Velo de traiciones (16 page)

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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Velo de traiciones
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Al residir en toda vida, la Fuerza estaba en cierto sentido concentrada en Coruscant. Pero allí se sentía la Fuerza de manera diferente a como se sentía en mundos en estado natural, donde la interconexión de todas las formas de vida creaba sutiles cambios y ritmos. Si la Fuerza era un suave murmullo en muchos mundos, en Coruscant era un aullido, un ruido blanco de inteligencia.

Qui-Gon no tenía nada en mente aparte de caminar. El enorme holomapa de la torre del Sumo Consejo indicaba centenares de distantes puntos problemáticos o con la emergencia de un posible Jedi, pero el Consejo de Reconciliación aún no le había asignado misión alguna a Obi-Wan y a él. Se preguntó si Yoda y alguno de los demás no estarían enfadados por su aparente obsesión con el capitán Cohl.

Él veía a los miembros del Consejo demasiado dispuestos a desechar a Cohl como algo más que un síntoma de tiempos difíciles, cuando era mucho más que eso. Pero el Consejo tenía tendencia a preocuparse de la repercusión de las cosas, más de los acontecimiento futuros que de los presentes. Sobre todo Yoda, al que le gustaba decir que el futuro estaba siempre en movimiento, pero aun así Mace Windu y él actuaban a veces como si eso no fuera así.

Qui-Gon se preguntaba si no conocerían la existencia de algún gran suceso venidero. ¿Fallaría él en reconocer ese suceso, incluso aunque se hubiera tropezado con él? Suponía que al menos debía aceptar la posibilidad de que los Maestros del Sumo Consejo pudieran saber algo que él desconocía.

Lo único que aceptaba más allá de toda disputa era que la Fuerza era mucho más misteriosa de lo que pudiera percibir cualquier Jedi.

Apenas había recorrido medio kilómetro cuando Adi Gallia se puso a su lado, pillándolo por sorpresa.

—¿Buscas algo con un propósito en mente, Qui-Gon, o sólo esperas poder tropezarte con algo merecedor de tu atención?

—Y así ha sido… contigo —dijo él son una sonrisa.

Ella lanzó una carcajada antes de dedicarle una mirada de reprimenda.

Adi tenía las uñas cuidadas y los oscuros ojos azules bordeados por la misma tintura azul que continuaba los ligamentos del anverso de sus manos. Hacía ya una década que se había convertido en miembro permanente del Sumo Consejo, siendo una Maestro Jedi desde mucho antes. Sus padres habían sido diplomáticos corellianos, pero ella se había criado en el Templo, como había pasado con Qui-Gon. Adi siempre se había sentido atraída por Coruscant y conocía el planeta tan bien como cualquiera. Con los años había trabado una fuerte amistad con el canciller supremo Valorum, así como con varios delegados de los mundos del Núcleo.

—¿Dónde está tu joven aprendiz? —preguntó.

—Aguzando el ingenio.

—Así que le has dado un respiro ocasional de tu resuelto tutelaje —se burló ella.

—Es algo mutuo.

Ella volvió a reírse poniéndose luego seria.

—Tengo noticias que deberían interesarte. Parece ser que tenías razón al creer que Cohl sobreviviría a la explosión del carguero de la Federación de Comercio.

Qui-Gon se detuvo bruscamente en el centro del aeropuente que estaban cruzando. Androides y peatones se adelantaron por ambos lados.

—¿Han visto a Cohl?

Adi se apoyó en la barandilla del puente y miró hacia atrás, hacia el Templo.

—Los Cuerpos Espaciales de Dorvalla persiguieron una lanzadera que coincidía con la descripción y la signatura del motor que proporcionasteis Obi-Wan y tú. La nave se estrelló y explotó en el planeta, parece que no muy lejos de donde Cohl había establecido una base temporal.

—Conozco la zona —repuso Qui-Gon asintiendo.

—En el lugar del siniestro no quedaba gran cosa que investigar, pero los restos de los tres humanos encontrados allí han sido identificados como asociados de Cohl. Pero, aquí viene la parte interesante, todo indica que la lanzadera se dirigía al encuentro de la nave personal de Cohl.

—El
Halcón Murciélago
.

—Descendió cerca del lugar antes de proceder a irse de Dorvalla, acabando de paso con varias aeropiquetas de Dorvalla.

—Cohl consiguió llegar a la nave.

—¿Tan seguro estás de eso?

—Lo estoy.

—Uno de los pilotos de las aeropiquetas informó de que dos o tres miembros de la banda de Cohl pudieron llegar vivos al
Halcón Murciélago
.

—¿Ha habido noticias de la nave desde entonces?

—Saltó al hiperespacio apenas dejó Dorvalla. Pero se ha doblado la vigilancia en todos los lugares donde para Cohl. En el supuesto de que haya sobrevivido, pronto se le localizará y, con suerte, capturará.

—Adi, ¿hay alguna posibilidad de que Obi-Wan y yo podamos…?

