Un grupo de Jedi y algunos judiciales corrían hacia su tribuna.
Cohl se volvió hacia Havac con ojos llameantes.
—¡Va a por la Federación de Comercio!
Havac no pudo contener una sonrisa triunfal.
—Sólo era cuestión de obligarlos a activar el campo de fuerza. —Indicó la cámara y los demás aparatos que apuntaban hacia la sala—. El escáner detectó su activación y la holocámara hará el resto.
—El control remoto —dijo Cohl, como sumido en una neblina.
Se lanzó contra la cámara, para encontrarse con Havac a medio camino. Chocaron el uno contra el otro y forcejearon hasta caer al suelo de la cabina. Rodaron hacia la puerta, cada uno luchando por dominar al otro, con la pistola láser entre ellos, agarrada por cuatro manos.
Cohl golpeó a Havac en el rostro usando el codo, arrojándolo a un lado y usando la inercia de su contrincante para ponerse encina de él, sujetándolo al suelo con las rodillas.
Havac se retorció, pero no soltó el láser, disparando un impacto contra el abdomen de Cohl. Éste cayó parcialmente hacia atrás, echándose luego hacia adelante, cargando todo su peso en el arma y desviándola hacia el pecho de su enemigo.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, apretó el gatillo por última vez.
Qui-Gon colgaba de la barandilla aferrándose a ella con una sola mano y miró al suelo de la sala.
Los trompetistas habían parado a media fanfarria y se dispersaban buscando refugio, abandonando sus instrumentos al correr. Por todas partes, los delegados dejaban sus asientos, pisándose literalmente unos a otros en un desesperado intento de escapar.
Valorum estaba en pie, pero completamente rodeado por guardias senatoriales y Caballeros Jedi.
Saesee Tiin, Ki-Adi-Mundi y Obi-Wan habían tomado posiciones ante la tribuna de la Federación de Comercio, con los sables láser levantados para desviar los disparos de los androides.
Pero los miembros de la Directiva habían levantado su campo de fuerza, por lo que ningún disparo podía entrar o salir de su translúcido escudo energético.
Los trece androides se llevaron una mano al hombro derecho, donde los rifles láser estaban sujetos a sus mochilas.
Los judiciales desataron una tormenta de disparos, que el campo de fuerza se limitó a absorber.
De pronto, todos los androides dieron un cuarto de vuelta a la vez.
Los miembros de la Directiva dieron órdenes y profirieron maldiciones y empezaron a apartarse de la curvada mesa.
Los androides dispararon.
Los Jedi y los judiciales miraron impotentes cómo los disparos destrozaban la mesa y las sillas para alcanzar el cuerpo de los miembros, acribillándolos y arrojándolos por toda la tribuna.
Los disparos cesaron tan bruscamente como empezaron.
Los androides se detuvieron un momento mientras sus armas se enfriaban, y a continuación las devolvieron a su sitio tras el hombro y recuperaron su antigua posición mirando a la sala.
Aturdido por lo que acababa de presenciar, Qui-Gon trepó hasta la temblorosa pasarela y se sentó en el inclinado suelo con las piernas cruzadas, mirando al vacío.
–E
l Frente de la Nebulosa está prácticamente desbandado —le explicaba la agente del Departamento Judicial a Qui-Gon—. Los pocos que hemos conseguido encontrar afirmaban no saber nada de los planes que tenía Havac para Eriadu. Algunos ni siquiera lo conocían, y afirman que ese nombre se aplicaba de forma rutinaria a casi cualquier miembro de la facción militante del Frente. Y, en todo caso, la operación de Eriadu se preparó con mucho secreto, ya que los militantes estaban convencidos de tener a un informador entre sus filas.
—El informador pertenecía al ala moderada —le corrigió el Jedi—. Gracias a él conocí los planes de Cohl de atacar el carguero de la Federación de Comercio a su paso por Dorvalla y, cuando estuvimos en Asmeru, que Cohl preparaba una operación clandestina para Havac.
La judicial, una mujer delgada de cabellos castaños y gestos amables, tomó nota de los comentarios de Qui-Gon en un datapad de escritorio. Estaban solos en un cubículo situado en las cavernosas dependencias que tenía el Departamento Judicial en Coruscant. Había pasado casi un mes estándar desde los asesinatos.
La desactivación del campo que activaron los miembros de la Directiva de la Federación de Comercio, provocando sin saberlo su propio final, había requerido los esfuerzos de todo un equipo de técnicos usando varios disruptores de campo. Los dos neimoidianos que sobrevivieron a la masacre, el virrey Nute Gunray y el senador Lott Dod, no protestaron cuando usaron los mismos disruptores para dejar a los trece androides en un estado de sumisión garantizada. Sus privilegios diplomáticos les permitieron salir de Eriadu sin tener que responder a ninguna pregunta.
