Vampiros (21 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
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Entonces apareció en el arco una linterna que chisporroteaba y, detrás de ella, el propio Ferenczy, un poco agachado para no darse de cabeza contra la piedra angular. Detrás de la linterna, sus ojos eran como ascuas en las sombras de su cara. Mantuvo aquélla en alto y asintió con la cabeza.

Thibor había creído que estaba solo, pero ahora vio que no era así. A la luz amarilla de la lámpara, descubrió que había otros con él. Pero ¿muertos o vivos…? Al menos uno de ellos parecía vivo.

Thibor entrecerró los ojos cuando la luz de la linterna de Ferenczy aumentó e iluminó toda la mazmorra. Otros tres prisioneros estaban allí con él, sí, y muertos o vivos, no era difícil saber quiénes eran. En cuanto a cómo o por qué los había traído aquí el dueño del castillo, era otra cuestión. Desde luego, eran los compañeros valacos de Thibor, y también el viejo Arvos de los
szgany
. De los tres, parecía ser el achaparrado valaco el que había sobrevivido: el que era todo pecho y brazos. Yacía desplomado en el suelo, donde unas losas habían sido apartadas a un lado, dejando al descubierto una superficie negra. Su cuerpo parecía destrozado, pero el pecho abultado subía y bajaba todavía con cierta regularidad, y uno de sus brazos se agitaba un poco.

—El afortunado —dijo el Ferenczy con una voz profunda como un pozo—. O tal vez desgraciado, según como se mire. Estaba vivo cuando mis hijos me llevaron hasta él.

Thibor hizo rechinar sus cadenas.

—¿Estaba? ¡Está vivo, hombre! ¿No ves que se mueve? Mira, ¡respira!

—¡Oh, sí! —El Ferenczy se acercó mas, a su manera callada y sinuosa—. Y circula sangre por sus venas, y el cerebro funciona dentro de su cabeza rota y tiene ideas espantosas; pero yo te digo que no está vivo. Ni está realmente muerto. ¡Es un no-muerto!

Rió entre dientes, como si acabase de contar un chiste verde.

—¿Vivo? ¿No-muerto? ¿Hay alguna diferencia?

Thibor tiró furiosamente de las cadenas. ¡Cómo le gustaría rodear con ellas el cuello del otro y apretar hasta que los ojos se saliesen de las órbitas!

—La diferencia es la inmortalidad. —Su torturador acercó todavía más la cara—. Vivo, era mortal; no-muerto, «vive» para siempre. O hasta que se destruya él mismo o algún accidente le ahorre el trabajo. Ah, ¿qué te parece vivir para siempre, Thibor el Valaco? La vida es muy dulce, ¿eh? Pero ¿creerías que también puede ser aburrida? No, claro que no, pues tú no has conocido el tedio de los siglos. ¿Mujeres? ¡Yo he tenido mujeres
magníficas
!. ¿Y comida? —Su voz era ahora maliciosa—. ¡Oh! Manjares con los que no soñaste jamás. Y sin embargo, desde hace cien años…, no, doscientos, todas esas cosas me aburren.

—¿Estás cansado de la vida? —Thibor rechinó los dientes, hizo un último esfuerzo por arrancar las armellas de las cadenas de la pared de piedra. Fue inútil— Suéltame y pondré fin a tu… aburrimiento.

El Ferenczy soltó una carcajada de podenco ladrador.

—¿Lo harías? Ya lo has hecho, hijo mío, al venir aquí. Pues, mira, he estado esperando a uno como tú. ¿Aburrido? Sí, lo he estado. Y por cierto tú eres el remedio; pero es un remedio que aplicaré a mi manera. Me matarías, ¿eh? ¿Lo crees realmente? Oh, todavía tengo que luchar mucho, pero no contigo. ¿Qué? ¿Luchar contra mi propio hijo? ¡Nunca! No, seguiré adelante y lucharé y mataré como
nadie
lo habrá hecho antes que yo. Y disfrutaré y amaré como veinte hombres, y ninguna me dirá que no. Y haré todo esto en todos los lugares de la tierra, con tales excesos que mi nombre vivirá eternamente, ¡o será borrado para siempre de la historia del hombre! Pues, ¿qué otra cosa podría hacer una criatura como yo, con mis pasiones y condenada a vivir?