—Cohl ya no es de nuestra incumbencia —le interrumpió ella—. El canciller supremo Valorum está animando a los sistemas de la Ruta Comercial de Rimma para que asuman sus responsabilidades a la hora de coartar el terrorismo de sus respectivos sectores. Cualquier intervención por nuestra parte podría considerarse un apoyo indirecto a la Federación de Comercio.

Qui-Gon frunció el ceño.

—Eso sería pecar de cortos de vista. La mayoría de los mundos de la ruta Rimma apoyan en mayor o menor medida al Frente de la Nebulosa. Reclutas, fondos, información… Los mundos de Rimma les proporcionan todo eso y mucho más.

Adi le miró por un largo instante.

—Qui-Gon, ¿qué dirías si pudiera prepararte una reunión con el canciller Valorum para que pudieras informarle personalmente de todos esos asuntos?

—De acuerdo.

—Entonces está decidido. En este momento iba a encontrarme con él y nunca hay mejor momento que el presente.

—Yo no habría podido decirlo mejor.

º º º

Valorum se reclinó en su sillón de las habitaciones situadas bajo el hemiciclo del Senado, exhalando el aire cansinamente mientras estiraba los brazos por encima de la cabeza. Una vez acabados los asuntos de la mañana, le tocaba enfrentarse a los delegados que no habían conseguido concertar una cita con él y que sin duda estarían esperándolo ante su despacho, ansiosos por conseguir un momento de su tiempo.

—¿Qué hay previsto para esta tarde? —le preguntó a Sei Taria cuando ésta cruzó la adornada y alta pared del despacho.

La joven humana miró la pantalla de su comunicador de muñeca.

—Tiene una cita con Adi Gallia, y después una reunión con Bail Antilles y Horox Ryyder. Después de eso, tiene un encuentro con los representantes de la Alianza del Sector Corporativo y la delegación comercial de Ord Mantel. Después…

—Basta —dijo Valorum, levantando la mano y cerrando los ojos. Hizo un gesto hacia la puerta y el pasillo que había al otro lado—. ¿Cómo están las cosas de mal ahí afuera?

—No podría estar más atestado, señor. Pero me temo que eso no es todo.

—Cuénteme el resto —repuso Valorum levantándose y buscando su capa.

—La plaza está llena de manifestantes. Algunos reclaman el fin de la Federación de Comercio, otros denuncian su posición referente a los impuestos. Seguridad recomienda que salgamos por las plataformas del tejado.

—No —dijo Valorum con firmeza—. Eso era algo de esperar, y no es momento de evitar a mis críticos.

Sei sonrió aprobadora.

—Dije a Seguridad que ésas serían sus palabras. Respondieron que tendrían que triplicar la guardia si usted insistía en salir por la plaza.

—Muy bien —respondió él, cuadrando los hombros—. ¿Está preparada?

—Después de usted, señor.

Dos guardias del Senado flanquearon al Canciller apenas entró éste en la antecámara. Vestían largas túnicas azul y negras, así como guantes y cascos de doble cresta que sólo dejaban visibles la boca y los ojos. Llevaban largos rifles adornados, más ceremoniales que prácticos, apoyados en el hombro derecho. Nuevos guardias se pusieron delante y detrás de Valorum cuando éste llegó a los despachos delanteros. Otra pareja se unió al grupo cuando llegaron cerca de los pasillos públicos, y dos más para cuando estuvieron en el pasillo en sí.

Por amplio que fuera, el paseo estaba atestado de seres que habían sido forzados a permanecer hombro con hombro a lo largo de las dos paredes, detrás de barricadas apresuradamente levantadas.

Los guardias que iban delante de Valorum cerraron filas en formación de cuña, abriéndose paso a través de un bosque de brazos alargados. Aun así, algunas manos consiguieron pasar, llevando mensajes que querían llegar a los profundos bolsillos de la toga del Canciller, pero que normalmente acababan pisoteados en el pulido suelo de piedra.

El pasillo resonaba con las voces de los allí reunidos, la mayoría solicitando a Valorum que se ocupara de algún asunto urgente.

—Canciller Supremo, referente a los términos de la negociación de paz…

—Canciller Supremo, referente a la reciente devaluación de los créditos de Bothan…

—Canciller Supremo, su promesa de responder a las acusaciones de corrupción hechas contra el senador Maxim…

Valorum reconoció algunas de las voces y muchas de las caras. Se fijó en el delegado de Nueva Bornalex, que estaba aplastado contra la pared izquierda. Tras él estaba el senador Grebleips y su trío de delegados de Brodo Asogi, con sus grandes ojos y sus pies arcillosos. A la derecha, esforzándose por ponerse en primera fila antes de que pasara Valorum, estaba Aks Moe, delegado de Malastare.

Cuando se acercaron a la salida a la plaza, las voces del pasillo se vieron apagadas por los cánticos y aullidos de la multitud de manifestantes reunidos en la Avenida de los Fundadores del Núcleo, con sus enormes estatuas y sus hundidas zonas de asientos.

Los guardias del Senado se apretaron aún más, casi levantando en vilo a Valorum y transportándolo en hombros fuera del edificio.

