—Por supuesto, todos estamos al tanto de esas presuntas irregularidades, pero hubo que posponer cualquier mención a ese escándalo para asegurarnos de que se ratificaba la propuesta, lo cual no habría sucedido de debilitarse la posición de Valorum.
Taa meneó la cabeza y el grueso lekku.
—Al posponer la revelación de esas alegaciones, y apoyar a Valorum, hemos conseguido convertir lo que podría haberse percibido como una vulgar corrupción en algo que parece un nefasto complot que amenaza con socavar la estabilidad de la misma República.
—¿Y hay algo de cierto en las acusaciones? —preguntó el senador Tikkes de Quarren; sus tentáculos faciales se estremecían ante esa perspectiva.
Los enormes hombros de Taa se encogieron indiferentes.
—Por un lado está el aurodium, y por el otro la apariencia de engaño. ¿Qué más importa?
—Si eso es cierto, Valorum se ha convertido en un peligro para el bienestar general —remarcó Mot Not Rab.
—Yo digo que acabemos con él, antes de que vengan días peores —afirmó Tikkes con entusiasmo.
Hubo otros que asintieron manifestándose de acuerdo, murmurando entre ellos.
—Paciencia. Paciencia —aconsejó Taa con tono conciliador—. Con fundamento o sin él, esas alegaciones ya han herido de gravedad a Valorum. Sólo tenemos que librarnos de los senadores que le apoyaron en el pasado permitiéndole mantenerse a flote pese a todos nuestros esfuerzos por hundirlo. Además, puede que siga siéndonos ventajoso mantenerlo seco y lejos del agua.
—¿De qué manera? —preguntó el senador de Rodia.
—Una vez erosionada su influencia, y con el Departamento Judicial desposeído de parte de su antigua autoridad, habrá que nombrar todo tipo de comisiones para debatir y decidir sobre cuestiones de las que él mismo se habría encargado. El poder de los tribunales aumentará, pero se tardará más que nunca en resolver los casos. Y Valorum seguirá pareciendo el culpable de ello.
—A no ser que se nombre a un vicecanciller fuerte —se le ocurrió puntualizar al rodiano.
—No debemos dejar que eso pase —dijo Taa con firmeza—. Necesitamos un burócrata para vicecanciller. —Se inclinó hacia su círculo de conspiradores—. El senador Palpatine ha sugerido que haríamos bien en nombrar al chagrian, a Mas Amedda.
—Pero se dice que Amedda está a favor de la Federación de Comercio —dijo Tikkes incrédulo.
—Pues mucho mejor, mucho mejor. Lo que importa es que cuanto más fanático sea respecto a los procedimientos y normativas, más bloqueará la capacidad de actuación de Valorum.
—¿Con qué fin? —preguntó Mot Not Rab.
—El de acabar con Valorum, claro. Y cuando llegue ese momento, elegiremos a un líder que tenga fuego en las venas.
—Bail Antilles ya ha iniciado su campaña —comentó el rodiano.
—Igual que Ainlee Teem de Malastare —añadió Tikkes.
Taa vio a Palpatine Junto a la puerta de la terraza, enfrascado en una conversación con los senadores de Fondor y de Eriadu.
—Yo propongo que pensemos en nominar a Palpatine —dijo, señalándolo discretamente.
Tikkes y los demás miraron al senador de Naboo.
—Palpatine nunca aceptaría la nominación —dijo el quarren—. Se considera un jugador de equipo.
Taa estrechó los ojos.
—Entonces habrá que convencerlo. Piensen en lo que representaría para los sistemas fronterizos que se eligiese Canciller Supremo a alguien que no es del Núcleo. Entonces sí que podría haber igualdad para todas las especies. Si alguien puede restaurar el orden, es él. Tiene la mezcla adecuada de generosidad y fuerza. Y no se dejen engañar por su aspecto, bajo esas anchas mangas se oculta una mano de hierro. Se preocupa profundamente por la integridad de la República, y hará todo lo que sea necesario para imponer la ley.
—Entonces no podremos manipularlo como a Valorum —repuso Tikkes dubitativo.
—Eso es lo mejor de todo —dijo Taa—. No nos hará falta porque piensa como nosotros.
E
n todos los años que hacía que conocía a Valorum, Adi Gallia nunca lo había visto tan abatido. Podía mostrarse a veces taciturno, e injustamente duro consigo mismo, pero las recientes acusaciones de corrupción le habían hundido en un oscuro pozo del que no parecía salir. Parecía haber envejecido un año en el mes transcurrido desde la última vez que lo había visto.
—El aurodiun fue la última puñalada que me propinó el Frente de la Nebulosa —le decía a ella—. Los terroristas estaban decididos a acabar conmigo, al tiempo que con la Directiva de la Federación de Comercio. Ésa tiene que ser la explicación. ¿Y sabe por qué no me dijeron nada los miembros de mi familia en Eriadu? Porque se molestaron cuando preferí aceptar la hospitalidad del teniente de gobernador Tarkin, el cual, según parece, siempre ha sido enemigo suyo. Yo sólo lo hice en gesto de cortesía para con el senador Palpatine, que ahora se siente culpable por el papel que ha jugado en este lamentable asunto.
