Read Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos Online
Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta
Tags: #Ensayo, #Biografía
El instituto que acababan de poner en marcha «pretendía ser un
think tank
, un lugar de encuentro y reflexión de personas destacadas del mundo académico con representantes del mundo de la empresa y de las administraciones públicas», al frente del cual se situó estratégicamente como presidente su principal activo: Iñaki Urdangarin.
Aquella idea se materializó finalmente el 28 de noviembre de 2004. Apenas veinte días después de que Urdangarin dejase por escrito sus
cuentas de la vieja
para hacer frente a su nuevo nivel de vida y a sus necesidades económicas más urgentes. Diego Torres se reservó el puesto de vicepresidente en el Instituto Nóos y crearon conjuntamente una junta directiva que debían controlar por completo. Por eso cada uno colocó hábilmente a sus peones para manejar el timón de la iniciativa y establecer un equilibrio de fuerzas. La mano derecha del duque de Palma colocó de secretario a su cuñado, Miguel Tejeiro, su asesor fiscal personal, un hombre que regentaba un discreto despacho que tramitaba declaraciones de la renta y del Impuesto de Sociedades en el centro de Barcelona. Compaginaría esta labor con la de impartir clase en IESE (Instituto de Estudios Superiores de la Empresa) y en él se podía confiar toda la tramitación administrativa y el pago de las nóminas de los empleados. Iñaki lo conocía bien, se lo había presentado hacía tiempo Diego y había dejado en sus manos sus propias declaraciones de renta y hasta las de la infanta Cristina. Cualquier duda que les asaltaba se la preguntaban a Miguel, que siempre estaba presto y dispuesto a solucionarlas. Siempre tan educado, tan atento, alejado de la farragosa burocracia de La Zarzuela, que era desde donde tradicionalmente les gestionaban sus cuitas fiscales. Necesitaban a alguien de su máxima confianza para que se hiciera cargo de la información más sensible. Que controlara las cuentas y los ingresos que, presumían, no tardarían en llegar. Consensuaron que él debía ser el elegido. Y así fue.
Como vocal de la junta directiva, para realzar la presencia de la Casa Real en la entidad, situaron a la infanta Cristina. Se trataba de que, de esta manera, ocupase un lugar perfectamente visible en el organigrama y se situara como el segundo gran reclamo de la entidad. Como tesorero y contrapeso a la figura del cuñado de Torres, el duque de Palma y la infanta Cristina se reservaron el nombramiento del secretario personal de las infantas, Carlos García Revenga. Era al fin y al cabo este funcionario de toda la vida quien acompañaba a Cristina y a Elena en cualquier iniciativa en la que participasen, para ayudarlas si surgía algún problema, al mismo tiempo que se convertía en un observador de la Casa Real que debía alertar a La Zarzuela de inmediato si advertía cualquier conducta irregular o improcedente.
Y ya por último los estatutos abordaban la cuestión más peliaguda de todas, la de «la financiación de la nueva entidad». El dúo Urdangarin-Torres dejaba claro que era «una asociación científica sin ánimo de lucro» y que como tal, «depende de la ayuda voluntaria de sus miembros». Por eso, establecían en su carta fundacional que «el instituto está interesado en la colaboración de todos aquellos que puedan hacer contribuciones a este campo de estudio a través de las diversas actividades que se organizan».
Para poner en marcha esta iniciativa, Nóos aseguraba contar con «un equipo de más de veinte profesionales a dedicación completa, aunque su principal activo son los expertos que constituyen su comité científico». Y volvían a la carga con la cuestión económica, agregando que «el instituto se financia a través de aportaciones de empresas e instituciones públicas para la realización de sus actividades, sean estas congresos, investigaciones o proyectos». Y todavía más. Remarcaban, para disipar cualquier sospecha en relación a los intereses que guiarían esta actividad, que «todos los fondos se aplican a los objetivos fundacionales del instituto […]. Y el superávit presupuestario, si lo hubiera, se reinvierte en las propias actividades de la organización». Por lo tanto, sobre el papel no habría beneficios para nadie y nadie podía cuestionar la idoneidad de que una selecta representación de la Casa Real liderase este proyecto altruista y benéfico.
Sería un centro de estudio encaminado a ayudar a las empresas y a las instituciones públicas a mejorar su imagen y sus objetivos. Un cometido que, a priori, no reportaría dinero a ninguno de los responsables, pero que contribuiría a desarrollar una importante labor social, dispararía el prestigio de sus promotores y colmaría las expectativas de ambos.
Pero la parte más importante quedaba todavía por desarrollar. Porque no era ni mucho menos una entidad sin ánimo de lucro lo que perseguían ambos con Nóos, sino más bien todo lo contrario. El mismo documento fechado el 5 de noviembre de 2004 en el que Urdangarin hacía sus particulares cuentas para pagar el palacete de Pedralbes dedicaba un apartado concreto a los «ingresos» con los que tenía previsto hacer frente a la inversión. Con letras mayúsculas y una letra redondeada anotó: «Nóos».