—Hablas en clave. —Thibor escupió en el suelo—. Eres un loco, has perdido la razón viviendo solo aquí arriba, sin más compañía que unos lobos. No comprendo por qué te teme el Vlad, si no eres más que un loco que anda suelto. Pero comprendo por qué te quiere muerto. Eres… ¡asqueroso! Un baldón para la humanidad. Monstruoso, con una lengua bífida, insensato: la muerte sería lo mejor para ti, o que te encerraran donde no pudieran verte los hombres naturales.

El Ferenczy retrocedió un poco, casi como si le sorprendiese la vehemencia de Thibor. Colgó la linterna de un soporte y se sentó en un banco de piedra.

—¿Has dicho hombres naturales? ¿Vas a hablarme, a mí, de naturaleza? Ay, hay mucho más que lo que se ve en la naturaleza, hijo mío. Ciertamente lo hay. Y tu crees que yo soy antinatural, ¿eh? Bueno, los wamphyri son raros, desde luego, pero también lo es el diente de sable. Bueno, desde hace… trescientos años no he visto un puma con los colmillos como guadañas. Tal vez ya no existen. Quizá los hombres cazaron el último de ellos. Sí, y es posible que un día los wamphyri dejen de existir. Pero si llega ese día, puedes creer que no será por culpa de Faethor Ferenczy. No, y tampoco será por culpa tuya.

—Más acertijos, vocablos sin sentido, ¡locura!

Thibor escupió estas palabras. Era impotente y lo sabía. Si aquel ser monstruoso lo quería muerto, podía darlo por hecho. Era inútil tratar de razonar con un loco. ¿Acaso tiene el loco razón? Era mejor insultarlo cara a cara, enfurecerlo y terminar de una vez. No sería agradable seguir colgado allí, pudriéndose, y observar cómo se deslizaban los gusanos sobre la carne de unos hombres a quienes había llamado sus camaradas.

—¿Has terminado? —preguntó el Ferenczy, con su voz más profunda—. Será mejor que acabes de despotricar, pues tengo muchas cosas que decirte, mucho que mostrarte, grandes conocimientos e incluso grandes facultades que enseñarte. Estoy harto de este lugar, ya lo sabes, pero necesita un guardián. Cuando salga yo al mundo, alguien tendrá que quedarse aquí para guardar el castillo. Alguien fuerte como yo. Esta es mi casa, y éstas son mis montañas, mis tierras. Puede que un día desee regresar. Cuando lo haga, encontraré aquí a un Ferenczy. Por eso te llamo hijo mío. Ahora mismo te adopto, Thibor de Valaquia. A partir de este momento eres Thibor Ferenczy. Te doy mi nombre y te doy mi emblema: ¡la cabeza del diablo! Oh, ya sé que estos honores son mucho para ti, y sé que todavía no tienes mi fuerza. Pero te los
daré
. Te otorgaré el honor más grande, un magnífico misterio. Y cuando te hayas convertido en wamphyri, entonces…

—¿Tu nombre? —rugió Thibor—. Yo no
quiero
tu nombre. ¡Escupo sobre tu nombre! —Sacudió furiosamente la cabeza—. En cuanto a tu emblema, tengo ya el mío propio.

—¿Sí? —La criatura se levantó y se acercó más—. ¿Y cuál es?

—Un murciélago de la llanura de Valaquia —respondió Thibor—, a horcajadas sobre el dragón cristiano.

El Ferenczy se quedó boquiabierto.

—¡Pero eso es magnífico! ¿Has dicho un murciélago? ¡Excelente! ¿Y montando el dragón de los cristianos? ¡Mejor aún! Y ahora, un tercer emblema: que el propio Shaitan impere sobre los dos.

—No necesito a tu diablo que escupe sangre —bufó Thibor, sacudiendo la cabeza.

El Ferenczy le dirigió una lenta y siniestra sonrisa.

