Read Velo de traiciones Online

Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (31 page)

BOOK: Velo de traiciones
2.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Han localizado el carguero del capitán Cohl —continuó Tiin—. El carguero corelliano. Encontraron a diez agentes de aduanas maniatados en la cabina trasera.

Qui-Gon y Obi-Wan intercambiaron una breve mirada.

—¿Cómo sabes que es en el que vino Cohl?

—El navegador de a bordo indica que la nave saltó hasta Eriadu desde el espacio de Karfeddion.

—Cohl debió bajar a la superficie en la nave de los agentes de aduanas —dedujo Qui-Gon.

Tiin asintió cuando se detuvo ante Qui-Gon.

La nave de aduanas ha sido localizada en el espaciopuerto.

—Debemos comprobarlo nosotros mismos —dijo Obi-Wan apresuradamente, para detenerse un momento después y mirar a Tiin—. ¿Por qué realizaron un registro del carguero?

Tiin parecía haberse adelantado a esa pregunta, así como a la mirada de preocupación de Qui-Gon.

—Las autoridades recibieron una llamada anónima.

Capítulo 28

C
ohl agitó los párpados y después los abrió del todo. El rostro de Boiny manchado de sangre permaneció desenfocado en su mirada. Sintió nauseas y calambres. Sabía que su cuerpo debía estar sufriendo mucho, pero apenas era consciente de él. Boiny debía haberle administrado inhibidores del dolor. Cohl saboreó la sangre de su boca y algo más: la dulzona astringencia del bacta.

Los rasgos de Boiny empezaron a definirse y enfocarse. Un disparo láser había trazado un profundo surco en el lado izquierdo del verdoso cráneo del rodiano. La herida brillaba por el bacta recién aplicado, pero Cohl dudaba que la sustancia milagrosa pudiera salvarlo.

Su memoria volvió de pronto. Se sobresaltó e intentó sentarse.

—Espere, capitán —dijo Boiny. Tenía la voz débil y ronca—. Descanse un momento.

Cohl no le hizo caso. Se obligó a incorporarse e inmediatamente cayó boca abajo contra el suelo. Oyó cómo se le rompía la punta de la nariz y sintió cómo un reguero de sangre le bajaba por el bigote y goteaba hasta su labio inferior.

Empezó a arrastrarse por el suelo hasta donde estaba el cuerpo inerte de Rella. Cuando alargó la mano y le rozó el rostro con la yema de los dedos notó que estaba inerte y frío.

Boiny volvía a estar a su lado.

—Está muerda, capitán —dijo angustiado—. Para cuando llegué a ella ya no había nada que hacer.

Cohl se arrastró el último metro hasta llegar a Rella. Le rodeó los hombros con el brazo derecho, apretándola contra sí y llorando en silencio durante un momento.

—Tuviste que volver —dijo en voz queda, entre sollozos. Entonces se volvió y miró a Boiny.

—Debiste dejarme morir.

Boiny esperaba su ira.

—Quizá lo hubiera hecho de haber estado más cerca de la muerte. —Apartó los andrajos de la camisa de Cohl para descubrir el grueso chaleco de pliegueblindaje que había debajo—. El chaleco absorbió la mayor parte de la carga, pero tienes lesiones internas. —Miró a la destrozada pierna izquierda de Cohl y se inclinó para examinarle la frente—. Hice lo que pude con tus otras heridas.

Cohl se llevó la mano a la cabeza. El disparo le había quemado todo el pelo del lado derecho de su cabeza, dejando una herida dan profunda y mellada como la que hendía el cráneo de Boiny.

—¿Dónde encontraste…?

—Un botiquín de emergencia en un pequeño armario junto a la puerta. Los parches de bacta caducaron hace un par de meses, pero aún conservarán potencia suficiente para mantenernos un tiempo enteros.

Cohl se pasó el dorso de la mano bajo la nariz, respirando luego trabajosamente.

