Read Vacaciones con papá Online
Authors: Dora Heldt
—Acabo de verla llegar. Tengo que hablar con usted, así no podemos trabajar.
—Hola, señor Keller. ¿Qué pasa?
—Nosotros tenemos que entregar unos muebles. Y, naturalmente, meterlos en el local. Ésos son los servicios que ofrecemos. Pero me niego a cambiarlo todo de sitio por tercera vez sólo porque los señores no consiguen ponerse de acuerdo. Ahora de pronto lo quieren todo en forma de U.
Aquello no sonaba bien. Me encendí otro pitillo. El señor Keller se limpió el sudor de la frente. Marleen no entendía nada.
—Pero si hay un plano que dice exactamente dónde va cada cosa. No veo cuál es el problema.
—¿Un plano? —repuso el hombre casi gritando—. ¿Qué plano? El de la gorra tiene una hoja extraña y el resto no para de proponer cosas. Tenemos que estar en el ferry dentro de dos horas. Y, además, no nos devuelven el plástico. Creía que teníamos que llevarnos la basura. Todo esto es demasiado. O lo aclara usted con ellos de una vez o nos vamos ahora mismo.
Aquello me daba mala espina. Nos levantamos las dos para ir a ver el desastre. En ese mismo momento llegó al jardín Anna Berg con las gemelas.
—Hola. ¿Llevo a las niñas allí o se las llevan ustedes?
—¿Adónde hay que llevarlas? —preguntó Marleen sin sospechar nada.
Ahora era Anna Berg la que estaba perpleja.
—Heinz dijo que podían echarle una mano. A mi marido y a mí nos han vuelto a invitar a salir en barco.
No estaría de más que de vez en cuando mi padre hablara las cosas con los demás. Aunque desde luego no fuera su estilo, lo que no podíamos era pagarlo con las niñas. Respiré profundamente.
—Desde luego que pueden echarle una mano, yo las llevo. Que se diviertan.
El señor Keller resopló.
—Más gente echando una mano. Señora De Vries, si ahora encima…
—Venga conmigo, vamos a ver qué pasa.
Marleen lo cogió por el brazo con resolución y echó a andar con él hacia el bar. Yo los seguí despacio, con Emily y Lena a la zaga.
La estampa que se nos ofreció me recordó a un programa de cámara oculta: contra la pared izquierda había unas diez mesas en fila, con sillas encima. A derecha e izquierda de la barra, más sillas, los huecos llenos de plástico. En medio del lugar, mi padre. Las demás mesas y sillas estaban dispuestas en U, con hileras de sillas a un lado. Mi padre parecía un profesor en una aula desierta.
Onno, el primero que nos vio, apagó la radio. Marleen clavó la vista en mi padre y en las mesas en formación. Heinz se volvió hacia ella con una sonrisa radiante.
—Ya has vuelto. ¿Te ha ido bien en el banco? Mira, las mesas y las sillas de la pared sobran. Se las pueden llevar los muchachos, así nos ahorramos dinero. Bien, ¿no?
—¿Se puede saber dónde está el plano de Nils? —La voz de Marleen sonó un tanto tensa.
—Bah, el plano. —Carsten sacudió una hoja que cogió de la barra—. Éste no es un plano como Dios manda. Mi hijo ha dibujado un bar normalito, y era aburrido. Y nosotros queremos algo especial, ¿o no?
Marleen no dijo nada. Mi padre se metió las manos en los bolsillos del pantalón vaquero y, complacido, se balanceó sobre las puntas de los pies.
—Yo creo que esta forma en U es estupenda. La gente se puede ver y los camareros no tienen que andar tanto. Me sorprende que no se le haya ocurrido a Nils. Creía que lo había estudiado. Bueno, merece la pena contar con personal con experiencia. Hombre, pero si ahí están mis chicas preferidas. —Fue hacia las gemelas, que le dedicaron una sonrisa radiante—. Podéis echarme una mano con los manteles.
Marleen seguía sin decir nada. Hubert se acercó a ella.