El canciller supremo Valorum ordenó al Departamento Judicial que efectuara de inmediato una investigación de lo sucedido, pero el responsable de la misma se había visto constantemente bloqueado por el teniente de gobernador Tarkin. Éste insistía en que, dado que Eriadu había fracasado en proporcionar la seguridad adecuada a la Cumbre, lo memos que podía hacer era investigar el caso con policías locales. Por un momento se temió que Tarkin intentara echarle la culpa a cualquier otro, temiendo posibles represalias por parte de la Federación. Pero, en vez de eso, se limitó a obstaculizar la investigación permitiendo la desaparición de pruebas y testigos. Constantemente ignorados, los judiciales habían acabado por abandonar Eriadu.
Qui-Gon había intentado mantenerse al tanto de los progresos en el caso, pero la encargada de la investigación que actuó de enlace con el grupo de Eriadu no había regresado a Coruscant hasta poco antes.
—Resultó que Havac era de Eriadu —continuó la agente judicial—. Su verdadero nombre era Eru Matalis, y era un holodocumentalista y periodista de los medios, con un largo historial de rencor hacia la Federación de Comercio. Consiguió convertirse en jefe de la célula que tenía el Frente en Eriadu, e ir ascendiendo hasta llegar a un puesto con mando dentro de la organización.
»El registro que efectuamos en el piso franco del Frente de la Nebulosa en la ciudad de Eriadu reveló que tenían contactos en todos los estamentos del gobierno y de la policía local, y que debía conocer tan bien como cualquiera las medidas de seguridad previstas para la Cumbre. Es obvio que Havac, o Matalis, usó sus contactos para conseguir placas de seguridad, uniformes y documentación para los asesinos contratados por Cohl, y puede que se las arreglara para esconder armas en el Palacio de Congresos mucho antes de que se celebrara la Cumbre en sí.
—La operación debió planearse apenas se anunció la Cumbre —dijo Qui-Gon—. O poco después del atentado contra el Canciller, aquí en Coruscant. No creo que lleguemos a saber nunca si ese atentado fue real o si sólo estaba pensado para apartarnos de lo que se preparaba en Eriadu.
—A no ser que Havac y Cohl aprendan a hablarnos desde la tumba.
—¿Qué hay de los asesinos que capturamos?
—Todos sostienen que el blanco era Valorum, hasta los dos que estaban en la cabina con Havac. Según ellos, la intención de Havac era hacer parecer que habían sido los androides de la Federación los que habían matado a Valorum en nombre de la Directiva. Algo que habría provocado el desmantelamiento de la Federación, objetivo buscado desde el principio por el Frente.
»Hemos estudiado la posibilidad de que hubiera algún error en la programación de los androides, y que el ataque contra la Directiva fuera consecuencia del mismo, pero Baktoid nos ha proporcionado pruebas sobradas de que eso no pudo haber pasado.
—¿Y Baktoid no estaría apoyando a Havac?
—Niegan vehementemente cualquier implicación. De hecho, sus técnicos nos ayudaron a analizar al androide de combate, el llamado comandante. Y encontramos en él un mecanismo que permitía su control al margen de las órdenes del ordenador central, aunque sólo por un breve período de tiempo. La holocámara de Havac fue la que hizo actuar al androide, y los otros doce siguieron sus instrucciones. El ordenador central los desconectó en cuanto se dio cuenta de lo que sucedía en el Palacio de Congresos.
Qui-Gon meditó un momento en ello.
—Havac debió tener ayuda para hacer llegar al androide hasta la Federación.
—Sin duda —asintió la agente—. Pero la inmunidad diplomática nos ha impedido averiguar lo que deseamos saber. Por ejemplo, el espaciopuerto de Eriadu tiene constancia de que la Directiva sólo llegó con doce androides. Así que el decimotercero, el asesino, debió unirse al grupo mientras la delegación estaba en la superficie del planeta.
»Gunray, el muevo virrey al mando de toda la Federación de Comercio, alega a través de sus abogados que alguien en la Directiva debió aceptar o introducir a ese androide. El senador Lott Dod afirma que cuando le comentó a Gunray la existencia de un androide de más, éste pareció tan desconcertado como él.
—¿Qué hay del mensaje que hizo salir de la Cumbre a Gunray y Dod?
—Por lo que sabemos, era auténtico. Detectaron una fuga de plasma en los motores de la lanzadera neimoidiana. La fuga fue detectada por los escáneres del espaciopuerto, y alguien llamó a los encargados de seguridad del Palacio de Congresos. El problema es que no hemos conseguido identificar al que llamó a seguridad. Gunray afirma que el comunicador que le entregó el paje estaba inactivo cuando lo cogió. El paje lo ha confirmado. Para cuando Gunray y Dod se encaminaron de vuelta a sus asientos, ya se había desatado la violencia y los agentes de seguridad les impidieron volver a entrar en la sala.
La judicial hizo una pausa y meneó la cabeza exasperada.
—Todo apunta a Havac.