—Tu cabeza…

—Fracturada además de chamuscada. Pero me administré una buena cantidad de los mismos inhibidores del dolor que te di a ti. Estuve a punto de tener una sobredosis, pero al menos ahora ya no te veo doble.

Cohl consiguió sentarse. Miró a su alrededor, viendo al hombre que había matado tumbado boca abajo en el suelo, en la postura en que había caído. Aparte de él, el lugar estaba vacío. Volvió a mirar a Boiny.

—¿Por qué no nos remataron?

—No se esperaban que pasara esto. Supongo que Havac se asustó.

Cohl lo pensó un momento.

—No. Los Jedi nos buscan. Quiere que nos encuentren. Pero no es dan idiota como para creer que no diré nada sobre sus intenciones, movido por algún equivocado sentido del honor.

—Apuesto a que contaba con que no traicionarías a Lope y a los demás.

Cohl asintió lentamente.

—Havac me caló bien. Pero lamentará no haberme matado mientras tuvo oportunidad. —Se apoyó sobre la rodilla sana, no sin dificultad—. ¿Hay alguien más en el almacén?

—Sólo los agentes de aduanas maniatados del pasillo. La zona de carga está desierta.

—Ayúdame a levantarme —dijo, alargando un brazo hacia el rodiano.

Hizo una mueca mientras Boiny tiraba de él y lo ponía en pie.

Tambaleándose, posó el pie izquierdo en el suelo y estuvo a punto de caerse.

—Voy a necesitar una muleta.

—Improvisaré algo.

Cohl se balanceó sobre la pierna buena. Pensó que el corazón le reventaría si volvía a mirar a Rella, pero aun así se obligó a bajar la mirada.

—Algunos de nosotros nacemos para ser traicionados —susurró—. Ya no puedo compensarte por esto, Rella. Pero dedicaré todas mis fuerzas a vengarte.

º º º

Apoyándose en la muleta que el rodiano había improvisado a partir de una tubería y un asa de plastiacero envuelta en telas, Cohl siguió a su compañero por el pasillo. Los agentes de aduanas maniatados y vendados apenas fueron conscientes de su presencia cuando pasaron furtivamente ante ellos camino de la entrada del almacén. La inspectora de aduanas cuyo uniforme había usado Rella seguía inconsciente por la inyección de Boiny.

La zona delantera estaba inundada por el sonido de despegues y aterrizajes, pese a estar cerradas las puertas giratorias. Los hovertrineos seguían flotando a un metro del suelo cubierto de aserrín, y todo lo demás seguía estando tal y como lo recordaban.

Boiny estudió el lugar por un momento y después se dirigió al centro de la sala, a dos metros del trineo principal.

—Aquí pusieron una caja.

Cohl examinó las reveladoras marcas en el aserrín.

—Demasiado grande para ser la de un arma.

Miraron a su alrededor y los dos localizaron el holoproyector al mismo tiempo. Estaba en el tren de aterrizaje de uno de los trineos. Boiny lo cogió y lo puso sobre el trineo, encendiéndolo. Cohl se acercó cojeando hasta el aparato mientras éste empezaba a proyectar un ciclo de las imágenes almacenadas en su interior.

—El Palacio de Congresos —dijo, al ver las imágenes en 3D del majestuoso edificio con cúpula y el montículo sobre el que estaba edificado.

Boiny dejó que las imágenes reanudaran el ciclo, deteniendo el aparato cuando mostró una vista alejada del montículo boscoso y de las cuatro anchas avenidas que conducían a él.

—Es lo que se ve desde la imagen anterior de los tejados —dijo Boiny haciendo retroceder las imágenes—. Havac debe planear un atentado a Valorum antes de que éste llegue a la Cumbre.

Cohl se mesó lo que le quedaba de barba, mientras meditaba en ello. Hizo un gesto hacia el holoproyector.

—No se le ha olvidado llevarse esto. Quería que lo encontraran, como quería que nos encontraran a nosotros.

Boiny se agachó bruscamente bajo uno de los trineos.

—Aquí hay algo que seguro que no esperaba que encontrásemos —dijo al levantarse.

