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Authors: Adriana Trigiani

Tags: #Romántico

Valentine, Valentine (50 page)

BOOK: Valentine, Valentine
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Roman frunce el ceño mientras devuelve la mirada a Gianluca. Sospecha que este es el hombre que besé. Pero se sobrepone a sus suspicacias y dice:

—He traído
panna cotta
[15]
para la abuela, como le gusta cómo la preparo… —Mete las manos en los bolsillos y me mira.

—Ahora que Valentine está aquí, ya puedo preguntarle a Teodora algo que he deseado preguntarle desde el verano. Por favor, venid, entrad todos —anuncia Dominic.

—No hay espacio —dice Tess con alegría desde el marco de la puerta.

—Por favor, apretaos —dice mi madre—. Somos una familia italiana extensa, lo nuestro es la solidaridad —anuncia, como si con eso se disculpara de las reducidas habitaciones de este hospital. El grupo se mueve para acomodar a mis hermanas y a sus esposos.

Dominic sostiene las manos de la abuela, la mira a los ojos y dice:

—¿Quieres casarte conmigo?

La habitación permanece en absoluto silencio excepto por el bip del monitor que controla el pulso de la abuela.

Luego, mi madre dice inesperadamente:

—Dios mío, mamá, ni siquiera sabía que salías con alguien.

—Desde hace diez años. Desde que tu padre murió —dice la abuela con suavidad.

—¿Quieres decir que hubiera podido alegrarme por ti hace diez años y que no me lo has dicho? —aúlla mi madre—. ¡Honestamente, mamá!

—Mike, por el amor de Dios, alégrate por ella ahora —dice mi padre—. Mírala. Su cabeza se ha roto como un coco y no para de sonreír. Es buena señal.

—Dejadle responder —interrumpo. Aguanto la respiración. Un sí de la abuela significa que llega a su fin la vida que adoro. Dominic, las colinas de Arezzo y la isla de Capri se quedarán con ella más rápido de lo que tardo en decir Gianluca. Pero la verdad es que la amo mucho, anhelo su felicidad más que la mía. Cruzo los dedos para que pronuncie el sí.

—Sí, Dominic, me casaré contigo —le dice la abuela. Dominic la besa con ternura.

Al oír la palabra «sí», mi familia, incluyendo a mi madre, quedan congelados, por decirlo de algún modo, como si vieran cómo explota una sartén con buñuelos en el fogón. Depende de mí suavizar la impresión. Después de todo, yo sí lo sabía.

—¡Enhorabuena! —digo. Voy hacia la abuela y la rodeo con mis brazos intentando evitar la intravenosa en su brazo—. Me alegro muchísimo por ti.

Las lágrimas me inundan los ojos, pero en verdad estoy llena de felicidad por mi valiente abuela, que me enseña, incluso en este momento, cómo correr un riesgo, cómo vivir.

Siento que mis hermanos se congregan alrededor de mí.

Jaclyn empieza a llorar y dice:

—¡Yo tampoco sabía que tenías novio! Me gustaría que todos dejaran de protegerme. Puedo manejarlo.

Mi madre dice «postpartum» a Gianluca mientras coge entre sus brazos a Jaclyn. Tess abraza a Alfred mientras mi padre se acerca a Dominic y le aprieta la mano. Dominic se pone de pie y abraza a mi padre.

—¿Abuelo? —dice mi padre a Dominic, luego nos mira y se encoge de hombros—. Saludad todos al… abuelo.

Mis hermanas se ríen. De pronto, todos nos reímos. La familia completa.

Me parece justo afirmar que cuando las cosas se derrumban en mi vida, lo hacen en todos los sentidos. Así es como el destino se asegura de que he aprendido la lección. Solo hay un lugar donde podría ordenar mis pensamientos y discernir lo que significa para todos la nueva vida de la abuela. Aquí, lejos de la refriega, en nuestra terraza.