Qui-Gon plegó las manos sobre el pecho y asintió, aunque poco convencido.
—Eso parece.
º º º
—Es un placer volver a verle, senador Palpatine —dijo la exquisita figura del holoproyector—. Espero impaciente el día en que nos veamos en persona.
—Yo también lo deseo, Su Majestad —dijo Palpatine, inclinando la cabeza en gesto de respeto.
La figura estaba sentada en un trono de respaldo redondo. Detrás de ella había una enorme ventana rematada en un arco, y enormes columnas de piedra a cada lado. Su voz grave era tan medida como su postura; las palabras que brotaban de sus labios pintados carecían de inflexión. Tenía una figura esbelta y un encantador rostro femenino. Se mostraba notablemente solemne para ser alguien tan joven. Era evidente que se tomaba sus responsabilidades con la mayor seriedad.
Su nombre de cuna era Padmé Naberrie, pero a partir de ese momento sería conocida como reina Amidala, la recién elegida gobernante de Naboo.
Palpatine recibía esta comunicación en su apartamento de la escarpada torre, en el número 500 de República, situada en uno de los barrios más antiguos y prestigiosos de Coruscant. Las paredes y el suelo eran tan rojos como el trono de Amidala, y había obras de arte adornando cada esquina y nicho del lugar.
Él se imaginó su fantasmal imagen flotando sobre el holoproyector de las estancias que tenía el Consejo Asesor en el palacio de Theed, en Naboo.
—Senador, quiero informarle de algo que sólo se me ha revelado ahora. El rey Veruna ha muerto.
—¿Muerto, Majestad? —repuso Palpatine, frunciendo el ceño en aparente inquietud—. Naturalmente, estaba al tanto de que se había retirado a raíz de su abdicación. Pero tenía entendido que gozaba de buena salud.
—Gozaba de buena salud, senador —dijo Amidala con voz monótona—. Su muerte se ha estimado «accidental», pero está envuelta en misterio.
Pese a tener catorce años de edad, no era la monarca más joven que se elegía para el trono, pero desde luego sí una de las más convencionales en porte y vestimenta: iba enfundada de pies a cabeza en un vestido rojo de anchos hombros, cuyas amplias mangas estaban ribeteadas de piel de potolli. La estrecha pechera del vestido estaba bordada con costosos hilos. Su rostro pintado de blanco descansaba en un collarín que además de resaltar sus delicados rasgos formaba parte de una elaborada tiara que brillaba tras su cabeza. Tenía las uñas de los pulgares pintadas de blanco, y en cada mejilla portaba un estilizado lunar rojo. Una tradicional «cicatriz recordatoria» le dividía un labio inferior que, a diferencia de su compañero rojo mate, también estaba pintado de blanco. Tras ella había cinco doncellas, ataviadas con encapuchados vestidos rojos.
—Quisiera presentarle a nuestro nuevo jefe de seguridad, senador —dijo Amidala, haciendo un gesto hacia alguien que no estaba en la imagen—. El capitán Panaka.
En el holocampo entró un hombre afeitado, de piel marrón clara. Su expresión carecía de humor y vestía un justillo de cuero y una gorra de mando a juego. El nombramiento de Panaka debía ser reciente, aunque no nuevo en la corte pese a haber servido un tiempo a las órdenes de su predecesor, el capitán Magneta.
—Dado que el rey Veruna ha muerto en circunstancias sospechosas —dijo Amidala—, el capitán Panaka ha considerado necesario crear una seguridad adicional para todos, incluido usted, senador.
Palpatine pareció sorprendido ante la idea, incluso divertido.
—No creo que eso sea necesario en Coruscant, Su Majestad. El único peligro que hay en este lugar proviene de tener que fraternizar con los demás senadores, e intentar mantenerse inmune a la avaricia que domina el Senado Galáctico.
La reina volvió al holocampo.
—¿Qué puede decirnos de los recientes problemas que ha habido entre la Federación de Comercio y el Frente de la Nebulosa, senador?
Palpatine negó desaprobador con la cabeza.
—Ese lamentable incidente sólo deja en evidencia lo poco efectiva que se ha vuelto la República a la hora de mediar en esos conflictos. Hay demasiados miembros del Senado anteponiendo sus propias necesidades a las de la República.
—¿Qué pasará con la propuesta del canciller Valorum de un impuesto a las rutas de libre comercio?
—Estoy seguro de que el Canciller Supremo seguirá adelante con su propuesta.
—¿Cómo votará usted, senador, si el asunto llega a votación?
—¿Cómo quiere que vote Su Majestad?
Amidala pensó antes de responder.
—Mi responsabilidad es para con el pueblo de Naboo. Me gustaría poder entablar buenas relaciones con el canciller Valorum, pero Naboo difícilmente puede implicarse en una disputa que enfrentará a la República con la Federación de Comercio. Aceptaré la decisión que usted tome en este asunto, senador.