—¿Qué, Marleen? Te has quedado sin habla, ¿eh? Los muchachos y yo formamos un equipo espléndido.
—Oye, Hubert —Marleen se volvió despacio hacia el novio de su querida tía—, ¿qué te parece si te llevas a tu amigo Heinz y a las gemelas a la playa del oeste y les enseñas a las niñas las gaviotas?
—¿Cómo que las gaviotas? —preguntó él, confundido—. Pero si todavía no hemos acabado.
Me agaché junto a las gemelas y musité:
—Conoce a todas las gaviotas. Y sabe dónde anidan.
Lena se tapó la boca con la mano.
—¿Es el rey de las gaviotas? —susurró con sumo respeto.
Yo asentí y me llevé un dedo a los labios.
—Pero chsss, es un secreto.
Entusiasmada, Emily agarró de la mano a mi padre y tiró de él.
—Heinz, queremos ir a ver las gaviotas con ese señor.
Él las miró con cara de sorpresa.
—Pero ¿no queríais ayudar?
—No, por favor, primero las gaviotas, ¡por favor!
Con ese tono y esos ojos, habrían acabado con cualquier hombre. Mi padre miró a Hubert y señaló a las niñas.
—Hubert, la verdad es que aquí ya hemos terminado. De los detalles puede encargarse el resto. Las señoritas tienen un deseo.
Cuando Lena deslizó su manita en la mano de Hubert no hubo más que hablar.
—Bien. —La voz de Marleen volvía a ser normal—. Pues id a ver las gaviotas y nosotros nos… Ah, Nils, estás aquí. —Lo miró un instante—. No te sulfures, ahora mismo lo arreglamos. En cuanto se hayan marchado Heinz y Hubert.
Carsten pasó una mano por una de las mesas.
—Creo que yo también voy. ¿O me necesitáis aquí? ¿Nils?
Nils estaba pálido y atónito. Marleen contestó por él.
—No, Carsten, ve tranquilamente. Y Kalli, tú también. Onno, a ti aún te necesito.
En cuanto los cuatro hubieron salido con las niñas, Marleen se sentó en un banco junto a Nils.
—Christine, si Heinz no fuera tu padre y Hubert no fuera el novio de Theda, hace un momento habría cometido un doble asesinato. En forma de U. Ahora sí que han perdido el juicio del todo. Menuda ayuda. Y nosotros, a empezar de cero.
El señor Keller se entrometió:
—El peor era el de la gorra.
—Y usted es un chivato. —Al fin y al cabo, el de la gorra era mi padre—. Primero recogeremos los plásticos. La basura se la llevan ustedes. Vamos, a trabajar.
Al cabo de media hora y uniendo fuerzas conseguimos meter todo el embalaje en el camión. El señor Keller, que seguía ofendido, le dio a Marleen el recibo para que lo firmara, se metió la propina en el bolsillo y se fue al puerto con sus compañeros.
Nils los siguió con la mirada.
—Ese dinero nos lo tendrían que dar los señores; ellos y su forma de U. —Sacudió la cabeza—. Vaya una chifladura.
Onno carraspeó.
—A ver, un poco de respeto. A mí me sigue pareciendo una buena idea.
Marleen cogió aire.
—Nils, ¿dónde está el plano?… Gracias. Veamos, Christine y Gesa os encargáis de las mesas de la izquierda; Nils y Dorothea, de las de la derecha; Onno y yo nos pondremos con el fondo. Andando.
Mientras levantaba la primera mesa con Gesa me di cuenta de que había estado una hora sin pensar en Johann. Eso me infundió ánimo.
Llevábamos casi la mitad del bar según las indicaciones del plano de Nils cuando Onno se sentó en una silla y cruzó los brazos.
—No puedo más. Tengo hambre. Son más de las doce y ni siquiera he desayunado. Si no como, me voy a casa.
Daba la impresión de no admitir réplica. Marleen consultó el reloj.