Me escabullí del hospital y dejé que la abuela celebrase su compromiso con la familia. Roman debía volver al restaurante y lo guié a la salida, pero se sintió honrado de presenciar la proposición de Dominic, incluso me besó en la calle, inspirado por el amor que había visto en la habitación 317.

Observo un atasco en la West Side Highway, hay una retención desordenada de coches en la intersección, luces intermitentes, cláxones, algunos gritos apenas audibles. Pero en vez de desear que el ruido de la ciudad se atenúe, deseo que haya más, para que ahogue los pensamientos en mi cabeza.

La nueva imagen de mi abuela prometida en matrimonio en la cama del hospital ha marcado el fin de una época. Sin olvidar el hecho de que ahora soy la única mujer soltera de mi familia, aunque también me parece que la única sensata, que sabe lo que significa este cambio, en este momento y en el futuro. La verdad es que la abuela se casará y se irá. Mis hermanas criarán a sus familias. Mi madre se asegurará de que mi padre coma tofu con pasta integral porque esto le garantiza que él vivirá y evitará una recaída del cáncer de próstata. Mi hermano, tan pronto como termine el brindis con champaña en honor de la boda de la abuela, pondrá el cartel «En venta» en el número 166 de Perry Street y nos dejará, a mí y a la compañía de zapatos Angelini, sin techo.

El sol se sumerge profundamente en la neblina que flota encima de Nueva Jersey y crea una franja violeta en el horizonte. El viento golpea la puerta de la terraza detrás de mí. No me vuelvo para asegurarme de que solo es el viento, mantengo la mirada sobre el río Hudson, que muestra suaves remolinos y matices púrpuras del color del cristal de carnaval mientras dura la puesta de sol.

—¿Valentina? —dice una voz detrás de mí.

—Si no eres Salvatore Ferragamo con una oferta de trabajo o Carl Icahn con un cheque para salvar esta compañía de zapatos…, vete.

De pronto, un poco más de un 1,80 de auténtico italiano se acerca a mí. Aunque tuviera los ojos cerrados sabría con certeza, por el olor a cedro, limón y cuero, que se trata de Gianluca Vechiarelli. Si fuera mi madre, o una de mis hermanas, me lanzaría a sus brazos. En momentos de desesperación les agrada apoyarse en un hombre, pero a mí no. Cruzo los brazos sobre mi pecho, doy un paso atrás para alejarme de él y dejo espacio suficiente para que pueda admirar el bajo Manhattan desde nuestra terraza.

—Te puedes quedar en la habitación púrpura. Tu padre que se quede en la de la abuela. El cuarto de baño está al final del vestíbulo, pero ya lo sabes, porque has pasado por ahí para llegar a la terraza.

—Gracias, pero nos quedamos en un hotel. The Maritime —dice.

—No hace falta. Vosotros sois familia.

—¿No estás contenta con el compromiso? —me pregunta.

—Por ella, por la abuela, sí, y por Dominic, claro que estoy contenta.


Va bene
.

—¿Y tú? ¿Te va bene a ti también?

Gianluca se encoge de hombros y frunce los labios, su boca es una línea recta. Son sus labios evasivos. Recuerdo esta expresión de la fábrica de seda del Prato, cuando yo sostenía una adorable pero evidentemente inútil selección de satén duquesa.

—Sí, bueno, será mejor que te subas al autobús del amor, Gianluca, puesto que ellos vivirán contigo.

—Lo sé —dice sonriendo.

—Supongo que el amor encuentra víctimas propicias sin importar dónde ni cuándo. Es como todo en la vida, de verdad, incluyendo la enfermedad. Es un juego limpio.

—¿Por qué eres tan…?

—¿Sarcástica? Es una coraza que cubre otra coraza.

—¿Por qué apartas el amor como si lo pudieras encontrar todos los días?

—Creí que hablábamos de mi abuela.