—¿Un tornillo bloqueador? —repuso el humano, estrechando los ojos para ver el grueso cilindro metálico que le enseñaba su amigo.

—Pero de una variedad poco común —contestó, llevándoselo a la altura de los ojos—. Es muy semejante a los que disparamos contra los androides de seguridad del
Ganancias
, pero está alterado para un androide mucho más avanzado. Puede que un modelo de combate.

—Havac tiene un androide —dijo Cohl para sí mismo. Registró el suelo con la mirada—. ¿Sería eso lo que iba en la caja? ¿O sólo es un tornillo bloqueador como otros muchos?

—¿El Frente de la Nebulosa empleando androides? Eso no me cuadra —repuso Boiny escéptico. Volvió a examinar el tornillo—. Una cosa es segura, capitán. Este tornillo ha sido sacado de un androide. Puedo ver en él las marcas que le hizo una herramienta al sacarlo.

Cohl cogió el tornillo y cerró la mano a su alrededor.

—Avisé a Havac que alguien del Frente de la Nebulosa había informado al Departamento Judicial de nuestros planes de atacar el
Ganancias
. Imagina que hubiera decidido tomar precauciones extraordinarias para esta operación. Havac dijo que el Frente había atraído a los Jedi hasta Asmeru. Eso podría significar que el atentado de Coruscant contra la vida de Valorum sólo fue un truco pensado para desviar muestra atención de Eriadu.

—Te sigo —dijo Boiny algo inseguro.

—Havac nos deja a nosotros y al holoproyector para que las autoridades nos encuentren… —Sonrió malévolamente—. No estoy muy seguro de cómo planea hacerlo, pero creo que ya sé lo que piensa hacer.

—¿Capitán? —dijo el rodiano confuso.

Cohl se metió el tornillo bloqueador en el bolsillo del pecho y empezó a cojear en dirección al pasillo.

Boiny le siguió, haciendo un gesto en dirección al holoproyector.

—¿No debería borrar la memoria de esa cosa?

Cohl negó con la cabeza.

—Escóndelo para que no lo encuentren a simple vista, tal y como hizo Havac. La única forma de que podamos llegar hasta él es asegurándonos de que todo el mundo sigue su pista.

º º º

Valorum, Sei Taria y el resto de la delegación de Coruscant esperaban la llegada de su caravana de hovervehículos ante la entrada principal de la residencia palaciega del teniente de gobernador Tarkin. Las túnicas elegantes y las capas con brocado volvían a ser la vestimenta de todos, excepto de un personal de seguridad casi tan numeroso como los diplomáticos.

—Confío en que su estancia con nosotros haya sido agradable —le decía Tarkin a Valorum.

—Muy agradable —replicó el Canciller Supremo—. Permítame ofrecerle la misma cortesía si alguna vez visita Coruscant.

—Espero que Coruscant llegue a convertirse algún día en un segundo hogar para mí —repuso Tarkin sonriendo sin enseñar los dientes—. De hecho, espero que acabe siéndolo todo el Núcleo, de Coruscant a Alderaan.

—Estoy seguro de que será así.

El capitán del destacamento de guardias del Senado se acerco con una lámina reciclable en la mano. De su hombro colgaba la más avanzada de las armas láser, en lugar del acostumbrado rifle ceremonial.

—Ya tenemos la ruta del hoverdesfile, Canciller Supremo.

—¿Puedo echarle un vistazo? —preguntó Tarkin.

El guardia miró a Valorum solicitando su permiso.

—Deje que la vea.

—Algo tortuoso, quizá innecesariamente —repuso Tarkin examinando la lámina reciclable—. Pero no habrá problemas para llegar a la Cumbre en la hora prevista. —Miró hacia el largo paseo que conducía a la mansión—. El gobernador llegará en cualquier momento. Saldremos entonces.

Tarkin iba a añadir algo más cuando un deslizador apareció a lo lejos, dirigiéndose hacia donde se hallaban Valorum y él.