—Está bien, haremos un descanso. Tengo lentejas, estarán calientes dentro de diez minutos. Gesa, ¿te vienes conmigo a poner la mesa?
Onno fue detrás, no quería correr el más mínimo riesgo. En la puerta, se volvió.
—Yo empiezo a comer, vosotros venid cuando queráis.
Nils, Dorothea y yo aún colocamos debidamente tres mesas, luego Nils se estiró y echó un vistazo alrededor.
—Esto es otra cosa. Yo también tengo hambre, ¿os venís?
—En seguida. —Me dejé caer en uno de los sillones que había ante la chimenea abierta—. Necesito descansar cinco minutos.
—Buena idea. —Dorothea se acomodó en el sofá de enfrente—. Ahora vamos.
—Vale. Intentaré que Onno os deje algo. Hasta luego.
Me retrepé un instante y cerré los ojos. Antes de volver a abrirlos, oí una bicicleta que llegaba y luego la correspondiente voz.
—¿Dónde estáis?
—Kalli debe de tener un detector incorporado que lo avisa cuando hay comida. Es increíble.
Dorothea se puso en pie y salió a su encuentro. Kalli ya estaba en la puerta.
—Hola, ¿estáis solas?
—Los otros están en la cocina, hay lentejas.
Kalli sonrió complacido.
—Pensaba que habías ido a ver las gaviotas con mi padre y Hubert.
Me incorporé a duras penas. De tanto mover muebles me dolía todo. Kalli se puso rojo y se rascó el brazo tímidamente.
—Es que surgió un imprevisto… Carsten y yo… Heinz y Hubert han seguido con las niñas, a ver las gaviotas.
—¿Qué imprevisto? Y ¿dónde está Carsten?
—Esto…, es que Gisbert… nos reclutó para las labores de vigilancia, pero Heinz dijo que eso no era para las niñas, así que tuve que empezar yo y ahora Carsten me ha relevado, yo tenía mucha hambre.
Dorothea se rió.
—Y ¿ahora vigila Carsten? Entonces ha sido él el que me ha cogido las gafas de sol. Estaban en la repisa de la ventana y han desaparecido. ¿Por dónde anda?
Kalli se encogió de hombros.
—Ni idea. En mi turno Thiess estuvo todo el tiempo en un sofá de mimbre, leyendo. Un aburrimiento.
—¿Estaba solo? —No pude por menos de preguntar.
—¿Carsten?
—No, Johann Thiess.
—Sí, por eso fue tan aburrido. Tal vez Carsten tenga más suerte. Necesito comer algo ya mismo. —Desapareció con la última palabra. Dorothea y yo vimos que iba a la pensión a buen paso.
Dorothea respiró profundamente.
—Empiezan a darme miedo esas pesquisas. Tienen algo enfermizo. Pobre Thiess. Vaya a donde vaya, siempre con un anciano con gafas de sol pisándole los talones. —No pudo evitar reírse—. Imagínate. Yo en su lugar habría perdido los estribos hace tiempo.
Cuando iba a responder reparé en una mujer que miraba por una de las ventanas de la pensión de puntillas. Me resultaba familiar. Le di un empujón a Dorothea.
—¿Qué hace ésa ahí?
Ella se inclinó.
—Ni idea. Mirar. Un momento, ¿no es ésa…?
Yo también la reconocí ahora: era la mujer que salía en las fotos de Gisbert. La señora mayor rica del Georgshöhe.
—Es ella. —Dorothea ya se había puesto en marcha—. La supuesta víctima. Voy a preguntarle qué tiene que ver con Johann Thiess.
Salió al patio y exclamó:
—¡Hola, espere un momento!
La señora se asustó y miró hacia nosotras. Al ver a Dorothea, dio media vuelta. Dorothea fue tras ella, en la entrada se volvió un instante hacia mí y no vio que en ese momento Gisbert von Meyer doblaba la esquina en la moto.