Es decir, que la mayor empresa económica a la que había hecho frente y que tenía previsto sufragar casi en solitario la iba a pagar con el dinero recaudado por el instituto que acababa de poner en marcha y que iba a publicitar como una especie de fundación. O lo que es lo mismo, con cargo a la entidad benéfica, desinteresada y altruista que vería la luz a los pocos días. De tal forma que la aparentemente inofensiva ONG escondía realmente un suculento negocio. Y todo lo descrito anteriormente no era más que una máscara que ocultaba la mayor vía de ingresos que jamás habían soñado.
Faltaba todavía, eso sí, diseñar la operativa para vaciar las arcas de Nóos sin levantar una sola sospecha. Y la clave, una vez más, aparecía reflejada en el referido documento, que se convirtió en una especie de hoja de ruta que seguiría el duque de Palma a pies juntillas para cumplir con sus imperiosas necesidades económicas. Así, a continuación de la leyenda de «Nóos» en el apartado de los ingresos, Urdangarin añadió: «Va a Aizoon».
Tras esta nueva denominación griega y una serie de flechas y ecuaciones se escondía el nombre de una sociedad patrimonial controlada por él y por la infanta Cristina. Aizoon había comenzado a operar el 11 de febrero de 2003 como una promotora inmobiliaria en la que figuraban como accionistas al 50 por ciento el duque de Palma y su mujer. El primero ostentaba además el cargo de presidente de la entidad y la segunda el de secretaria del consejo de administración. De tal manera que el plan preconcebido de antemano por Urdangarin consistía, antes incluso de poner en marcha el Instituto Nóos, en desviar el dinero de la ONG a la empresa que controlaba con su mujer, a la que varió para la ocasión su objeto social. Para tener así, sin necesidad de intermediarios, el dinero rápido y a buen recaudo.
De la promoción inmobiliaria y el arrendamiento de bienes inmuebles Aizoon pasó a dedicarse, sobre el papel, a prestar además «servicios de consultoría y asesoramiento en gestión de empresas centrados en la realización de planes estratégicos, planes comerciales y dirección de proyectos». Casi un calco de los fines que guiaban a Nóos. Para centralizar todas las operaciones y facilitar los trámites administrativos, Urdangarin y la infanta Cristina domiciliaron la empresa en el despacho de Miguel Tejeiro, que se convirtió de la noche a la mañana en el epicentro de un conglomerado de sociedades que nacieron como setas al calor del recién nacido instituto. Vieron la luz con objetos sociales prácticamente idénticos y se ubicaron, una detrás de otra, en el cuarto piso del número 224 de la barcelonesa calle Balmes.
Torres y Urdangarin aprovecharon para refundar una antigua sociedad de nombre impronunciable, Araujuzon, en la nueva Nóos Consultoría Estratégica. Una denominación que les servía para confundirse con la del propio Instituto Nóos y en la que compartían el accionariado al 50 por ciento. Junto a esta nueva sociedad limitada, concebida únicamente para saquear el instituto matriz, y otra vez en el mismo inmueble de la calle Balmes, fueron ubicándose de manera sigilosa al menos media docena más de empresas situadas bajo el control de los nuevos responsables del negocio en ciernes.
Fueron alumbradas con las identificaciones más diversas —Shiriaimasu, Intuit Strategy Innovat, Virtual Strategies— y adoptaron todas ellas la formutollas laa de sesudas consultoras empresariales tras las que, rascando, aparecían siempre los mismos dos personajes. Las denominaciones servían para aparentar lo que no eran y dar el pego. Si se observaba en perspectiva el entramado naciente, alrededor de la estrenada fundación Nóos empezaron a girar como satélites un grupo de empresas que, estas sí, tenían un claro ánimo de lucro.
La consigna, una vez establecida esta aparentemente compleja pero rudimentaria estructura, era emitir facturas desde las sociedades instrumentales a Nóos como si hubieran prestado servicios a la misma. De tal forma que el Instituto Nóos, convertido en una especie de nave nodriza, cobraba de los clientes por sus asesorías y una vez que tenía el dinero en su poder, las empresas que giraban a su alrededor comenzaban a librar recibos millonarios por trabajos que no se realizaban, para vaciarla. De esta manera, recuperaban el dinero de una manera limpia, fácil y sencilla.
En esta constelación societaria gravitaban con fuerza sobre el Instituto Nóos dos empresas por encima del resto: la empresa patrimonial de los duques de Palma, Aizoon, y la que compartían Urdangarin y Torres, Nóos Consultoría Estratégica. Ambas debían ser las que cargasen facturas más cuantiosas al nuevo negocio para concentrar el grueso de los ingresos en los principales responsables. Todo así de simple.
