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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (32 page)

BOOK: Velo de traiciones
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—El compañero del capitán Cohl es rodiano —dijo Qui-Gon.

El comandante tomó nota de ello en su datapad, señalando luego al grupo de agentes de aduanas.

—Fueron cogidos por sorpresa por un mínimo de ocho atacantes fuertemente armados, la mayoría humanos, pero habiendo entre ellos un mínimo de cuatro niktos y una pareja de bith. Tras el ataque por sorpresa, los dejaron en el pasillo para que no pudieran proporcionar mucha información adicional. Pero la mujer de ahí es la inspectora al cargo de la nave de aduanas que secuestraron los terroristas. Ha identificado a la mujer muerta como la capitana del carguero Nucleolliano que abordó. Sigue algo atontada por la inyección aturdidora que le administraron, pero dice que también vio un rodiano, y que cree recordar un gotal y una pareja de humanos machos. Todos ellos parecen haber dejado el almacén por una puerta trasera que da a la carretera de servicio del espaciopuerto. Estamos suponiendo que han usado deslizadores.

El comandante caminó hacia el centro del almacén y gesticuló hacia su alrededor.

—Todo lo que hay aquí está tal y como lo encontramos, exceptuando esa máquina que descubrimos bajo uno de los trineos.

Los Jedi siguieron la indicación del dedo hasta un holoproyector portátil situado sobre una caja de mercancías.

—Cohl será muchas cosas, pero no descuidado —dijo Qui-Gon.

—También lo hemos considerado como algo deliberado. Pero hasta los mejores profesionales cometen errores.

El comandante se dirigió hacia el holoproyector. Estaba a punto de activarlo cuando le interrumpió uno de sus ayudantes.

—Comandante, los verpines dicen que hay huellas de una docena de hombres, varios de los cuales llegaron en esos cilindros de carga. En algún momento, la mayoría de ellos se reunió allí, alrededor de lo que parece ser una caja, quizá para observar las imágenes contenidas en el holoproyector. Entre ellos se encontraba un gotal que también llegó en uno de los cilindros. Se ha encontrado vello en grandes cantidades tanto en el penúltimo cilindro como en esa parte del suelo.

—¿Una pelea? —preguntó el comandante.

—Podría ser, señor. Los gotal tienen tendencia a mudar cuando se asustan o se les pilla por sorpresa.

—¿Qué habría podido asustarlo?

—No sé decirle, señor.

—¿Alguna cosa más? —repuso el comandante, alzando la mirada de su datapad.

—Las huellas que bajan por el pasillo y vuelven aquí. Un grupo de ellas es de un rodiano. La sangre del cuarto de atrás explica que el rodiano caminara tambaleándose cuando volvió aquí. El que le acompañaba tampoco estaba en muy buena forma, a juzgar por el hecho de que se apoyaba en una muleta improvisada con un trozo de tubería. Por todo el lugar hay huellas de los dos cojeando. El rodiano cogió algo de debajo de uno de los hovertrineos, pero no sabemos lo que pudo ser. Puede que fuera el holoproyector. Todo apunta a que la pareja salió por la puerta de atrás, como los demás, pero que iban a pie, al menos hasta llegar a las cabinas de publitransporte de la esquina.

El comandante acabó de tomar notas y miró a Qui-Gon.

—¿Le dice algo todo esto?

—El capitán Cohl, el rodiano y la mujer debieron ser traicionados en el cuarto de atrás.

—¿Traicionados? ¿Por Havac?

Qui-Gon asintió.

—¿Havac los dio por muertos a los tres?

—No. Esperaría que encontrásemos vivos a Cohl y al rodiano.

—¿Por qué iba a arriesgarse a hacer eso? —preguntó el comandante.

—Porque quiere desviarnos de la verdadera pista —respondió el Jedi mirándole.

El comandante se rascó la cabeza pensativo. Obi-Wan llevó el holoproyector hasta ellos.

—Veamos lo que encontramos aquí.

Capítulo 29

L
ope miró por la pequeña puerta que llevaba a la azotea del piso franco del Frente de la Nebulosa en la parte sur de la ciudad. Una nave del servicio de seguridad hizo una pequeña pasada desde el sur, continuando en dirección al Palacio de Congresos.

—Son puntuales —le dijo a los cinco terroristas, humanos y alienígenas, que se agazapaban tras éI en las escaleras—. Tenemos diez minutos.

El gotal se apretó para pasar junto a él y salió al tejado, sus cuernos anillados se agitaban mientras buscaban en el neblinoso aire algo fuera de lo corriente.

Cuando estaba a cinco metros de distancia, el gotal le hizo a Lope una señal de que todo estaba despejado y desapareció tras el primero de los muchos tejados con cúpulas que tendrían que cruzar antes de obtener una visión clara del Palacio de Congresos.

Lope y los demás salieron al exterior, rodeando la misma cúpula que ahora ocultaba al gotal. Lope llevaba una cuchilla vibratoria en una funda de la cadera y un lanzacohetes en la muñeca. Los demás llevaban tanto armas de corto alcance como pistolas.