—¿Qué sucede ahora? —preguntó Tarkin cuando el vehículo biplaza llegó a la casa y se detuvo.

Adi Gallia y Saesee Tiin bajaron del vehículo flotante y se dirigieron al Canciller Supremo.

—Señor, hay problemas —dijo Tiin—. Se nos ha confirmado que unos asesinos contratados por el Frente de la Nebulosa han conseguido franquear las medidas de seguridad de Eriadu. Qui-Gon Jinn y otros Jedi están ya camino del espaciopuerto, con la esperanza de poder interceptarlos.

—El peligro ya no es una conjetura, Canciller Supremo —añadió Adi con urgencia.

La frente de Valorum se arrugó por la preocupación.

—Que los encuentren —dijo al fin—. No consentiré que se interrumpa la Cumbre.

Los dos Jedi asintieron.

—¿Consentirá ahora en que le escoltemos? —pregunto Tiin.

—No —dijo Valorum en tono neutro—. Hay que mantener las apariencias.

Adi le miró con dureza.

—¿Aceptará al menos conectar el campo de fuerza de su vehículo?

—Insisto en ello —intervino Tarkin—. Eriadu tiene la obligación de asegurarse de que no le sucede daño alguno.

Valorum asintió, con algo de reticencia.

—Sólo hasta que lleguemos al Palacio de Congresos.

El rostro de Tarkin estaba enrojecido por una súbita ira cuando se volvió hacia los guardias de seguridad de Eriadu que tenía detrás.

—Encargaos de despejar las calles. Arrestad a todo el que dé motivos de sospecha. No os preocupéis por la legalidad. Dad todos los pasos que sean necesarios.

Los agentes de seguridad de Eriadu ya estaban en el edificio de aduanas para cuando llegaron Qui-Gon, Obi-Wan, Vergere y Ki-Adi-Mundi.

Un agente humano apuntaba con un escáner a varios hovertrineos aparcados en el interior, llevando todavía una docena de altos y estrechos cilindros de carga, cuyas escotillas abiertas revelaban estar vacíos. En otra parte del gran edificio interrogaban a un grupo de furiosos agentes de aduanas.

El humano uniformado que dirigía el destacamento de seguridad apareció por un pasillo poco iluminado. Tras él iban dos bípedos insectoides, de verdes escamas y caparazón quitinoso, con grandes ojos negros, cortos morros y bocas sin dientes.

Qui-Gon notó la sorpresa de su padawan.

—Son verpines. En el pecho tienen órganos que les permiten comunicarse mediante ondas de radio. Pero también pueden hablar y entender el básico con la ayuda de aparatos traductores. Sus agudos sentidos los hacen ideales para trabajos concienzudos.

—Verpines —dijo Obi-Wan, meneando la cabeza maravillado.

Al ver a los cuatro Jedi, el comandante se acercó a ellos, mientras la pareja de alienígenas se concentraba en estudiar el aserrín del suelo.

Qui-Gon se presentó, así como a sus compañeros.

—Tenemos dos humanos en el cuarto de atrás —dijo el comandante, tras dedicar a Vergere la misma mirada que Obi-Wan había dedicado a los rastreadores verpines—. Un macho y una hembra, los dos muertos por disparos láser realizados a corta distancia, pero de armas diferentes. El examen de carbono del suelo y las paredes indica un fuerte tiroteo. Las manchas de sangre indican que al menos uno de los combatientes que escaparon era un rodiano. Del botiquín médico faltan parches de bacta, sintocarne y quién sabe qué más. Estamos esperando los resultados del análisis de huellas de dedos y palmas.

BOOK: Velo de traiciones
2.02Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Closing Time by Joe Queenan
The Anatomy of Violence by Adrian Raine
To Refuse a Rake by Kristin Vayden
A Sister's Test by Wanda E. Brunstetter
The Rain Began to Fall by A. K. Hartline
His Plus One by Gemissant, Winter
The Blood-Tainted Winter by T. L. Greylock
Her Perfect Man by Raines, Nona