El jefe de la guardia se dirigió a Valorum.

—Señor, vamos a ir directamente a la plataforma flotante del norte. Allí le espera ya su nave personal. No efectuaremos ninguna parada para responder a reporteros o manifestantes. En el supuesto de que suceda algún imprevisto, quedará usted bajo nuestra custodia y hará todo lo que le digamos. ¿Alguna pregunta, señor?

—Ninguna. Pero intentemos al menos parecer cordiales, capitán.

—No mencionaste que me invitabas a una manifestación política —dijo Qui-Gon cuando llegó con Adi Gallia a la enorme plaza situada ante el Senado.

—No lo sabía —respondió Adi, claramente asombrada ante el espectáculo.

Multitudes compuestas por especies de todo tipo se extendían desde el edificio en sí, y llegaban hasta el final de la Avenida de los Fundadores del Núcleo. Y ésta se asomaba a un mar de edificios, cuyas pegadas cumbres se alzaban bajo la plaza.

—¿Dónde se suponía que debías encontrarte con él? —dijo Qui-Gon en voz lo bastante alta como para ser oída por encima de los continuados cánticos y el clamor general.

—Ante la entrada norte —le respondió ella junto al oído.

Qui-Gon, que era lo bastante alto como para ver por encima de las cabezas de gran parte de la multitud, miró hacia el domo del Senado.

—No habrá forma de llegar hasta él, conociendo bien a la guardia del Senado.

—Intentémoslo de todos modos. Si no, habrá que ir a su despacho privado en la Torre Presidencial.

Qui-Gon cogió a Adi de la mano y empezó a internarse entre la multitud. Estando tan lejos del edificio no había forma de distinguir a los manifestantes a favor de Valorum de los que estaban en contra.

Qui-Gon buscó con sus sensaciones.

En el aire había algo más bajo la corriente de ira y disensión. El habitual aullido de Coruscant estaba preñado de amenaza. Sentía peligro, pero no de la manera vaga que debía emanar de una concentración de esa naturaleza, sino de una manera específica y dirigida. Cerró momentáneamente los ojos y dejó que la Fuerza lo guiara.

Sus ojos abiertos encontraron a un bith, parado junto a la multitud. La Fuerza incitó a Qui-Gon a mirar a su izquierda, a los dos rodianos que acechaban cerca de la base de una de las estatuas. Cerca de la salida norte del Senado había dos twi’lekos y un bothan.

Qui-Gon alzó la mirada al incesante tráfico aéreo que había en el extremo norte de la plaza. Un aerotaxi verde le llamó la atención. No era diferente a la mayoría de los taxis que llenaban los cielos de Coruscant, con su forma de disco, la parte superior descubierta y su semicírculo de estabilizadores abajo. Pero el hecho de que se moviera fuera del pasillo definido por la ruta de autonavegación indicaba a Qui-Gon que el piloto, otro rodiano, conocía las aeropistas lo bastante bien como para conseguir un permiso de viaje libre.

No muy por debajo del taxi, justo en el confín de la plaza, flotaba una plataforma repulsora de ocho accesos donde se hallaba aparcada la nave personal del canciller Valorum.

Qui-Gon se volvió hacia Adi.

—Siento una perturbación en la Fuerza.

—La noto, Qui-Gon —repuso ella, asintiendo.

Alzó la mirada hacia el aerotaxi, antes de clavarla en los rodianos apostados cerca de la base de la estatua.

—El Canciller Supremo está en peligro. Hay que apresurarse.

Soltando los sables láser del cinturón, empezaron a abrirse paso por entre la multitud, con las pardas capas agitándose tras ellos. Llegaron a la salida norte a tiempo de ver a una falange de guardias entrar en la plaza. Tras ellos iban Valorum y su joven ayudante, en el centro de otros seis guardias, los cuales conducían a la pareja hacia la plataforma de amarre.

Qui-Gon alzó la mirada. El aerotaxi cambió de dirección y empezó a flotar sobre la plaza. En ese instante, los dos twi’lekos echaron a correr hacia Valorum, con las manos enterradas en las mangas de sus holgadas túnicas.

Los cánticos alcanzaron un crescendo.

De pronto, de la multitud surgieron rayos láser, alcanzando a dos de los guardias más adelantados y derribándolos en las piedras del pavimento. Se oyeron gritos y la multitud se vio sumida en el pánico, corriendo en todas direcciones para evitar el peligro.

Qui-Gon encendió el sable láser y se movió hacia los twi’lekos. Éstos dispararon contra él, sólo para ver cómo sus disparos eran desviados por la brillante hoja verde del sable láser. De las pistolas láser de los rodianos brotaron más rayos, pero el Jedi se movió con rapidez y se las arregló para desviarlos.

Giró, alzó el arma para detener el fuego, procurando desviar los rayos por encima de las cabezas de los manifestantes.

La Fuerza le dijo que Adi se dirigía con la hoja azul encendida hacia Valorum, el cual estaba inmovilizado por sus guardias.

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