Al otro lado de la primera cúpula se veía un paisaje de tejados interconectados que asemejaba un terreno de colinas esféricas y laderas verticales entre estrechos barrancos y ríos. Torres octogonales, esbeltos minaretes y grupos de antenas se alzaban sobre las cúpulas como si fueran árboles aislados. Las diferentes cúpulas recordaban las asas de gigantescas cacerolas. Había edificios que culminaban en anchas bóvedas cilíndricas y en techos inclinados cubiertos de azulejos o tejas. En los pocos pisos que superaban la altura a la que estaban se veían casitas de pequeñas ventanas.

Con el gotal en vanguardia, empezaron a moverse con paso firme, recorriendo estrechos meandros, evitando cornisas inseguras y saltando a tejados adyacentes. Sus trajes miméticos les permitían confundirse con las tejas grises de los tejados, los ladrillos rojizos y las cúpulas manchadas por la lluvia ácida.

Escalaron un tejado muy alto y se dejaron caer en un hueco formado por un cuarteto de cúpulas contiguas. Después rodearon un enorme domo y se encontraron ante su primera visión sin estorbos del Palacio de Congresos. Al este del edificio había una cordillera de montañas envuelta en una bruma de partículas de plomo. Al norte un ancho río desembocaba en una esbelta cala marina.

Una azotea alargada llegaba hasta la última cúpula, bajo la cual se unían dos calles para convertirse en una ancha avenida que desembocaba en el monte del Palacio de Congresos.

Estaban a media azotea cuando de la calle les llegaron sonidos de una conmoción. Superando su miedo a las alturas, Lope se arrastró hasta el borde y miró hacia abajo por encima del muro de contención. Las tropas de seguridad estaban desviando el tráfico terrestre y dispersando a los transeúntes que se habían congregado allí para echar un vistazo a los dignatarios que pudieran pasar.

En un edificio al otro lado de la calle, la gente corría las cortinas o cerraba las persianas de las ventadas. Deslizadores que se movían lentamente emitan un mensaje en una docena de lenguajes amenazando con graves consecuencias a todo el que fuera sorprendido en los tejados o paseando en las zonas restringidas que rodeaban el Palacio de Congresos.

Lope vio que un hoverdesfile se acercaba desde el sur e hizo señas a uno de los hombres para que se uniera a él. El convoy de diez vehículos movidos con repulsores estaba siendo escoltado por el mismo número de motojet, conducidas por policías con cascos.

El hombre de Havac enfocó los electrobinoculares en el quinto vehículo de la fila.

—Valorum —profirió en voz baja—. Le acompañan el gobernador y el teniente de gobernador de Eriadu.

Lope le pidió los electrobinoculares.

—Tu jefe debió atender a razones y dejar que matáramos aquí a Valorum —repuso, dando un golpecito al lanzacohetes que llevaba en la muñeca derecha—. Un disparo con esto y habríamos terminado el trabajo.

El hombre de Havac recuperó los electrobinoculares.

—En este momento, Havac también es tu jefe. Además, Valorum está protegido por un campo de fuerza. Ahora usa el comunicador para informar al equipo del Palacio de Congresos que el objetivo entrará por la puerta sur.

Lope se arrastró hasta donde le esperaban los demás y sacó un pequeño comunicador de un bolsillo.

—Valorum está justo debajo de nosotros —explicó.

Activó el comunicador y tecleó el número que le había dado Havac, pero la única recompensa a sus esfuerzos fue una descarga de estática.

—Tendrías que llamar desde esas antenas —sugirió el gotal—. Prueba desde lo alto de la gran cúpula.

Lope asintió. Corrió agachado hasta la base de la cúpula e inició el ascenso. Estaba a punto de llegar a la adornada cima cuando oyó ruido de motores detrás de él. Miró por encima del hombro para ver cómo un trío de aerodeslizadores se dirigían rápidamente hacia él desde el Palacio de Congresos.

Se dejó resbalar por la cúpula y corrió para volver con los demás.

—Una hoverpatrulla se dirige hacia aquí.

La mujer contratada por Cohl miró el temporizador de su muñeca.

—Es demasiado pronto para la siguiente pasada.

Todo el mundo se agachó mientras los achatados vehículos pasaban por encima de ellos. Pero el trío de vehículos sólo recorrió una distancia muy corta antes de volver para una segunda pasada.

—Nos han localizado —dijo el gotal.

—Eso tiene remedió —repuso Lope armando el lanzacohetes.

Alzó el antebrazo derecho y fijó la mirilla en el vehículo que iba delante.

º º º

Toda la ciudad de Eriadu parecía igual desde el asiento para pasajeros del aerodeslizador. O, al menos, ésa era la opinión de Obi-Wan tras llevar una hora registrando la ciudad desde las alturas, buscando el tejado cuya imagen estaba en el holoproyector de Havac.

La ciudad estaba dividida en dos por un río fangoso y de lenta corriente, y era una confusión de cúpulas, patios interiores y precarias torres separadas por callejas estrechas y unas pocas avenidas amplias. Los habitáculos estaban construidos al azar unos encina de otros, brotándoles un anexo aquí y un piso adicional allí, extendiéndose desde la bahía hasta la barricada de montañas situada a espaldas de la ciudad.