—Habla conmigo. Te doy miedo. No soy con lo que has soñado.

—¿Cómo sabes con qué sueño?

—Es muy sencillo. No tienes tiempo para el cocinero, aunque le amas. O quizá crees que le amas, así que te sientes obligada. La mujer que eres, la mujer apasionada, emerge cuando estás trabajando. Luego, te quedas tranquila. ¿Con los hombres? No. ¿Con el cuero? Muchísimo.

—Te equivocas. Trataría bien al hombre que me tratase bien como mujer y como zapatera, pero los hombres, al menos los que yo conozco, dirían que está bien que una mujer se dedique a su carrera, pero lo que quieren decir es: que no se dedique tanto que no pueda pasar tiempo conmigo. Yo puedo tener mi gran vida, pero debe acomodarse a la gran vida de él, como el pañuelo perfecto en los bolsillos del pecho. Eso conduce al sacrificio (por usar una palabra católica y para ser exactos). Los hombres quieren, necesitan, la rendición absoluta.

Gianluca se ríe y dice:

—¿Sabes lo que necesitan los hombres?

—No te burles de mí.

—Si sabes lo que necesita un hombre, ¿por qué no se lo das y consigues tu propia felicidad?

Miro hacia el río. Y luego, mi momento de transformación personal retrocede como las luces de la cubierta del taxi acuático del río Hudson en su ronda nocturna. Llega la iluminación lenta y certeramente. Primero, en la lejana distancia, luces débiles que titilan sobre las turbias olas; luego, conforme se acerca a la orilla del lado de Manhattan, se convierten en luces dirigidas por un reflector que guía a la barca hacia el puerto con brillante e impecable luz. Con esa clase de luz que no ayuda pero que revela la verdad con todos sus detalles. De pronto me veo a mí misma lisa y llanamente.

—Querido Gianluca… —empiezo. Parece sorprendido de que me dirija a él con cariño—. Roman Falconi necesita una esposa que esté en la caja registradora del Ca' d'Oro, como su madre apoyó a su padre en el restaurante de ambos. Tú necesitas una amiga, una mujer que pueda dejarlo todo e ir a sentarse contigo cerca del lago…, aquel con las grullas.

—El lago Argento.

—Exacto, exacto. Una mujer que pueda sentarse contigo en esta etapa de tu vida y estar ahí. Quieres paz, tranquilidad y naturaleza. Quieres algo fácil.

—Ahora me estás psicoanalizando.

—Gianluca, es la verdad. Escúchame, me siento indiscutiblemente atraída por ti y esa atracción me cogió por sorpresa, pero cuando te conocí tenía novio. Si te soy franca, no eres mi tipo. Eres, no obstante, guapo, tienes unas manos hermosas y, lo más sexy de todo, eres un buen padre. Pero no soy la chica indicada para ti. Ahora mismo, no soy la chica indicada para nadie. De hecho, en este momento prefiero el arte. Prefiero la alegría que proporciona crear algo con el trabajo de mis propias manos.

—No tienes que elegir entre una cosa o la otra. Puedes tener el amor y el trabajo juntos.

—¡Pero no puedo! Lo he intentado. He pasado el último año tratando de estar ahí para Roman. No puedo pasar uno más tratando de estar para ti. Todos terminan decepcionados, tristes e insatisfechos…

—¿Eso es lo que crees? —dice, y niega con la cabeza.

—Eso es lo que sé.

Gianluca mira hacia el río Hudson, como yo he hecho tantas veces. Observa un plano canal gris, mientras yo admiro un río que conecta con el ancho mar, un universo de posibilidades. Puedo decir que a él no le interesa para nada mi río.

Después de un rato dice:

—Tu ciudad… es muy ruidosa.

