche.

La oscuridad; su amigo.

Se quedó sentado en el coche. Cogió el móvil. Llamó a Javier.

—¿Has encontrado algún sitio? —susurró.

Se veían luces en el camino de entrada a la gravera. Dos coches.

Jorge encendió los faros del Citroën.

Entraron. El coche de atrás se detuvo en la entrada a la gravera. Taponaba la salida. El coche de delante se acercó. Se paró. Mantenía los faros encendidos.

Sonó el móvil de Jorge.

—Apaga los faros. Sal del coche —dijo una voz.

Jorge abrió la puerta. Salió del coche. Los faros de enfrente le cegaban los ojos.

Entornó los ojos. Oyó el ruido de las puertas del coche que se abrían.

Salieron dos hombres.

Se acercó cinco metros.

Un tipo con chupa de cuero y gorro negro.

Otro tipo con cazadora y gorra.

Estaban a diez metros de él. No se veían bien sus caras por la luz de fondo. Los brazos, junto a las piernas.

—¿Has traído el
cash
? —dijo el tío de la gorra.

—Sí, ya habéis visto mi MMS. ¿Tenéis a mi hermana y al niño?

—Sí, claro, están ahí atrás, en el otro coche.

Silencio. El tío de la gorra levantó uno de los brazos. Se atisbaba la silueta de una pipa.

—Ninguno de vosotros es el Finlandés, eso lo oigo —dijo Jorge.

—Pues no.

—¿Está aquí?

—Eso no te importa.

—Entonces, no hay trato.

El tío de la gorra no dijo nada.

Jorge estaba callado.

Salía vapor de sus bocas.

—Vale —dijo finalmente el tipo de la gorra—. El Finlandés está aquí, él también está en el otro coche.

—Quiero que salga —dijo Jorge.

Capítulo 65

L
a élite de los yugoslavos y la élite de la policía se apretujaban en los sofás del vestíbulo del hotel Radisson Blu Arlandia.

Hägerström estaba con JW en uno de los tresillos. Estaban esperando a que terminara la reunión entre Natalie Kranjic y Stefan Stefanovic Rudjman en una de las salas de conferencias de la primera planta.

Hägerström había visto a otros tres hombres bajar con JW, tenían pinta de ser de Rusia o de Europa del Este. Ellos ya habían desaparecido. Quizá estuvieran fuera. Quizá en alguna habitación del hotel. No sabía quiénes eran.

Pero sí sabía quiénes eran los otros tipos que estaban allí abajo.

En uno de los tresillos estaban los hombres de Stefanovic.

En otro tresillo estaban los hombres de Kranjic. Hägerström los conocía de nombre: Göran y Adam. Después apareció una sorpresa: Thomas Andrén, su viejo amigo y colega de la policía. Hägerström nunca podía haber sospechado que Andrén hubiera podido caer tan bajo.

Cruzaron miradas. Thomas no hizo ni el más mínimo gesto, pero tenía que estar preguntándose qué hacía Hägerström allí.

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