No era de extrañar que ninguno de los oficiales de seguridad hubiera sido capaz de identificar la extensión de tejados del holoproyector. Cuando un vistazo rápido a los mapas en 2D disponibles sólo consiguió complicar las cosas, se optó por trasladar copias de la imagen a los ordenadores de tres aerodeslizadores, con la esperanza de que una serie de vuelos sobre la ciudad pudiera permitir a los ordenadores relacionar la imagen con la de un tejado real. Pero todos los vuelos al norte y al este del Palacio de Congresos no habían proporcionado ninguna coincidencia válida.

Qui-Gon seguía creyendo que Havac había dejado el holoproyector para que fuera encontrado, pero no estaba dispuesto a correr el riesgo de que se lo olvidase en un verdadero descuido.

En ese momento, los tres aerodeslizadores estaban a dos kilómetros al sur del Palacio de Congresos. Qui-Gon y Obi-Wan eran pasajeros en el vehículo que iba en cabeza, seguidos por Ki-Adi-Mundi y Vergere en el segundo y dos judiciales en el tercero, mientras miraba a estribor de su vehículo. Qui-Gon creyó ver movimiento en uno de los tejados, pero cuando intentó protegerse los ojos con el borde de la mano y volver a mirar, lo único que distinguió fue lo que parecía ser la neblina del calor en la base de la esbelta torre de ladrilló.

Buscó con la Fuerza.

En ese instante, el ordenador verificador del terreno del aerodeslizador empezó a pitar repetidamente indicando que había encontrado un equivalente a la imagen. La pantalla del ordenador mostró la imagen almacenada sobreimpuesta al tejado que tenían justo debajo de ellos. Qui-Gon pivotó en su asiento y vio que Ki-Adi-Mundi le hacía una señal con la que le indicaba que el ordenador del segundo aerodeslizador también había encontrado la equivalencia.

El agente de seguridad de Eriadu que manejaba los controles hizo dar media vuelta a la nave, dirigiéndose a la extensión de tejados cuando el indicador de peligró del vehículo añadió de pronto su voz al constante pitido del verificador de terreno.

—¡Nos atacan con misiles! —dijo el piloto asombrado.

Obi-Wan se asomó por el costado de la nave y señaló hacia abajo.

—¡Allí, Maestro!

Qui-Gon vio enseguida el pequeño cohete y se dio cuenta de que lo habían lanzado desde la base de la torre, justo donde antes había detectado movimiento.

El piloto lanzó el aerodeslizador en una brusca barrena, dispuesto a realizar otra maniobra si no conseguían perder el misil, pero éste no se desvió de su rumbo original. Falló por poco la trasera del vehículo y explotó sobre ellos, lanzando una lluvia de metralla sobre el aerodeslizador, que se recuperó enseguida para dirigirse al origen del disparó.

—Hay movimiento abajo —dijo el piloto, mirando a los monitores—. Cuento seis figuras.

Obi-Wan se incorporó en el asiento.

—Yo no veo a nadie.

—Llevan trajes miméticos —dijo su Maestro. Se dirigió al piloto—. Busque un lugar donde desembarcar.

Otro cohete surcó el cielo, detonando entre el segundo y el tercer aerodeslizadores.

—Los objetivos se dirigen al sur —dijo el piloto.

Qui-Gon dejó que sus ojos vagaran por las cúpulas y azoteas. Tres humanos aparecieron por un momento a la vista en una estrecha hendidura entre dos cúpulas, sólo para volver a desaparecer contra un fondo de tejas.

El piloto hizo descender la nave por una bóveda, y los disparos no tardaron en silbar juntó al fuselaje, rebotando erráticamente contra las curvadas paredes de la bóveda. Los dos Jedi encendieron los sables láser y saltaron por la borda. Tocaron las paredes de la bóveda y dieron una voltereta en el aire para llegar a la superficie plana de abajo. A corta distancia de ellos, Ki-Adi-Mundi, Vergere y los dos judiciales corrían por las azoteas.

Qui-Gon y Obi-Wan saltaron como un borrón de movimiento hacia el extremo de la azotea situada entre varias cúpulas y corrieron por una estrecha cornisa sin un solo titubeo. Codo con codo, con los disparos láser silbando entre ellos, saltaron sobre un patio interior y continuaron la persecución sin perder el paso.

Los terroristas se retiraban más y más en la sinuosa topografía. Qui-Gon se concentró en seguir a dos figuras fugazmente visibles, situándose delante de ellas de un salto. Esperó con el sable láser levantado a que su camino los llevara hasta él.

Su hoja verde siseó y zumbó al cortar el aire, desviando una docena de disparos láser, además de una pistola que le arrojaron. Al percibir la dirección en la que la pareja huía de él, Qui-Gon los derribó con un embate de la Fuerza. Los dos judiciales llegaron justo a tiempo de noquear a los terroristas antes de que sus trajes miméticos tuvieran oportunidad de realimentarse.

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