Adi iba a replicar, pero el Canciller no le dio oportunidad.
—Y no dejo de preguntarme si no habrá algunos senadores implicados. Sobre todo aquellos que prefieren verme caído en desgracia antes que desprovisto del poder del cargo.
Adi había acudido a verlo en su despacho del Senado, que para entonces se había convertido en un centro de maledicencias e insinuaciones. Toda la atmósfera del Senado había cambiado, y Valorum se sentía responsable de ello.
—Sólo es cuestión de tiempo que lo exoneren —intentó tranquilizarle Adi.
—Hay muy pocos interesados en verme exonerado, y los medios de comunicación menos que nadie —respondió él, negando con la cabeza—. Y con Havac muerto, no hay manera de saber con certeza si la Federación de Comercio intentaba comprar o no mi influencia.
—De ser así, ¿por qué iba a esforzarse usted tanto en que se aprobasen los impuestos a las rutas comerciales? Ese impuesto es la prueba de su honradez.
La débil sonrisa de Valorum contradijo su aparente desesperación.
—Mis críticos tienen una explicación para ello. Yo compensaría el impuesto haciendo que la recaudación destinada a los sistemas fronterizos acabase llegando a los amplios bolsillos de las togas neimoidianas.
—Eso son sólo conjeturas. Acabarán por olvidarse.
Valorum apenas la oía.
—No me importa lo que puedan decir de mí. Pero ahora están cuestionando todo lo que he conseguido hacer en el Senado. Quieren que responda ante Mas Amedda, que es tan estricto con las normativas que ya nunca podrá aprobarse ninguna ley nueva. Cada vez habrá más comisiones y comités para estudiarlas y, con ellas, más oportunidades para sobornos y corruptelas.
Valorum guardó silencio por un largo instante, negando con la cabeza.
—Tanto los asesinatos de Eriadu como este escándalo tendrán hondas repercusiones. Cada vez se me deja más claro que los Jedi no deben intervenir en disputas comerciales sin el consentimiento expreso del Senado. Pero, lo peor de todo, es el flaco servicio que le he hecho a la República. Los ciudadanos toman ejemplo de la cabeza visible del estado, incluso cuando ésta es poco más que un mascarón inútil.
»He buscado las causas de la corrupción y me he topado conmigo mismo. ¿Acaso he olvidado convenientemente todos los tratos que hice con seres maliciosos? ¿He olvidado convenientemente que yo también he sido corrompido?
Apoyó los codos en el escritorio y se masajeó las sienes con la yema de los dedos, manteniendo la mirada baja.
—Anoche tuve un sueño terrible, y parecía reflejar mis presentes circunstancias tanto como ser una visión del futuro. En él, me encontraba asediado por fuerzas nebulosas, por espectros de alguna clase, y algo me buscaba en la negrura para aplastarme en su puño.
—Algo terrible, pero sólo era un sueño —dijo Adi—, no una visión.
Valorum se las arregló para forzar la misma sonrisa con la que le miró.
—Ojalá tuviera más partidarios como usted y como el senador Palpatine.
—Siempre es preferible un puñado de fieles partidarios a muchos falsos amigos —dijo Adi—. Quizá pueda encontrar algún consuelo en eso.
º º º
Los once Maestros escucharon a Adi en la torre del Sumo Consejo del Templo Jedi, mientras ésta les contaba su encuentro con Valorum. Yoda estaba en movimiento, como siempre, apoyándose al andar en su bastón de gimer, y Qui-Gon y Obi-Wan estaban presentes, debido al papel que habían tenido en aquellos acontecimientos.
—El Canciller Supremo tiene razón en una cosa —dijo Mace Windu—. El aurodium sólo pudo provenir de Havac. Cohl le entregaría los lingotes robados, y Havac creó esa cuenta bancaria para invertir el aurodium en Transportes Valorum.
—Pero, ¿por qué? —preguntó Yarael Poof.
—Havac aspiraría a terminar a la vez con el Canciller Supremo y con la Federación de Comercio, insinuando que estaban aliados.
—A Valorum, quizá —dijo Depa Billaba—. Pero los neimoidianos tienen ya a gran parte del Senado en nómina. La Federación de Comercio no se ha visto afectada por el escándalo.
—Cierto —aceptó Oppo Rancisis.
—En esos sucesos, poco hemos pensado —dijo Yoda—. De nosotros, ninguno.
Yaddle se volvió hacia Qui-Gon y Obi-Wan, que estaban fuera del círculo de los Maestros.
—Vosotros aquí volasteis, allí volasteis, pistas buscando… Si a escuchar a la Fuerza unificadora un momento os hubierais detenido, quizá venir esto habríais visto.
—Hice lo que tenía que hacer, Maestros —dijo Qui-Gon sin disculparse.
Yoda dejó escapar un suspiro prolongado.
—Culparte a ti no pretendemos, Qui-Gon. Pero a todos nos exasperas.
Qui-Gon inclinó la cabeza en una reverencia.