—Oh, pero lo necesitarás, lo necesitarás. —Entonces lanzó una carcajada—. Sí, y yo emplearé tus símbolos. Cuando salga a recorrer el mundo, enarbolaré la bandera con el diablo, el murciélago y el dragón. ¡Ya ves el honor que te hago! De ahora en adelante, tendremos la misma bandera.

Thibor entornó los párpados.

—Faethor Ferenczy, juegas conmigo como un gato con un ratón. ¿Por qué? Me llamas hijo, me ofreces tu nombre, tus sellos, y me tienes aquí encadenado, con un amigo muerto y otro muriéndose a mis pies. Dilo de una vez: estás loco y yo soy tu próxima víctima. ¿No es así?

El otro sacudió la cabeza lobuna.

—Hombre de poca fe —murmuró, casi triste—. Pero ya veremos, ya veremos. Ahora dime: ¿qué sabes de los wamphyri?

—Nada. O muy poco. Una leyenda, un mito. Hombres monstruosos que se ocultan en lugares remotos y asustan a los campesinos y a los niños. En ocasiones, son peligrosos: asesinos, vampiros que chupan sangre por la noche y juran que les da vigor. «Viesczy», para el campesino ruso; «Obour», para el búlgaro; «Vrykoulakas», en tierras de los griegos. Son nombres que algunos dementes se dan ellos mismos. Pero tienen algo común en todas las lenguas: ¡son embusteros y están locos!

—¿Y tú no lo crees? Me has mirado, has visto los lobos que me obedecen, el terror que provoco en los corazones del Vlad y sus sacerdotes; pero tú no lo crees.

—Lo he dicho antes y lo diré de nuevo. —Thibor dio a sus cadenas un último y frustrado tirón—. Los hombres a quienes maté, ¡han seguido estando muertos! No, no lo creo.

El otro miró a su prisionero con ojos encendidos.

—Ésta es la diferencia entre nosotros —dijo—. Pues los hombres a quienes yo mato, no continúan muertos si me digno matarlos de cierta manera. Se convierten en no-muertos…

Se acercó más. Su labio superior se torció a un lado, dejando al descubierto un colmillo afilado, parecido al de un jabalí. Thibor desvió la mirada y evitó el aliento del hombre, que era como veneno. Y de pronto, el valaco se sintió débil, hambriento, sediento. Estaba seguro de que podría dormir una semana entera.

—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —preguntó.

—Cuatro días. —El Ferenczy empezó a pasear arriba y abajo.

—Hace cuatro noches que subiste por el estrecho camino. Tus amigos tuvieron mala suerte, ¿te acuerdas? Yo te alimenté y te di vino, ¡y encontraste que mi vino era un poco fuerte! Entonces, mientras… descansabas, mis criaturas me llevaron a los lugares donde yacían los que se habían caído. El fiel y viejo Arvos estaba muerto. Lo mismo que tu flaco camarada valaco, destrozado por piedras afiladas. Mis hijos los querían para ellos, pero yo pensaba utilizarlos de otra manera e hice que los arrastraran hasta aquí. Éste… —y golpeó al valaco achaparrado con la punta de un bota—… estaba vivo. ¡Había caído sobre Arvos! Estaba lesionado, pero vivo. Pude ver que no duraría hasta la mañana, y yo lo necesitaba, aunque sólo fuese para probar una cosa. Y así, como en el «mito» y la «leyenda», me alimenté de él. Bebí de él y, a cambio, le di algo; bebí un poco de su sangre y le di un poco de la mía. Murió. Han pasado tres días y tres noches, y lo que le di produjo efecto y ha experimentado cierta recuperación. Sus huesos rotos se están soldando, y sus heridas cicatrizan. Pronto se levantará como uno de los wamphyri, para figurar en las escasas filas de La Élite, ¡pero siempre sometido a mí! Es un no-muerto.

El Ferenczy hizo una pausa.

—¡Loco! —lo acusó de nuevo Thibor, pero con un poco menos de convicción.

Pues Ferenczy había hablado de esas pesadillas con mucha
facilidad
, sin ningún visible esfuerzo de simulación. No podía ser posible lo que decía… no, claro que no…, pero ciertamente creía que lo era.