Se dirige hacia la puerta y oigo cómo se cierra lentamente mientras él baja por las escaleras hacia el interior de la casa. Me doy media vuelta hacia el río, que nunca me ha decepcionado. Es mi constante, mi misa. Me apoyo sobre la barandilla y miro de arriba abajo la West Side Highway, que en el crepúsculo parece un rollo desplegado de seda violeta de la India perforada por diminutos espejos. Amo este río y esta ciudad, son mi hogar. Sí, es ruidosa, pero es mía…, y así es como me gusta.

La mesa del Día de Acción de Gracias de la abuela tiene una bandada de gansos de papel hechos por sus bisnietos en el centro. Enciendo las velas anaranjadas del candelabro debajo de la araña de luces. Gabriel ayuda a mis hermanas a traer los platos de la cocina a la mesa. Le doy un abrazo rápido a Gabriel y le digo:

—Gracias por venir.

—El gusto es mío. Necesitaba una razón para preparar mis arándanos y tu invitación me ha dado la excusa perfecta.

—¿Viene Roman? —pregunta mi madre.

—Manda una tarta de frutas —digo. Siempre me hizo gracia que complaciera así a su novia, la zapatera, la zapatera remendona—. Tenía que trabajar —miento.

En vez de convertir esta fiesta en un análisis de mi separación con Roman, he decidido ser tan ambigua con el tema como lo ha sido mi madre al hablar de su edad todos estos años. Cuando la abuela salió del hospital, Roman y yo acordamos darnos un tiempo, pero entre completar los pedidos de la tienda y cuidar a la abuela, no lo cuidé a él. Decidimos romper.

—Nadie trabaja con más ahínco que Roman —suspira mamá.

Tess me pasa un picador de hielo para llenar las copas en la mesa. Me sigue con los recipientes de salsa.

—¿No piensas decirle a mamá lo de Roman? —me pregunta en voz baja.

—No.

—Ella sentía curiosidad por Gianluca, ya sabes.

—No hay nada que contar.

Evito mirar a Tess, que sabe la historia completa: la luna sobre Capri, los besos, la gruta. En su mente eso es un montón de nada.

—¡Hay mucho que contar! Te enamoraste de Roman y luego la luz te golpeo de nuevo en Italia, con Gianluca. ¡Dos hombres extraordinarios un mismo año! Es un cuento de hadas. Eres la Cenicienta, todo hay que decirlo, con dos príncipes —suelta Tess mientras alinea las servilletas de tela cerca de los platos.

—Ah, sí, excepto cuando me probé los zapatos de muestra, que eran del treinta y nueve y yo calzo el cuarenta y dos.

—Demasiado apretados —dice Tess.

—¡Estoy cansada! Pero seamos realistas, soy una Cenicienta que se hará sus propios zapatos.

La familia se reúne alrededor de la mesa. Mi padre se sienta en la cabecera y la abuela en el otro extremo. Él levanta su copa y dice:

—Primero, demos gracias por la buena salud de nuestra familia y, en especial, por la recuperación de la abuela después de la caída. Y luego, ya que estamos en eso, demos gracias a Dios por la nueva Teodora, el bebé T. —Jaclyn mece su bebé entre los brazos—. Y también, Señor, por las sorpresas que guarda la vida. El compromiso de la abuela me viene a la mente y ¿por qué no? Fue impactante. Gabriel, es bueno verte…

Como sucede con muchas de las oraciones de mi padre, esta tampoco tiene un verdadero final, así que nos miramos y animosamente hacemos la señal de la cruz para poder servir la comida.

—Quiero que todos vean esto —dice Tess, y muestra un ejemplar de la revista
In Style
—. Estoy tan orgullosa de ti. —Tess hace circular una fotografía lustrosa de Anna Christina, la estrella de
Lucia, Lucia
, que lleva un par de zapatos Ángel, con piel de cabritilla color coral y con los adornos del ala del ángel de oro. Le mandé a Debra McGuire un par a California y me pidió cinco pares más, uno de los cuales terminó en los pies de esta estrella cinematográfica emergente.

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