—Este escándalo no ha sido sólo obra del Frente de la Nebulosa —dijo Adi—. El Canciller Supremo tiene otros enemigos, enemigos ocultos que conspiran contra él. Quieren ponerle en una situación en la que pueda cometer algún error grave y así derrocarlo del puesto o verse forzado a dimitir.
—Y ser sustituido por alguien como Bail Antilles o Ainlee Teem —murmuró Saesee Tiin.
—Ha sido demasiado confiado —asintió Windu.
—Demasiado ingenuo —comentó con dureza Even Piell.
Yoda siguió caminando, y se detuvo.
—Ayudarlo debemos, en secreto si falta hace.
—Debemos escuchar la voluntad de la Fuerza en este asunto —dijo Windu—. Debemos abrirnos a nuevas formas de contrarrestar el traicionero vórtice a que se ha visto abocada la República. Quizá podamos ayudar a Valorum a anticiparse a sus enemigos antes de que éstos tengan la oportunidad de aprovechar estos sucesos contra él.
—Siente que se avecinan tiempos peligrosos —dijo Adi—. Como si se hubiera despertado alguna oscuridad que pretendiera propagarse por toda la galaxia.
Yaddle rompió el largo silencio.
—Desequilibrándose la balanza está.
Yoda la miró.
—Desequilibrándose, sí. ¿Pero de tiempos turbulentos a pacíficos, o malos tiempos a otros peores?
Windu juntó los dedos ante su rostro.
—¿Y cuál es la mano desconocida que la está desequilibrando?
D
arth Sidious visitó por holograma a Nute Gunray y sus consejeros en el puente del carguero Saak’ak de la Federación de Comercio, que en básico se traducía como
Acaparador
.
—Felicidades por su ascenso, virrey —dijo el Señor Sith, de modo que el escarnio sonara como un cumplido.
—Gracias, mi Señor —se apresuró Gunray a responder—. Cuando nos dijo que se ocuparía de nuestros competidores de la Directiva, nunca supusimos que usted haría…
—¿Qué yo haría qué, Gunray? Creía que yo actuaría con mayor sutileza, ¿no es así? Ya no hay nadie que se interponga en su camino para adquirir un ejército o dirigir el futuro rumbo de la Federación de Comercio.
Hath Monchar, Rune Haako y el comandante Daultay Dofine miraron a Gunray con aprensión.
—No pretendía ofenderlo, Lord Sidious —tartamudeó.
El Señor Sith guardó silencio por unos instantes. Si hubieran podido verle los ojos, quizá habrían tenido alguna indicación de lo que pensaba.
—Pronto daré los pasos necesarios para eliminar a algunos de vuestros competidores —entonó un momento después—. Pero eso no debe preocuparos ahora. En vez de eso, quiero que concentréis vuestros esfuerzos en familiarizaros con los recursos de los juguetes que acabáis de adquirir, esos androides de combate, esos cazas y esas naves de desembarco. ¿Están cumpliendo con el plazo previsto tanto Baktoid como Ingenierías Haor Chall?
—Así es, Lord Sidious —dijo Gunray—. Aunque a un precio exorbitante.
—No ponga a prueba mi paciencia hablando de créditos, virrey. Aquí hay en juego mucho más que la estabilidad de su cuenta financiera.
Gunray estaba a punto de temblar.
—¿Qué quiere que hagamos?
—Vamos a poner a prueba su nuevo ejército.
Gunray y Hath Monchar intercambiaron una mirada de temor.
—¿A prueba?
Sidious pareció mirarles durante un tiempo incómodamente largo.
—Sospecho que no estaréis muy contentos con el impuesto que ha establecido el Senado sobre las rutas comerciales —dijo al fin.
—El Senado no tiene ningún derecho.
—Por supuesto que no. Y qué mejor modo de mostrar vuestro descontento que efectuando un bloqueo comercial.
—Contra Eriadu —dijo ansioso Gunray—. Por lo sucedido…
—Eriadu reaccionaría con la fuerza, virrey. No queremos una guerra. Queremos un embargo.
—¿Qué mundo será entonces? —dijo Monchar.
—Sugiero que vayamos a por el mundo natal de quien más ha defendido la imposición de este impuesto: Naboo.
—¿Naboo? —dijo Haako con auténtica sorpresa.
—El senador Palpatine es muy hábil ocultando su verdadera naturaleza. Pocos se dan cuenta de todo el daño que ha causado ya.
—Pero, ¿sería legal un bloqueo así? —preguntó Gunray—. Valorum no lo aceptará nunca.
—Tengo una sorpresa reservada para el pobre Valorum —prometió Sidious—. Y lo que es más, el escándalo que ha rodeado al Canciller Supremo ha hecho que muchos senadores reconsideren la ley de impuestos. Pocos se quejarán de un embargo comercial a un mundo tan lejano del Núcleo.
Monchar dio un paso adelante.
—¿Y qué pasa con los Jedi?
—Ya les han bloqueado cualquier intervención.
—Pero, ¿y si intervienen? —dijo Gunray.
—No seremos sutiles al enfrentarnos a ellos.