Con este diseño nadie sospecharía nada. Nadie osaría husmear en la contabilidad de una entidad benéfica apadrinada por la Casa Real y solo quedaba poner en marcha la maquinaria cuanto antes y solventar un último fleco: el fiscal. Urdangarin y Torres se concienciaron de que debían apurar al máximo el margen de beneficio y pagar el mínimo posible de impuestos. Y con esa máxima se encontraban con un primer problema a solventar.
Las empresas a las que se desviaría el dinero se iban a encontrar de golpe con ingresos importantes y ni un solo gasto. Por lo tanto, teniendo en cuenta que hay que pagar los impuestos correspondientes a los beneficios, es decir, a mayor beneficio, más impuestos, había que buscar una solución.
Al quite salió otro cuñado de Diego Torres, Marco Tejeiro, farmacéutico de profesión que se había enrolado en el bufete de asesoría fiscal y se había ofrecido a echar una mano en el nuevo proyecto aportando más ilusión que ninguno. Marco, que carece de formación económica, tiene la manía de apuntarlo todo y echó mano de otro folio en blanco. Sobre el papel situó, como si fueran los vértices de una estrella, las diferentes sociedades controladas por Urdangarin y Torres. Y las enlazó con flechas de doble dirección.
Con este esquema describió, siguiendo indicaciones de ambos, que debían cruzarse facturas falsas las unas a las otras para que de esta forma se generaran los ansiados gastos ficticios. Y en uno de los vértices situó, como hizo con el resto, a Aizoon. Así, la empresa patrimonial de los duques de Palma simulaba prestar servicios al resto y el resto fingía haber asesorado a la de Urdangarin y la infanta Cristina. Un fraude habitual en el tráfico mercantil pero excesivamente rudimentario. No obstante, era la fórmula más sencilla para engordar artificialmente en el balance los gastos de todas las entidades. Y, como dejó por escrito en esta misma página el cuñado de Torres boticario, el tinglado tenía un único objetivo: «Rebajar los beneficios». El resultado era que acabarían pagando impuestos solo por lo declarado, que sería finalmente una cantidad simbólica. Lo mínimo imprescindible.
Tras comprobar el diseño sobre la mesa, y con una mezcla de satisfacción y de necesidad de autojustificación, Urdangarin alzó su mirada buscando la de su hermano Torres. Dibujó una pronunciada sonrisa en su rostro y con un tono de voz intencionadamente inocente, espetó, con una voz lánguida que le salió de lo más hondo de su portentosa caja torácica: «Lo que está claro es que tengo que tener derecho a trabajar y a dar de comer a mis hijos. Eso no me lo puede negar nadie. ¿O acaso no tengo razón, Diego?».
Y así empezó todo.
De ganar 150.000 euros por temporada a meterse en el bolsillo 20 kilos en tres años.
La carrera al banquillo comenzó en Alcalá de Henares
«¡Oooooh, es él!». Cuántas veces se habrán escuchado estas tres palabras en los más variopintos lugares de un país todavía llamado España, al ver aparecer a un chico rubio, y no de bote precisamente, guapo, alto, tan alto que roza los dos metros, cachas, muy cachas, bien vestido y que jamás tiene una mala palabra, y visto lo visto cabe apostillar, al más puro estilo García…, «ni una buena acción». En esta ocasión el yerno que toda madre querría para su hija, el amante que toda mujer anhelaría colar en su lecho de amor, el hasta hace un año cuñado ideal, el hasta septiembre de 2011 chico pluscuamperfecto, provocó los «oes» del personal al irrumpir en la Hostería del Estudiante de Alcalá de Henares, una joya entre las joyas arquitectónicas de nuestro país. De repente, Iñaki Urdangarin se mezcló con esa historia de España que él con su conducta ha manchado tal vez para siempre. El parador es un antiguo colegio levantado en el siglo XVI, casi cien años antes de la muerte del paisano por antonomasia de Alcalá, Miguel de Cervantes, y que durante siglos perteneció a la orden de los dominicos. Aquel día de enero de 2004 el pesado invierno madrileño empezaba a asomar por las ventanas de un inmueble que merece mucho la pena visitar. El
maridísimo
tuvo a bien llegarse la Hostería para una reunión con los grandes empresarios de una localidad que acoge una dignísima industria media-alta, pero que carece de
inditexes
,
mangos
,
mercadonas
,
telefónicas, acs’s
o
accionas
. Vamos, que no les sale el dinero por las orejas.
Para variar, no era una cita desinteresada ni desde luego a ciegas. El duque de Palma sabía muy bien por qué estaba en la ciudad que vio nacer al más grande literato de todos los tiempos con permiso, o sin él, de su coetáneo William Shakespeare. Por aquel entonces, 2003-2004, no era el tiburón insaciable de parné que andaba dando palos por todas las administraciones públicas y privadas que aceptaban satisfacer porque sí un nada revolucionario impuesto. Más bien era un «aspirante a».