Se la llevó por delante sin más. El golpe me sacó del pasmo. Me planté allí en unas décimas de segundo. Dorothea estaba sentada de culo, agarrándose la rodilla. Miró iracunda a Gisbert, que salió de debajo de la moto gimoteando y se quitó el casco.
—¡Idiota! ¡Ay! ¿Cómo se puede ser tan torpe? Y ahora se ha ido. Vas a ver lo que es bueno, imbécil, irás a la cárcel por lesiones. Mierda, Christine, cómo me duele la rodilla.
Gisbert se sentó a su lado y le tocó con cuidado la zona despellejada. Ella le dio en la mano.
—No me toques, imbécil. Primero casi me matas y ahora vienes agachando las orejas.
Le acaricié a Dorothea la espalda para tranquilizarla.
—¿Puedes ponerte en pie?
—Claro… ¡Ay!
La levanté y ella intentó andar. Podía, sólo cojeaba un poco. Gisbert seguía sentado. Me dio un poco de pena.
—¿Te has hecho algo?
Él sacudió la cabeza con valentía y se levantó profiriendo un leve gemido.
—No es nada. No hay dolor que valga.
Me temía un comentario semejante.
Miró la moto.
—Pero me temo que tenemos un problema técnico.
Dorothea lo fulminó con la mirada.
—A ver, valiente, si no te hubieran regalado el carnet, esto no habría pasado. A gente como tú no deberían dejarla conducir. Además, ¿qué haces aquí? ¿Observar gaviotas sombrías?
Él se sacudió el polvo del pantalón.
—En realidad, estaba inmerso en el esclarecimiento del caso. Seguía a la víctima para protegerla, pero lo has echado todo a perder. Muchas gracias.
—¿Qué ha pasado? —exclamó Marleen, que salió seguida de Onno y de Kalli.
—¿Estáis todos bien?
Dorothea hizo un gesto de impaciencia.
—Sí, el cerebro de Von Meyer es lo único que ha salido algo malparado, pero no se nota. ¿Tienes una tirita para la rodilla?
Mientras Marleen se ocupaba de Dorothea, Kalli y Onno examinaron los daños de la moto de Gisbert. Kalli cabeceó al ver el manillar.
—Es una Hercules, puede con esto. Y los arañazos los arreglas con un rotulador.
Gisbert pasó la mano por el cuerpo.
—Menudo fastidio.
—Y ¿por qué corres como un loco? —Percibí malicia en la voz de Onno. El escritor insular no terminaba de caerle bien—. Mi hermano pequeño también tenía una Hercules. Cuando tenía dieciséis años. Y yo una moto de verdad, una Suzuki.
Le di en un costado.
—¡Onno! Vamos, íbamos a comer. De todas formas, la señora mayor se ha ido.
—Lo que yo diga. —Gisbert estaba desolado—. Tanto hilar fino para nada.
Nils y Marleen volvieron con Dorothea, que lucía una tirita en la rodilla y, tras fulminar nuevamente a Gisbert, dijo:
—Me voy a comer.
Dorothea echó a andar cojeando exageradamente, y Gisbert permaneció donde estaba, expectante, hasta que Marleen dijo:
—Vamos, vente a comer, sólo ha sido un pequeño susto.
Se sumó al grupo con expresión trágica y nos siguió como pudo, al parecer, al límite de sus fuerzas.
Tras un breve descanso para comer volvimos al bar. Nils y Onno levantaron de inmediato la primera mesa del montón y Gesa y yo cogimos la siguiente. Sólo Kalli se quedó allí como un pasmarote.
—Ponerme yo solo es una estupidez. No me gustaría hacerles ningún arañazo a estas mesas tan caras.
Esperó a Marleen, que metía botellas de agua en cajas, y levantó la cabeza un momento.
—Ahora mismo voy. O, Gisbert, ¿no puedes echarnos una mano?
Él la miró horrorizado.
—Acabo de sufrir un accidente.
A Dorothea estuvo a punto de caérsele lo que tenía en las manos.
—Yo es que no me lo puedo creer. Von Meyer, no me busque las cosquillas.