Si el Ferenczy oyó la nueva acusación de locura de labios de Thibor, no le hizo caso o fingió no oírlo.

—Me has llamado «antinatural» —dijo—. Con esto diste a entender que sabes algo de la naturaleza. ¿Estoy en lo cierto? ¿Comprendes la vida, la «naturaleza» de la vida, las cosas que crecen?

—Mis padres eran agricultores —gruñó Thibor—. He visto cosas que crecían.

—¡Bien! Entonces sabes que hay ciertos principios y que, a veces, parecen ilógicos. Ahora deja que te ponga a prueba. Dime: si un hombre tiene un manzano predilecto y teme que el árbol pueda morir, ¿cómo podrá reproducirlo y conservar el sabor de la fruta?

—¿Más acertijos?

—Contesta, por favor.

—De dos maneras, con semillas o con esquejes —dijo Thibor, encogiéndose de hombros—. Entierra una manzana, y se convertirá en un árbol. Pero, para conservar el sabor verdadero, primitivo, toma unos esquejes, plántalos y cuídalos. Es evidente que los esquejes son continuaciones del viejo árbol, ¿no?

—¿Evidente? —El Ferenczy arqueó las cejas—. Para ti, tal vez, pero para mí y para la mayoría de los hombres que no son agricultores, tendría que ser la semilla la que diese el verdadero sabor. Porque, ¿qué es la semilla, sino el huevo del árbol? Sin embargo, tienes razón, desde luego; el esqueje da el verdadero sabor. En cuanto al árbol nacido de la semilla, bueno, procede del polen de árboles distintos del original. Entonces, ¿cómo puede ser igual el fruto? Debería ser «evidente» para un cultivador de árboles.

—¿A qué conduce todo esto?

Thibor estaba más seguro que nunca de la locura del Ferenczy.

—En los wamphyri —dijo el dueño del castillo, mirándolo fijamente—, la «naturaleza» no requiere intervención extraña, un polen ajeno. Incluso el árbol necesita una pareja para reproducirse, pero no los wamphyri. Lo único que necesitamos es… un huésped.

—¿Un huésped?

Thibor frunció el entrecejo y sintió un súbito temblor en las vigorosas piernas: la humedad de las paredes, que producían más calambres en sus miembros.

—Ahora, dime —prosiguió Faethor—, ¿qué sabes de pesca?

—¿Eh? ¿De pesca? Fui hijo de un agricultor y ahora soy un guerrero. ¿Qué
puedo
saber de pesca?

Faethor siguió sin responderle.

—En Bulgaria y en Turquía los pescadores pescaban en el Mar Griego. Durante innumerables años sufrieron una plaga de estrellas de mar, en tales cantidades que arruinaban la pesca y rompían las redes con su enorme peso. Y la política de los pescadores era ésta: mataban y cortaban a pedazos las estrellas de mar que recogían y las arrojaban para alimentar a los peces. Pero los peces no comen estrellas de mar. Y peor aún, de cada
trozo
de estrella, nace otra entera. Y «naturalmente», cada año había más. Entonces un pescador astuto adivinó la verdad, y empezaron a llevar las estrellas a tierra, las quemaron y esparcieron sus cenizas en los olivares. Y he aquí que la plaga se fue extinguiendo, volvieron los peces, y las aceitunas maduraron negras y jugosas.

Un tic nervioso sacudió el hombro de Thibor; consecuencia de estar tanto tiempo encadenado, desde luego.

—Ahora dime una cosa —repuso—. ¿Qué tienen que ver las estrellas de mar contigo y conmigo?

—Contigo, todavía nada. Pero con los wamphyri… Bueno, la «naturaleza» nos ha otorgado el mismo don. ¿Cómo puedes descuartizar a un enemigo, si de cada trozo cortado de él nace un nuevo cuerpo? —Faethor sonrió mostrando los dientes amarillos—. ¿Y cómo puede un simple hombre matar a un vampiro? Ahora verás por qué te aprecio tanto, hijo mío. Pues ¿quién sino un héroe habría subido aquí para destruir lo indestructible?

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